XII
La ley de las mejores amigas. Henry la eliminaría de tener ese poder en sus manos. Desde escuchar las dos palabras supo que el distanciamiento de Claudeen llegaría a ser permanente, se trataba de la cereza del pastel. La razón final para poner un alto a la naciente amistad entre ellos, una cámara de gas para erradicar todo sentimiento que podía albergar en su corazón. Henry no pudo soportar la mirada acusatoria de Claudeen, tampoco pudo idear una escapatoria, sería muy evidente y causaría más conflicto.
—El mundo es muy pequeño —dijo Henry, llevándose el café a los labios.
—Diminuto —murmuró Claudeen, lanzándole una mirada de soslayo a la recién llegada—. He de regresar a trabajar.
—Espera, Claudeen —intervino Caroline en un intento de alcanzarla.
—En serio, Carol, he de trabajar —se despidió con un ademán.
Caroline se mordió el labio, se tía le dio una palmada en la espalda. Posteriormente, Marissa regresó a su oficina acompañada de Molly.
—¿Por qué regresaste? —preguntó Henry, hostil y sin mirarla a la cara.
La chica parpadeó un par de veces sin creer que Henry le dirigía la palabra. Su ruptura no fue la deseada, habían herido sus orgullos por igual y llorado sin cesar de ese día en adelante. Con el tiempo el dolor fue soportable, uno supero al otro en menos tiempo y jamás habían vuelto a hablar, a verse de frente. Ambos no sabían cómo reaccionar, ¿ser amistosos? ¿Ignorar la presencia del otro?
—¿Caroline?
—¿Me puedo sentar? —Henry tomó un trago de su bebida. Caroline rodó los ojos. Bien, si Henry pensaba ignorar sus preguntas, ella podía hacer lo que quisiera. Se sentó.
—No te respondí —dijo, separando los labios del vaso y moviendo los ojos del vaso al rostro de Caroline. Se atrevía a pensar que seguía siendo tan bonita como la recordaba, pero no dejó que el pensamiento se cosiera a su mente—. Responde mi pregunta.
—¿Por qué debería de hacerlo? Tú no respondiste la mía —alegó, cruzando una pierna sobre la otra.
—Porque me arruinaste la vida hace dos años y lo vuelves a hacer ahora. ¿Crees que esa chica me volverá a hablar?
—¿Cómo iba a saber yo que te molestaría tanto? —rezongó, jugando con un rizo. Henry tensó la mandíbula, cada vez que una chica jugaba con su pelo era porque le interesaba la persona. Y Henry la quería lejos, de preferencia de regreso al internado y con la memoria de Claudeen sobre ese día completamente borrada—. Mi tía siempre exagera, Pensé que solo era una más de tus chicas.
—No puede ser... —exasperado, se pasó las manos por el cabello—. Tu mejor que nadie sabes que Claudeen nunca se convertirá en una de "mis chicas" —Caroline apretó los labios—. Es demasiado buena para eso —agregó, dejando que se escapara una sonrisa.
—Demasiado buena para ti querrás decir.
Henry se concentró en no dejar que sus emociones lo dominaran. Odiaba el condenado acento que usaba Caroline, tampoco toleraba el tono con el que le hablaba y las palabras que elegía solo le recordaban su condición como rompecorazones y mujeriego del instituto.
—Lo repetiré por última vez —advirtió, obligándola a verlo a los ojos. Sonrió al ver los colores en las mejillas de Caroline—. ¿Por qué regresaste?
Caroline aprovechó su melena rubia para esconder su rostro transfigurado en un puchero infantil, era muy vergonzoso tener que contarle a su ex novio de sus andanzas nada inocentes.
—Digamos que nos cacharon teniendo diversión de más por la noche en la habitación y me expulsaron.
—¿A la otra no?
—El papá de Paulette Lennox da grandes donaciones al internado, obviamente que no le iban a tocar ni un pelo —por el rabillo del ojo alcanzó a ver un mensaje en la pantalla del celular, esbozó una larga sonrisa—. Paulette es un haz haciendo fiestas de un día para otro —Henry alzó una ceja—. Fiesta mañana en mi casa, no te atrevas a faltar.
—¿Por qué debería de ir? Eres mi ex, no mi mejor amiga.
—Porque ella va.
—¿Paulette? Ha de ser tan puta como tú, no quiero saber nada de ella —las palabras se prendaron a Caroline, sintió la sangre quemar sus venas. ¿Cómo se había atrevido a hablarle así en público? Se lo haría pagar, le demostraría que no era la Caroline indefensa a la que estaba acostumbrado.
—Claudeen, ella irá, de eso me encargo yo.
Un suspiro se escapó de Henry, sin la rubia cerca comportándose como la prima donna en la que se convirtió. Si en algún momento después de haber roto con ella deseó volver a ponerle el título de "su novia", esa plática había ahuyentado la idea. No se veía con una novia tan desagradable, porque así le resulto la renovada Caroline. Y casi sabía quién tenía la culpa. No era él o el internado, sino esa chica Lennox. Conocía a su hermana mayor, una bomba de hormonas. No era extraño que la hermanita estuviera igual.
Buscó a Claudeen con la vista entre los meseros, detrás del mostrador. La cabellera pelirroja no daba señal alguna en el radar biónico del rubio. Cayó en la cuenta que de encontrarla no podría decirle nada, Claudeen creía que Caroline seguía siendo la misma. No cambiaría nada hasta que la chica no se diera cuenta, mientras tanto a Henry le tocaría la parte más difícil: aceptar que no tenía futuro con Cliché. Al parecer, volverían a ser los extraños que se cruzaron en el pasillo semanas atrás.
No le gustaba la idea, pero era lo más factible que haría Claudeen.
—¿Era él, Carol? —habló Claudeen, lanzando dagas en todas direcciones con sus palabras—. ¿Era él, Caroline?
La muchacha se detuvo en el umbral de la puerta. Se giró hacia su amiga. Caroline se quedó sin habla con el aspecto de Claudeen. En esos meses sin verla olvidó cómo lucía una Claudeen lastimada. Caroline esperó la llegada de aquel sentimiento de culpabilidad que siempre caía sobre ella cuando causaba semejante dolor en Claudeen. No llegó, al contrario, sintió cierta alegría al ver que su amiga se vio afectada por sus palabras. Caroline asintió con la cabeza.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No pensé que fuera relevante —tensó la mandíbula al ver a través del ventanal que Henry le pedía la cuenta a un mesero—. Desde hace un año no prestabas atención a los chicos... o a cualquier ser humano nuevo que se acercara a ti. ¿Cómo iba a saber que estudiabas con Henry o que te afectaría?
—¡No me afecta! —llegó el mesero a avisarle sobre la cuenta, Clau asintió con la cabeza y la solicitó al encargado de la caja—. Como buena amiga debiste advertirme hace dos años que estaba entrando a la escuela de tu ex. ¡Al menos me hubieras dicho el apellido! —le entregaron la cuenta—. Tenemos qué hablar, Caroline, y no solamente de Henry. Ya regreso.
Caminó hacia la mesa de Henry aún más lento que un caracol, su corazón latía con mayor fuerza. Uno latido por un sentimiento naciente. Dos latidos por un deseo oprimido. Tres latidos por no querer reconocer los dos anteriores. Cuatro latidos por una amistad que no se podía entablar. ¿Quién lo creería? Claudeen Brooks afectada por algo tan simple como la noticia de que ese chico que tanto te ayudó, es el ex de tu mejor amiga. Lo quería lejos... o eso decía.
Pero no lo intentaba con suficiente fuerza, pensó. Intentaba mantener su corazón intacto, mantenerlo detrás de una caja de cristal era la mejor forma de lograrlo. Aceptar la cercanía de Henry sería romper esa caja de cristal, entregarle su corazón, pues tarde o temprano terminaría enamorándose de él. Ella, aunque lo negara mil veces, sabía que su tipo era Henry, no Joe. Tenía todo lo que necesitaba para salir de esa neblina alrededor de ella. Sería su luz en la oscuridad.
Pero no terminaría bien, se aseguró. No, para ella todo lo relacionado con el amor no terminaba bien.
—¿Tú sabías que Carol era mi amiga? ¿Antes de conocernos habías escuchado de mí? —preguntó Claudeen, mientras Henry sacaba los billetes.
No respondió, siguió contando el dinero y lo puso dentro de la carpetita negra. Consciente de lo que hacía, agarró los dedos de la mano derecha de Claudeen, disfrutando volver a tener la piel tersa contra la suya.
—¿Si te dijera la verdad cambiaría algo? —Claudeen negó. Efectivamente, su amistad con Caroline iba antes que cualquier chico—. Si primero te hubiera conocido a ti la situación sería distinta.
—Pero no fue así... —sorprendentemente, Claudeen Brooks le pasó la mano por el cabello. El corazón de Henry saltó, bombeó sangre en todas direcciones y se sonrojó, contagiando a Claudeen—. Fuiste muy bueno y atento, gracias.
—¿Es un adiós?
—Oh, no. Tengo que hacer las cuentas hasta la graduación...
—¿Entonces?
—Trabajo para ti, volvemos al primer punto —soltó un largo suspiro que silenció un número de palabras nunca dichas en un discurso de Claudeen—. Solo cumplo lo necesario para no ser expulsada de la escuela —unas arrugas aparecieron en el rostro de Henry al juntar ambas cejas. Oh, su carita de perrito perdido. Claudeen estuvo a punto de conmoverse—. Así empezó todo, así termina.
Si lo repitiera siete veces y así sucesivamente... no, tampoco así lo creería. Las cosas no iban a terminar tan fácilmente, su sexto sentido se lo decía. Sucedería un acontecimiento que cambiaría el rumbo de su historia, Claudeen lo sentía. Muy rara vez se equivocaba con sus presentimientos, en el fondo anhelaba que esa no fuera la siguiente vez.
Caroline se escapó de la plática con Claudeen, la pelirroja había rodado los ojos en desaprobación, pero no dejó que pasara mucho tiempo para retomar lo que no comenzó. Al día siguiente, después de comprar la muñeca para Molly y un par de golosinas, Claudeen interrumpió el silencio con una pregunta fina y tajante. Quería respuestas a cada una de las cuestiones. Caroline no dejaría salir esa información con facilidad. Teniendo la información podía usar a Claudeen como lo quisiera.
—Oh, vamos, Clau —empezó Caroline, mientras veían los esmaltes de uñas—. ¿En serio te ha molestado que no te dijera?
—Se supone que no hay secretos —respondió, encogiéndose de hombros.
—Hay cosas que prefieres no saber.
—¿Cómo lo voy a saber si no me lo dices?
—Te conozco bien, lo querrás —le guiñó un ojo. Siguió revisando las pinturas de uñas—. Hay fiesta de bienvenida en mi casa.
—¿Estás preguntando si quiero ir o es una orden?
—Te estoy avisando que vamos a estar las dos... hace mucho que no te veo —Claudeen se cruzó de brazos—. ¿Qué?
—Algo hiciste con Caroline Manson —estudió a su amiga—. ¿Qué sucedió contigo? O sea, antes no vestías tan... con tan poca ropa. Digo, llevas una blusa transparente, un top rosa chillón y un short que parece calzón. ¿Fuiste a un internado o a una escuela contra modales?
—Estoy respirando un poco, ahí no podía hacer nada —mintió con habilidad, fue tan convincente que pasó el medidor de mentiras de su amiga—. ¿Vas?
—No me queda de otra...
—¡Vive tu adolescencia! ¡Déjate llevar!
Claudeen alzó una ceja... recordaba haber escuchado palabras similares en días anteriores. Casualmente no recordaba a quién pertenecieron. Soltó un suspiro, pensó que ya eran muchos suspiros por un tiempo. Dicen que los suspiros son por personas que no se pueden tener, recordó. Los suspiros son de niñas enamoradas, respondió una voz dentro de ella. Meneó la cabeza, terminaría creyendo que estaba enamorada si le hacía caso a sus demonios internos, aquellos diablillos que luchaban por salir desde un año atrás.
Un año llevaba sin ir a fiestas. Un año se cumplían de los abusos de Frank.
—¡Vamos a celebrar un nuevo comienzo! —gritó Caroline llena de emoción, sacando de sus pensamientos a Cliché—. Mi regreso y una nueva escuela —agregó viendo la confusión de la otra chica—. ¡Seremos compañeras! —chilló, rodeando a Claudeen con unos brazos esqueléticos.
—¿Algo más que no me hayas contado? —murmuró Claudeen, siguiendo la vieja costumbre de no regresar abrazos.
—No soy virgen —susurró, asegurándose que nadie escuchara su confesión.
—Eso ya me lo esperaba —dijo, señalando su vestuario—. Y no quiero saber detalles.
—Que aburrida —siguió, haciendo un puchero cómico que causó un estallido de risas en Claudeen.
Más tarde, ya habiendo hecho las compras restantes para la fiesta de esa noche, se dirigieron a la casa de los Manson. Claudeen no había pisado un lugar tan lujoso desde hacía cuatro años, suficiente tiempo para sentirse fuera de lugar entre tanto brillo. Los muebles del primer piso habían sido desalojados y las obras de arte guardadas, así que parecía una casa sin habitantes. Lo único que no se molestaron en quitar fue la lámpara de cristales que colgaba del techo.
—¡¿Ya regresaste?! —se escuchó que retumbaba una voz en el segundo piso.
Una cabeza castaña se asomó por el barandal de las escaleras que descendían en forma de espiral, pegadas a la pared. La chica se recostó en el barandal, sus penetrantes ojos azules examinaban a la pelirroja sin disimulación. Llevaba una sudadera tejida y un short con tanta tela como el de Caroline, en una mano tenía su celular y en la otra una paleta. Al terminar de estudiar a Claudeen, hizo lo mismo con Caroline. Sonrió ampliamente al ver los paquetes de cerveza asomarse por las bolsas del supermercado.
—Pensé que los chicos se encargarían del alcohol.
—Y de los porros igual, pero a veces no está de más tener una dotación extra —le guiñó un ojo a Claudeen, su rostro estaba inexpresivo como cuando no le importa lo que sucedía a su alrededor. Un rostro que se mostraba muy a menudo.
—¿Y esta niña es...?
—¡Oh, que terrible soy! Paulette, ella es Claudeen Brooks —los ojos de Paulette se abrieron como platos, inmediatamente bajó las escaleras—. Clau, Paulette Lennox.
Las manos de Paulette presionaron las mejillas de Claudeen. La chica dio retrocedió ante las acciones repentinas de la chica. Paulette admiró el cabello zanahoria de Claudeen, le dio un par de halagos y procedió a analizar su figura. La rodeó un par de veces con la mano en la barbilla, asintiendo cada cierto tiempo. Intercambió una mirada de complicidad con Caroline. Las cosas iban a convertirse en un fuerte tornado, Claudeen comenzaba a prepararse para ser catapultada al techo.
—Bonita pieza de oro me has traído hoy —comentó Paulette, tomando una de las bolsas con cervezas—. Mi hermana diría que parece una muñeca. Charlotte colecciona muñecas... un pasatiempo algo macabro para mi gusto... pero esa perra está muy fundida en Inglaterra con su escultural novio.
—No deberías hablar así de tu hermana —dijo Claudeen entre dientes. Odiaría que Molly hablara así de ella, lo menos que podía hacer era defender a una hermana mayor ausente.
—Hay un vestido rojo que le quedaría muy bonito —continuó Paulette. Claudeen rechinó los dientes al ver que era ignorada.
—¡Uy! ¡Los tacones rojos se le verán divinos! —siguió Caroline, imaginándose a su amiga en el vestuario que armaban.
—¿Hola? No he dicho nada de tacones o vestidos rojo "mírame estoy aquí" —se cruzó de brazos—. Suficiente con mi cabello rojo, no quiero llamar la atención.
—¡Eres hermosa, aprovéchalo! —exclamó Paulette, jalando de ella.
Media hora después, Claudeen se quejaba frente el espejo de cuerpo completo sobre lo corto que era el vestido, le llegaba un par de dedos arriba de la mitad del muslo. Al voltearse casi le da un infarto, estaba aún más corto y eso que no tenía muchas nalgas como Paulette o Caroline. Se bajó el vestido, pero Caroline la detuvo. De no hacerlo en ese momento, lo haría el resto de la fiesta y se vería mal. Rendida, se calzó los tacones rojos de plataforma que no se había puesto desde milenios atrás. Caminó un poco para acostumbrarse, Caroline le sonreía, orgullosa de su creación. Ya tenía el maquillaje puesto, el peinado perfecto: un recogido que agraciaba sus ojos verdes.
—Algo me preocupa... —comentó Paulette, bajando la vista a sus piernas y luego volviendo a subirla al brazo de Claudeen—. Esos moretones... ¿tienes medias negras? —preguntó a Caroline.
—¿Qué hacemos con el otro moretón? —quiso saber Caroline, fijándose por primera vez en los cardenales de su amiga. Claudeen se sintió mal al reconocer que su mejor amiga sentía lástima por ella... no quería ese tipo de ayuda.
—No se verá con las luces intermitentes, habrá poca luz —dijo Claudeen, ocultando el moretón del brazo con la mano—. Además, ya está más claro.
—En eso tienes razón...
Claudeen agradeció que Paulette se hubiera rendido con el tema del moretón en el brazo, pero tuvo que ponerse las medias negras. Decir que se sentía una de esas groupies que aparecían en películas antiguas... y no tan antiguas. Esas medias le daban un poco más de seguridad, con ellas sus panties quedarían más ocultas.
—¡Ya llegó el primer ser humano! —chilló Paulette, viendo desde la ventana del cuarto de Caroline—. Hay que bajar, chicas.
La fiesta fue trasladada al rincón más alejado del jardín, alrededor del bar y la piscina descuidada. Pasaron una arboleda e inmediatamente se encontraron con metros y metros de hierba. Los ruidos fueron muy familiares, Claudeen entraba en un ambiente que llevaba tiempo evitando por miedo a Frank. ¿Qué sucedería si se encontraban en una fiesta y ella estaba con un chico? Era preferible no averiguarlo.
Lámparas de papel iluminaban los alrededores, en el centro del lugar tenían una pila de madera, paja y cosas inflamables, todo eso rodeado por una bardita pequeña de piedras. Detrás de eso, muchos metros atrás, la casona se alzaba en sus colores crema. Claudeen llenó sus pulmones con humo de cigarros, marihuana, drogas y alcohol. Tosió un par de veces mientras movía las manos delante de ella para despejar un poco su alrededor, llevaba varios minutos separada de Caroline y Paulette. En cierta forma era gratificante no tener que pretender estar divertida cuando quería salir corriendo de allí.
—¡Claudeen! —escuchó que la llamaba Joe entre el mar de gente. Sus ojos verdes danzaron a su alrededor, acomodándose a la escaza luz. Lo vio de reojo y supo que él igual había puesto nombre a los compuestos que llenaban el aire que respiraban—. Esto está lleno de droga, en unos minutos esto será euforia y personas en sus mundos de alegría, luego los veremos en el hospital —tomó aire—. No me digas que tu igual la consumes —bromeó, como usualmente sucedía no capte la broma.
—¿Qué? ¡No! Yo no necesito ninguna droga para sentirme eufórico, el ambiente me pone así... naturalmente. Considérame un loco —sugirió Joe, aspirando el aire mezclado con humo—. Tampoco es bueno para mí drogarme.
—¡Claro que no!
A unos metros estaba Henry espantado, rogaba con la mirada que se quedara con él, no consideraba un lugar seguro para Claudeen. Luces fosforescentes la señalaban por todas las direcciones, encima de su cabeza leerías "VEN" en letras muy llamativas. Se vieron, Claudeen debatiéndose entre ir en su búsqueda o seguir con Joe divirtiéndose un poco para variar la rutina de siempre. En un acto sin premeditación, Claudeen aceptó un vaso con un líquido amarillo dentro. Lo olió y a pesar de saber que contenía cerveza, se lo llevó a los labios.
—No vayas a hacerlo, es cerveza —advirtió Joe, levantando la mano para quitarle el vaso, pero llegó tarde. El líquido bajaba por la garganta de Claudeen—. ¿Te cambiaron o qué?
—Esto habrá sido una mala idea mañana, pero creo que me gustaría divertirme por una vez en el año.
Joe recibió esa confesión con una sonrisa. ¡Había esperado mucho tiempo por frases así! Invitarla a fiestas había pasado a segundo tema cuando se dio cuenta que no serviría de nada, ahora se encontraban en una y Claudeen tenía toda la intención de ser una adolescente más del grupo. Aunque llamativa por los colores que vestía, se perdió entre el humo que comenzaba a aumentar su densidad. Que Dios lo bendiga, pensó Joe cuando un chico castaño se cruzó en su camino.
No cabía duda sobre la tendencia del momento, colores fosforescentes, chillones que dañan la vista de cualquier humano con la visión sensible a esos colores; agregando accesorios en mujeres como collares de cuentas grandes, sean de madera o semillas. Claudeen saludó a un par de personas conocidas, apestaban a cerveza y cigarro en exceso, más de una vez contuvo la respiración para no verme ahogada en ese aire. Después de empinarse dos shots, dejó de hacerlo. Y para el tercero ya estaba en la pista de baile.
La música electrónica y su corazón iban sincronizados. Los latidos los sentía en sus oídos, en su pecho, era una cosa impresionante. Todo el cuerpo daba la impresión de estar en constante movimiento, como si lo golpearan, se hinchara de nuevo, lo volvieran a golpear. Se trataba de una sensación que estuvo ausente durante mucho tiempo, Claudeen sintió la vida regresar a ella. Las luces confundían un poco a su mente, a veces no alcanzaba a medir correctamente la distancia entre los bailarines y el suelo. Cada vez que iniciaba una canción o el DJ hacia una buena mezcla, es decir a cada segundo, se arrastraban involuntariamente al círculo lleno de personas que huyeron de la luz proveniente de la fogata en el centro, claro, entre menos luz mayor era el toqueteo. Aunque con luz no cambiaría mucho.
—¡¿Dónde estabas?! —alguien gritó detrás de Claudeen, la rodeó por los hombros con sus brazos. Antes de poder reaccionar de cualquier manera, le dio la vuelta quedando hacia él—. Mary... ¿Dónde está ella? —me soltó lentamente tras verificar que cometió un terrible error.
Lo miró horrorizada.
—Mary... ¿Mary Barratier? —el muchacho asintió. Claudeen se perdió en sus recuerdos... esa niña estudió con ella, era la única Mary a la que conocía. Su atención se centró en el muchacho. El pelo oscuro lo tenía engominado sin ni un solo pelito fuera de su lugar, el modelo de la chaqueta de piel estaba pasado de moda, los pantalones estaban excesivamente pegados y los zapatos no combinaban con el outfit, quítale esto último y estaba pasable—. No sé, ¿Cómo quiere que lo sepa? —alzó una ceja irritada. Cambió el peso de la pierna derecha a la izquierda—. Y tú, ¿se podría saber quién eres y por qué te me tiraste encima?
—Perdón —por fuera, Claudeen se mostró sin cambio alguno en su estado—. Soy Badel, Marius Badel.
—No sé quién eres, supongo que eres un amigo de Mary —lo interrumpió, al mismo tiempo se vio interrumpida.
Un brazo le rodeó los hombros, sintió a la persona apoyarse sin mucha fuerza a su costado. ¿De cuándo a la fecha era tan solicitada?, pensó viendo de reojo al recién llegado.
—Te he estado buscando —habló esta persona conocida—. Parece que Badel ha tomado una cantidad de licor excesiva —ya habiendo dicho las palabras que le urgían por salir de la boca, se volteó a Claudeen—. ¿Tu igual? ¡Este mundo está perdido! —exclamó tras haber sentido el olor a alcohol proveniente de Claudeen.
—Ay, Henry... una noche, déjame ser normal una noche —pidió Claudeen, entrelazando sus manos en el cuello de Henry. El muchacho se sorprendió por el atrevimiento de Claudeen, no supo qué pensar de eso.
—Mañana te arrepentirás...
—No, yo quiero esto —confesó, pegando su cabeza al pecho de Henry—. Por favor, Henry... no te vayas —Claudeen abrió los ojos al sentir los latidos desbocados. Los propios se aceleraron al darse cuenta de lo cerca que estaban. Contra toda predicción, no sintió que se le drenaran las fuerzas y estaba segura que el temblor de las piernas no se debía a miedo.
—Ya, decídete. ¿Me quedo o me voy? Un minuto me quieres cerca y al otro me estás rechazando —la separó, se perdió en los ojos de Claudeen... eran tan bonitos y destacaban en el rojo de su vestido.
Ella se veía hermosa. Jamás hubiera pensado que un vestido pegado se viera bien en el cuerpo de Claudeen, acentuaba sus curvas, que no eran muy pronunciadas. No pudo evitar que su mano dibujara el contorno de Claudeen. Por cada lugar que pasaba sentía el cosquilleo bajo su piel, la chica se estremecía. ¿Miedo? ¿Nervios? ¿Otra cosa?, pensó Henry posando su dedo en los labios de Claudeen. No podía besarlos, por más que lo quisiera, por más que una voz lo gritara.
No se aprovecharía de Claudeen bajo los efectos del alcohol.
—Demonios, ¿por qué me haces esto? —preguntó, dejando que su rostro se sonrojara tanto como quisiera. Claudeen pestañó, pero no dijo nada—. ¿Qué quieres de mí? Me vuelves loco, Claudeen, me sacas de quien pienso que es Henry Winters y me encuentro con una nueva persona que solo tiene ojos para ti.
—Quiero que me salves antes de que se acabe el tiempo —respondió Claudeen con una mezcla de dolor, honestidad y esperanza.
Se vio fundida en un abrazo que transmitía todo el cariño que sentía Henry por ella. Fue allí, alrededor de gente sudorosa y el humo de distintas sustancias que acortaban la vida que Claudeen pudo poner nombre a esos latidos que hacían aparición cuando estaba Henry con ella, a todas las sonrisas que le regaló, a las mejillas rojas en su rostro, pero sobre todo a esa atracción que la obligaba a regresar a Henry por más que intentara alejarse. Avergonzada, hundió su rostro en el pecho de Henry y se aferró a su camisa. La colonia de Henry fue la droga final para hacerla hablar...
—¿Qué sucede si me enamoro de ti?
—Nada malo, te lo prometo.
Se estaba enamorando de Henry Winters a una velocidad suicida... solo esperaba no terminar en la tumba por amor.
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