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15

La lluvia no me deja dormir.

Los pensamientos dentro de mi cabeza, tampoco.

La conversación con Mitchell ha sido reveladora, pero para nada colaborativa; mi debate interno me mantiene despierto y sé que en media hora más, Veronika se marchará sin mirar atrás.

Sin esperarme.

Miro la fotografía de mi madre por enésima vez, buscando una señal divina de su parte.

―¿Qué hago mamá? ―Esbozo la pregunta frente a su imagen borrosa. La presiono contra mi pecho y temo que algún día los recuerdos de su bonito rostro y su voz dulce se vayan de mi mente y deba conformarme con mirar sus rasgos poco nítidos en un papel.

Un rayo a lo lejos cae cerca del parque Jellystone como si fuera una flecha que me indica el camino a seguir.

¿Sugestión?¿Fantasía?¿Fe?

―Gracias. ―respondo y me pongo en acción.

Miro mi reloj: son las 3.45.

Cinco minutos más tarde, me despido del relajado muchacho que está de guardia en la recepción del hotel y me coloco el casco. La lluvia ha cedido y es un buen momento para partir.

Con menos velocidad que la de costumbre, me acerco al parque de acampe esperando porque Veronika no haya decidido cambiar su decisión, marchándose unos minutos antes.

Cuando llego a mi destino, las luces de la caravana se destacan entre la neblina y la polvareda que el viento levanta. Acelero los últimos metros y en una maniobra temeraria teniendo en cuenta los charcos de lodo que ha formado la tormenta, bajo de mi Harley.

Corro, cubro mi rostro de la hostil polvareda y golpeo su puerta con furia.

―¡Veronika! ―pum, pum, pum ―. ¡Veronika!

Nadie responde.

―¡Veronika! ―Doy otro trío de alocados golpes.

Inquieto, rodeo el gran vehículo, sin ver señales de ella en el interior.

Regreso a la puerta y a punto de renovar los golpes, esta se abre: allí está su dueña, con su cabello  en un moño enredado sobre su cabeza, con los ojos enrojecidos y las mejillas mojadas.

―¿Por qué estabas llorando? ―le pregunto en un susurro. Conozco la respuesta, conozco al bastardo que puso esas lágrimas sobre su piel.

Ella se abraza a sí misma, protegiéndose de mí y traga fuerte. Las mangas de su gran sweater color melocotón cubren sus pequeñas manos.

―¿Estoy a tiempo de subirme contigo a esta aventura? ―Enmarco su rostro y sus ojos se iluminan, resplandeciendo con algo que no distingo. ¿Cariño?¿Tranquilidad?¿Agradecimiento?

¿Amor?

―¿Eso es lo que realmente quieres? ―Su voz es un hilo.

―No puedo resistirme al desafío y tú eres uno con letras mayúsculas.

Veronika da un pequeño saltito, se arroja a mis brazos y sus piernas envuelven mis caderas. Hago equilibrio e ingreso mientras una lluvia, pero de besos, cubre mis pómulos.

―Te prometo que no te vas a arrepentir, haremos un buen equipo. ―Para cuando quiere deslizarse hacia abajo, la sujeto con más fuerza, apostando mis palmas en sus redondos y carnosos glúteos. La mojo al apretarme con ella, pero no le importa.

Mi pene arma una tienda de campamento en mis vaqueros y recrudece al sentir el calor que su entrepierna emana.

―Podríamos retrasarnos un poco, ¿cierto? ―Ronroneo a su oído, lamiendo el pabellón de su oreja y jalando de su lóbulo.

―Mmm, creo que se avecina una tormenta aún más fuerte que la anterior. Puede que sea peligroso salir a la carretera en estas condiciones. ―Afirma con picardía.

―Entonces, tenemos un trato.―Su sonrisa me liquida.

En su caravana, nuestros cuerpos se entienden rápidamente. Los truenos son ensordecedores tanto como los gemidos de Veronika.

A horcajadas, de espaldas a mí y dándome la preciosa y caliente vista de su culo, sube y baja por mi miembro. Veo sus glúteos rebotando y se me hace agua la boca. Mi mano cachetea su tierna carne, dejándola de un hermoso color rosado.

Su mirada caliente sobrevuela su hombro y su cabello acaricia su espalda. Como las olas del mar, se mueve de un lado al otro en una danza mortal para mi sistema.

Me aferro a su cintura, la levanto y la animo a girar hasta quedar enfrentados. No tarda ni una décima en poner su pecho contra el mío y hundirse nuevamente en mí.

―Se siente fantástico ―Su sonido es gutural. Las fosas de mi nariz se abren ante su rostro atrapado por el calor.

Lujuria, pasión, deseo, se escriben en cada poro de su piel.

Sus uñas marcan mis omóplatos, mis gruñidos se escabullen entre las hebras de su cabello castaño. El chapoteo de nuestras pieles es intenso y ambos sabemos que estamos escalando a velocidades supersónicas en nuestra cima personal.

Sujeto su cabello en una coleta y jalo de ella, la beso posesivamente en la columna de su cuello y estimo que en unas horas más, deberá cubrírselo con un pañuelo o pesado maquillaje para que no se vislumbre mi arrebato.

El animal posesivo que vive en mi se vanagloria de su machismo; el tonto inexperto en asuntos del corazón espera porque ella no se enoje ante mi estupidez.

―Fabien, Fabien...―al decir mi nombre anuncia el principio del fin.

―Un poco más, nena. Solo un poco más ―Jadeo con las cuerdas vocales al rojo vivo y la tensión arterial al límite. Las nubes grises continúan cubriendo el cielo y la tormenta no se aleja. El agua es impiadosa, como las estocadas que le imparto.

Mis piernas tiemblan y mi pelvis sube, metiéndose más y más adentro de Veronika.

―Fabien, ¡Fabien, por favor!¡Por favor! ―su voz tiembla porque su aire escasea y porque mis movimientos son brutos y compulsivos.

―Ahora, nena, ¡vente conmigo! ―la impulso, explotando dentro de ella y provocando que haga lo propio sobre mí.

El aire encapsulado en su pecho es lanzado al techo. Su piel está en llamas y su corazón retumba dentro de su pecho como si un tambor lo hubiera poseído.

Me aferro a su cuerpo en un abrazo fuerte, le beso la crisma y apoyo mi mentón en el nacimiento de su cabello.

Somos un lío de brazos, piernas y respiraciones erráticas, un cúmulo de emociones y palabras no dichas.

―¿Estás bien? ―pregunto con el dejo de voz que me queda vivo.

―Mejor, imposible ―me mira, somnolienta y aunque apenas sé empuñar un pincel, ahora mismo la retrataría sobre un lienzo en blanco para llevarla conmigo a todas partes.

Sus mejillas brillosas, sus labios hinchados y sus ojos encapuchados son una obra de arte que jamás me cansaría de admirar.

***

Llegamos a Elberton mucho más tarde de lo previsto, pero a ninguno de los dos le hace diferencia.

Ubicamos mi motocicleta en un compartimento inferior del móvil en el cual ella tiene sus refrigeradores con medicinas y mi escaso equipaje fue acomodado en su cuarto.

Esto es demasiado rápido e intenso y no sé qué análisis se merece.

Cuando aparcamos la caravana, los curiosos se acercan al enorme vehículo. El rostro escéptico de los presentes se borra de un plumazo cuando ella baja, se da a conocer y anuncia cuáles son sus planes. Muestra el permiso que el ayuntamiento le entregó y el número de matrícula que avala su profesión.

Escucharla me hace admirarla aún más de lo posible.

Minutos más tarde abona en el parque de caravanas por las dos semanas que permaneceremos aquí y habla con algunos visitantes; es reconfortante verla interactuar. Resuma confianza, profesionalidad.

Bebo mi tercer café del día. A pesar de nuestro sexo de reencuentro, las cosas continúan en un difuso gris. Ninguno se atreve a hablar sobre qué pasará después o el motivo que me arrastró a tomar la decisión de sumarme a esta travesía ajena.

Abro mi laptop minutos más tarde y veo algunos sitios a los que podemos ir a almorzar sin desplazarnos mucho. Dado que hoy no comenzará a atender y no hemos dormido casi nada, nos merecemos un descanso.

―¿Haciendo reconocimiento de campo? ―Ella aparece y me masajea los hombros. Cierro los ojos y me dejo atrapar por su pericia.

―Mmm, esto se siente bien ―digo, disfrutando de su tacto.

Aire puro, una mujer hermosa, masajes deliciosos, tiempo libre...esto es el Paraíso.

Sus pulgares se afirman en mi nuca bajando la tensión acumulada y haciendo magia.

Al cabo de varios minutos, me siento mejor.

―No me importaría que sigas todo el día haciendo eso―Bromeo y la hago caer sobre mi regazo; sus piernas cuelgan a un lado y sus dedos se entrelazan detrás de mi cuello.

―Ojalá pudiera, pero es importante cuidar mis herramientas de trabajo, agente ―me muestra sus manos prolijas y las envuelvo con las mías. Beso sus dedos uno a uno y no me es indiferente la piel de gallina que provoco en sus brazos.

―¿Estás de acuerdo con ir a almorzar? Muero de hambre.

―Desde luego, creo que comería una vaca. ¡Estoy famélica! ―se levanta repentinamente, haciendo que eche de menos su perfume y su peso en mis muslos.

Me estoy convirtiendo en una nenaza y es una mierda saberlo.

***

Veronika se aferra a mi torso con fuerza. Por casi veinte minutos montamos mi motocicleta y podría andar horas y horas con ella a mi espalda y el viento de frente golpeando mi rostro.

Me siento contento.

Y culposo.

Egoísta.

Deshonesto.

Llegamos al pequeño centro de Elberfeld, viendo lo poco concurrido que es y los pocos residentes que caminan por el lugar. Un agradable sitio de comidas está abierto y cantamos hurras por el descubrimiento.

―Creo que podríamos recorrer este pueblo caminando y no demoraríamos más de dos horas ―Señalo al bajar de la motocicleta en referencia al despliegue de cinco calles por cinco en el que se desarrolla todo este lugar. Algunas construcciones fuera del centro complementan la trama urbana.

―No seas cruel, "hombre de la ciudad de los vientos" ―Entrecomilla exageradamente con los dedos y le doy una bofetadita en la nalga, aprovechando que nadie ve cuán juguetones estamos.

Al entrar, dos jóvenes con claro aburrimiento en sus rostros nos dan la bienvenida. O algo así.

Entiendo que no debe haber mucho trabajo en la zona y que están haciendo lo que pueden por sobrevivir...

―¿En qué podemos ayudarlos? ―la muchacha de corte pixie se obliga a una sonrisa mientras camina hacia nuestra mesa con dos cartulinas de menú. Las tomamos, leo que hay mucha oferta de comidas y mi estómago parece notarlo, rugiendo.

―¿Es tarde para almorzar? ―Considerada, pregunta Veronika. En tanto que a mí no me molestaría que la abrieran especialmente, ella solo se preocupa por el esfuerzo extra de quienes trabajan aquí.

―La cocina estará abierta solo por media hora más. ―dice la muchacha ―. ¿Bebidas?

―Una Coca Cola de dieta para ambos ―se anticipa Veronika, demostrando que estamos en sintonía.

La chica me mira más tiempo del necesario y me incomoda sobremanera.

Sí, yo sintiéndome intimidado. ¿Quién diría que podía suceder algo así?

¡Pero vamos, que apenas debe tener edad legal para salir por la noche y yo podría ser su padre!

Un padre muy joven y muy apuesto, pero padre al fin.

―Lo que la dama dice está bien. ―Indico y regreso mis ojos a la chispeante Veronika.

Evaluamos las opciones de la carta, las cuales se leen apetitosas.

―¿Alitas de pollo frito?¿Para compartir? ―pregunto, yendo a lo conocido. Suelo tener una dieta balanceada y estas semanas fuera de casa y sin entrenar han sido contraproducentes.

Sin embargo, ver el rostro de felicidad de Veronika no tiene precio.

―¡Pensé que no lo dirías! ―dice y ordena a la chica de pie.

Solo hay dos mesas más ocupadas y me alegra la intimidad. El restaurante de Rusty y Peggy generalmente estaba muy concurrido y el silencio no era su característica más destacable.

―¿En qué estás pensando? ―pregunta ella ante mi deliberado silencio.

―Que no me he despedido de los chicos del restaurante. Peggy fue amable y cálida.

―Conque "amable y cálida". Sí, ¡cómo no! ―Rueda los ojos con sarcasmo. Elevo una ceja frente al enorme descubrimiento.

―Mmm, ¿celosa? ―me inclino levemente sobre la mesa buscando sus manos. Las aparta, ofendida.

―En absoluto. Además, ¿por qué debería estarlo? ―se mira las uñas, fingiendo despreocupación.

―Si te deja tranquila, odiaba ver al empollón de Rusty a tu alrededor también. Pendejo baboso ―Mascullo entre dientes y su sonrisa victoriosa puja por no salir a la superficie.

―Era solo un chico de veintiuno.

―Adulto, guapo, simpático ―Recuerdo sus cualidades y tengo ganas de vomitar.

―Tu eres adulto y guapo también ―Es su turno de deslizar las manos sobre la fórmica de la mesa, capturando las mías.

―¿Estás sugiriendo que no soy simpático?

―No diría que es tu mejor atributo. ―Los dos reímos y disfrutamos de la conversación ligera.

Al cabo de quince minutos tenemos la comida frente a nosotros y es la maldita mejor decisión que he tomado en este último tiempo. Esa y haber aceptado perseguir los sueños de Veronika por un tiempo más.

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