Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 34: Cenizas y polvo

La noche larga que se vivió en Magdalena terminaría pronto, aun cuando pareciera que la ciudad no vería un nuevo amanecer. Para los piratas que permanecían escondidos, el tiempo se agotaba, puesto que estaban a escasos minutos para que el cielo comenzara a aclararse. Danielle y Alejandro continuaban bajo el resguardo de aquel pequeño escondite proporcionado por las escaleras de la casona, sin embargo, sabían que tenían que salir de ahí en breve si querían permanecer con vida. Ambos fugitivos decidieron aventurarse en busca del camino que los llevaría al embarcadero, Alejandro pensó en recorrer las calles menos transitadas y aunque el camino podría ser más largo, también sería el más seguro. En definitiva, ya no deseaba encontrarse con inocentes a los que tuviera que arrebatarles la vida. 

Al cabo de unos minutos, deambulando por las calles de Magdalena, se toparon con un guardia malherido que bien podría pasar por muerto, el hombre logró identificarlos a pesar de la oscuridad y comenzó a gritar con fuerza para alertar a los guardias de su presencia. Tras el evento, Alejandro silenció al hombre herido de la única manera que podía hacerlo: atravesando la garganta del guardia con la espada que portaba en mano. Para su infortunio, los chillidos del hombre tenían el propósito de provocar estragos. Danielle y Alejandro sabían que pronto tendrían un escuadrón de guardias sobre ellos.

—Tenemos solo dos opciones, Danielle: correr hacia los muelles sin importar que nos vean o buscar un lugar seguro para escondernos —dijo Alejandro, preocupado por la situación.

—No nos podemos esconder, pronto amanecerá —señaló la mujer con dirección al cielo.

Alejandro asintió con la cabeza después de mirar el cuerpo del hombre sin vida, tomó la mano de Danielle y corrieron juntos rumbo al embarcadero. En su llegada al sitio, no tardaron mucho en notar la presencia de los guardias que tenían resguardada la entrada al muelle, evitando así, la salida de sus enemigos.

—¡Alto ahí! —ordenó uno de los hombres más cercanos al comodoro, parando en seco los pasos de Danielle y Alejandro—. Señor Alejandro Díaz, será mejor que usted y la mujer que le acompaña se entreguen a la justicia ya mismo.

—¿Por qué? —cuestionó el rubio—. La señorita es mi prometida y es una ciudadana de Magdalena, ella no tiene nada que ver con la piratería —bramó aquella mentira con el objeto de resguardar a Danielle de la terrible situación.

—Entonces, no tendrá problema en que la investiguemos antes. ¡Por favor, arroje su arma, no le será posible ganar esta batalla usted solo!

El rubio tragó grueso, si se tratase únicamente de su vida, bien podría correr el riesgo, pero ahora su decisión involucraba la vida de Danielle. Estando a punto de bajar el arma, el grito de una voz reconocida llamó su atención. 

—¡No están solos! —gritó Barboza desde uno de los costados a las afueras del muelle. 

El pirata estaba acompañado por una espada en cada mano junto con un semblante sombrío, mientras surgía de uno de los rincones que seguían cubiertos por la noche. Los guardias presentes volvieron sus armas hacia Barboza y dejaron de lado la presencia de los dos fugitivos. Danielle, sorprendida de la intervención del pirata, se llevó una mano a la boca, evitando soltar un alarido debido a la corazonada de que algo podría salir mal. 

El asistente del comodoro dibujó una disimulada sonrisa ante la idea de que aquella batalla acabaría pronto.

—¡Atrápenlos! —ordenó. 

Sin embargo, la sentencia de aquel caballero fue opacada por el fuerte estallido de uno de los barcos del muelle que ahora se encontraba en llamas.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntaron los guardias que asistían al comodoro, pues nadie lograba ver, lo que sucedía a sus espaldas.

—¡Nuestros marinos han llegado! ¡Sus barcos han sido incendiados! —informó de nuevo el primer oficial, señalando el fuego tras sus espaldas.

—¡Oh, no! ¡Claro que no es así, oficial! ¡Debería observar mejor de que barco se trata! —respondió Alejandro complacido con lo que pasaba—. Los barcos que están en llamas no son los nuestros, más bien son los de ustedes.

Quienes observaban a las afueras del muelle, no alcanzaban a entender lo que sus ojos miraban. El infierno fue nuevamente desatado, fuego, cañones y aceros. Los filibusteros estaban a punto de salirse con la suya, estaban cerca de obtener su libertad, dejando una ciudad hecha cenizas y polvo. Las preguntas iban y venían en sus acorraladas mentes; ¿dónde estaban el resto de los hombres que servían a Magdalena? ¿Por qué nunca aparecieron? En aquel momento, ni los guardias, ni piratas conocían la respuesta. 

Los estruendosos estallidos comenzaron a darse cada vez más seguido, la ciudad volvía a estar cubierta de humo, ruido, escombros y llamas. Los piratas que se mantuvieron escondidos, esperando salir, encontraron la oportunidad perfecta para llegar a la cita establecida. La batalla eterna entre los perros del mar y la guardía costera fue incitada como en muchas otras ocasiones. Julia y el capitán Bartolomeo se unieron a la contienda junto con llos mismos que los acompañaron en la casona. De pronto, el número de ambos bandos estaba igualado. 

En un costado de la batalla, Alejandro cuidaba de la vida de Danielle, derribó de un golpe a uno de sus adversarios y al levantar la mirada, logró ver a Barboza peleando como una fiera junto a ellos.

—¡Manuel, ¿dónde está Elena?! —se atrevió a preguntar, alerta de lo que pudiera pasar.

—Está a salvo. Tienes que llevarte a Danielle junto a ella, está frente al JJ. Suban a la María ya mismo, yo los detendré un poco más hasta que la mayoría haya caído.

—¡No! ¡Me quedaré también! —respondió Alejandro con la mirada al frente de los guerreros.

—¡Salgan de aquí! —bramó el pirata negado a la huida. 

—¿Estás seguro? 

—Tenía una deuda pendiente. ¡Váyanse ahora! —exigió de nuevo, asintiendo con la cabeza. 

Alejandro y Danielle corrieron tan rápido en dirección al muelle que no notaron que Julia iba detrás de ellos en busca del JJ. Sin duda, temía que su barco hubiese terminado afectado.

—¡Oh, mi dios! ¡Ahí estás, sano y salvo! —expresó al verlo fuera de peligro.

—Danielle, ve con Julia y que preparen los navíos para salir de aquí, yo debo buscar a Elena —indicó Alejandro, señalando la nave. 

—Eso no será necesario, aquí estoy —resolvió Elena corriendo hacia ellos, estaba feliz de verlos a todos con vida. 

Danielle se fundió en un abrazo después de mirar a su mejor amiga, puesto que temía por la integridad de quien fuera como su hermana. 

—¡Oh, gracias al cielo, Elena! Me tenías muy preocupada.

—Lo sé, yo también estuve preocupada por ustedes. Manuel y yo llegamos aquí un par de horas atrás, pero nadie apareció. ¿Dónde están los demás? ¿Y Manuel? —cuestionó observando a su alrededor. 

—No te preocupes, vienen detrás de nosotros, será mejor que suban a la María pronto —dijo Julia, tratando de llevarse con ella a ambas chicas.

No obstante, la castaña hundió el entrecejo y se plantó firme sobre el piso que pisaba, era igual a un árbol obstaculizando el camino. 

—¡No me moveré de aquí! ¡Esperaré a Barboza! ¡No puedo irme sin él! —manifestó en un grito. 

—¡Vamos, Elena! Él le pidió a Alejandro mantenernos a salvo, subamos todos a los barcos —suplicó la rubia.

—Danielle, ve con Julia, yo llevaré a Elena en unos segundos —intervino Alejandro, buscando tener una conversación con ella, antes de ser separados.

Tanto Julia como Danielle entendían de lo que se trataba; no obstante, ninguna tenía el derecho de entrometerse en las elecciones de la castaña. 

—Bien, pero no tarden mucho, es peligroso —respondió para llevarse a Danielle con ella.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué Manuel no ha venido con ustedes? —cuestionó la hija de Montaño desconcertada con lo que sucedía.

—Él está bien. Se desató una batalla en la entrada del puerto y se ha quedado peleando para darnos tiempo de preparar las naves. Descuida, ya vendrá, no tienes por qué preocuparte — comentó, colocando sus manos sobre los hombros de Elena—. Escucha... sé que esté no es el momento o el lugar, sobre todo, después de lo que tú crees que hice.

—Ayudaste a Barboza y fue tu padre el que planeó todo, el mismo Manuel me lo dijo —argumentó la castaña con una tierna voz y los ojos marrones sobre él.

—Eso no tiene importancia —respondió el joven con un semblante serio.

—Por supuesto que sí tiene importancia, porque ahora tendrás que huir. No podrás volver con tu familia o hacer una vida normal, al menos aquí no.

Alejandro analizó muy de cerca el delicado semblante de la mujer que creía amar. Se armó de valor y tomó ambas manos para sentir su calor. 

—Aquí en Magdalena o como un pirata, cualquiera que sea mi destino, quiero que estés conmigo, aprovechemos que está todo revuelto, subamos a un barco y vámonos. Ahora lo sé todo, te casaste con Barboza para salvar mi vida y si estás con él fue para liberarme. Es evidente que por ahora no tengo nada que ofrecerte, además del inmenso amor que siento por ti, pero te aseguro que seré el hombre ideal que tu padre deseaba que tuvieras a tu lado. Yo siempre te mantendré a salvo, está es nuestra última oportunidad de estar juntos —expresó Alejandro con la mirada en los ojos de Elena y entrelazando sus manos con las de ella.

Elena sintió como los latidos de su corazón se aceleraban de una manera inesperada, comenzó a temblar ante la incertidumbre de lo que había escuchado, eran palabras que, en algún momento, meses atrás, había deseado oír. Notó los primeros rayos del sol asomándose por el este y con ello, el final de la enfurecida batalla.

—Está amaneciendo y Manuel vendrá pronto —resolvió la joven retirando sus manos de las de él.

—¡Es por eso que tenemos que irnos! —expresó el rubio que no retiraba los ojos de su amada. 

Muertes, sangre, su fallecido padre, gritos de niños, fuego, una ciudad destruida, eran esas las únicas imágenes que aparecían en la cabeza de Elena a pesar de la reciente declaración de amor.

—No puedo hacerlo—. Fue todo lo que salió de la boca de Elena—. No sé quién te dio tal información, pero eso no cambia en nada la decisión que he tomado hasta el día de hoy.

Alejandro negó con el rostro en dos ocasiones, ahora más herido que antes. 

—Está claro que lo cambia todo. Tú no lo amas, me amas a mí y de eso estoy seguro.

—¡Tú no puedes asegurar nada! —Las palabras quemaban la garganta de la mujer, no obstante debía decirlo, aun cuando la agonía fuera grande.  

»Pese a que me casé con Manuel a cambio de tu libertad. De momento no estoy segura de mis sentimientos y bajo ninguna circunstancia me iré así, a escondidas —sentenció confirmeza—. Mira todo lo que ha sucedido por hacer las cosas mal; piensa en cuántos inocentes han muerto el día de hoy. Alejandro, te agradezco la ayuda que me has brindado y el haber ayudado a Manuel en batalla, entiendo que por ello perdiste tu vida entera, aunque, si lo hiciste suponiendo que me iría contigo, te equivocaste. No puedo, ni debo ir contigo. Será mejor que evites pensar en mí, porque mi presencia en tu vida no ha traído más que problemas y castigos a la tuya; situaciones y tristezas que no merecías vivir. Así que, olvídalo todo y niega nuestra coincidencia. Será lo mejor para ti.

Para Alejandro, el monólogo de Elena fue más hiriente que los golpes y el hostigamiento que recibió durante esa noche. Un dolor acrecentado lo invadía por completo, miró una vez más su rostro y supo que lo mejor sería no volver a insistir. Tomó a la mujer de la mano y le pidió que por favor esperara a Manuel en la María, pues el lugar donde se encontraban no era seguro. 

De un tiempo a otro, escucharon un fuerte estallido y con ello la llegada de decenas de piratas que buscaban subir a los barcos de bandera negra con el propósito de zarpar hacia las aguas de mar abierto.

A lo lejos, en medio del tumulto y el humo, Manuel Barboza pudo percatarse de la mano que Alejandro postraba sobre Elena, algo en su interior le hizo entender con facilidad lo que podría suceder. A sus ojos, la mujer que amaba estaba por abandonarle; no obstante, él no se interpondría entre los deseos de Elena, esta vez le permitiría ser libre de tomar su decisión, esa que posiblemente le rompería el corazón. 

En dicho instante, la profecía que le dio la bruja años atrás volvió a sus pensamientos, «¿acaso, sería cierta?» Un nudo en la garganta le hizo querer bajar los ojos para no mirarla huir con él. 

Sin embargo, eso nunca sucedió, Elena dio un paso hacia atrás con el único objeto de alejarse de Alejandro y luego volvió la vista en busca de su esposo. La mujer sonrió, apenas lo vio, se sentía agradecida de que este siguiera con vida. Finalmente, el pirata caminó hacia ella y sostuvo su mano con suma delicadeza como quien agradece en silencio. 

—Creí que esperarían en la María —dijo algo agitado y fingiendo no haber visto nada. 

—Preferí esperar aquí —respondió Elena, mientras se dirigían hacia los barcos.

—¿En qué barco irás? —preguntó el pirata en dirección a Alejandro—. No te puedes quedar aquí.

—No me quedaré —resolvió decidido a salir de ahí—. Pero iré en mi barco, es uno de esos que han robado. No pretendo ser un marinero cuando puedo ser un capitán.

Barboza sonrió con gracia, puesto que aquel desconocía lo que se avecinaba. 

—Tendrás que pelear con todos ellos para imponerte.

—Lo sé —consintió el rubio, luego subió al JJ a fin de encontrarse con Julia y Bartolomeo.

Para finalizar con la tortuosa noche, las anclas fueron elevadas y las velas extendidas. Cada barco de tripulación pirata zarpó en dirección a mar abierto, buscando volver a las aguas que proclamaban como suyas. Detrás de ellos, no solo dejaban el miedo provocado en quienes por infortunio presenciaron el poder infernal de los perros del mar, sino también una ciudad completa hecha cenizas. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro