XVII
Los días pasaron con la tranquilidad de la brisa distintiva del verano, época que Claudeen esperaba con ansia. Claudeen estuvo ocupada afinando los últimos detalles, dando como resultado muy poco tiempo para prestarle atención a las personas del consejo o a Joe. En el café casi dan una fiesta por las decisiones que tomó. Por fin aceptaba un viaje, quizá no uno de los de su padre, pero ya era un avance. La segunda razón, la más importante para Marissa, era que Clau le daba una oportunidad a su padre. La madre no estaba de acuerdo con que Molly se quedara con su papá, pero si quería que Claudeen se fuera tranquila así tenía que ser.
Diez de febrero, se dijo Claudeen tomando unas prendas de Molly. La maleta se había llenado la noche anterior de ropa prácticamente nueva, accesorios olvidados, lentes de repuesto. Esa mañana sólo tuvo que meter los objetos de higiene. Al finalizar, se dejó caer para cerrar el cierre, con mucho esfuerzo lo consiguió. Dejó salir una bocanada de aire, levantó la cabeza hasta toparse con la ventana, flaqueada por cortinas descoloradas. ¿Después de pasar unos días con su padre, Molly querría regresar? Tendría cuatro años, pero, desde el punto de vista de Claudeen, estaba en su derecho de opinar sobre su residencia.
—¡Claudie! —la llamó su madre desde las escaleras—. ¡Ya llegó el taxi!
—¡Voy, voy!
De camino al aeropuerto el conductor no supo quién estaba más nerviosa. La hija por dejar a su hermana, la madre por mandar a una de sus hijas con el padre y a la otra al extranjero con un grupo de adolescentes acompañados por un adulto o la pequeña Molly por encontrarse con el hombre al que llamaba padre y solo había visto un par de veces. El hombre veía a las tres mujeres por el retrovisor, dudando si debía de detenerse por el color verde de sus rostros o llegarían a salvo a su destino. Al final, no hicieron escala. Pagaron y bajaron, golpeándose psicológicamente con un enorme muro.
—¡Cliché! —exclamó una voz chillona.
Claudeen identificó de dónde provenía la voz. Saludándola con un brazo en el aire, May se acercaba acompañada del resto del consejo estudiantil, excepto Henry. Claudeen ladeó la cabeza, preguntándose inmediatamente el paradero del muchacho. Habría preguntado, pero dos cosas ocurrieron: las chicas la tomaron arrastraron al interior del aeropuerto, cada una tomándola de un brazo, y segundo, se recordó que estaba molesta con él.
Francis se ocupó de la maleta y Ashton de la mochila que llevaría en el avión. Molly los siguió tomada de la mano de su madre.
Después de documentar, sin contar aún con la presencia del presidente estudiantil, se dirigieron a uno de los diversos restaurantes. Allí se encontraron con Henry tomando café con un señor de traje, el mentón en alto y la pierna cruzada. El bastón que llevaba colgaba del borde de la mesa. Se veían muy metidos en el tema. Henry asentía con la cabeza, hablaba, aseguraba cosas... prometía otras. La muchacha notó la tensión en los hombros del otro hombre, ¿desde cuándo estaba se veía tan viejo? Ella sabía quién era, su madre sabía quién era.
Claudeen cerró los puños con fuerza y frunció el ceño.
Henry le hizo una señal al señor Brooks para que se volteara. Instantáneamente se paró a saludar a sus hijas y a su ex-esposa. Claudeen se dio cuenta que estaba tan nervioso como ellas, si es que no más. La pequeña Molly se escondía detrás de la falda de su madre, cada cierta cantidad de segundos se asomaba para echarle un vistazo al hombre. La niña sonrió tímidamente cuando recibió una mirada cariñosa de su padre. Su madre la sacó del escondite con suavidad, Molly trastabilló, pero, antes de poder ser alcanzada por su hermana, su padre metió las manos y le devolvió el equilibrio.
En ese momento James Brooks recibió un pedacito de la confianza de su hija menor.
—Grecia, que... —inspeccionó a la mujer que una vez fue su esposa con detenimiento, Claudeen creyó ver nostalgia en su rostro—. Que hermosa te ves, no has cambiado ni un poco. ¿Cómo va el restaurant te tu esposo?
Lo dijo con toda la buena intención que tenía dentro. Claudeen bajó el rostro, dejando que sus cabellos pelirrojos taparan su rostro de la vista de Henry. Lo último que quería era ser vista con lástima por lo que sucedería a continuación, sabía que lo diría. Lo único que deseaba Clau era que Henry desapareciera, ¿qué pensaría de las desaventuras de su familia? Su madre seguía teniendo esa boca suelta producto de la debilidad que una vez tuvo por James, no podía ocultarle nada, a pesar de los años que habían pasado.
—Lo perdió en una apuesta hace poco más de un año —movió la mano restándole importancia—. En realidad, nos estamos divorciando.
Una pizca de luz en los ojos de James, Claudeen afiló los ojos. ¿Estaba viendo bien o necesitaba ir al oculista?
—Oh... bueno, lo siento.
—No hay...
—No tenemos que ir —intervino Claudeen, sintiendo la mirada de Henry en la nuca taladrándole la cabeza. No se lo había contado nunca—. Papá, cuida de Molly. Nada de piscinas, trampolines, montañas rusas y cosas peligrosas. Es alérgica al ajonjolí, la cereza, las arañas, el pelo de perro, los ácaros, la papaya, el tomate y levemente al chocolate —James se quedó con los ojos bien abiertos. Había muchas cosas que no sabía de su hija, prácticamente no la conocía—. Todo está en una libreta que puse en su maleta. Mamá —se giró a ella—. ¿Entonces te vas a quedar en casa de la tía?
—No hay razón de estar en nuestra casa si no están ustedes —Claudeen se mordió el labio, muchas cosas le preocupaban—. Estaré bien, lejos de allí. Vete tranquila.
—Lo estaré el día que estemos las tres muy lejos de aquí —soltó un suspiro—. ¿Papá? ¿Hablarás ahora o callarás para siempre?
El señor esbozó una sonrisa llena de cansancio y arrepentimiento. ¿De qué tanto se arrepentía? La curiosidad punzó en su estómago.
—Hace tiempo que debiste de haberme hecho esa pregunta, Claudeen —le dio un beso en la mejilla antes de que pudiera reaccionar—. No cometas el mismo error, hija mía —le susurró al oído—. Winters, te encargo a mi hija. Regresa con un pelo menos y te verás en problemas.
—Sí, señor. La cuidaré bien —sonrió a Claudeen, pero está volteó a otro lado.
Se recordó que las palabras no servían con ella. Acciones, Henry debía de actuar y demostrarle que estaba muy arrepentido de su comportamiento. ¿Cuánto tiempo le tomaría? Desde que Claudeen le dejó claro que necesitaba hacer más para recibir su perdón, él había hecho de todo. La pelirroja seguía ignorándolo, no hablaban más de lo necesario. ¿Estaba yendo por el buen camino? No sabía, quería una señal. Casi rogaba por ella.
—Vámonos —ordenó Claudeen como si ella fuera la presidenta del consejo—. Padres, no me extrañen —les guiñó un ojo.
Grecia soltó una risita, por fin su hija se comportaba como una adolescente.
—¡Buen viaje, hija! —dijo viéndola alejarse, Claudeen movió una mano en despedida.
∞∞∞∞
A menos de la mitad del vuelo se quedó profundamente dormida, los nervios se habían bajado y su familia estaba en lugares seguros, ninguna se quedaría en la casa del padre de Frank. El vuelo transcurrió sin problemas, aunque si hubo no se dio cuenta. May la despertó con delicadeza. Tenía una pequeña sonrisa cuando Claudeen abrió los ojos, le señaló la ventanilla y Clau giró adormilada para encontrarse con el amanecer. Gastaron un día viajando de un continente a otro, había estado durmiendo por alrededor de doce horas.
—¿Dormiste bien?
Claudeen asintió con la cabeza, poniéndose torpemente de pie.
—¡La bella durmiente ha despertado y sin el beso de su príncipe azul! —exclamó Ashton uniéndose a ellas, le lanzó una mirada llena de posibles interpretaciones al presidente.
—Caminen, chicas —dijo Henry, empujando a Ashton—. Tenemos hasta la diez de la mañana para tomar una siesta. Esto del cambio de horario es horrible.
—Claudeen no ha de tener sueño —comentó Amelie, colgándose su bolsa rosada al hombro con el estilo que solo tiene una parisina.
La chica se encogió de hombros, si supieran cuánto se había preocupado por su hermana y los preparativos no estaría diciendo eso. Obligó a su cerebro a cambiar de tema. Estaba en Londres, tenía unas buenas horas libres para aprovechar. Le dieron ganas de ver a su familia paterna, contra ellos no tenía nada. ¿Estaría Prince disponible? Su tío nunca le dijo que estaba estudiando exactamente, pero suponía que debía de ser algo relacionado con negocios.
—Emm... esto... —dijo una vez que habían rescatado sus maletas—. ¿Podría ocupar mis horas de sueño en otras cosas?
—¿Cómo qué cosas en específico? —cuestionó Henry, alzando una ceja.
Tenía planes, ideas para conseguir su perdón... ¿qué quería hacer? Si podía ofrecerse como voluntario no lo pensaría dos veces.
—Tengo familia aquí —informó con una sonrisa en los labios—. Me preguntaba si podía invertir mi tiempo visitándolos. Prometo estar en la escuela a las diez en punto. ¿Por favor?
Ahí se decidiría si Henry sería el malvado del viaje o ascendía de "maldito" a "no tan maldito" como tantas veces lo había sugerido Collins en la semana. Con los ruegos en los ojos de Claudeen era suficiente para doblarlo, pero teniendo seis pares más de ojos esperando su decisión hizo que diera la afirmativa con mayor velocidad. Claramente el resto del consejo y él no estaban en los mejores términos. ¿Se tenía que ganar a ellos igual? Encima tenía que arreglárselas para tener unos minutos con Claudeen. Deseaba con todo su corazón cruzar más de cinco palabras seguidas con ella, quería que volvieran las cosas a la normalidad. ¿Cómo había caído tan bajo? Entre más se lo preguntaba, más se daba cuenta de lo idiota que había sido. Al ritmo al que iba pasaría San Valentín solo, cuando en algún momento pensó que podría ser algo más memorable.
—¿Necesitas un guía? —se atrevió a preguntar. May se derritió un poco por dentro, actuaba como un niño nervioso.
—No, conozco la ciudad —dijo con notable emoción. Los chicos intercambiaron una mirada confusa, olvidaban que ella seguía siendo hija de James Brooks a pesar de las apariencias. Le costó poco decidir contar un poco de su pasado, ya conocían la verdad acerca de su padre. Había poco por esconder—. Cuando era chica pasaba el verano aquí con mis primos y en Alemania con unos amigos de la familia, conozco la ciudad como a la palma de mi mano.
—Deberías de llevar a alguien contigo —sugirió Ashton dejando su yo divertido muy en el fondo de su cuerpo—. Por seguridad, ¿y si el taxista intenta aprovecharse? No, no, no. Yo te acompaño, así aprovecho para hacer unas cosas.
—Nadie me va a hacer nada.
—¿Segura? —inquirió Ashton. Al igual que a Henry, no le agradaba la idea de dejarla sola por la ciudad. Ella era pequeña y la ciudad enorme, allí no dudarían en hacerle algo.
—Sí. Los alcanzo en la escuela.
—¿Y tus maletas? —volvió a preguntar Ashton.
—Puedes dejarlas con nosotros, las guardo en mi habitación mientras estás fuera —se ofreció May con una radiante sonrisa en los labios—. Prometo no checar nada.
—¿Segura? —la asiática asintió energéticamente—. Bueno... gracias.
El último en dejar de mirarla desaparecer entre la gente fue Henry. Distinguió algo distinto en Claudeen. Se movía distinto, caminaba con mayor seguridad, la vió acercarse a un señor a pedir indicaciones y por momentos le pareció una persona totalmente distinta. ¿Dónde había quedado la chica de pelo corto y lentes enormes que había confundido su apellido? Aquella era una chica perdida en sus estudios, no le importaba el mundo y estaba envuelta en misterios. La Claudeen de Londres estaba cómoda con la ciudad y sus habitantes, carecía de personas que ella considerara de cuidado. Después de todo Frank estaba del otro lado del mundo.
—¿Ya podemos irnos? —preguntó May, apoyándose en el hombro de su novio.
—En realidad —dijo Ashton pasándose la mano por el cabello castaño—. Tengo un par de cosas por arreglar... los alcanzo en la escuela.
—¡¿Qué?! ¿Tú igual?
—Sí, queridísima May, yo igual me voy.
—¡Ey, ey! Ella es mi queridísima, búscate a la tuya. Young —dijo Collin Collins en broma—. Hay muchas londinenses por aquí.
—¡Oh, Elizabeth! —canturreó Ashton—. Elizabeth es mi queridísima, Collins, no te preocupes. ¡Oh, Elizabeth! ¡Ya voy, ya voy!
Boquiabiertos, todos quedaron sin palabras tras la partida entre saltos y giros de Ashton. Definitivamente Londres tenía algo que cambiaba a las personas. Primero la emoción de Claudeen, luego la locura de Ashton. Sí, Henry estaba seguro. Él sería el siguiente. El resto ya estaban demasiado chiflados como para quedar más locos. Oh, igual podría entrar Amelie a su modo sentimental. Henry desechó inmediatamente la idea. Amelie no debía de ponerse sentimental, llenaría el hotel de sus emociones incontrolables.
∞∞∞∞
Después de tocar el timbre, Claudeen atravesó la reja de la enorme casa blanca, preguntándose por qué dejaban el candado abierto. ¿A caso no había robos? Juzgando por las casas lo más seguro era que no, aunque un par de ellas estuvieran equipadas con todas las medidas de seguridad que una persona pudiera adquirir. Suspiró, siempre lo hacía. Miró en todas direcciones esperando ver un enorme perro blanco corriendo en su dirección, siempre lo hacía. Antes de preguntarse acerca de su paradero la puerta de la casa se abrió. Escuchó el grito de una mujer y enseguida fue tirada al suelo, encontrándose atrapada debajo del perro. Recibió besos babosos por parte del animal. Clau se sintió una niña de nuevo, estiró sus brazos y rodeó al enorme animal.
—¡Chuleta! ¡Quítate de encima, pobre criatura! La vas a asfixiar —dijo la mujer intentando quitar al perro de encima—. Disculpe, disculpe. ¿Se encue...? ¡Claudeen!
—Hola, Marva —Claudeen sonrió de extremo a extremo, alcanzó al perro con una mano y siguió acariciándolo—. He regresado.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Eso veo —la veía como si estuviera viendo a la reina en persona—. Tu abuela se pondrá muy feliz, Prince está aquí con un amigo.
¿Un amigo?, se preguntó Claudeen.
—¡Oh, Dios! Hoy tenemos muchas visitas —le hizo un gesto a Claudeen para que entrara—. Ay, niña. Has crecido mucho. ¿Y tu madre? ¿Cómo está? ¿Y tú hermanita? A ella no la conozco.
—Mamá está bien, Molly igual —respondió levantando la vista al techo, cerciorándose de que esté justo como lo recordaba: lleno de murales antiguos.
Marva le informó que su abuela se encontraba ocupada, pero que no debía de tardar. Claudeen asintió con la cabeza y fue en búsqueda de su primo. Los gritos provenientes del segundo piso fueron tan fuertes que le dieron una pista de lo que estaba haciendo. Recorrió los pasillos viendo el fantasma de su infancia. La niña pelirroja dejando huellas de lodo mientras corría por la casa con su primo detrás de ella. La niña refinada jugando con su prima a la hora del té. La pequeña Claudeen, o Dinie como le decía su otra prima, jugando con Chuleta. Dobló en una esquina y desvió la vista a una salita con los sillones tapizados en terciopelo, sintió una punzada en el corazón. Antes de que los recuerdos con su padre pasaran por su cabeza siguió adelante. Esa casa estaba llena de buenos recuerdos que serían capaces de tirar los muros que había construido entre su padre y ella, un segundo más tarde se hubiera preguntado por qué se había molestado. La relación que tenían era tan perfecta...
Los hombres siempre hacen algo que me hace bajarlos de donde los tenía, pensó poniendo la mano sobre la perilla de la habitación llena de gritos de varones. Prince es la excepción claro, si no fuera mi primo sería perfecto.
La puerta se abrió justo en ese momento. Sucedieron tres cosas al mismo tiempo. Prince soltó una maldición que una mujer nunca debería de escuchar. Su amigo soltó un grito de sorpresa. Claudeen se las ingenió para no caer al suelo, aunque eso la haya llevado a sostenerse de lo primero que se encontró. El amigo de su primo. Él la sostuvo por la cintura al principio con fuerza, luego con suavidad. Arqueó una de las cejas mas no se atrevió a ver quién era. El cabello pelirrojo prometía que sería pariente de Prince, conocía tres primas y dos primos pelirrojos. Claudeen puso sus manos sobre el pecho del muchacho, impulsándose para separarse de su agarre. El rostro con el que se encontró la sorprendió tanto como él se sorprendió de verla.
—¡La reina de las zanahorias!
—Pero si el machista está aquí —Cliché rodó los ojos—. ¿Qué te he dicho de las malas influencias, Prince Brooks?
—No soy una mala influencia para Prince.
—¿De verdad? No me extrañaría que empezara a hablar de cómo las mujeres no pueden mover un dedo sin cometer una torpeza —lo fulminó con la mirada.
—Al menos no estará gritando al mundo que debemos de convertirnos en ama de casa.
—Eres un machista, Oliver Scott.
—No es la primera vez que me lo dicen —se llevó el dedo índice a la comisura del labio, sus ojos vagaron por la habitación.
—Por qué será... —divagó Claudeen, lanzando un vistazo a la televisión. Un letrero de "pausa" se sobreponía a un campo minado y un personaje con una metralleta. Hombres.
Oliver rodó los ojos.
—No calienten motores —intervino Prince atrapando a su prima dentro de sus brazos. Le plantó un beso en el pelo—. Pensé que te habías olvidado de mi existencia, ¿ya no me adoras?
—Ya no te adoro —Oliver estalló en una sonora carcajada con la respuesta sin sentimientos de Claudeen—. Broma. Tengo cosas que hacer, además... llevo años sin estar en buenos términos con mi padre.
—Eso he visto.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó el amigo, ocupando un lugar en el sillón. Se volvió a hacer de su control de la consola de videojuegos—. Has crecido. ¿Hace cuánto que no te veía? Serías una cría, ¿diez años tendrías?
—Algo así... —dijo respecto a su edad y luego respondió la primera pregunta—. Es una larga historia.
—Tenemos hasta que te tengas que ir —la animó Prince, sonriéndole de lado a lado.
La sentó sobre sus piernas. Claudeen dudó un segundo. Examinó a ambos chicos, los conocía desde pequeña. Oliver Scott era hijo de unas amistades de su padre que vivían en Alemania, había pasado varias semanas de verano en sus casas de campo y de la ciudad. En Alemania, Oliver fue tanto su compañero de juegos como de peleas, recordaba haberle dado un buen golpe en la entrepierna. No pudo caminar por unas buenas horas. Desde siempre había tenido una vena machista en su cuerpo, así que constantemente chocaban sus ideas. En el fondo lo quería, nunca la había obligado a hacer nada que no quisiera y con él exploró lugares bellísimos de Berlín. Muchos decían que era lo peor, ¿sería así? Ella lo veía con otros ojos, quizá fuera por conocerlo desde pequeño. Por otro lado estaba Prince, como su nombre lo decía, era un príncipe hecho y derecho. Oliver era la luna y Prince el sol, se complementaban. De pequeños su primo fue su gran confidente, le contaba absolutamente todo e iba en su búsqueda en la escuela cada vez que alguien se metía con ella. Prince siempre estuvo para ella.
Les contó de principio a final, no omitió absolutamente nada. En momentos sintió la sangre subiendo por su garganta, luego sus mejillas se calentaban. Oliver hizo unos comentarios burlones al respecto, pero Prince se burló de sus expresiones cuando Claudeen contó el pequeño beso que le había dado a Henry. Y se encabritó, al igual que Prince, cuando Claudeen contó la desaventura por la que pasó por culpa de Henry y Caroline. Oliver comentó que conocía a esa chica de oídas. Es un mundo pequeño para nosotros, había dicho Oliver apoyando la cabeza en el sillón, muy pequeño. Prince estuvo de acuerdo con él.
—Ese chico es todo un cliché —dijo Prince, tomando un bonche de papas de limón—. Es el típico niño popular de las películas de chicas, súper genial y sexy que hace sufrir a la pobre niña inocente. ¿Te enamoraste de ese pen... pensante?
Claudeen rió bajito.
—No me gusta...
—Si no te gustara, no te hubiera afectado tanto el beso entre tu disque mejor amiga y él —replicó Oliver, empezando a fastidiarla jalándole el pelo—. ¿Me equivoco?
—Puede que sea un crush —murmuró Claudeen, encogiéndose de hombros. Apoyó su cabeza en el hueco que quedaba en la garganta de su primo. Eso la transportó al pasado, así se sentaban.
—Eso lo dirá el tiempo, zanahoria.
—¡No soy zanahoria, Oliver!
—Lo que digas —quitó la pausa al videojuego de pistolas que jugaban antes de la aparición de Claudeen—. Uh... tenía que ir por bebidas. Ahg. Al demonio.
Prince soltó una carcajada.
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