VIII
Su intención era terminar las cuentas lo más rápido posible, evitando relacionarse con cualquiera de los miembros del consejo estudiantil, para así llegar tan puntual a recoger a Molly. Hacer las cuentas... ¿qué tan mal las haría la persona como para necesitar ayuda? Por el hecho de no poder hacer correctamente su trabajo consideraba aún más babosa a la persona, o las personas, encargada de realizar los conteos. Y si era Henry, bueno, una razón más para tenerlo lejos. ¿Un chico que no sabe hacer su trabajo que le traería de bueno? Nada, absolutamente nada. No cuenta el nerviosismo que te causa cuando te pone un dedo encima, se dijo. Recapacitó, eso tampoco era bueno.
—No trae nada bueno —masculló a media explicación de física, con la mejilla apoyada en la mano, ésta a su vez apoyada en la mesa.
—¿Algún comentario, señorita Brooks?
Claudeen levantó los ojos de sus apuntes. Parpadeó un par de veces al tiempo que se pasaba la mano por el cabello.
—No —respondió con firmeza. Negó con la cabeza, todos se metían en asuntos que no les incumbían. Incluyendo al maestro, pensó, aunque el haya interpretado de otra forma sus escazas palabras.
El tic tac del reloj la acompañó en su silencio. Mientras esperaba que sonara el timbre, mentalmente contaba los minutos, deseaba terminar el día de una vez por todas. Al final era viernes y al día siguiente no tendría trabajo, lo que significaba que podría ocuparse en detallitos de su habitación, pero sobre todo, compraría el regalo atrasado de Molly. Finalmente había terminado de juntar para una muñeca decente, toda niña merece tener un juguete propio aunque sea una vez en su infancia. Ahora le tocaba a Molly.
—¿Segura que no quieres que te espere? —preguntó Joe de camino a los casilleros. Claudeen negó con la cabeza, los libros apretados contra su pecho—. Bueno... como quieras. Si necesitas...
—Si necesito algo te llamaré —terminó Claudeen la frase de su amigo, con un poco de prisa. Joe asintió con un sonido nasal—. Solo será un rato con la bola de babosos, nada grave.
—Me preocupa el hecho de que no llegarás a tiempo por Molly.
—Si llegaré.
—Hacer las cuentas no es tan sencillo como piensas —advirtió el muchacho.
—Eso lo decidiré cuando empiece.
—Hazme un favor y no los ofendas —la boca de Claudeen se convirtió en un pequeño círculo y sus cejas se juntaron sin comprender a qué quería llegar con eso—. Bien sabemos que dices lo que piensas sin darte cuenta y eso puede herir a las personas.
—¿Y qué tiene? Es lo que pienso —lo miró con severidad, los lentes solo conseguían fortalecer el efecto—. Aunque hagan malabares, no me caerán bien.
—Recuerda que lo que no deseas tiende a llegar a ti —Claudeen rodó los ojos al escucharlo—. Luego no te quejes si terminas enredada con alguno de ellos.
—No me voy a "enredar" con ninguno de ellos —espetó la chica, le pasó los libros a Joe. Puso la clave en su casillero—. Solo hago las cuentas, no pretendo nada más. Silencio total.
—Suerte con eso, Cliché.
Sorprendentemente, no le asustaba encontrarse con esos "monos" del consejo estudiantil. A los chicos los había visto entre clases en varias ocasiones, muy relajistas, pero no daban la impresión de ser un peligro. Las chicas, en cambio, eran lo que ella desearía por amigas, tranquilas y amables. Amelie tuvo una buena impresión en ella al estar con un libro en la mano. Al menos una tenía un poco de cultura, pensó Clau. Al descubrir una sonrisa en los labios, se obligaba a recordarse que no tenía una vida común para permitir a más personas dentro de ella. Quizá en un futuro las cosas cambiarían, pero hasta ese momento seguiría siendo la misma Claudeen callada.
Además, se dijo, no habría oportunidad para entablar conversación. En su mente los consejos estudiantiles eran tan callados como ella misma, todos estaban metidos en sus respectivas tareas. Vaya sorpresa que se llevó al ver que su esquema fue roto antes de poner un pie allí. Parecía un campo de batalla.
Los chicos mantenían un amistoso partido de futbol, el resultado hasta el momento era un poco alarmante. Una lámpara destrozada en el suelo, un par de platitos hechos añicos con rastros de rebanadas de pastel esparcidas por el suelo, una taza de té derramada en la alfombra y la pintura de May tirada en el suelo. La chica se refugiaba detrás del sillón con tranquilidad, entre sus piernas sostenía un lienzo pequeño, en una mano tenía la paleta con pinturas y en la otra un pincel delgado. Y Amelie parecía estar armando una fogata improvisada en un plato, a un lado descansaban los cerillos, junto a un enorme libro oscuro. Después de ver el objeto a ser incinerado Claudeen decidió que todos estaban mal de la cabeza.
¿Con qué excentricidad saldría Henry? No le sorprendería verlo entrando con monos o cualquier animal exótico.
Claudeen retrocedió hasta quedar fuera de la vista de ellos.
—Me matarán —pensó Claudeen, apoyándose contra la pared del pasillo.
Y los gritos no cesaron por un buen rato.
—¡Malditos libros rompe ilusiones! —esa era Amelie.
—¡Vuelve a pegarme a mí o a mis pinturas con el balón y te rompo la cara! —aquella voz chillona pertenecía a May.
Y a los chicos no pudo distinguirlos. Los tres se burlaban entre ellos.
—¿Asustada? —escuchó la pelirroja que decía alguien arriba de ella. Soltó un grito, se pegó aún más a la pared—. Ey, no tienes porqué gritar.
La excentricidad de Henry Winters consistía en andar por la escuela con el dorso desnudo, presumiendo su pecho bien formado, el cual brillaba por una capa de sudor proveniente del recién finalizado entrenamiento de futbol. Por el buen humor del rubio, muchas chicas debieron de haber ido a ver la práctica. Y debió de mejorar, pues una sonrisa kilométrica apareció en su rostro al darse cuenta de la nueva reacción que produjo en Claudeen. Escaneaba ese cuerpo bien formado, cualquier chica lo haría.
—¡Ponte la bendita ropa encima! —gritó Claudeen, regresando a la realidad, señaló su pecho desnudo—. Dañas la vista —agregó, intentando hacerle olvidar lo abobada que estuvo un instante antes.
—¿No te gusta mi cuerpazo? A todas las chicas babean por los marcados —imposible que dejara pasar esa oportunidad. Posó como modelo, Claudeen desvió la mirada al suelo. Negó con la cabeza, Henry soltó un suspiro—. Tendrás que soportarlo, la camisa de futbol está hecha un asco.
—La del uniforme, póntela.
—Está adentro —con un gesto señaló el interior del salón del consejo. Mantuvo la vista en el interior, una ceja se alzó—. ¡Ya basta! ¡Esto es una pocilga! —vociferó, dejando atrás a la chica—. Francis, Ashton y Collins, recojan el chiquero que han hecho en este preciso instante. Amelie, detén la locura que pretendes hacer. Te vas a chamuscar la cara —May salió de su escondite. Henry le dedicó una sonrisa, ella no le causaba problemas—. Pobre niña, la asustan. Ven mi bebé hermosa, ¿qué te han hecho esta bola de horribles creaturas? —May estalló en una carcajada, al tiempo que se soltaba del abrazo que le acababa de dar Henry—. ¿Qué te da risa?
—¡Ve la cara de Amelie! ¡Vale oro! —exclamó. La rubia la fulminó con la mirada.
—Tú también eres mi bebé hermosa —replicó Henry, abrazando a Amelie por la espalda, apoyando su barbilla en el hombro de ella.
—¡Ja! ¡Sueña! —forcejeó, segundos después se rindió al sentir la fuerza que ponía Henry cada vez que intentaba salir de su agarre—. Henry, por favor... tenemos visitas.
La atención de todos se posó en la puerta. Henry se volteó, recordando a la pelirroja que estaba en el pasillo. Atendiendo su petición, buscó la camisa y se la puso, milagrosamente no había salido desgarrada por el partido callejero de los muchachos. No se la abotonó ni amarró la corbata, los extremos le colgaban sobre el pecho.
—Ustedes están locos —sentenció Claudeen, paradita en la puerta, pasando la vista de uno a otro—. ¿Dónde está la libreta de cuentas?
—Cierto, hoy venía la nueva contadora —comentó Ashton, analizando a la pelirroja.
—No tenemos libreta —Francis la miró como si estuviera hablando de algo incomprensible—. Todo eso se hace en la laptop.
Claudeen suspiró. Rezaría por paciencia, de ninguna forma soportaría niños tan mimados. Pediría perdón por cualquier ofensa que haya cometido, consideraba un castigo haber terminado en el último lugar que deseaba. Intentó recordar todo lo malo que había hecho... a su criterio era alguien que no rompía ni un traste. Entonces, se trataba de algún tipo de karma que llegaba con anticipación.
—¿A dónde vas? —preguntó Henry, viendo que Claudeen desaparecía por el pasillo. La siguió—. ¿Te escapas?
—Ya quisiera, solo voy por una libreta —respondió en orden las preguntas.
—Es más rápido con la laptop —alegó el muchacho, pisándole los talones.
—No confío en esas tecnologías demoniacas —una risita por parte de Henry irritó a Claudeen—. Si quieres que haga las cuentas, déjame hacerlo a mi manera.
—No dije lo contrario —levantó las manos en signo de redición.
Intentando encontrar a quién se parecía Claudeen, Henry la observó una vez más. Viéndola desde atrás, se dio cuenta que su caminar era firme, no mostraba indicios de ser una persona reservada o con problemas hacia los hombres. Pasaba a lado de los estudiantes sin hacerse a un lado, el chico se movería antes de terminar chocando con ella. Debía ser difícil esconder tus miedos, pretender ser una chica fuerte cuando se rompe con facilidad. La admiraba por eso, pero al mismo tiempo ansiaba poder abrazarla, hacerla sentir segura.
—¿Siempre son así?
—¿Perdón? —preguntó Henry al haber sido sacado de sus pensamientos de improviso.
—¿Siempre son así? —repitió Claudeen.
Doblaron una esquina, habían llegado a los casilleros.
—Mientras que no hayamos empezado con la junta —respondió Henry, metiendo las manos en los bolsillos. Claudeen movió la cabeza, fue casi imperceptible—. Te acostumbrarás.
—No me queda de otra —dijo, encogiéndose de hombros.
Se giró, quedó de frente a Henry, quien casi se estrella con ella. Lo miró con curiosidad. Abrió la boca para hablar, pronunció palabras sueltas, volvió a cerrar la boca para organizar sus ideas. Henry ahogó una risita, Claudeen estaba teniendo problemas para organizar sus palabras, casi podía adjudicar este hecho a su persona. ¿Estaría teniendo algún efecto en Claudeen? Ya le extrañaba que no fuera así. Ella era la chica que más se resistía a sus encantos hasta ese momento.
—¿Me sigues a todos lados? —Henry podía irse despidiendo de la idea de causar alguna emoción en Claudeen, excepto nervios. Al menos, por el momento—. Pudiste haberte quedado con esos babosos.
—Deja de llamarlos así, no lo son —si Claudeen lo escuchó, no pudo saberlo. Su rostro seguía inexpresivo—. Intenta llevarte con ellos, estarás con nosotros por un buen tiempo.
—No —introdujo la clave de su casillero, pero no lo abrió.
—¿Por qué no? Dame una buena razón.
—No quiero nadie extra dentro de mi vida —su mano se cerró sobre la fría superficie metálica, su expresión se endureció—. Personas han entrado y arruinado todo a su paso.
—Yo no soy esas personas, solo soy Henry, así como ellos tampoco lo son —agregó, refiriéndose a los chicos del consejo.
—Nadie puede asegurarlo.
—Por el amor al cielo, Claudeen —Henry se llevó la mano a la frente—. ¿He intentado ponerte un dedo encima? ¿Acaso te he pegado? Me he limitado a ayudarte...
—¡Me amenazaste con reportarme si no ayudaba con las cuentas! —exclamó Claudeen, golpeó el casillero con la mano. Henry se sorprendió por el pequeño descontrol que tuvo Claudeen, segundos después ya respiraba nuevamente con normalidad—. Henry, por favor, no te hagas al inocente que bien sabemos que no lo eres. Eres el típico chico popular nadando en dinero, que tiene a toda mujer a sus pies... ¿te has preguntado cuánto daño les has causado cuando las cambias por otras? Piensa, lo único que daña no es la violencia física. Que jueguen con tus sentimientos puede ser peor.
Por cada verdad que la chica dijo a Henry, un puñal lo atravesó sin piedad. Hubiera esperado que cualquier persona le dijera sus verdades, menos Claudeen. Sonó como si ella hubiera sido una de sus chicas. Claudeen no pretendía sonar tan venenosa con sus palabras, lo único que deseaba era alejarlo de una vez por todas, no le importaba que Henry quisiera ayudarla. Solo Joe la había ayudado, le daba miedo aceptar que una mano más, sobre todo si esta venía de alguien que nunca había figurado en su vida. ¿Por qué le costaba entenderla? Claudeen tenía una línea donde marcaba hasta dónde podía llegar y no podía pasarla, pese a eso, Henry seguía intentándolo.
¿Y si en realidad estaba haciendo lo incorrecto y alejarlo era lo que no debía hacer? Ya estaba bastante lastimada como para averiguarlo.
—Estás en lo correcto. Soy un asco —Claudeen lo siguió con la mirada. Henry se apoyó en la ventana abierta al final del pasillo. Extendió la mano a la rama cercana y arrancó una flor lila—. ¿Cómo puede haber personas tan distintas?
Dejó caer la flor por la ventana, caería a lado de sus hermanas.
Las palabras de Henry la sorprendieron, muy en su inconsciente le prendieron una diminuta flama de esperanza. Quizá no todas las personas eran tan orgullosas para reconocer sus errores como pensaba. Los pasos de Claudeen fueron haciéndose más fuertes conforme se acercaba a él, se detuvo a un par de metros.
—Algún día lo entenderemos, quizá en muchos años... —dijo Claudeen, entrelazando sus manos delante de ella—. ¿Qué pretendes hacer, Henry Winters, interesándote en una chica como yo? —cuestionó, auténticamente curiosa.
—Quizá esté buscando una forma para limpiar los pecados cometidos con tu género —se giró, apoyó todo su peso contra la ventana. Cruzó los brazos sobre su pecho.
El silencio que siguió sirvió para que ambos analizaran todo lo que se había dicho. Sus miradas se encontraron. La de Claudeen era suave, acariciaba al muchacho con cuidado, midiendo hasta dónde llegarían antes de que ese silencio se convirtiera en incómodo o las miradas se tornaran asesinas. Los ojos verdes eran cubiertos por un par de mechones que se movían con el viento. Siendo otra la situación, Henry los hubiera apartado de su rostro. Un rostro tan delicado y precioso no merecía tener nada fuera de su lugar, sería manchar tal obra de arte.
—Has elegido la forma más difícil.
—Si tuviera tu confianza... —murmuró Henry, la pureza azul en sus ojos invitaban a creer en sus palabras. Algo dentro de Claudeen se lo impedía, unas cadenas la ataban.
—No empieces con eso, sabes que tienes que ganártela —lo interrumpió Clau, una deje de tristeza apareció en su voz—. Eres muy insistente.
—Solo contigo, te haces del rogar. ¿Te han dicho que eres difícil? —inconscientemente le estaba coqueteando, Claudeen se sonrojó. Y el color aumentó al darse cuenta de eso—. Quién diría que te sonrojarías... eres una cajita se sorpresas.
—Silencio, Tudor —ordenó dándose la media vuelta. Se llevó las manos a las majillas, el color se iría una vez que el frío fuera transmitido a su piel—. ¿Qué me está sucediendo? —susurró, los sentidos alerta.
Las manos de Henry cayeron sobre sus hombros, un respingón casi la hace perder el equilibrio. Sintió la respiración del muchacho sobre su cuello, casi al mismo tiempo le llegó el extraño olor a sudor y colonia, muestra de haber estado en el entrenamiento. Mágicamente no apestaba. A Claudeen se le aceleró el corazón sin piedad, martilleos seguidos sobre su pecho. ¿Miedo? ¿Un sentimiento nuevo? Una pregunta de mayor importancia acaparó su mente, eliminando las demás.
¿Qué estaba sucediendo?
—¿Vuelvo a ser Tudor, my lady?
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