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II

Henry tomó asiento en la terraza del café, a un par de mesas de una fuente en el centro de la terraza. Niños corrían alrededor de la mujer de mármol, que tenía un petirrojo acicalándose en su cabeza. Los meseros atendían sus respectivas mesas llamando la atención de los niños, en ocasiones fingían ser ese personaje famoso del que iban vestidos. Curioso, observó el extraño uniforme de los meseros. En lugar del clásico conjunto, vestían disfraces de todo tipo. Un bombero, una chica disfrazada de flor, un chico samurái, una princesa. Divertido, siguió viendo los disfraces, mientras esperaba que le llevaran el menú.

Una melena zanahoria entró en su campo de visión. Inmediatamente, sus ojos se desviaron al conjunto oscuro y a los tirantes cruzados del mandil. Una sirvienta. Su piel pálida destacaba sobre esos colores oscuros y el rojo vivo de su corto cabello. No pudo evitar imaginarse a Cliché en esas prendas.

«A ver si trabajando como sirvienta aprendería a tratar a las personas como se debe, con respeto.»

La chica se volteó al llamado de un cliente a pocas mesas de Henry. Entonces la tuvo de frente. Los ojos de Henry se abrieron completamente. Un extremo de sus labios se curvó y soltó un poco de aire saboreando las posibilidades que se le presentaban.

Claudeen, la más estudiosa del instituto, estaba a un par de metros de él, acompañada de una sonrisa que pocas veces se le veía. Hubiera deseado ver la expresión que su rostro pudo haber adquirido al verlo allí, pues el café estaba lejos de ser el Starbucks que acostumbraba visitar.

Viéndola tan cerca de su mesa, Henry pensó que ella lo atendería. Una pizca de desilusión apareció en Henry cuando en lugar de ser Claudeen quien le diera el menú, se lo ofreció un muchacho disfrazado de pirata. Pidió lo primero que vio para nuevamente buscar a Claudeen.

La chica, siempre observando si alguien necesitaba algo, no tardó en percatarse de la presencia del presidente estudiantil, ese al que llamó baboso y confundió su apellido con "Tudor". Se sintió pequeña al descubrir que la mirada de Henry estaba sumida en ella. El muchacho, sínicamente, le sonrió y movió la mano a modo de saludo.

La chica lo barrió con la mirada, consiguiendo hacerlo sentir un pedazo de basura.

No estaba necesitando nada, su compañero acababa de tomar su pedido, ella lo había visto. Sin más, Claudeen se encaminó de regreso al interior del café, ignorando a Henry lo mejor posible e intentado ocultar la sorpresa de verlo allí.

Sus conclusiones llegaron rápido.

«Definitivamente», se dijo, «tiene que ser algún tipo de broma pesada, pero no puede ser, nadie sabe dónde trabajo.»

¡Es más! Solo dos personas sabían que trabajaba. Milagrosamente en esa lista no figuraba Joe, sino su madre y Jack, el vecino que le informó de la disponibilidad de un puesto en el café un año atrás. Había sido una decisión que ponía en peligro su expediente académico.

«¿Me siguió? Seguro estaré en problemas.»

Entre las reglas más desconocidas por el alumnado se encontraba la única que Claudeen había roto: trabajar una jornada mayor de dos horas. Por experiencia, Claudeen sabía que era imposible y no se encontraba en posición de dejar pasar un trabajo tan bueno como el que obtuvo en el café. Mantenía sus buenas calificaciones, era la primera de su grado, siempre pensó que sería excusa suficiente.

Sin embargo, tenía miedo. A Henry no le agradaba y aunque no la reportara a propósito, seguramente se le saldría frente a su padre, el director. ¿Claudeen había pensado que nunca se enterarían? Todo se descubre en algún momento, sea tarde o temprano. Sucederá.

Por allí iban sus pensamientos. Unos hacia la puerta que decía "trabajo" y otros a "lo que sucederá si el director se entera de mi trabajo". Milagrosamente lograba tomar los pedidos correctamente y entregarlos, sin lanzar la charola al caminar. Alguien le debía de dar un premio por eso.

—Clau, Tierra llamando a Clau —decía una de sus compañeras, Ellie, cuando se encontraron en la cocina—. ¿Conoces al rubio de la terraza?

Claudeen arqueó una ceja.

—Hay muchos rubios en la terraza —espetó, asentando la charola encima de una pequeña torre de ellas—. Un bebé rubio, un niño rubio, un señor rubio. Estamos en un país donde hay más rubios que pelirrojos. ¿A qué rubio te refieres exactamente? —ya sabía a quién, intentaba evitar caer al tema lo más temprano posible. Quizá cuando su turno ya hubiera terminado y pudiera huir dejaría que empezaran a hablar de él. Alzó la vista al reloj, le restaba media hora y sería libre.

—Ya sabes, no te hagas. El rubio guapetón de la mesa de Steve.

—Ah, Henry Tudor —dijo sin mucha emoción o mucha importancia, esta vez confundiendo el apellido a propósito. Soltó un sonoro suspiro—. Estudia en mi instituto, un año mayor.

—¿Es tu novio? —Preguntó Ellie, interpretando a su gusto el suspiro.

—¡Ja! Es demasiado baboso para mí.

—Pues... no te ha quitado el ojo de encima desde que te vio. —Siguió Ellie, dándole un ligero codazo en las costillas.

—No se esperaba verme aquí, solo es eso. —Dicho eso, se centró de nuevo en su trabajo.

Claudeen se sintió observada el resto de su turno. Cada vez que pasaba a lado de Henry recibía una mirada socarrona, en una ocasión fue un guiño. Se fue haciendo más cansado e incómodo ir a la terraza. Por más que supiera vagamente el tipo de chico que era Henry —un mujeriego de primeras con una larga historia por ser coqueto—, se ponía nerviosa, sumamente nerviosa.

¿Qué quería exactamente con ella? De tener la respuesta, quizá esos nervios bajarían unos cuantos niveles. Claudeen odiaba tener un par de ojos fijos en ella y aquellos, los del muchacho, no se despegaban ni cinco segundos. Al menos, no cuando daba un paso en la terraza.

Entonces, se le ocurrió que Steve checara lo que hacía cuando ella no estaba allí.

—Trabaja con unos papeles. —Le respondió. ¿Qué papeles? Ella no había visto papel alguno. Alzó una ceja, abrió la boca y la volvió a cerrar.

—¡Clau! —exclamó Ellie, tomando a su amiga de los hombros—. Ese chico no te quita el ojo de encima por un motivo. Debe de estar interesado en ti.

—Seguro. —Dijo irónicamente.

—No, en serio lo digo.

—Sabe que estoy haciendo algo que no debo —se detuvo, esperó que salieran los últimos dos capuchinos que esperaba para llevar a la barra—. Mañana lo sabrá el director —murmuró para sus adentros.

—¡Habla con él! —Ellie recibió una mirada de pocos amigos. La muchachita era experta en ver interés en personas donde no había—. Okay, ya entendí. Nada de romance —suspiró—. Si le explicas la situación podrías sacar más de lo que te esperas.

—No hablaré con nadie como él de mis problemas. —Sentenció Claudeen, frunciendo el ceño.

Volvió a lanzarse a la terraza.

—Disculpa —escuchó que la llamaba el que había invadido su territorio. Henry Winters. Maldijo para sus adentros. Con la mejor sonrisa que tuvo, se acercó al muchacho—. ¿Me podrías traer un popote?

—Claro —fue y regresó con el pedido—. ¿Necesitas algo más?

—Un poco de azúcar, me he acabado toda —sonrió más de lo necesario, cosa que enfadó a Claudeen. Poco falto para recibir una mala cara por estarle coqueteando. Tragándose las ganas de decirle cuánto hubiera deseado que pidiera todo desde un principio, regresó por un bonche de sobrecitos—. Gracias...

«Al menos agradece», pensó Claudeen sonriéndole cortésmente.

Ya había dado unos pasos cuando Henry atrapó su muñeca. Claudeen se volteó. Sus ojos, escondidos detrás del vidrio de sus lentes, se mostraron sorprendidos, pero también miedosos con una gota de nerviosismo. Probablemente, si Henry hubiera hecho lo mismo y Claudeen no estuviera trabajando, ella hubiera lanzado un chillido.

¿Por qué la tocaba? ¿Así se comportaba con todos? Odiaba que las personas fueran tan libres con ella, aún más que fuera un hombre el que tuviera ese atrevimiento. Las experiencias anteriores no le habían dejado un buen recuerdo, podía nombrar las veces que esos recuerdos habían dejado marca permanente. Se puso roja, esta vez no de los nervios, sino del disgusto que le producía y, en parte, por la semilla venenosa sembrada con anterioridad.

—¿Henry? —Dijo, esforzando el mejor tono de voz, intentando esconder la voz chillona que amenazaba con salir. Retrocedió un poco. Henry notó que su mano libre se aferraba a la falda.

—No, nada... —murmuró, sorprendido de la reacción de la chica. La soltó inmediatamente, estaban atrayendo mucha atención. Los ojos azules de Henry se encontraron con los verdes de Claudeen, por más que intentara leer sus pensamientos, no lo conseguía—. ¿Cliché? ¿Estás bien?

—Perfectamente —respondió con un hilo de voz, después de unos breves segundos respiró profundamente. Henry entrecerró los ojos, no le creía claramente—. En serio... solo no le digas a nadie.

—¿Decirle qué a quién? —Preguntó tarde. Claudeen ya se había alejado con la charola abrazada a ella.

Escuchó lejanas las palabras de Henry, claro que no regresaría a responder. No mientras las voces de sus recuerdos la embistieran con rapidez como en ese momento. Gritos retumbaban en su mente, sus propios gritos causados por golpes y no poder escapar, ya que una mano de hombre la mantenía presa. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. ¿Tan fácilmente era enviada a su propio pasado? ¿Tanto miedo le tenía al tacto del sexo opuesto? Solo había sido necesario que Henry la tomara por la muñeca, ni siquiera la abrazó.

Ellie la vio entrar a la zona de empleados completamente pálida, las pupilas diminutas y las manos temblando. Rápidamente, fue a su encuentro. Notó sus manos heladas. Asustada, le habló un par de veces, pero Claudeen Brooks ya no veía el presente, tampoco le hablaba a ella cuando pronunció un único nombre con todo el terror que pudo imprimirle:

—Frank.


Hey! Espero les haya gustado :) Visiten mi perfil para más historias (más modernas y no tan viejas como esta).

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