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Epílogo

N/A: Los agradecimientos primero, porque es más probable que lo lean y de verdad quiero agradecerles, primero que nada por haberme soportado y seguir leyendo la historia después de haberla eliminada... sin ustedes esta historia no estaría aquí, la hubiera dejado antes de eliminarla, así, mucho antes. Así que felicidades a ustedes por conseguir esta historia finalizada, espero les guste el final ^^

¡Nos vemos en la siguiente!

Varios años después en Londres.

Observó con detalle cada centímetro de la manzana buscando abolladuras o una señal de contener un bicho. Satisfecha, la metió a la cesta de mimbre junto con tres manzanas más y varias frutas y verduras adicionales. A su lado, la chica británica que la acompañaba en sus compras tenía una expresión pensativa. En una mano tenía una brillante manzana, la de la otra mano era de mayor tamaño por poco. Claudeen sonrió. Tomó ambas manzanas y las metió a la cesta.

—Nos falta... —dijo la chica después de tachar las manzanas—. ¿Comida para gato? ¿Tienes un gato?

—Sí, se llama como tú, Charlotte.

—¡¿Qué?! —exclamó escandalizada—. Dime que le pusiste así antes de conocerme.

—No, boba —Claudeen rió—. En balcón del departamento se acuestan un par de gatos, es para ellos.

—¡Eres todo un amor!

¿Quién hubiera pensado que terminaría entablando amistad con la chica a la que su novio, Henry, trató horrible en su visita a Londres cuando estaba en preparatoria? Claudeen tampoco se lo imaginaba, pero el destino así lo quiso al mandarla a Londres. Primero chocó con ella en la universidad, Claudeen esperaba que Henry saliera de una clase y ¡sorpresa! Charlotte fue la primera en salir. Después se encontró con ella seguido, parecía broma. Cuando se dieron cuenta ya habían pasado muchos meses y se encontraban comprando frutas en el mercado orgánico de Londres. ¿Qué pensaba Henry? Claramente al principio no le agradó la idea, pero no era el tipo de novio que controlaba con quién se llevaba su novia. Soportaba bastante bien la presencia de Charlotte e incluso la de su propio novio, aunque el muchacho nunca lo perdonó por el trato que le dio a Charlotte.

—Entonces... ¿por fin qué vas a cocinar hoy?

Claudeen miró el contenido de la cesta, así se le hacía más fácil recordar para qué era todo eso.

—Ensalada, pie de manzana y cordon bleu.

—¡Por Dios, suena delicioso! —el celular de Charlotte comenzó a sonar, tardó más desbloqueando su pantalla que en terminar la llamada—. Mi amor necesita de mi grandiosa presencia.

—¿Otra vez dándote halagos? —inquirió. Le entregó el dinero a la encargada del puesto de manzanas, le agradeció y volvió a centrarse en Charlotte—. Ya te pareces a alguien que conozco...

—¿A Oliver o a Henry? —Claudeen rió, pero no respondió. Ambos, pensó—. Por cierto, ¿dónde anda Oliver Scott? ¿Sigue estudiando medicina?

—Supongo que sí —respondió la pelirroja encogiéndose de hombros—. Lo último que supe fue que estaba en un pueblo alemán haciendo servicio social... extraño en él, ¿no crees?

—Bastante... —Charlotte suspiró—. Bueno, linda, te dejo.

Charlotte se despidió y desapareció por el camino contrario al que Claudeen se dirigió a comprar el resto de los ingredientes que le faltaban.

            ~~~~~~~

El cielo despejado hacía pensar a Claudeen que todo saldría bien esa noche, el mes anterior para esa misma fecha la lluvia había arruinado una cena al aire libre con Henry. Al menos estarían bajo techo si llovía... sólo rogaba que una nube de lluvia no se cruzara en el camino de Henry, pero estando en Londres eso era lo más común. Tendría que rezar a todos los dioses de la lluvia para evitarlo si era necesario, mientras tanto se dedicaba a ordenar el desalineado departamento. Todo lo lanzaba por la puerta de su habitación, la cual confiaba que permanecería cerrada hasta que el chico saliera por la puerta o brincara por el balcón, no sería la primera vez. Estaban en el segundo piso y la piscina quedaba a una distancia ideal del balcón.

Ya lo habían comprobado, nadie salió herido.

El celular vibró sobre la mesa, Claudeen corrió a responder.

—¿Henry?

—Baja, tengo una cosa para mostrarte.

—¿Ya estás abajo? La cena se va a enfriar —replicó Claudeen, mordiéndose el labio. Se moría de la curiosidad, pero quería llevarle la contraria. Era todo un arte—. ¿No podemos hacerlo después?

—No te hagas del rogar, Claudeen —se escuchaba la sonrisa en su voz—. Ya te he rogado demasiado en los últimos años.

—Por tonterías tuyas.

—Claudeen...

—Ya bajo, déjame veo dónde meter la comida.

Tapó la ensalada, metió el cordon bleu al horno de microondas y el pie de manzana al horno tradicional para mantenerlos calientes el mayor tiempo posible. ¿Qué quería mostrarle Henry? Estaba emocionada, bueno, ¿cuándo no estaba así por los pequeños detalles de su novio? Especialmente desde que llegaron a Londres varios años atrás. Había sido un nuevo inicio, las sombras de los problemas que tuvieron en el pasado no alcanzaban Londres. A las únicas personas que Claudeen extrañaba era a su familia, aunque eso lo tuvo que soportar desde haber partido a Boston para la universidad.

Al abrir la puerta del departamento, una mancha caramelo salió disparada al pasillo haciendo sonar la campanilla que colgaba se su collar.

—¡Condesa! —gritó Claudeen, cerrando la puerta detrás de ella—. ¡No corras! ¡Condesa!

La perrita corría más rápido de lo que Claudeen era capaz, cuando salieron a la terraza aceleró. Claudeen buscó con la mirada a Henry y le gritó:

—¡Atrapa a Condesa!

Henry dejó caer la mochila que tenía al hombro y se movió r, intentó atraparla, pero terminó en el suelo. La perrita rodeó la piscina y se detuvo a tomar un poco de agua. Ninguno conocía un perro que no lo hiciera. Claudeen y Henry intercambiaron miradas y se hicieron señas. Cada uno iría por un lado de la piscina, Condesa no podría ir a ninguna parte, detrás de ella quedaba la reja. Gracias al cielo, ella era demasiado grande para escabullirse entre los barrotes. Un paso, esperaban un tiempo, un paso, esperaban un tiempo. No querían que Condesa volviera a emprender el escape. Entonces, cuando estuvieron cerca, se tiraron para atraparla.

Condesa fue más rápida, otra vez.

Se lanzó a la piscina. ¿A la piscina? A. La. Piscina. ¡Condesa!

—Sabe nadar —dijo Henry escéptico.

—Eso parece...

Henry la tomó de la cintura y se dejó caer a la piscina, a unos metros de donde Condesa nadaba feliz. La primera reacción de Claudeen fue aferrarse a su camisa, él ya se estaba impulsando a la superficie. El agua la hacía titiritar, lo que hacía preguntarse si servían los calentadores por los que se suponía que la renta del departamento valía un ojo de la cara. Al llegar a la superficie respiró profundamente y se quitó el agua de los ojos, agradeciendo haberse quitado los lentes al cambiarse antes de bajar. Henry le sonreía, ambos brazos la rodeaban con cuidado, aunque sabía que ella no iría a ningún lado. Habían pasado esa etapa años atrás.

Observó las mejillas de Claudeen tornarse rojas.

—¡No veas! —exclamó la chica tapándose el pecho. Curioso, hizo lo contrario encontrando la blusa blanca transparentando su sujetador del mismo color—. ¡Te dije que no vieras! —chilló abochornada, escondiendo su rostro en el hueco del cuello de Henry—. Pervertido —murmuró.

—Bueno, cuando dices "no veas" usualmente lo que haces es atraer la atención y hacer que vean —acarició el cabello mojado de Claudeen—. Pareces una niña.

—Sigo siendo una niña.

Buscó los ojos de Henry, la reflejaban a ella. A nadie más veía, no con esos ojos llenos de amor y adoración. Se sentía querida entre los brazos del chico, no se arrepentía de nada, porque probablemente no estarían ahí si cambiara algo... y Claudeen era feliz ahí, con la vida que tenía.

Condesa nadaba cerca de ellos. Henry no lo pensó dos veces y estiró el brazo, felizmente la perrita nadó hacia él, haciendo sonreír a Claudeen. Ese par no se llevaban bien, a pesar de que la habían ido a comprar juntos y Henry había jugado con ella tanto como Claudeen. ¿Qué había sucedido entre ellos? Era muy problema de los dos, Claudeen los adoraba a los dos.

—Vamos al depa, tengo dos chicas temblando.

—¿Y lo que me querías mostrar?

—Regresamos una vez que estés seca, tenemos toda la noche por delante.

             ~~~~~~~

En los platos, asentados en la meja baja sobre la alfombra de la sala y adelante del sofá, sólo quedaron gotas del aderezo de la ensalada, migajas del pie de manzana y trocitos de jamón del cordon bleu. Los chicos estaban sentados en el suelo, usando el sofá como respaldo, después de haberse cambiado —Claudeen se puso un vestido sencillo y Henry la muda de ropa que tenía ahí por idea de Claudeen después de una guerra de comida entre los dos— se habían envuelto en mantas y cenado allí, acompañados de una película de aventuras que les gustaba a ambos. Henry tenía un brazo rodeando los hombros de Claudeen, su cabeza descansando en el pecho del chico.

—¿Segura quieres ir a ver la sorpresa? Estoy muy cómodo aquí.

—¡Heeenrrrryyy! ¡Vamos! No me dejes con la duda, ya me empapé, caí a la piscina, viste mi ropa interior... ¿y preguntas eso?

—Es lo más cerca que he estado de tu ropa interior, así que no lloriquees —le dio un beso en la frente. Se levantó y le tendió la mano para ayudarla—. Vamos, York.

—Tendrás que esperar hasta vestirme de blanco y salir de la iglesia para hacer esas cositas que tanto deseas con mi ropa interior, Tudor.

—Me caso cuando quieras —dijo bromista.

—¡Henry! —le dio un pequeño codazo.

El rubio se colgó una mochila al hombro y salieron del departamento. Ya sin el pendiente de la comida, la llevó a un parque cercano que bien sabía que estaría vacío a esa hora. Claudeen se sentó en la cima de la resbaladilla mientras Henry preparaba la gran sorpresa, pero desde allí podía ver los fuegos artificiales, las bombitas y demás productos luminosos llenos de pólvora. Sonrió. Le encantaba el cielo colorido, brillante. La llamó y bajó. Entre los dos prendieron todo lo que tenían, viendo surgir una nube de pólvora entre más cosas explotaban. Se tomaron de la mano, un choque eléctrico los cruzó. El estómago de Claudeen dio la bienvenida a las mariposas hormonales. Se miraron por un segundo, conscientes de que ambos sentían la electricidad entre ellos. A Claudeen le impresionaba que pudieran entenderse sin decir una palabra... ¿cuándo había empezado? Posó la mirada en el cielo, las luces bailando entre ellas. Cuando yo lo permití, respondió su pregunta en silencio.

—¡Mira! —la pelirroja señaló un punto a la izquierda de donde estaban las luces que ellos crearon, allí unas comenzaban a aparecer una tras otra.

Henry sonrió, todo estaba saliendo como quería. Abrazó a Claudeen por detrás, apoyó su barbilla en la cabeza de ella con suavidad.

—¿Alguien más está jugando con los fuegos artificiales?

—No, yo creo que alguien está haciendo bien su trabajo.

—¿Cómo?

—Alguien me debía un favor y hoy me lo pagó, necesitaba un ser humano experimentado con los fuegos artificiales gigantes.

—Bien usado el favor.

Se giró a darle un beso en la mejilla, no se movió. Contempló a su Henry, adoraba poder decir que era de su propiedad, al menos sus sentimientos eran sólo suyos. Henry dejó salir un murmuro recordando que tenía algo guardado en su bolsillo para darle. Lo sacó, movió el pequeño objeto a una buena distancia de Claudeen para que pueda verlo. Tardó unos segundos en ver qué era. Se trataba de un collar con un colgante peculiar, sólo ellos verían el significado. Dos coronas, cada una tenía su inicial gravada por afuera. En el interior había una "T" en la que tenía la inicial de Henry y en la de Claudeen había una "Y". Por los apodos que se dieron en preparatoria, mismos que se decían de vez en cuando a modo de juego. ¿Por qué estaba ahí? Debía de haber una razón más fuerte. Henry debió de leer la mente de Claudeen, porque le explicó brevemente.

—Nuestra relación no es un cuento de hadas, ¿recuerdas? Tú misma lo dijiste —ella asintió suavemente—. Ellos no fueron parte de un cuento de hadas y nosotros tampoco lo somos.

—¿Sabes la historia de ambos? ¿Sabes que al principio fue un arreglo político?

—No arruines el momento, Brooks, me hiciste leer a Isabell de York y a Henry VII unas quince veces. Terminaron amándose hasta que ella murió y luego él murió de amor, al menos en parte, ¿eso quieres oír? ¿Que sin ti me muero y me dejarías miserable?  

Claudeen sonrió completamente, mostrando los dientes y con las mejillas sonrojadas.

—¡Eso quería oír! —el muchacho negó con la cabeza conteniendo la risa—. ¡Oh, Henry! Te diría que te amo de aquí al sol, pero eso no es suficiente.

—Qué bueno, porque me sentiría muy decepcionado. Yo te quiero de aquí al infinito.

—Entonces más le vale al infinito nunca contraerse, me gusta ser amada a montones.

Henry soltó una carcajada, esa era su chica sincera.

 Al mismo tiempo que Claudeen dijo su última frase alcanzó a ver el rápido destello de una estrella fugaz y debió de haber escuchado su deseo, porque Henry no dejó de amarla. Tal como ella siguió adorándolo hasta cuando eran viejos y se sentaban en sus mecedoras con los nietos jugando en el jardín. Así era el amor, ¿no? O al menos eso pensaba Claudeen, porque de otra forma no sabía qué era ese intenso sentimiento albergado en el interior de su corazón por Henry, ese muchacho que le daba dolores de cabeza y grandes momentos de felicidad. 

                              Fin...

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