Capítulo 27: Plan de fuego
Transcurrieron alrededor de tres semanas en altamar, cruzando una pequeña parte del océano pacífico, lo que le indicaba a Julia y a su tripulación que pronto estarían acercándose a las aguas que colindaban con la ciudad de Magdalena. Es decir, estaban próximos a encontrarse con los barcos de la guardia costera. Las naves que atacaron la Isla del coco y que llevaban como prisioneros a la jovial pareja de recién casados, no debían encontrarse lejos de su alcance. Sin embargo, como parte del plan de rescate, decidieron mantener cierta distancia de los barcos del comodoro. De esa forma, no sospecharían de piratas que se hicieron a la mar buscando recuperar a los prisioneros.
Los rescates de piratas y filibusteros eran muy poco comunes. Por lo regular, cuando alguien de la hermandad caía, esté terminaba siendo colgado. En la historia de la piratería, hubo pocas excepciones que se limitaban a la recuperación de unos cuantos capitanes de real importancia para su tripulación.
Bartolomeo, Julia y Danielle intentaban idear el plan cuyo objetivo sería el de sacar a sus amigos de Magdalena sin salir demasiado afectados, tomando en cuenta el resultado de la batalla por la Isla del coco, donde se perdió una tripulación casi completa. Sin mencionar las naves de bandera negra que fueron dañadas durante la batalla naval. Continuar perdiendo hombres o barcos, no era lo más adecuado para la hermandad. Además, fuera de lo material, crear un gran escándalo, era igual a provocar la ira de quienes deseaban su exterminio.
—¡Es imposible! ¡No hay manera de entrar a esa ciudad sin ser vistos! Nos estarán esperando de cualquier modo —dijo Julia en medoi de una rabieta.
La pirata se encontraba reunida con Bartolomeo y Danielle en su camarote. Los tres de pie frente al enorme escritorio de Julia, sitio en el que revisaban una serie de mapas y rutas.
—Esa es la razón precisa por la que siempre que ingresamos a Magdalena lo hacemos desde la playa de Manzanilla. El único hombre capaz de entrar y salir de la ciudad con tantas libertades era Montaño, solo él conocía la ciudad bastante bien para hacerlo.
La pirata se cruzó de brazos y asintió concentrada en los mapas.
—Sí, pero mi capitán ya no está y necesitamos encontrar una maldita manera de entrar —señaló Julia mientras acudía al bar que tenía en la habitación—. Además, supongo que Manzanilla no es una opción. Hay que considerar lo que la Gitana comentó: la playa quedó a la deriva y en estos momentos ya debería estar vigilada. A menos que exista un puerto secreto o de propiedad pirata... Tendremos que entrar a la mala.
—¿Un puerto secreto? —preguntó Danielle con la mirada en los mapas—. Eso no existe. El capitán y Barboza siempre anclaban en Manzanilla por seguridad. De ahí mismo, transportaban las mercancías a la ciudad por el camino estrecho.
Julia bolteó los ojos como señal de su descontento.
—Entonces... ¿Qué haremos? —se cuestionó agotada—. Apenas tenemos tres barcos y trescientos hombres en total. No podemos buscar entrar a la mala porque no somos suficientes. Tendremos que entrar en botes y quemar la maldita ciudad.
—¡Por Dios, Julia! ¿Quemar la ciudad? Eso no sería un rescate. ¿Qué hay de Manuel y Elena? — cinquirió Bartolomeo con la mirada en la mujer que parecía buscar una botella, entre otras.
—Pues no creo que sean tan idiotas como para no correr —expresó Julia, descorchando una botella y oliendo el licor que estaba en el interior.
Danielle dio un largo suspiro después de mirar el semblante cansado que tanto Julia como Bartolomeo tenían. Pasaron días completos pensando en las pocas posibilidades que tenían de tener éxito.
—Será mejor que busque al Búlgaro y espero que no le apoden así por no hablar español. Tal vez, conozca algo de ese puerto secreto, Julia —dijo al tiempo que se dirigía hacia la salida del camarote.
— Sí, sería bueno, ve por él —enunció la pirata mientras bebía sin la gracia de una dama cuando usaba una copa, ya que lo hacía empinándose la botella como cualquier burdo filibustero.
Bartolomeo dejó que su cuerpo cayera sobre la comodidad de una silla y situó su mirada en los movimientos de su compañera de viaje.
—Julia, no debería decirte esto, pero estás bebiendo demasiado. Te necesitamos con los sentidos completos para poder rescatar a ese par.
Ella detuvo todo movimiento, perpleja por las esperanzas que el viejo lobo de mar depositaba en el rescate.
—¿De verdad, Bartolomeo? ¿De verdad crees que siguen vivos? —interrogó con un dolor naciente en el pecho—. Tenemos tres semanas en altamar y aún nos falta camino por recorrer.
Caminó hacia él y lo miró fijo.
»Déjame decirte que cuando yo tengo prisioneros que no me sirven de nada y son tan insignificantes como para matarlos, simplemente los dejo morir de hambre o sed. Yo infiero que eso mismo les pasó a ambos: padecer a causa de inanición. ¡Pienso en ello, día y noche! Así que, necesito el alcohol para pensar que me equivoco.
—Es que eso es lo importante Julia —sostuvo el enorme hombre, señalando con el dedo—. Ellos no son insignificantes para la guardia costera y para quien nos quiere eliminar. Montaño no solo era un simple pirata para Magdalena, Antonio fue el hombre que más veces entró y salió de la ciudad sin problemas. El hombre que más trabajos y atracos les hizo a los catrines de la localidad, también tomó un "caballero" de los suyos, uno valioso y lo convirtió en pirata; sin olvidar que lo hizo bajo sus propias narices.
Se puso de pie y caminó de un estremo del camarote al otro sin desviar la mirada de Julia.
»Montaño ya tenía una reputación en esa ciudad y por ahora, ellos tienen a su hija y a su sucesor, eso es digno de presumir.—Sonrió para si mismo contemplando la idea—. No llegarán con un par de cuerpos que desechar, llegarán a la ciudad para exhibirlos como los animales que casamos y colgamos en las paredes de nuestras casas. Además, ya han hecho la cacería, pero el trofeo será matarlos y exhibirlos en la plaza principal de la ciudad.
»Quieren y tienen la obligación de dar un espectáculo —sentenció con el dedo.
»Evidentemente no los tienen en un camarote comiendo langosta y bebiendo vino, pero al menos los mantienen con vida. —Dio un largo suspiro, se ajustó el cinturon y continuó—. Por otra parte, Elena no me preocupa, aunque sí Manuel. Seguramente se habrá puesto violento y no creo que se lo hayan celebrado.
Julia reflexionó cada palabra, la experiencia del lobo de mar era clara, tanto así que podía estar en lo cierto.
—Barboza es listo, sabe que la violencia nada más atrae más violencia —expresó la mujer, haciendo la botella a un lado, para ver cómo regresaba Danielle acompañada del Búlgaro.
El Búlgaro era un hombre viejo y delgado de unos sesenta años; en efecto, era nacido en Bulgaria, aunque que vivió toda su vida en la ciudad de Magdalena. La pobreza extrema en la que creció lo obligó a enrolarse en la piratería y tiempo después, terminaría como la mano derecha de la Gitana.
—¡Ya hemos vuelto y adivinen quien sí habla español! —señaló Danielle complacida con su broma.
—¡Urra! ¡Qué bien! Eso ya es ventaja —exclamó Julia de pie frente al hombre que recién entró a su habitación—. Búlgaro, la Gitana dice que si alguien suelta un gas en la ciudad: tú lo sabes. ¿Es verdad?
—¡Julia! —interrumpió Bartolomeo con el rostro desencajado por la expresión—. ¡Qué mujer tan desagradable! Necesitas clases de etiqueta. Discúlpela caballero, pero su madre era una de los nuestros.
—Sí, mi madre se echaba muchos gases, aunque eso no importa por ahora. Mejor dinos, ¿lo sabes o no?
El hombre de nariz respingada y piel quemada preguntó con una mueca en el rostro:
—¿Lo de los gases de su madre?
—No, claro que no. Me refiero a lo que sucede en Magdalena. Queremos saber si en realidad estás enterado de todo lo que acontece en ese lugar.
—Señora, la Gitana escasas veces se equivoca —declaró al tiempo que soltaba una complaciente sonrisa—. Yo soy sus ojos y sus oídos en dicha ciudad. He vivido ahí tanto tiempo, que incluso conozco cómo va a proceder tanto la policía como la marina, tomando en cuenta que nos hemos portado muy mal.
Todos se miraron entre sí, pues tenían deseos de conocer el plan que el Búlgaro tenía en mente.
—Siendo así, habla. Dinos, cómo entraremos a la ciudad sin ser vistos —dijo Julia con los brazos entrelazados.
El pirata negó casi de inmediato con un claro movimiento de manos y una burda sonrisa.
—No, señora. No debemos entrar sin ser vistos, por el contrario, ingresaremos por la entrada principal siendo vistos, y por supuesto que será por el puerto comercial de la ciudad —aseguró con una sonrisa en el rostro.
—¡Ay, ahora sí creo que estoy ebria! —comentó Julia y se llevó la mano al rostro.
—Yo tampoco entiendo nada de su plan, mi estimado búlgaro —agregó Bartolomeo después de observar los poco delicados movimientos de Julia.
—Bueno, si me presta un calendario y un mapa podré explicarle más a detalle —replicó el pirata mientras tomaba del escritorio de Julia los papeles que requería para la explicación—. Aquí está, el día doce de octubre, día del santo patrono de la ciudad. Por lo tanto, hay celebraciones, festivales, ferias y alborotos en las calles. Desde ese instante, suelen llegar barcos de pasaje con creyentes que acuden a las festividades. Lo sé porque siempre asaltamos esos barcos, son tesoros fáciles—. Guiñó un ojo.
»Si lográramos acercarnos lo suficiente como para interceptarlos, podremos adueñarnos de ellos —señaló un punto cercas de Magdalena en el enorme mapa que tenían extendido frente a ellos—. La gente del comodoro espera naves con banderas negras en la punta, no uno repleto de feligreses. Así que, nos ignorarán por completo. Podremos colocar una o dos señoras en cubierta para que sean vistas por la guardia costera y listo: nos permitirán entrar a sus terrenos por su propio puerto.
—Camuflaje, ¿es eso lo que propone? —continuó Bartolomeo acariciando su barbilla.
—En efecto, mi señor.
—¿Funcionará? —preguntó Julia, observando el mapa.
—Tengo fe en ello, pero es muy importante la sincronía de nuestra parte para poder interceptar las naves de pasajeros fuera del alcance de la guardia costera. El plan completo depende de ello.
Danielle frunció el ceño y chasqueó la boca.
—Aunque logremos entrar por el puerto, todavía tenemos que atravesar la ciudad y llegar a prisión para liberarlos. Eso, en caso de que los tengan ahí y no en otro lugar —interrumpió la rubia, quien se encontraba muy emocionada por ser partícipe en las decisiones de una misión de rescate.
—Ahí es donde yo recomiendo tocar puerto exactamente el doce de octubre, alrededor de las cinco o seis de la tarde, justo donde la fiesta se intensifica y casi toda la ciudad se encuentra en las calles. Entre tanta gente seremos ignorados de nueva cuenta y podremos abrirnos paso hasta llegar a prisión. En cuanto a la pregunta de la señorita Danielle: los tendrán en prisión. Esa gente no perderá la oportunidad de presumir ante toda la ciudad que los tienen en su poder — respondió el Búlgaro con total seguridad.
—¡Lo ves, Julia! Eso mismo te dije yo—. Sonrió Bartolomeo.
El Búlgaro respondió a la emotiva sonrisa de Bartolomeo.
—Así será, sobre todo, después de la promesa de Díaz para con la ciudad. Él aseguró que terminaría con la hermandad de piratería. Desafortunadamente, para él, solo pudo acabar con un capitán: el más problemático para Magdalena. Sin embargo, sigue siendo solo uno. Sus prisioneros son la única carta que tiene para jugar y la tiene que mostrar.
—Suena a un muy buen movimiento por parte de Díaz; no obstante, suponiendo que llegamos al puerto y que tanto Manuel como Elena sí se encuentran en prisión. ¿Qué sigue? ¿Matarlos a todos? —inquirió Julia con una copa en la mano—. No molestaría, pero ya no estaríamos pasando desapercibidos, en vez de ello llamaríamos la atención.
—¡Tenemos que crear una distracción! —dijo Danielle emotivamente.
Enseguida, todos voltearon a verla en un movimiento, después de llamar la atención de los piratas.
»Bueno, eso era lo que yo hacía cuando Elena quería hacer algo que tenía prohibido, yo solía ser la distracción.
—Tendría que ser una distracción muy grande —resolvió el Búlgaro negando con la cabeza.
—Les puedo bailar un tango y unirme a la fiesta —agregó Julia burlonamente—. Dejaría la pista en llamas.
—Tus bailes son un caos, Julia —alegó Danielle, frunciendo el entrecejo.
—¡Por supuesto! Eso es lo que debemos hacer. ¡Llamas! Le prenderemos fuego a la ciudad. —El pirata no contenía la felicidad que abundaba en su rostro luego de imaginar una ciudad completa en llamas.
—¿Fuego? ¿No es demasiado riesgoso? —cuestionó la rubia con preocupación.
—Solo para ellos, además es lo que yo dije antes, prendámosle fuego a toda la maldita ciudad. Quiero causar el mismo desastre que ellos causaron en mi isla y que termine en fuego como terminó mi capitán Montaño —aseguró la pirata muy animada con la idea de incendiar la ciudad.
Bartolomeo dirigió una mirada inquietante ante entusiasmo de Julia por el fuego.
—Aún así, no debemos olvidar que hay gente inocente en la ciudad y personas que trabajan para los nuestros. A lo que me refiero, es que podemos incendiar el palacio o uno de los edificios de la policía —dispuso el más viejo observandolos a todos.
—Sospecharían inmediatamente de nosotros. Sin duda, sabrían que nos hemos infiltrado en la ciudad —interrumpió el Búlgaro encogiendo los hombros.
—Sin embargo, no desconfiarían si incendiamos la iglesia que también se encuentra en el centro de la ciudad. —Daniella elevó un dendo índice, mientras rodeaba la mesa y se posicionaba entre Julia y Bartolomeo. He asistido a esta celebración con Elena y los feligreses encienden velas. Luego salen a la feria. Todos pensarán que fue de una veladora mal puesta.
—Incendiar la iglesia suena a caos —mencionó Bartolomeo analizando cada palabra dicha.
—Barto, algo tenemos que hacer para salir de Magdalena. Se salvarán los más listos y fuertes — alegó Julia, después de dar un largo suspiro—. Todavía creo que algo falta a pesar de la distracción, el camuflaje y todo eso... Hay algo que no me cuadra. ¿La policía? ¿Los marinos? ¿Dónde estarán?
—En Manzanilla o a los alrededores de la ciudad cuidando a su gente, eso está claro, nos esperan justo ahí —indicó el sabio pirata de nariz respingada.
—Pues... dejaremos que sigan esperando, porque no tenemos manera de hacerles una visita previa —rio burlón—. Ahora solo nos queda hacer que el plan funcione.
—Para ello, habrá que estar preparados para todo, porque hay mil nudos que hemos dejado mal amarrados y es muy probable que algo se salga de control, pero por eso somos piratas, son el tipo de acciones que nos identifican como lo que somos. Improvisaremos cuando las cosas se pongan mal —señaló el Búlgaro entrecruzando sus brazos con la barbilla en alto.
Danielle parpadeó un par de veces mientras contemplaba el mar por la ventana del JJ; acarició ciertos recuerdos entre Barboza, Elena y ella. Enseguida, aceptó la idea de una posible muerte en Magdalena. Su propia aniquilación le asustaba; no obstante, le temía más a la posibilidad de vivir el resto de su vida en completa soledad como se sentía en ese momento.
—Entonces, ya está. Contamos con unos cuantos días para interceptar ese barco, porque de no hacerlo, no habrá plan o rescate —comentó ella apuntando al calendario que marcaba la fecha como siete de octubre.
Julia asintió con el rostro después de rascar su cabeza, caminó hacia su escritorio y junto con Bartolomeo a lado del Búlgaro comenzaron a trazar el curso que seguirían con el fin de llegar a donde los barcos de pasajeros.
Al cabo de unos minutos y de algunas peleas entre ellos, el búlgaro salió con el propósito de repartir las órdenes que buscaban acelerar la velocidad del JJ.
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