Capítulo 25: Un rescate y un funeral
La desastrosa batalla finalizó, dejando una isla por completo desolada y ensangrentada. Luego de la huida de los barcos del comodoro, las naves de banderas negras, retornaron su camino a las orillas de la isla. Esto, debido a que cumplieron con el propósito original, que no era otro que el de recuperar sus territorios y entregar a Díaz. Conforme las tripulaciones llegaban a la playa, notaban que la mayor parte de la sangre derramada durante la batalla, pertenecía a la hermandad, incluyendo la del capitán Antonio Montaño. Tan solo tres, eran los hombres que permanecían con vida y que tuvieron la oportunidad de contar palabra por palabra la historia de la confrontación.
El interés de Bartolomeo y Julia por el dictamen de lo que sucedió, se manifestó de manera inmediata después de tocar tierra en la isla del coco. La manera precisa de obtener dicha información sería, únicamente, a través de del recuento de los daños provocados y de las posibles narraciones de los desdichados que tuvieron la suerte de sobrevivir a la batalla.
Un hombre de escasos cabellos blancos, se acercó a Bartolomeo para hacerle saber de la presencia de quienes permanecían con vida, se trataba de tres miembros de la tripulación de La Condesa. El viejo lobo de mar, seguro de que algo le dirían, caminó a paso veloz con Julia, acompañándole a las espaldas, hasta llegar a la pequeña sombra donde los hombres luchaban por mediar el dolor punzante provocado por sus heridas.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Julia, colocándose en cuclillas junto a los hombres.
Un pirata herido, con la mano bañada en sangre, relamió los labios secos con la intención de responder.
—Fue esa gente la que no quiso cooperar. Sin duda, estaban dispuestos a terminar con nosotros. Prácticamente, buscaban eliminar la hermandad completa —Hizo una mueca de dolor mientras tocaba la herida que atormentaba su estómago—. Apenas llegamos, hablaron de la situación del grumete y sobre los negocios de su padre con la hermandad. En respuesta, el muchacho se molestó tanto, que se echó contra su propio padre.
—¿De qué demonios hablas? No lo comprendo —soltó Julia mirando a Bartolomeo, el corpulento hombre que no tenía palabras para responder.
—El padre ha hecho negocios con la hermandad por años. El muchacho se enteró por la misma voz de Montaño y eso fue lo que desató los disparos que recibió el capitán por parte del padre del joven.
—¿Dónde está? El capitán... ¿Dónde está? —interrogó Bartolomeo.
El mismo pirata negó con la cabeza lamentando no tener una respuesta precisa.
—No lo sé, cayó después de recibir el disparo y de inmediato comenzó la pelea —respondió el hombre con la respiración jadeante.
—¡Madre mía! —expresó Julia, llevando una de sus manos a su boca—. ¡Reúnan los cuerpos! ¡Todos! —ordenó la mujer a los hombres que la seguían.
—Julia... ¿Crees que Malaco este muerto? —cuestionó Bartolomeo, buscando con la mirada la respuesta que esperaba.
—No tengo idea, pero necesitamos saber qué es lo que pasó. Busquemos a Barboza, él sabrá algo —aseguró al mismo tiempo que señalaba hacia uno de los botes salvavidas que venían de la María.
Tanto Bartolomeo como Julia corrieron a las orillas de la playa para reunirse con los tripulantes recién llegados. Las esperanzas de desvanecer las dudas se limitaban a la posible versión del hombre que ordenó el fuego desde la María.
—¿Dónde está Barboza? —preguntó.
El contramaestre de la María, bajó con total facilidad del bote que le llevó a la playa, después de la batalla naval a la que sobrevivió.
—Lo perdimos casi inmediatamente luego del inicio del ataque, señora. Al parecer cayó al agua.
—¿Elena y Danielle? ¿Dónde están?
—La señorita Danielle se encuentra a salvo en La Condesa, hace apenas unos minutos venía en uno de los botes. La señorita Elena se encontraba en la María con el capitán Barboza, según un artillero, ella también está desaparecida —respondió de nuevo el contramaestre.
—¡Maldita sea! —maldijo Julia.
—Deben de estar por aquí. Tenemos que encontrarlos —dijo Bartolomeo, observando en todas direcciones.
Una hora más tarde, los capitanes que pelearon con firmeza en aquella batalla, terminaron por llegar a la playa, donde Julia y las recientes noticias los esperaban; sin embargo, pasaron varios minutos antes de enterarse de los últimos detalles.
—Señora, ya hemos reunido a todos los cuerpos, incluyendo los que vienen del agua —comunicó el gringo.
—¿Hay una mujer? —preguntó sin dudar. Para Julia, eran grandes los miedos de hacerse de trágicas noticias.
—No, señora. Entre los cuerpos no figura ninguna mujer, tampoco apareció Barboza, pero sí encontramos el cuerpo del capitán Montaño.
Julia, Bartolomeo y el resto de los capitanes presentes quedaron en completo silencio. No existían palabras que pudieran expresar la pérdida de un buen amigo, pirata y capitán a los ojos de quienes lo conocían. Los piratas retiraron los elegantes sombreros de sus cabezas, meditando sobre los oscuros finales que a todo filibustero le tocaba.
Era grande el pesar de Julia, tras la noticia que le penetró la cabeza para golpear duro. En dicho momento, muchos recuerdos vinieron a su memoria, pero el más persistente fue el que tenía del día que conoció a Montaño. La madre de Julia, se encargó de brindarle dos caminos a su hija, uno sería el de convertirse en la esposa de un pirata para que este se hiciera cargo de la isla y de la seguridad de ella misma, le hizo saber que la mejor manera de encontrar al hombre indicado sería siempre bajo el yugo del amor, aquella opción era la más tradicional y viable para la niña de bronceada piel. Muy por el contrario, la segunda opción estaba llena de resistencia, valor, fuerza y determinación; dotes que Julieta sabía que su hija tenía. La empecinada mujer le explicó que manejar la isla por sí misma no era una tarea sencilla, no para una mujer que buscaba desarrollarse en una vida de hombres. No obstante, su pequeña podía hacer lo que ella quisiera, siempre y cuando tuviera las fuerzas necesarias para lograrlo.
Julia creció contemplando ambas opciones, pero pese a que su madre era quien regía en la isla, la niña siempre padeció del miedo de no lograrlo, hasta el día que el capitán Montaño hizo su arribo a la isla del coco por primera vez. El hombre bajó de un bote con una niña de apenas siete años y un adolescente de catorce. Un jovensuelo que debió ser castigado junto con una pequeña cuyo comportamiento y vestimenta no pertenecían al mismo mundo. Sin embargo, era claro que a Montaño le importaba poco aquello que se pensara de él. Estaba decidido a traer a su hija consigo hasta que la vida se lo permitiera, sin importarle la distinta educación que ella estaba recibiendo de su propia mano.
Julia miró aquel arribo como una señal de vida, esa que le indicara que debía prepararse para gobernar su isla y su propia vida sin tener que ponerla en manos de un hombre o pirata. Las decisiones las tomaría ella.
Por otro lado, Danielle dejó sus lágrimas correr con desconsuelo mientras su debilitado cuerpo caía sobre la arena. Para ella, el capitán Montaño era un buen hombre que cuido de ella cuando más lo necesitó, el corpulento hombre ofreció sabios consejos y fungió como ese padre que la rubia no tenía. El capitán que tanto respeto le inspiró ya no estaba.
No era la primera vez que Danielle lloraba con pesar, pero en esta ocasión, ni Barboza o Elena, estaban a su lado para darle consuelo.
—¿Entonces que pasó con Barboza y Elena? —cuestionó entre sollozos.
—Si cayeron al mar, pudieron ser arrastrados por la corriente que da hacia las rocas —resolvió el contramaestre.
—¡No! ¡Ellos no! —expresó Danielle en medio del llanto descontrolado.
—Sigan buscando hasta que aparezcan los cuerpos —indicó Julia en su lucha por recomponer a Danielle.
Era extraño el sentimiento de derrota que abrigaba la isla del coco, pues con normalidad se hablaban de las hazañas logradas por sus gentes, de la grandeza de sus capitanes y del terror que sembraban en los mares. Luego de la batalla de la isla del coco y de la perdida de una tripulación casi completa, los piratas acogieron esa vulnerabilidad que por muchos años escondieron.
Los capitanes seguían reunidos después de un par de horas, aunque esta vez lo hacían en la gran cabaña. Bebieron por algunos minutos, honrando la memoria de los piratas fallecidos en aquella batalla y enseguida hablaron sobre la nueva situación en la que su hermandad se encontraba. Después de todo, el plan fracasó rotundamente; recuperaron sus territorios, pero era posible que los ataques de la guardia costera permanecieran, lo que complicaría aún más ejercer la piratería. En pocas palabras, en realidad, era un estado de guerra.
La reunión fue interrumpida abruptamente por los hombres de Julia.
—¿Qué pasó? ¿Encontraron los cuerpos? —preguntó Julia poniéndose de pie en la aparición de los piratas.
—No, pero uno de los hombres heridos, asegura que tanto Barboza como su mujer fueron capturados por la guardia costera. ÉL dice que vio con claridad cuando los encadenaron y los subieron a uno de sus barcos.
—¿Qué? ¿Están seguros? —cuestionó Bartolomeo.
—Bueno, eso es lo que dijo Leopoldo, el hombre herido.
—¡No, me niego a creer semejante historia! —bramó Julia.
—¿Por qué? —interrumpió Danielle, ya que se encontraba entre los capitanes, por el miedo a estar sola.
Julia miró a la joven e intentó no provocarle mayor daño con sus respuestas.
—Barboza jamás se hubiera dejado capturar, todos los que estamos aquí lo conocemos bien, es un hombre fuerte, dotado con una enorme capacidad para pelear, incluso pudo haber acabado con los hombres que estaban en la playa por si solo bajo otras condiciones. Si lo que me dicen, realmente sucedió, fue a causa de algo que estuviera fuera de su entero control.
—¡Pues yo sí lo creo! —soltó Danielle frente a todos en la habitación—. Manuel siempre lo sabe todo, él nos vigila en todo momento y nada se le escapa. Sobre todo, si se trata de Elena y del capitán. Supongo que él notó que el capitán fue herido y si Elena también lo supo, es seguro que quisiera ayudar a su padre. El capitán era eso para nosotros tres: un verdadero padre. Yo también hubiera buscado la manera de estar con él, de haberlo sabido. Si ellos no están en la isla, si realmente fueron capturados con vida, la razón es Alejandro.
Los piratas se vieron unos a otros tratando de entender lo que la jovencita de alborotados cabellos rubios trataba de decir.
—¿Qué hay con el muchacho? —preguntó el viejo lobo de mar.
—Alejandro Díaz se enamoró de Elena. Él trata de salvarle la vida, una vez más: me lo dijo en el barco esta mañana, sin embargo, dudo mucho que le perdonen la vida a Manuel. Yo... yo no creo que todo esto haya terminado. Con seguridad, matarán a Barboza y tal vez a Elena, después vendrán de nuevo por nosotros porque el capitán dijo que se trataba de una cacería y no del rescate de Alejandro como todos creímos. De verdad tenemos que ayudarlos, no podemos permitir que se salgan con la suya, no después de lo que pasó hoy.
—Nuestra gente muere a diario, querida Danielle. Es difícil la vida que llevamos y ese es el final que nos espera a todos nosotros. La diferencia es que a unos les toca antes que a otros —dijo Dominic intentando darle consuelo a la rubia.
—No, no es así, Dominic —replicó Julia —Mi madre no murió en combate, ni en un barco, mucho menos colgada o fusilada. Ella enfermó como cualquier otra mujer, murió como cualquier hijo de dios. Lo que dice Danielle es verdad.
»¿Por qué resignarnos? ¿Por qué debemos vivir la vida que esos idiotas trajeados han elegido para nosotros? ¿Por qué seguir proporcionándoles parte de nuestras riquezas, cuando ellos no hacen nada para ganarlas? O acaso, ¿están arriesgando sus vidas también? ¿Nos están proporcionando los medios? Lo siento, esta vez apoyaré a Danielle y no sé qué es lo que decidirán ustedes esta noche, pero yo voy a despedirme de mi capitán e iré a traer a su hija y a su sucesor de vuelta. No solo porque se me da la gana hacerlo, sino porque estoy harta de tenerle miedo a la horca y de ver como mi gente muere.
—Lo que nos pides es algo más que una complicada misión, mujer. ¿Arriesgar tantas vidas para rescatar a nada más dos de los nuestros? —dijo Mariano mientras acariciaba su barbilla con la mirada sobre el rostro del resto de los capitanes presentes.
—Bueno, tampoco se le considerará traición de no hacerlo. Les estoy dando la libertad de elegir, sin votaciones o demás.
»Malaco hoy dio la vida por la supervivencia de la hermandad con el fin de que pudiéramos seguir robando a manos llenas y sin obstáculos. Por ende, lo mínimo que podemos hacer es buscar a su hija. Barboza, por otro lado, es uno de los nuestros; un capitán que en más de una ocasión peleó para nuestra causa como un maldito dios de la guerra. Nunca se negó a una batalla por más grande o pequeña que fuera, aún sin retribuciones. ¿No recuerdan aquel atraco en china donde obstaculizó el trabajo de la guardia costera o la brutalidad con la que peleó contra los españoles por aquel galeón cargado de oro? ¿Qué pasa con todo lo que esperamos de él? Sabemos que nació para esto, el desgraciado. Malaco lo educó para ser un buen capitán como lo era él, más nunca sabremos de sus grandezas, si no le damos la oportunidad de vivir un día más en altamar.
—Yo iré y no solo por lo cansado que me siento de obedecer ciertas reglas que los catrines nos han impuesto, es también porque tenía deudas pendientes con Montaño: él era mi amigo —expresó Bartolomeo mientras caminaba alrededor de la mesa—. Lamentablemente, mi barco sufrió graves daños y mis carpinteros recién han comenzado a repararlo. Puedo ir contigo y te ofreceré mi espada. Así, con suerte regresaremos todos con vida.
—La maría y la condesa siguen de pie, capitán. Sufrieron daños, aunque Camilo dice que pronto estarán listas para zarpar. La tripulación también está dispuesta a vengar la muerte del capitán Montaño —respondió Danielle emotivamente—. La María solamente necesita de un capitán que la lleve a Magdalena.
—No te preocupes, Danielle. Yo comandaré a la María para rescatar a su legítimo capitán.
—Pues yo sí puedo llevar a mi tripulación y a mi barco —dijo la Gitana—. Además, yo sé perfectamente como piensa Santa María y lo que hacen con nuestra gente cuando los atrapan. Esos son mis territorios y quisiera recuperarlos.
—Agradezco tu ayuda, Gitana. Aunque prefiero que te quedes aquí en mi isla y la protejas de todos como mi madre haría. Si alguien puede hacerlo, esa eres tú —replicó Julia tomando la mano de aquella mujer.
—Muy bien, yo haré la parte que me corresponde poniendo orden en este lugar, si así lo quieres. Pero ustedes se llevarán al búlgaro, es mi mano derecha y conoce todo lo que hay que saber para qué esto funcione, confíen en él.
—Así lo haremos, Gitana —dijo Bartolomeo y expresó su agradecimiento extendiendo su brazo hacia la mujer.
Minutos más tarde, los piratas que decidieron luchar, permanecieron en la gran cabaña ideando un plan de rescate, del mismo modo que intentarían tomar el control de sus aguas una vez más, obligando a la marina a dejarles en completa tranquilidad. Incluso cuando conocían que sería complicado y que requerirían de una mayor cantidad de tanto de hombres como de barcos para hacerlo. Otras de las embarcaciones decidieron abandonar la causa que tenían frente a ellos, cargar con sus tesoros en las naves y regresar a la mar en aguas más lejanas con el objeto de buscar una aventura más o el tan ansiado retiro para algunos de ellos.
Esa misma noche, Julia organizó una gran ceremonia fúnebre para los filibusteros que murieron en batalla, defendiendo la hermandad. Colocaron los cuerpos uno al lado de otro sobre una plataforma de madera seca, incluyendo el cuerpo del capitán Montaño; vestido con sus mejores ropas y un elegante sombrero. Él fue despedido con honores junto a su tripulación, la misma con la que compartió algo más que aventuras y tesoros. La hoguera fue encendida y la calcinación de los cuerpos comenzó. Durante toda la noche, las llamas alumbraron la playa mientras quienes presenciaban el momento ahogaban sus miedos y sentimientos en grandes cantidades de alcohol.
Para la mañana siguiente, los cuerpos se habrían convertido en huesos y cenizas que fueron enterrados en algún recóndito lugar de la isla. Julia le encomendó a Danielle la tarea de llevar a la gran cabaña una de las pertenencias del capitán Montaño, objeto que serviría como el recuerdo de su presencia como capitán de la hermandad, pero Danielle decidió esperar para que fuera la misma Elena, la que se encargara de colocar el diario de Montaño o cualquier otro tesoro de imponente valor, tal vez su reloj de bolsillo o un precioso catalejo con detalles de oro que el hombre apreciaba. La joven rubia tenía el presentimiento de que su amiga y la única hija del capitán, querría ser parte del ritual de despedida de su padre, muy a pesar de su objeción por los negocios de su padre dentro de la piratería.
Esa misma tarde, los barcos fueron preparados con provisiones y piratas guerreros. La artillería, mosquetes, sables, hachas y pólvora no debían faltar por ningún motivo, pues se dirigían hacia lo desconocido. Los valientes piratas intentarían un rescate que más que eso parecía una cita con la horca. Sin embargo, para los intrépidos voluntarios, la muerte, realmente no importaba. Después de todo, acostumbraban a dar sus vidas en las batallas por objetos superficiales como el oro y la plata. En esta ocasión, se trataba del rescate de su gente, era recuperar la dignidad, el empoderamiento y el miedo que ellos como perros del mar imponían con sus atroces ataques sobre cualquier viajero que se cruzara por su ruta.
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