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Capítulo 7: Cartas peligrosas

Elena no podía ocultar sus emociones después de haber hablado con el joven que limpiaba la cubierta.  «No puedo creer que sea el mismo» , pensaba a la vez que Danielle trataba de cubrir con una sonrisa fingida, la sínica felicidad que su amiga sentía.

—Elena, tu padre y Barboza ya están aquí. Actúa normal o se darán cuenta —pidió Danielle  mientras hacía un gesto de saludo para el capitán y su contramaestre.

—Hola, padre. Buenos días, Manuel —saludó Elena con serenidad y siguiendo el juego que Danielle había comenzado.

—Buenos días —respondieron prácticamente al mismo tiempo tanto Manuel como el capitán.

—¿Qué pasa, hija? Te veo muy feliz esta mañana —interrogó el padre con una incrédula mirada sobre la castaña que se mostraba alebrestada por la vida.

—Me siento más tranquila, padre. Además, ya sabe usted, que Danielle siempre me hace reír —resolvió la joven inclinándose levemente hacia el costado de la rubia.

Por su parte, Danielle se limitó a asentir con la cabeza al tiempo que ocultaba ambas manos por detrás. 

—Supongo que sí, nuestra querida Danielle es un ángel en este barco. Pero me alegra encontrarte de buen humor, ya que has estado ignorando la plática que Manuel, tú y yo tenemos pendiente. Espero que sea hoy el día en que finalmente pongamos fecha a su matrimonio —comunicó el robusto hombre.  

Lamentablemente para el capitán, sus palabras estaban siendo ignoradas por la pareja de futuros esposos. Elena mantenía sus pensamientos en aquella casi imposible coincidencia que estaba viviendo al haberse encontrado con el joven de la máscara negra. Por otro lado, Barboza vigilaba los movimientos del nuevo miembro del barco, aquel que estaba a unos cuantos metros de su prometida y los celos no le permitirían olvidar los deseos de Elena por proteger al hombre que le salvó la vida.

—¿Están de acuerdo? ¿Elena? ¿Manuel? —preguntó el capitán, al darse cuenta de que no fue escuchado del todo.

—Sí, padre. Hoy hablaremos de eso —aseguró la joven con la total atención en el capitán y el contramaestre. 

Por su parte, Barboza la observó con recelo, la conocía lo suficiente como para entender que aquello fue dicho para evitar un regaño; no obstante lo dejó pasar y se dispuso a sacar de su vista al grumete que tanto aborrecía. 

—Como usted lo crea mejor, capitán. Si me disculpan, iré a atender un asunto —anunció para retirarse y enviar por debajo de la escotilla a Alejandro.

Elena entendía muy bien que, desde aquella ocasión en Manzanilla donde trató de favorecer la suerte de Alejandro, un acercamiento con él sería complicado. Sobre todo sabiendo que su prometido tenía los ojos puestos en ambos.

—Danielle, tienes que saber lo que ha sucedido... Creo que es un sueño —expresó al verse solas después de unos instantes.

—Entonces dime, ¿qué te dijo ese hombre que te puso tan feliz? —inquirió la rubia que soltó el cuerpo una vez que ambos piratas se marcharon a sus respectivas labores. 

—¿Recuerdas el caballero de la fiesta? El de la máscara negra. —Elena no se preocupó en disimular el rostro iluminado que le nació de pronto.

—Sí, ¿qué pasa con él? —interrogó Danielle, después de morder la manzana que aún no podía terminar de comer.

—Se llama Alejandro —. Aclaró la castaña con una grata curvatura en los labios.

—¿Alejandro? Igual que... ¡¿Es el mismo hombre?! —gritó Danielle, con unos enormes ojos en su rostro.

—¡Silencio! Te van a oír —alertó Elena tapando la boca de su amiga. Luego volvió de a poco la mano y se aseguró de que no hubiera nadie escuchándolas a su alrededor. —Pero sí, tienes razón, es el mismo hombre de la fiesta. Esto parece ser cosa del destino, ¿no lo crees?

La rubia hizo una mueca, creyendo que su amiga realmente perdió el control. 

—No, no pienso que sea cosa del destino, ¿sabes por qué? Porque te vas a casar, estás comprometida.

La hija del capitán arrugó la nariz e hizo una mueca de desapego. 

—Ya sé de mi compromiso con Manuel. No creo que necesites repetírmelo —reprochó cansada del tema—, pero... ¿Y si el compromiso no se diera?

—¡Por dios, Elena! Si le acabas de decir a tu padre que hoy mismo le pondrían fecha a la boda. Además, Manuel no se merece eso, hace mucho tiempo que su matrimonio se arregló —declaró Danielle bajando el tono de voz, todavía más. 

Por su parte, Elena apenas si ponía atención a los consejos de Danielle, ella únicamente pensaba en un acercamiento que la llevara hacia Alejandro, aun cuando aquello fuera más que peligroso para todos. 

—Para mi padre cualquier momento es bueno para hablar del compromiso y tampoco me creas egoísta. Realmente le tengo afecto a Manuel y justo por ello considero que es mejor que no se celebre esa boda. —Infló el pecho como símbolo de seguridad—. Él se merece a alguien que lo ame de verdad.

—Será mejor que reflexiones bien las cosas. Evita a tu padre como todo el tiempo. Después hablarás con ellos cuando se te pase la ilusión por ese hombre, además lo viste una noche en Magdalena; no sabemos quién es o si tiene esposa e hijos. Prácticamente, no sabemos nada, solo hablaste de tonterías con él durante un par de horas. 

Incluso la rubia creía que los planes de su amiga eran algo más que una simple tontería, debía tratarse de la vaga idea que tenía de que él era toda perfección cuando muy probablemente algo podría estar mal. 

—Sí sé quién es... Sé que es una buena persona porque nos ayudó en Magdalena y por supuesto que no está casado; me lo habría dicho en la fiesta o usaría una argolla de matrimonio —comentó la castaña con el semblante de una niña enamorada. 

Danielle rodó los ojos y soltó el aire. 

—Amiga, los caballeros también mienten sobre sus identidades como lo hacemos nosotros. El anillo se lo pudo quitar o se lo robaron los nuestros y tenemos claro que salvó tu vida. Sin embargo, él no tenía ni la más mínima idea de que eras la hija de un pirata. Por otro lado, Manuel siempre ha estado como un perro fiel para ti y te protege todo el tiempo, sin mencionar lo mucho que el capitán lo estima, ¿por qué no ves eso, mujer? Sólo piénsalo y acláralo.

—¿Cómo voy a aclararlo todo? —cuestionó la hija del capitán, arrugando la frente—. No puedo hablar con Alejandro. Sabes tan bien como yo que mi padre jamás ha permitido que cualquier otro hombre, que no sea Manuel, se me acerque. Él lo eligió para ser mi marido y ese ha de ser. 

—Pues tienes suerte de que tu marido tenga los dientes completos —expuso la rubia a sabiendas de que los piratas no eran los más agraciados del mundo—. Además, según recuerdo, te preguntaron y dijiste que sí.

—Sí, acepté porque pensé que no conocería a alguien como Alejandro que se interesaría por mí, creí que, si no me casaba con Manuel, ya no lo haría nunca. —Se recargó sobre la madera e hizo una mueca con la boca—. ¿Por qué tú no me entiendes a mí?

—Porque aún creo que estás confundida y mucho.

—Si no hablo con él, nunca podré averiguarlo —espeto Elena frustrada por la situación.

—Está bien, Elena... Hagamos un trato —expresó Danielle, pensando en ayudar a su única amiga—. Yo te ayudaré a que te comuniques con Alejandro por medio de cartas, a cambio de que olvides esa extraña idea que tienes de cancelar tu compromiso con Manuel.  Al menos, hasta que estes segura de tus sentimientos.

Colocó una de sus tersas manos por sobre las de la castaña. Sin embargo, para Elena la idea parecía extraña y preocupante.  

—¿Cartas? ¿Y si nos descubren?

Danielle sonrió para amabas, era cuestión de práctica y ellas sabías bien como salirse con la suya cuando era necesario. 

—Las escribirás por la noche, yo se las entrego por la mañana. A esa hora todos están tan ocupados que nos ignoran. Escondemos tanto papel como tinta para él y ya será su tarea que no lo vea escribir Barboza o alguien más —explicó satisfecha con el peligroso plan. 

—¿Crees que funcione? —cuestionó Elena, entendiendo que era la única opción que tenía.

—Peor es no intentar, ¿no crees?

Esa misma noche, Elena se dispuso a terminar su cena con rapidez para después despedirse cordialmente de su padre y de Barboza, quien tenía la intención de compartir con ella un momento a solas. Sin embargo, Elena sabía escabullirse muy bien de los momentos incómodos que constantemente tenía con Barboza o con su padre. De modo que, fingió un dolor de cabeza que la hizo ir a su habitación sin levantar sospechas de sus planes. Entre más pasaba el tiempo, más cerca podría estar el matrimonio planeado por su padre. El capitán no podía sentir mayor paz y orgullo que ver a su única hija casada con un buen hombre a sus propios ojos.

Finalmente, Elena terminó de escribir la carta a pesar de sentirse confundida por sus peligrosos actos; creía sentir algo único por ese joven con quien platicó por horas. Dicho tiempo, le hizo olvidar su verdadera condición de vida. Aunque, por otro parte, estaban los sentimientos de Manuel Barboza y los sueños de su padre de verla casada con él. Guardó la carta, esperando que Alejandro no respondiera, tenía ese doloroso anhelo de que la repudiara por ser la hija de un pirata. De ese modo, morirían las esperanzas y los sueños de amor que despertaron con su llegada.

A la mañana siguiente, Danielle cumplió con su promesa: tomó la carta que Elena preparó y salió del camarote para colocarla en uno de los cubos que el joven usaba para lavar la cubierta. Inmediatamente lo buscó y sin acercarse, le dio una señal que le hizo saber de la carta. Alejandro entendió aquel movimiento y fue tras el cubo donde se encontró el papel. Enseguida,  la guardó dentro de una de sus prendas y continuó con sus labores para evitar que alguien la viera.

—¡Ya la tiene en sus manos! —exclamó Danielle, entrando al camarote dando ancadas. 

—¿Leyó la carta? —interrogó la castaña con la cara de espanto. 

—Aun no, porque apenas comenzó con sus deberes. Supongo que la leerá en cuanto tenga oportunidad. ¿Qué le escribiste?

—Nada importante, le dije que me gustaría conocerlo más. —Apretó el vestido con las manos, estaba nerviosa a tal grado de que cualquiera podría notarlo. 

—Bueno, espero no equivocarnos en esto, Elena —dispuso la rubia llevando un bocado de comida a su boca.

—Yo también lo espero —respondió la joven, mientras miraba por la ventana.

Alejandro continuaba limpiando la cubierta como se le indicó al amanecer, sentía ansías por salir de ese barco; ser libre de nuevo y retomar su vida. Él no creía tener ni un sólo motivo por el cual permanecer en el navío hasta el día anterior cuando identificó a Elena como la señorita que huyó de la fiesta de máscaras. Esperó hasta la hora del descanso y se posicionó sobre sus rodillas frente a la proa; fingiendo limpiar algo. Luego, abrió el papel que tenía en sus manos y aprovechó la luz del día para leer con mayor claridad.

Estimado Sr. Díaz, opté por escribirle estás líneas para evitar que todos los presentes en el barco sospechen de nuestros acercamientos. Lamento mucho lo que le ha sucedido y el modo en el que terminó en nuestro barco, donde es más que claro, que no ha sido bien recibido. Danielle, mi amiga, me ha aconsejado comunicarnos por este medio. Espero entienda que, a pesar de las dificultades, me parece que tuvimos un momento increíblemente mágico en aquella fiesta en la que nos conocimos y quisiera retomar esas gratas conversaciones para brindarle un poco de compañía en La María. Entenderé si no desea responder a mi carta, pero si decide hacerlo, Danielle colocará para usted una bolsa con papel y tinta en el mismo cubo de lavado donde encontró esta carta.

Su amiga, Elena.

El joven no podía parar de decir para sí mismo el nombre de Elena. Pese a que el peligro que representaban aquellas cartas, sentía la necesidad de responderle cada palabra. Días después, Alejandro encontró el papel y la tinta que las jóvenes le prometieron. A la primera oportunidad que tuvo, esperó a que todos durmieran para responderle a quien le había robado los pensamientos desde la noche de la velada.

Estimada Srita Elena, me encantaría seguir el consejo de su amiga Danielle, a pesar de correr el riesgo de ser visto por alguno de los hombres de este barco mientras respondo a sus cartas. Aunque siendo sincero, no me importan los castigos que tenga que sufrir. Es usted, la única luz que hay en mi camino desde que llegué a este lugar. No encontraba fuerza alguna para continuar con el destino que se me ha impuesto hasta el día que supe quién era usted y si la única manera de continuar sus pasos es matando piratas, he de decirle que tendré que matarlos a todos. No sé quién es con exactitud o cómo fue que terminó viviendo esta vida, pero le diré que aquella noche donde nos conocimos, no surgió sólo un momento inolvidable, sino también una ola de grandes sentimientos hacia usted. Espero no incomodarla por ser muy directo, pues ahora que la encontré, no permitiré que escape de mí nuevamente.

Con cariño, Alejandro

Las cartas siguieron enviándose de dos a tres veces por semana. Cada una de ellas con destellos de un amor que no debía ser. A través de cada línea, expresaban todo sentimiento latente que abundaba en sus corazones: tristeza, felicidad, cobardía, fuerza, pasión. No hubo manera de controlar cada palabra dicha en las cartas que con cariño y miedo escribían. Tenían miedo, sí. Pero no se trataba del miedo a ser descubiertos y recibir un castigo; más bien, era el temor provocado por ese sentimiento desconocido por ambos, ese al que podían llamar amor. 

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