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Capítulo 35: Caminos separados

El brillante sol sobre sus cabezas, señalaba que habían transcurrido un par de horas desde su salida de Magdalena; la ciudad que en muchas otras ocasiones fungió como hogar, ahora no era otra cosa que polvo, cenizas y destrucción. Con normalidad, los piratas acechaban ciudades y puertos provocando caos, pero por alguna razón, Magdalena siempre había sido respetada. Podría deberse a Manzanilla: la playa que les pertenecía por completo y que albergaba la oscuridad de aquellas almas destrozadas, o podría ser la fortaleza del puerto de la ciudad, uno  incorruptible que beneficiaba a los comerciantes de la localidad. Incluso podría ser causa de la cuantiosa cuota que los capitanes de bandera negra pagaban para obtener la protección y discreción de la policía local. Cualquiera que fuera el caso, esos beneficios ya estaban agotados por completo para ellos. Tanto el puerto de Magdalena, como la playa de Manzanilla, tendrían que ser olvidadas por algunos años.

Camino a mar adentro, consiguieron percatarse del humo y fuego que provenía desde Manzanilla, sin duda, se sorprendieron cuando notaron la presencia de naves de bandera negra rodeando la playa. Los barcos de la marina fueron derrocados y el territorio de la gitana vivió su propia batalla esa misma noche. Era ese el motivo por el que la guardia costera nunca pudo acudir a su llamado en defensa de Magdalena.

Después de haber navegado por un día entero, los navíos decidieron detenerse con el sol matutino, el propósito era tener una reunión entre capitanes, ya que, habría nuevas decisiones y cursos para trazar. Manuel arribó primero al JJ, seguido del resto de los capitanes. Sorpresivamente para algunos, Alejandro se encontraba en el JJ acompañando de Julia y Bartolomeo, desde la perspectiva de Barboza, era la primera vez que miraba a Alejandro como a un igual, el joven de cabellos rubios estaba entre ellos bajo las mismas condiciones que el resto de los piratas.

Los capitanes de tripulación pirata, acordaron compartir hombres, alimentos, agua y medicamentos que les ayudara con la travesía que tenían frente a ellos, puesto que no podrían tocar puertos cercanos en busca de abastecimiento. Por otro lado, lo mejor para todos sería tomar caminos separados, tocar puertos lejanos y mantenerse al margen de grandes saqueos. Era casi seguro que la guardia costera no se quedaría cruzada de brazos después de la burla que les hicieron pasar. 

Julia y Bartolomeo decidieron regresar a la isla del coco, después de todo, ese era el hogar de Julia, ambos capitanes aceptaron la insignia de proteger la isla para mantenerla como refugio, no era un secreto para todos, las probabilidades de ser atacados por la guardia costera serían grandes.

En cambio, Manuel Barboza habló sobre su desición de llegar a un puerto a fin de establecerse por algunos meses, él  quería recuperar fuerzas, tomarse un respiro y honrar el recuerdo del capitán Montaño. Como buen pirata desconfiado, prefirió no dar muchos detalles de su nuevo camino, puesto que no quería sufrir una emboscada en dicho tiempo. El resto de los capitanes lo miraron sorprendidos, ya que, evidentemente, Barboza estaba tomando esa decisión, contemplando las ideas de su nueva esposa, esas que todos parecían desaprobar. 

Alejandro, por otro lado, se impuso esa misma mañana ante el hombre que se nombró comandante del barco que le pertenecía a los Díaz; reclamó su derecho como capitán y como jefe de la tripulación que asistió el barco raptado. Para él, la situación era más compleja que para el resto de los capitanes, ya que no contaba con un tesoro que le permitiera mantenerse alejado de los saqueos. Sin opción alguna, tendría que internarse mar abierto y comenzar con su nueva labor como capitán pirata para ganarse el respeto de una tripulación y de quienes navegaban las aguas. Lo tenía todo claro y no podría echarse para atrás. Enseguida, hizo el juramento que muchas veces negó haber hecho, aceptó sus responsabilidades y su servicio para con el código que una vez le castigó. Todos aceptaron la decisión de Alejandro y lo reconocieron como un nuevo capitán filibustero.

Finalmente, Julia les hizo saber a todos, la nueva fecha para la gran reunión anual que se llevaría a cabo en la isla del coco. La gran mayoría aseguró asistencia y se despidieron con la nueva finalidad de encaminarse hacia sus respectivas naves. Al salir de la reunión, Barboza se encontró de nuevo con Danielle, ella lucía realmente cansada, aunque feliz de verlo en circunstancias fuera de peligro.

—¡Manuel! ¿Estás bien? —preguntó la joven en los brazos de Barboza, después de correr hacia él.

—Cansado como todos, pero estaré bien. Me alegro de verte —resolvió.

—Igual yo — dijo con una sonrisa.

—Vamos, es hora de regresar a la María.

—¿A dónde iremos? ¿Volveremos a la isla del coco? —cuestionó la joven.

—No, por supuesto que no, al menos no por ahora. Tendremos algunos meses tranquilos en algún puerto, no sé cuál, pienso que todos necesitamos un descanso.

—En la isla del coco es donde murió el capitán Montaño y tenemos que colocar su pertenecía más valiosa en la gran cabaña, ahí podremos tomar un descanso.

—Y lo haremos, pero en otro momento. Danielle, tanto Elena como yo necesitamos estar alejados un tiempo de todo esto, volveremos a la mar, aunque no de inmediato. 

La joven miró a su alrededor y observó a Alejandro hablar unos detalles con Julia, que difícilmente escucharía desde la posición en la que se encontraba.

—¿Qué pasará con Alejandro?

—Bueno, él es ahora uno de los nuestros, un capitán para ser exactos, lo que quiere decir que lo seguiremos viendo del algún modo u otro.

—¿Y qué piensas respecto a Elena y él? —preguntó sin tapujos, pensando que podría tener una oportunidad con él.

—Sé lo que pasa por tu mente, Danielle, pero Elena sigue siendo mi esposa y ella me ha demostrado de muchas maneras que prefiere permanecer a mi lado. No te niego que me incomoda la presencia de Alejandro entre nosotros y por supuesto que no quiero que esté cercas de Elena. Con suerte solo nos veremos en las reuniones una vez al año.

—Él salvó tu vida en la batalla, ¿lo sabes?

—¡Esa deuda ya fue pagada! —alegó un Barboza exaltado—. Lo hice esa misma noche. Así que, ni él, ni yo cargamos con adeudos, los dos acordarnos no volver a entorpecer nuestros caminos y lo más probable es que así sea. ¡Vámonos ya, necesito un descanso!

—¡Espera! Tengo que despedirme de Julia y Alejandro.

La joven rubia caminó sin titubeos hasta donde estaba el par de capitanes hablando.

—Alejandro, ¿podría ir contigo? —preguntó Danielle sin preámbulos y observando el rostro contrariado que pusieron ambos capitanes.

Julia dirigió un vistazo al punto donde  aguardaba Manuel Barboza. Él portaba un semblante de agotamiento y molestia ante la reciente conversación con Danielle. 

—¿Por qué? ¿Manuel no te quiere con ellos?

La joven lo negó de inmediato. 

—No es eso, es que ellos no han tenido tiempo o espacio para estar solos. Manuel dice que irán a un puerto a vivir una vida de marido y mujer, yo no creo encajar del todo en su nueva vida.

—Puedes venir conmigo si lo deseas —expresó Julia.

—¿Por qué contigo no? —Se dirigió a Alejandro.

—No es que no te quiera conmigo, al contrario, me vendría bien la compañía. Sin embargo, recién comenzaré a acostumbrarme a esta vida y para ser sincero no tengo idea de como comenzar.

Danielle mostró esa sonrisa que contagiaba a quienes estaban a su alrededor. 

 —Ya comenzaste, lo hiciste meses atrás cuando fuiste castigado —respondió—. Además, necesitas de mi compañía, así como yo de la tuya. ¡Por favor, dime que sí!

Alejandro supo que la rubia hacía referencia a los dos corazones rotos que la decisión de Elena dejó. Después fijó su mirada en sus ojos verdes y aceptó, no sin antes advertirle que Barboza tenía que aceptarlo, no quería tener más problemas con él.

De nuevo apareció la gran sonrisa que iluminaba a la rubia, mientras se encaminaba en dirección a Barboza para darle la noticia, él se molestó, apenas ella le hizo saber su elección, no entendía por qué ella prefería estar con Alejandro en lugar de su familia, así como Montaño les inculcó. Danielle buscó las palabras adecuadas para explicarle que esta vez tenía que pensar en ella, pues no podía vivir toda una vida enamorada de él, a lo mejor, con suerte y estando apartada de él, se le pasaría el enamoramiento. 

Manuel y Danielle se dieron un fuerte abrazo, de esos donde se sienten los latidos del corazón, él la levantó por el aire y luego se despidió con un beso en el dorso de su mano. Enseguida, fijó sus ojos en ella y sintió un nudo en la garganta, al tiempo que observaba a su gran amiga y consejera, alejarse de él para colocarse justo al lado de Alejandro.

—¡Debes cuidar de ella o te mataré! —señaló Barboza con una sonrisa en su rostro.

—¡Eso haré! —aseguró sin dejar de mirar a su antiguo adversario, bajar hacia el bote que lo llevaría al lado de Elena.

Ya estando de regreso en la María, Manuel se encontró con el rostro de su esposa esperando su regreso.

—¿Todo está bien? —preguntó ella percatándose del semblante del hombre.

—Sí, todo está bien.

—¿Dónde está Danielle? Dijiste que estaba en el JJ —cuestionó la mujer de nuevo.

—Y lo está, pero ella prefiere no venir con nosotros esta vez.

—¿Por qué no? ¿Ella está herida? ¿Está molesta?

—Ella está bien y no, no está molesta, Danielle supone que tú y yo debemos pasar más tiempo a solas. A decir verdad, estoy de acuerdo —soltó con una disimulada sonrisa en el rostro, mientras dirigían sus pasos hacia uno de los costados del barco para observar el resto de las naves alejarse.

—¿Cuándo la volveremos a ver?

—En un año, en la reunión anual. Nos reuniremos para colocar los objetos más preciados de tu padre en la gran cabaña y rendirle homenaje.

Elena puso un leve semblante de tristeza, si bien, le parecía adecuada la idea de su amiga, se sentía triste por no volver a verla hasta dentro de un año, pasaron tanto tiempo juntas, que le parecía inimaginable su vida sin ella, finalmente asintió y se resigno a la diea.  

—Alejandro, Julia y Bartolomeo, ¿qué harán?

—Julia regresará a la isla del coco, ese es su hogar; Bartolomeo irá con ella y después no lo sé. Alejandro, por otra parte, ha tenido que tomar su lugar como capitán de una nueva nave pirata, se impuso ante algunos de los nuestros esta mañana y ahora se hará cargo de un barco de vela negra, increíble, ¿no?

—No veo por qué tenga que ser difícil de creer —declaró encogiendo los hombros y la mirada en su esposo—. Dijiste que era bueno peleando.

—Bueno, sí... lo dije, pero no es eso lo que me sorprende. Hablo de como todo esto se inició con un castigo y finalmente terminó prefiriendo volverse uno de los nuestros.

—Es porque ese nunca fue su verdadero castigo, esa fue su liberación. En realidad, su único castigo fui yo —resolvió Elena con seriedad.

—¿Por qué lo dices? —preguntó el capitán.

—Por nada en particular, era solo una idea.  

Elena pesaba sobre todo en las últimas palabras que Alejandro y ella compartieron antes de separarse en Magdalena, donde golpeó por última vez el corazón del muchacho.  

—¿A dónde iremos nosotros? —cuestionó la joven intentando desviar la atención de Manuel del tema que tantos problemas y discusiones les causó.

Él se acercó a su esposa, aquella con la mirada profunda de la que en muchas ocasiones anheló sentirse dueño. La amaba y estaba dispuesto a luchar por su cariño, por su amor, por una vida plena a su lado.

—Entiendo que te ha sido difícil aceptarme como el hombre que ha de cuidar de ti, no soy un caballero, soy un pirata, no tengo esa libertad que te permita decirle al mundo tu nombre, en vez de ello tendrás mi fuerza, mi vitalidad, mis energías y un corazón dispuesto a amarte por toda la eternidad. Si eso te es suficiente, si supones que mi amor por ti, te hará feliz, entonces te diré que  he de cumplir cada pequeño deseo tuyo. 

—¿A qué te refieres?

—Iremos a Portobelo, tendremos una luna de miel, compraremos una casa y viviremos una vida normal como cualquier pareja de esposos. Con suerte tendremos algo de paz por algunos meses, ¿qué te parece?

—Eso me encantaría, pero, ¿qué hay de tus sueños? ¿Ya no deseas convertirte en ese pirata legendario que un día añoraste ser? 

El hombre sonrió con la mirada en el mar. 

—Lo lograré, un día seré eso y más. Por tu padre, por ti y por mí. 

Elena asintió llena de esperanza, enseguida, recibió un gran beso de su esposo y lo vio pasear por cubierta dando algunas indicaciones que los llevarían al lugar que albergaría una nueva vida.  

                                   FIN

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