10
Pestañeo con dificultad y un desconocido aroma floral me abre los sentidos.
Una melena castaña se esparce en la almohada junto a mí; piel cremosa apenas cubierta por una sábana se derrama sobre la cama y labios entreabiertos que permiten la liberación de una respiración apacible completan la escena.
Muero por tocarla, por volver a sentir mi boca sobre la suya, pero me detengo. Reprimo mis instintos y salgo de la cama con el sigilo de mis años de profesión; me debato si dejarle una nota o marcharme sin anuncios, porque ahora mismo soy una montaña de pensamientos contradictorios.
Me visto con velocidad, lavo mi rostro en la cocina como el cobarde que soy y me escapo de su remolque como un burdo ladrón.
Pateo la tierra con la punta de mis botas, odiando la sensación de comodidad que mi cuerpo experimentó, la conexión mientras nos miramos, la química explosiva que nos hizo volar a otro nivel.
Me coloco el casco con furia y me aferro a mi Harley, aparcada junto a la enorme caravana donde acabo de dejar a un estupenda mujer saciada...y probablemente decepcionada.
Arranco, esperando aquietar mis emociones.
No sé en qué dirección voy ni qué es lo que pretendo dilucidar con el trabajo que hace mi cabeza; mi velocidad es altísima y no me extrañaría si algún agente de tránsito me multa.
Necesitando parar, aparco en un mirador perdido de la carretera. Bajo y observo el espejo de agua que se extiende frente a mi vista. La mañana es otoñal, un tanto fresca, pero la brisa golpeando mi rostro es justo lo que necesito para determinar mis próximos pasos a seguir.
Toda mi vida esperé el momento exacto para vengarme; he estado tras la huella del asesino de mi madre desde que los ojos azules de Maria Knight se cerraron.
Los mismo ojos azules que veo en mi rostro cada puta mañana, recordándome que debo encontrar una condena justa para ella.
Jamás me he dejado derrotar, una mujer nunca ha sido mi debilidad.
¿Por qué ahora?¿Por qué Veronika causa este efecto en mí? ¿Por qué bajar mis defensas?
―No, no, ¡noooooooo! ―Grito con las manos convertidas en dos puños, estrellándolas en la baranda de madera que separa el predio del precipicio. Mi voz se pierde en la inmensidad del lugar, mi garganta raspa y mi sangre corre inquieta por mis venas.
Maldigo la hora en la que proyecté este plan creyéndome infalible, creyendo que Veronika sería como todas las demás: una mujer que rápidamente se rendiría a mis pies, accedería a mis condiciones y que me daría información casi sin dudar.
Ahora mismo, pretendo conocer cómo es la relación con su padre a nivel personal: qué recuerdos tiene de él, cuál fue el último obsequio que le dio, cuánto lo ama...
No se trata del tipo que conquistó y destruyó a mi madre. Se trata del padre de Veronika, de una mujer increíble, talentosa y generosa por donde se la mire.
Tomo asiento en la banca de madera a mis espaldas, desplomándome sobre ella. Cierro los ojos y flashes de la noche anterior inundan mis recuerdos, saturan mi capacidad de razonar.
Paso unos cuantos minutos intentando poner la mente en blanco. Finalmente, rasco mi cabeza y decido seguir adelante con el plan original: sonsacarle información a Veronika antes de que se marche y de que le rompa el corazón en mil pedazos.
Como debe ser.
***
Son las diez de la mañana y probablemente ella esté bebiendo su clásico café con una gota de leche, tal como le agrada. O quizás, ha cambiado su rutinaria infusión por un té negro.
No, ella es una chica leal a su café.
Diablos, ¿qué me importa?
Lo cierto es me preocupa cómo se ha metido bajo mi piel en tan poco tiempo; estoy ablandándome a su lado y eso es perjudicial para mi propósito.
Inspiro y recojo la orden que tomé en una tienda junto a la carretera, en la cual venden delicias para el desayuno.
Reestructurar, ordenar, actuar, me digo con insistencia.
Admito que su personalidad ha atravesado un límite para mí pero, también, que no puedo permitirme ser débil.
¿Me atrae? Por supuesto, soy un hombre, ella es mujer y es más que atractiva.
¿Me gusta su forma de ser? Es genial, profesional, honesta y abnegada.
De no ser Veronika Harris, ¿me hubiera quedado más tiempo en su cama?
Aquí está el dilema: por supuesto que sí e, incluso, hubiera amanecido entre sus piernas reclamando varias rondas más.
Sin embargo, mi juicio no debe verse nublado por un par de piernas bonitas.
O por unos ojos encantadores. O por tetas cremosas y níveas. Mucho menos por unos gemidos ardientes.
Acomodo la imposible dureza entre mis piernas; subir a mi moto en estas condiciones es molesto.
Para cuando llego al sitio de Veronika dos horas después de mi escape, escucho su sonrisa a la distancia.
¿Está con un paciente?¿Se encuentra al teléfono?
Me acerco a la ventanilla tintada de la caravana, hago visera con mi mano y detecto una sombra que probablemente sea la suya. No está atendiendo a nadie, por lo cual toco la puerta e ingreso sin pedir permiso, incapaz de imaginar que Rusty está coqueteando con ella y con el croissant en su mano.
Qué caraj...
―Lamento...interrumpir. Hola. ―mi cerebro pide disculpas antes de saludar como indican los manuales de protocolo.
―Hola oficial ―Pagado de sí, Rusty extiende su brazo sobre el respaldo de la banca, la misma que fue testigo de mis manos sobre Veronika no hace menos de doce horas. Me hierve la sangre y mis ganas por asestarle un puñetazo y borrar su estúpida y juvenil sonrisa me queman las tripas.
―Pensé...traje...desayuno ―Sigo en modo cavernícola, sin articular una oración coherente.
Eres mejor que esto, Fabien.
―Hola, Fabien. Gracias, Rusty ya me ha traído un café y croissants. ―Ella pestañea con una sonrisa genuina insertada en su rostro. Lleva el trozo de masa hojaldrada a sus labios y la saborea con la misma incandescencia con la que llevó mi polla a su boca ayer por la noche.
Quiero romper todo, empezando por la mueca de victoria del pendejo idiota.
―Creo que esta vez te he ganado de mano ―el muy imbécil eleva las cejas y mi mandíbula cruje. Guardo la compostura, ese chico no es rival.
Es un mísero desayuno después de todo, ¿cierto?
Un mísero desayuno que ella está compartiendo con él y no contigo, ¡asno! Si no hubieras huido como un idiota, esto no hubiera sucedido.
―Sí, ya lo veo. ―siseo ―. Bueno, dejaré esto por aquí...―apoyo las bolsas de papel en la mesa.
―Fabien, acabo de preparar café y has traído comida. Puedes quedarte a desayunar con nosotros ―detecto algo de culpa en Veronika. ¿Quizás pensó que me fui para no volver?
Me alegra haber estropeado sus planes, que me haya prejuzgado erróneamente así le puedo demostrar cuán equivocada estaba y en el hombre que puedo convertirme gracias a ella. Blablá emocional que la hará caer en mis redes.
― Lo siento, recordé que tengo pendientes que hacer. Que se diviertan. ―Agito la mano para despedirme y salgo del móvil sanitario más molesto de lo que debería.
Escucho la tierna voz de Veronika por detrás; no me detengo hasta que llego a mi Harley y desengancho el casco del manillar.
―Fabien, ¡Fabien! ¿Qué ha sido todo esto? ―pregunta, moviendo los brazos expresivamente. Me alegra que no haya recibido al idiota de la cantina con el pijama revelador de pezones con el que la vi ayer.
―Pensé que desayunarías conmigo. Fui a buscar algo de comer, pero, evidentemente, llegué tarde. ―Lo sé, estoy exagerando con mi tono de perrito desamparado.
¿O no?
Para el caso, el papel de celoso no se me da mal. Actúo muy bien y creo conseguir que ella se preocupe por el desarrollo de las cosas.
Pues bien. Necesito que me necesite. Que confíe en mí, que vea que tengo sentimientos que crecen en mi interior y que me agrada cuidar de ella y bogar por su bienestar.
Sin dudas, maniobras que sumarán unos puntos extras para conseguir mi propósito.
Sin embargo, ¿por qué demonios me sentí horrible al ver que se divertía con el pendejo ese? ¿Por qué me vi atrapado por unas ridículas ganas de apretarle el cuello al chico?
―P-pensé que no volverías. ―se abraza a sí misma.
―¿Qué te hizo pensar eso?
―Me propusiste una aventura y no dejaste una mísera nota. ¿Qué hubieras pensado en mi lugar?
Buen punto.
―Es cierto: soy hombre, me gusta disfrutar del sexo sin compromisos y no he dejado una nota porque no estoy acostumbrado a regresar. Pero lo hice. Aun contra mi habitual accionar.
La revelación tiñe sus bonitos rasgos de un bello sonrojo, la cual la hace caer en la cuenta de que no solo volví, sino que me siento herido por lo que acabo de ver.
―Rusty es agradable conmigo. Me desperté, no estabas a mi lado y no sabía si regresarías. Puse la cafetera y tocó la puerta; quería que fueras tú, Fabien. Lo juro.―Bate sus pestañas, coqueta, y sus bonitas mejillas aumentan su rojez ―. Lo hice pasar porque es un muchacho amable y mi estómago necesitaba alimento después de la maratónica sesión de sexo de ayer por la noche ―se relame los labios y me toca la punta de la nariz con su dedo para cuando el chico asoma su figura masticando una dona glaseada que he comprado especialmente para Veronika.
Bastardo.
―Las donas de Melody son las mejores de todo el condado de San Luis. ―Rumiando con la boca abierta, me guiña el ojo en clara declaración de guerra. Mantengo duro el semblante, sin entrar en provocaciones.
―Supuse que Veronika necesitaba alimentarse bien, considerando todo el trabajo de ayer por la tarde y la noche, ¿cierto? ―la miro y me recompensa con otro sonrojo divertido.
O eso creo, aunque rápidamente sus fosas nasales se dilatan y sus manos se cierran en dos rígidos puños.
Levanto mi ceja, invitándola a refutar mi explicación.
Como mujer orgullosa que es, rueda los ojos y me da la espalda.
―Gracias por el desayuno, Fabien ―sus palabras flotan y ni siquiera me mira cuando avanza en dirección a Rusty ―creo que guardaré las donas que sobren para una rápida merienda ―pasa junto al camarero barra dueño de su restaurante barra puberto de mierda, y le arranca la dona de la mano a medio masticar ―. Y tú, niño, escúchame bien: no comparto donas. Soy hija única y me gustan lo suficiente como para quererlas todas para mí. ―le saca la lengua y cierra la puerta de su caravana con un estridente golpe, dejando de una pieza al jovencito presumido y del lado de afuera.
No sé si reír o llorar, lo ha puesto en su sitio y me reconforta haber ganado en la elección de comida.
Donas 1- Croissants 0.
Junto a mi motocicleta escucho el arrastre de un par de pies sobre la grava, a mis espaldas.
―¿Por qué precisamente ella, oficial? Hay miles de mujeres y hasta donde sé, estás de paso ―Arroja. Por sobre mi hombro, le entrego la más asqueada de mis miradas.
―¿Y por qué no ella, sabelotodo? Es bonita, inteligente e independiente.
―No es de las que tienen rollos pasajeros. ―Rusty se cruza de brazos y lo analizo. Es un muchacho apuesto, bien constituido, pero con serios problemas de seguridad emocional.
―¿Me quieres decir que quieres darle algo más que un rollo de una noche? ¡A otro con esa broma! ―lo desmerezco y lo cierto es que el chico no me ha hecho nada malo, excepto entrometerse en mis intentos por conquistar a Veronika.
―No eres tipo que ella necesita ―Asegura con odio en sus ojos verdes oscuro.
―Y tú sí, ¿ah?
Su quijada se contrae y estoy seguro de que, de no ser porque le salvé el negocio echando a los moteros que se quisieron propasar con Veronika la otra noche, estaría proponiéndome una pelea puño a puño.
―Adiós Fabien. Espero sinceramente que sepas lo que le haces.
―Y dime, niño genio, ¿qué le estoy haciendo? ―pregunto, condescendiente y cansado de sus acusaciones.
―Enredándola con tu ambigüedad.
Rusty sube a su camioneta desvencijada y se marcha lejos, no sin antes dejar una buena nube de polvo a mi alrededor.
Maldito idiota.
***
Hace más de treinta minutos que estoy hablando con Mitchell. Sus regaños no se hicieron esperar desde que atendí el teléfono; a otra persona, la hubiera enviado al demonio, pero Gus es Gus y no puedo colgarle, mucho menos, cuando tiene respuestas que darme.
―Fue difícil acceder al expediente de Aida Harris. Hace veinte años que falleció, Fabien, y evidentemente alguien lo tenía bien guardado.
―Serás recompensado generosamente por ello. Ahora dime qué conseguiste.
El resoplido en la línea telefónica solo me dice una cosa: esto es más pesado de lo que imaginé o bien, me resultará frustrante, un camino sin salida.
―Un automóvil la atropelló a pocos metros de su casa. No hubo conductor detenido, ni se obtuvo el número de placa del vehículo. La calle estaba solitaria y cuando se preguntó a los vecinos por presuntas tendencias suicidas de la víctima, se llamaron a silencio.
―Mi madre también fue acusada de suicidio. ―suspiro en voz alta.
―El caso fue caratulado como "accidente en la vía pública".
―Era obvio―Mi cuero cabelludo duele cuando me agarro el cabello en señal de enojo. Esperaba esto, pero mentiría si no dijera que algo más también.
―Fabien: moví contactos y me consta que la pericia toxicológica no fue "incluida" en el expediente. ―Oh, eso sí que capta mi atención. Escucho ―. Aún así, conseguí un informante que sostiene que se descubrieron el remanente de una sustancia que en exceso puede provocar confusión, mareos, adormecimiento...
―...síntomas que no le permitan reaccionar ante una situación de peligro, ¿es eso? ―Completo lo que dice mi amigo y colega.
―¿Estás pensando lo mismo que yo, Fabien?
Me presiono el puente de la nariz, irritado por las peligrosas conclusiones a las que estamos arribando.
La madre de Veronika y la mía fueron envenenadas, presumiblemente, por la misma sustancia.
Creo saber quién lo hizo y por qué.
El tema es: ¿debería saberlo la doc?
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