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Capítulo 30: Sin salida

La maría y el JJ ingresaron al puerto de Magdalena acompañados por la nave de pasajeros que recién secuestraron. La bandera negra tuvo que ser remplazada por la bandera nacional que se encontraba ondeando sobre el mástil de los tres barcos. Al mismo tiempo, los piratas se mezclaban entre las multitudes de gente que deseaba bajar del navío lo más pronto posible. De esa manera, lograrían el camuflaje completo que el búlgaro propuso cuando inició la aventura. Como medida preventiva, todos y cada uno de los pasajeros fueron interrogados y amenazados para evitar que corrieran a gritar la presencia de los piratas en Magdalena. En cuanto a los guardias que protegían el barco comercial, ellos fueron amordazados y despojados de sus vestimentas con el finde que algunos de los piratas se vistieran con los uniformes de los marinos. Así, podrían pasar desapercibidos durante la vigilancia. 

Por otro lado, sin necesidad de una gran observación por parte de Julia y Bartolomeo, notaron con rapidez la falta de atención o protección que había en el puerto comercial de Magdalena. Según el búlgaro, la mayor parte de los guardias serían enviados a la playa de Manzanilla y el resto distribuidos en la ciudad, donde servirían como custodios de la celebración.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Julia. 

La mujer, se había puesto un vestido rosa que le prestó Danielle para poder deambular por la ciudad con discreción. Julia aborrecía esos vestidos y todo lo que conllevaba usarlos, no obstante, entendía que sus reveladoras ropas, serían foco de atención para los feligreses. 

—Infiltrarnos en la ciudad y seguir con el plan —respondió Bartolomeo mirando de una manera extraña a Julia, pues los vestidos estaban lejos de ser parte de su guardarropa—. Será mejor que Danielle se quede en un lugar seguro, no queremos ponerte en riesgo, querida.

—¡Oh, no! Por favor, permítanme ayudarlos en el rescate. Además, yo conozco mejor la ciudad de lo que la conocen ustedes dos.

—En eso tiene razón, Bartolomeo. Danielle es una joven fuerte: sabrá defenderse y podrá pasar desapercibida, incluso más que yo con este maldito vestido —comentó Julia, tratando de acomodarse el corset.

—Hasta yo podría lucir mejor que tú ese vestido, Julia —Se burló el viejo lobo de mar, apodado así por su tripulación.

—¡Póntelo tú entonces, Bartolomeo!

Pese a que la madre de Julia perteneció a una familia aristócrata, nunca se encargó de darle dicha educación a su hija. La mujer aseguraba que prefería verla feliz y dichosa siento tal cual a obligarla a ser algo que no sería jamás. Debido a esto, para la pirata, los modales, el porte y la educación estaban fuera de su alcance. 

—¡Bueno ya! No discutan más, por favor. En cuanto a ti, Julia, solo imita mis movimientos e intenta ser discreta. Seremos un par de damas paseando con un caballero. ¿Está bien? —cuestionó Danielle mirando a ambos capitanes. 

Tanto Bartolomeo como Julia se limitaron a asentir con la cabeza, pues sabían que no era momento o lugar para peleas entre ellos. 

—Bien, hagámoslo.

Julia dio un par de indicaciones a sus hombres, marcaron el barco como punto de reunión en caso de que algo muy malo sucediera y comenzaron a internarse de a poco en la ciudad de Magdalena hasta llegar a la plaza. Julia, Danielle y Bartolomeo pasearon por el centro de la ciudad; evitando llamar la atención. A la vez que buscaban conseguir la información que necesitaban para el rescate de Elena y Barboza. Inclusive, buscaron entablar conversaciones con los ciudadanos. Al fin a cabo, de alguna forma ellos podrían mencionar algo sobre las últimas noticias de Magdalena o sobre los piratas que tenían recluidos en sus cárceles. Sin embargo, y como un punto desalentador, no hubo persona que les diera tal información sobre ellos. Danielle recordó que cuando el capitán Montaño necesitaba respuestas, las buscaba con los comerciantes que lucraban con mercancía robada. Después de todo, siempre protegían su principal fuente de trabajo.

—Debemos preguntarles a esos comerciantes —sugirió ingeniosamente la rubia.

—¿Por qué a ellos? ¿Son de los nuestros? —cuestionó Bartolomeo, observando con desconfianza.

—Bueno, desconozco si son de los nuestros, pero lo que sí sé, es que, si tienen información y usted dinero, nos dirán lo que saben.

—Sí, eso me gusta, hagámoslo —expresó Julia, muy feliz de recurrir al soborno. 

Era clara, la incomodidad que la ciudad comenzaba a producirle, tomando en cuenta que en realidad muy pocas veces salía de su isla.

El capitán Bartolomeo se acercó con sutileza, como cualquier caballero que busca comprar un par de hermosas figuras ornamentales para las señoritas que lo acompañaban.

—Hermosas figuras de barro las que tiene ahí, buen hombre. ¿De dónde son? —preguntó haciendo alarde de sus modales.

—Son de Perú, mi señor. Han sido traídas por los más grandes comerciantes de la ciudad. Podría darle un excelente precio si decide regalarle una a cada dama —señaló el hombre que se encontraba con dos extrañas figuras en sus manos.

—O yo podría ofrecerte algo mejor. Diez monedas de oro si me dices en donde se encuentran los piratas que fueron traídos por Rafael Díaz. 

Bartolomeo enseñó con discreción el arma que portaba entre sus ropas, mientras el semblante del comerciante mostraba su palidez ante el cuestionamiento recibido sin que lo viera venir. De manera inmediata, tragó algo de saliva y se atrevió a preguntar.

—¿Es usted un hombre de la mar?

—Sabes que yo no debo responder y tú no debes preguntar. ¿Nos ayudarás?

El hombre miró en todas direcciones con el terror en su mirada y sin remedio alguno asintió con la cabeza.

—Se encuentran frente a la iglesia, en las celdas de la policía de la ciudad. 

El enorme capitán hizo un leve moviendo con la cabeza y arqueó una ceja como buscando una expresión de falsedad en el rostro del temeroso hombre. Posteriormente, tomó una bolsa llena de monedas que tenía colgando de su cinturón y se la entregó al comerciante que le propició la información.

—Por tu lealtad y silencio. Ahora vete, regresa a casa y no digas nada —ordenó Bartolomeo para volver la mirada hacia las jóvenes que se encontraban a sus espaldas—. Están en las celdas de la policía. A decir verdad, no sé qué tan difícil pueda ser entrar y salir de ahí sin ser vistos.

—Cuando pasamos por el lugar no vi en absoluto custodios, lo que me parece demasiado extraño —señaló Julia con suspicacia—. Existe la posibilidad de que lo dicho por el búlgaro fuera acertado y nos esperan en Manzanilla.

—Paseemos por los alrededores de la iglesia y observemos el sitio. Les avisaré a nuestros hombres para que estén al pendiente. Podría ser más sencillo de lo que pensamos —dijo Bartolomeo, esperanzado con la idea.

Al cabo de unos minutos de observación, donde nada parecía fuera de lo normal, Danielle decidió entrar a la comandancia; alegando el robo de su bolso. De esa forma, lograría contar el número de guardias en turno que se suponía custodiaban el encierro de los prisioneros. Sin embargo, y sorpresivamente para ella, se encontró con tan solo un par de guardias jugando cartas en las oficinas de Agustín.

—¡Por favor, caballeros! ¡Deben ayudarme! ¡Me han robado mi bolso! —exclamó tratando de no verse sorprendida por su reciente descubrimiento. Pese a ello, los guardias apenas si se inmutaron, puesto que sus actuales órdenes les impedían alejarse de las celdas de la policía.

—¡Está bien, no me ayuden, pero les aseguro que recibirán un grave castigo por esto! —recriminó la rubia, fingiendo verse indignada.

Salió con rapidez de la comandancia, no obstante, en medio de su acelerado camino tuvo un tropezón con un rubio caballero que no tardó en reconocer. 

—¡Alejandro! ¿Qué haces aquí? —preguntó con algo de miedo y desconfianza. 

Evidentemente, ella desconocía a qué grado Alejandro había tenido algo que ver con el arresto de sus amigos y la muerte del capitán Montaño.

—La pregunta correcta es, ¿qué haces tú aquí? —resolvió Alejandro, igual de impactado que Danielle.

—He venido porque me han robado mi bolso y estos hombres que han jurado protegernos, no han hecho absolutamente nada para ayudarme con mi problema —dijo tratando de que Alejandro siguiera el juego frente a los guardias que observaban todo.

—Le hemos dicho a la señorita que es imposible abandonar las instalaciones, Sr. Díaz.

—Les agradezco que sigan fielmente las órdenes de mi padre, sin embargo, les pido que ayuden a la señorita. Existe un carcelero adentro que no dejará escapar a los prisioneros —indicó Alejandro.

El guardia más alto negó de inmediato. 

—Imposible alejarnos de aquí, señor. Aunque podríamos buscar algunos guardias que se encuentran patrullando la ciudad para ayudar a la señorita con su percance.

—De acuerdo, uno de ustedes hágalo ahora mismo —ordenó con firmeza en la voz.

No pasaron más de unos breves momentos de la salida del oficial cuando el mismo Alejandro desenvaino su espada y la uso contra el guardia que seguía cumpliendo con las órdenes de sus superiores. El guarda soltó un último anhelo, queriendo sacar el arma de su pecho con la mirada puesta en los ojos de su atacante.

—¿Qué has hecho? —cuestionó Danielle completamente consternada y alarmada por la muerte del guarda —¿Qué es lo que intentas hacer?

—Lo mismo que tú: liberar a Elena o, ¿vas a insistir en que has venido porque realmente te robaron el bolso? —preguntó el joven rubio con sarcasmo, al tiempo que limpiaba el filo de su espada.

Para Danielle, Alejandro era la perfecta definición de un hombre enamorado que realizaba cada uno de sus actos heroicos y al mismo tiempo estúpidos; basándose solo en sus sentimientos por Elena. La joven que se metió en su vida de una forma que él jamás imaginó y que tantos problemas y desdichas le causó.

—Si te ven con nosotros o alguien se entera de lo que has hecho, serás condenado como un pirata.

—Lo sé, pero mejor dime, ¿quiénes han venido contigo? —preguntó, omitiendo el sermón de la  señorita rubia de ojos verdes que tenía frente a él.

—Julia, Bartolomeo y algunos hombres. Tenemos tres barcos: dos en el muelle y uno más a la deriva esperando una señal.

—¿Qué señal?

—No te lo diré, pero será fácil darse cuenta.

—Danielle, habrán logrado meter uno o dos barcos al muelle y llegar hasta la comandancia. Sin embargo, no lograrán salir de aquí.

—¿Por qué no? No hemos visto una gran cantidad de guardias que nos impidan regresar.

—Se debe a que les han tendido una trampa —confesó un Alejandro molesto.

 Sus pensamientos estaban limitados por las pisadas de dos hombres acercándose a las oficinas. Pero incluso antes de que alguno de los dos pudiera decir una palabra, Alejandro atravesó el pecho de uno de los guardas con el afilado metal que portaba para su protección. El segundo hombre uniformado intentó correr después de ver el atroz acto. Lamentablemente, el intento de escape fue inútil; pues terminó siendo golpeado y derribado por Bartolomeo quien recién llegaba a la comandancia. El hombre reclamó piedad después de ver los cuerpos de sus compañeros, sin embargo, no había tiempo para las súplicas, el capitán levantó su espada y la enterró en la carne humana. El lobo de mar levantó la mirada de su víctima para encontrarse con Alejandro con una espada empuñada. De manera instintiva, y sin emitir vocablo, no dudo en apuntarle con el arma.

—¡No, capitán! Alejandro está de nuestro lado —interfirió Danielle colocándose frente a la espada de Bartolomeo.

—Él y su padre mataron al capitán Montaño, tu capitán y mi amigo.

—Bueno, tampoco conocemos lo que pasó con exactitud y no debemos cometer el mismo error dos veces. Basta con decirle que Alejandro está aquí para liberar a Elena y a Manuel.

Bartolomeo, cegado por la sed de venganza ante la muerte de su mejor amigo, empujó a Danielle hacia uno de los costados de la oficina y comenzó un duelo, donde buscaba eliminar a quien aseguraban era el culpable de la muerte de Montaño. Desafortunadamente, el viejo lobo de mar terminó por recibir un puntapié por parte de su oponente, al tiempo que le arrebató el acero de la mano. Bartolomeo se tambaleó cayendo al suelo, junto a uno de los cuerpos que yacían sin vida. 

Alejandro le miraba desde arriba sin dejar de apuntarle con la espada y sin el más mínimo temblor en la voz le dijo:

 —Yo nunca planeé lo que sucedió en la isla. Mucho menos, fui el culpable de la muerte del capitán Montaño. Ese día quise cumplir con aquello que me pidieron con la finalidad de regresar a casa y rehacer mi vida. Bajo ninguna cirscunstancia, permitiré que se me culpe nuevamente por un acto que no he cometido —concluyó y bajó su espada.

Bartolomeo contempló tanto a Alejandro como a Danielle. Tiempo después, observó a los hombres derrotados que se desangraban en el suelo y decidió aceptar la mano que Alejandro le ofrecía para ponerse de pie.

—Señor Díaz, ¿cómo piensa ayudarnos?

—No puedo ayudarlos.

—¿Disculpa? —cuestionó el capitán.

—Les han tendido una trampa, es por eso que no hay guardias. Mi padre y el comodoro sabían que vendrían por los suyos, tratando de ayudarles a salir de aquí.

—Debe haber una manera de salir. Quizá si nos explicas que es lo que han planeado, podremos sorprenderlos —propuso Danielle de modo alentador.

El muchacho negó en el acto.

—No sé el plan. Mi padre ya no confía en mí y ha pedido mantenerme al margen. Me enteré por accidente esta tarde cuando escuché una conversación entre el comodoro y mi padre. Todos los guardias se encuentran a las afueras de la ciudad esperando su supuesta salida. Al parecer, el plan es permitirles entrar, mas no planean dejarlos salir.

—¿Cómo sabemos que tú no eres parte de la supuesta trampa?

—Porque yo también he venido a rescatar a Elena y a Manuel. Acabo de firmar mi sentencia —espetó Díaz, mostrando las llaves que abrirían las celdas y los cuerpos que yacían en el piso, asesinados por él mismo.

Bartolomeo dejó su cuerpo recargarse sobre la pared y se llevó una de las manos a su barbilla, pensando en una posible solución para su escape. La preocupación en su rostro era realmente notoria.

—¿Dónde se encuentran Elena y Manuel? —preguntó Danielle.

—Aquí, custodiados por un solo carcelero y dos guardias. 

Danielle dejó escapar un sonoro de felicidad, dirigiendo ambas manos a su boca, pues al menos volvería a ver a sus amigos con vida.

—Tenemos que sacarlos ya mismo y necesitamos a Julia aquí. Ella está afuera vigilando —soltó Bartolomeo después de escuchar una buena noticia.

—Yo iré por ella, capitán —aseguró Danielle.

Inmediatamente, Alejandro y Bartolomeo se encaminaron rumbo a las celdas en busca de los prisioneros. Primero se toparon con un carcelero dormido, bajo este inconveniente, Bartolomeo únicamente se molestó en darle un fuerte golpe en la nuca a fin de evitar que este despertara. Segundos después, con la ayuda de la iluminación de una lámpara de aceite, se encontró con el angelical rostro de Elena. La mujer que fue removida de la celda después de los estruendosos gritos de Barboza.

—Es hora que de que salgas de aquí —dijo Alejandro para recibir una nueva negativa por parte de la castaña.

—Elena, hija, saldrán los dos esta noche —continuó Bartolomeo.

—¿Capitán? ¡No lo creo! ¿Han venido por nosotros? ¿De verdad?

—Bueno, eso intentaremos, salir completos de aquí. Tu marido, ¿dónde está?

—Está por allá, nos han separado de celda —dijo con molestia y la mirada en Alejandro.

—Les pedí claramente que los mantuvieran uno a la vista del otro —alegó Alejandro, caminando rumbo a la celda donde estaría Manuel.

En las profundidades del oscuro pasillo hallaron a un Manuel Barboza debilitado por la falta de alimento y unos golpes recibidos. Tales castigos ordenados por quienes requerían mantenerlo doblegado y controlado. Barboza miró a Elena hablándole sin entender lo que pasaba y de a poco comenzó a reincorporarse. Le parecía un sueño en medio de su dolor. 

—¿Qué le han hecho? —preguntó Alejandro.

—¿Te haces el sorprendido? Tú mismo enviaste a los guardias a que le hicieran daño —espetó Elena mientras trataba de ayudar a Manuel a ponerse de pie.

—Por su puesto que no... yo pedí todo lo contrario —respondió Alejandro con molestia, pues una vez más era culpado de un acto que no hizo.

—Los guardias dijeron que era un obsequio de parte tuya, ¿cómo puedes decir que no has sido tú? Ni siquiera entiendo que haces aquí.

— Elena, hija, él nos ayudará a salir de la ciudad —interrumpió Bartolomeo que también ayudaba a Manuel.

—Podemos salir perfectamente de aquí sin su ayuda. Conozco el camino de memoria —masculló Elena.

—No, esta vez ese camino no funcionará —intervino Manuel Barboza con una mueca en el rostro e intentando caminar y moverse por sí solo—. Escuché a los guardias hablar sobre su plan de atraparnos a todos aquí mismo. A decir verdad, no creí que fueran tan estúpidos como para venir hasta acá por nosotros y no le di importancia, pero ahora veo que es verdad y por lo visto les va a funcionar. Este hombre dice la verdad, Elena, ha sido un plan de su padre: el tal Rafael Díaz. Lo sé, porque los guardias hablaron cuando creyeron que no escuchaba. 

Elena se limitó a mirar a Alejandro con brevedad y luego regresó su mirada a su adolorido esposo.

—No nos queda otra opción que diseñar un nuevo plan de escape confiando en este hombre— dijo Bartolomeo. 

El comentario del viejo lobo de mar se vio opacado por el venir a paso veloz de Danielle. En cuestión de segundos, se aventó sobre Barboza con el propósito de rodearlo con sus brazos y colgarse de su cuello. Barboza puso una mueca de dolor, tratando de no perder el equilibrio para mantenerse de pie. El momento entre Barboza y Danielle resultó ser tanto extraño como peculiar. Ante todo, sabiendo que también Elena estuvo en peligro y cautiverio. A cabo de unos largos segundos, Danielle soltó a Manuel y abrazó a su amiga; buscando remediar la situación.

—Estoy tan feliz de que se encuentren con vida. En definitiva, no sabría que hacer sin ustedes dos —mencionó Danielle.

Como todos, Julia observó el incómodo momento que tuvieron tras aquella escena y decidió romper el silencio buscando evitar futuros problemas.

—¡Oh, por dios! Cuando Danielle me dijo que el lugar estaba libre de guardias, simplemente no lo podía creer. Ustedes siguen vivos, eso es aún mejor, pero lo que no entiendo y me cuesta trabajo entender es... ¿Por qué estamos teniendo una reunión social con Alejandro justo en medio de las celdas? —expresó la mujer mientras señalaba al rubio caballero que estaba junto a ella.

—Tampoco se trata de una reunión social, Julia. Nos hemos enterado de los problemas que tendremos para salir de aquí, eso si logramos salir —respondió Bartolomeo.

—Eso lo sabíamos desde hace mucho, no obstante, tenemos un plan.

—¿Cuál plan? Les han tendido una trampa, les han permitido entrar a la ciudad con el propósito de no dejarnos salir, alguien los vio en el camino y les informó —soltó Barboza con altivez.

—Tienen guardias a las afueras de la ciudad. Manzanilla también está siendo resguardada por la marina, la ciudad repleta de policías locales y creo que a las afueras los esperan la guardia nacional —informó Alejandro con seguridad.

—No los vimos por ningún lado.

—Probablemente, están vestidos de civiles —respondió encogiéndose de hombros.

—Nosotros también.

—¿Y eso que, Julia? El problema sigue siendo el mismo. No hay manera de salir de aquí —farfulló Bartolomeo por las recientes noticias.

—No, escucha, nosotros no sabemos quiénes son y ellos tampoco saben quiénes somos. ¿Pensarías que soy una pirata vestida así? —cuestionó estirando ambos brazos.

—No, hasta que te escuchen hablar. 

Bartolomeo fue molestado por Julia con una fuerte mirada.

—Danielle me dijo que tenían hombres a las afueras de la ciudad. ¿Se refería al puerto? — preguntó el rubio, desviando la atención de la reciente pelea de Bartolomeo y Julia.

—No, dejamos un par de barcos en el puerto y otros a la deriva. ¿Por qué?

—¿Y cuál es la famosa señal que enviarían?

—Mmm... ¿La señal? —Julia fingió ignorancia con el fin de despistar al hombre rubio, para no responder.

—Sí, la señal. Danielle tampoco me ha querido decir cuál es.

Bartolomeo hizo un par de gestos con la cara y decidió responder.

—Tan solo buscaríamos la manera de hacer algo de escándalo para salir despistadamente de la ciudad, mientras los demás se concentraban en... dicho... escándalo.

Elena miraba con detenimiento las expresiones de todos. Le parecía haberle perdido la pista a la conversación que ahora parecía extraña.

—¿Un escándalo? O sea, ¿ruido? —preguntó.

Barboza arqueó una ceja, estaba seguro de que las cosas se saldrían de control.

—No, por supuesto, que no se trata de ruido. ¿Qué es lo que planeaban hacer, Julia? —preguntó con una extraña expresión de incertidumbre y alegría en el rostro.

—¡Ay, está bien! ¡Se los diré! El plan es ocasionar un pequeño accidente con las veladoras de la iglesia.

—¿Qué? ¡¿Es en serio?! —Se exaltó Alejandro ante semejante idea.

Bartolomeo de inmediato analizó al muchacho y buscó controlarlo, puesto que su silencio era necesario para continuar.

—Se trata de uno o dos edificios de poca importancia. No creo que sea algo muy malo para ser sincero.

—Ustedes planeaban quemar la ciudad y dices que... ¿No es malo? Es terrible. ¿Tienen idea de la cantidad de gente inocente que puede morir si hacen eso? La ciudad está llena de feligreses —expresó el joven llevándose ambas manos a la cabeza.

—Yo estoy de acuerdo —soltó Elena ocasionando que el resto de las miradas se posicionaran sobre ella. Para todos, era difícil de creer que la mujer que pasó su vida defendiendo a Magdalena, de momento, aceptaba prenderle fuego a la ciudad—. Son ellos o nosotros, una vez más me arrebataron mi vida, me quitaron a mi madre y a mi padre. Ya no quiero estar ni un momento más aquí y si eso incluye quemar la ciudad con toda su gente, que así sea.

Danielle observó la oscura expresión en el rostro de su amiga sin evitar sentir el dolor que ella transmitía.

—Elena, no puedes pensar así, tu padre...

—Mi padre está muerto, Danielle. Murió por haberle perdonado la vida a este hombre —indicó señalando a Alejandro.

—Si la ciudad arde, sabrán que están aquí —agregó Alejandro

—Nos aseguraste que ya lo sabían —resolvió Barboza.

—Sabemos que nos quieres ayudar, muchacho. Entiendo que esta es tu ciudad, pero te diré que no tenemos opción. Empezaremos por la iglesia para que crean que se trata de alguna veladora mal puesta. Después, el fuego comenzará a extenderse a otros edificios. Las personas inocentes podrán huir a sus hogares y el resto tendremos que quedarnos a pelear con quien se ponga en nuestro camino. Será entonces, cuando los nuestros podrán hacerse notar, ya no habrá máscaras o disfraces de damas y caballeros. Únicamente, seremos piratas contra hombres de seguridad; los malos contra los buenos. Que cada quien elija el bando que desea seguir.

»Por lo pronto, tenemos que dar una orden, nuestra gente ya debe estar en posición. Julia, has los honores e indícales a los muchachos que estamos listos para salir de aquí.

—¡No! ¡No pueden hacer eso! Busquemos otra manera de sacarlos. Pueden esconderse en la ciudad y salir cuando ya todo se haya calmado.

—De escondernos, nos encontrarán y nos colgarán, muchacho. Desafortunadamente, no tenemos opción. Julia, has lo que te he pedido y el resto prepárense para lo que viene. 

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