Capítulo 19: La debilidad de un hombre
El ocaso y la calma, acompañaban a cada uno de las naves de bandera negra que zarparon de la isla del coco. El capitán, Manuel Barboza, hacía una última ronda de control donde incluía la vigilancia del horizonte; buscando barcos ajenos a la piratería, aquellos que con normalidad hubieran representado una oportunidad de botín, en ese momento pudieran ser una posible contienda.
El nuevo líder de la tripulación, revisó cada nudo, cañón y cuerda. Sin duda, no quería tener errores en su primer viaje como comandante de la nave. A decir verdad, Manuel Barboza había nacido para ser capitán, era casi improbable que algo fallara, ya que analizaba cada detalle con rigurosidad. Los hombres de la María mostraban tanto admiración como respeto ante ello, tomando en cuenta que solía ser el marino que más arduamente trabajaba.
Como todo ser humano, Barboza contaba con debilidades, que si bien, no se encontraban en su experiencia como navegante o como guerrero, la mayoría de sus flaquezas rondaban su vida sentimental.
En su trayecto, buscaba mantenerse desconectado de todo lo que le provocaba vulnerabilidad. De ninguna manera, se permitiría flaquear en su primer viaje como capitán y para ello, concentró sus energías y fuerzas en la ejecución de sus propias órdenes para con la tripulación de la María, al menos así, la mente no le jugaría un sucio juego en contra.
Finalmente, entendió que ya no había mucho por hacer fuera de esperar y permitir que el viento les guiara a mar adentro; ordenó la vigilancia nocturna y luego dirigió sus pasos hacia el camarote principal, ese que desde ese día sería su nuevo apocento.
Durante su servicio como contramaestre de la María, Barboza durmió en un pequeño cuarto por debajo de cubierta, destinado al segundo del barco. Dicha habitación no era elegante en absoluto y era mucho menos espaciosa que las principales, pero, al menos, podía gozar de la privacidad a la que el resto de la tripulación no podía siquiera imaginar.
El área destinada al capitán del barco, no le era ajena del todo. Conocía cada rincón, cada detalle y cada parte de su contenido. Después de todo, había pasado tanto tiempo trabajando para el capitán que poco a poco fue grabando en su memoria aquella habitación llena de lujo y elegancia.Por algunos minutos, caminó alrededor sin tocar los tesoros que abundaban en ella, todas eran cosas de Montaño.
En realidad, no era el oro lo que le incentivó a convertirse en capitán, sus intenciones siempre estuvieron estimuladas por el poder que ese puesto le representaba. No obstante, ahora que había probado el dulce placer de comandar una tripulación, se dio cuenta de que aquello no le sería suficiente, sus sueños estaban mucho más arriba de ser un simple capitán.
Buscó relajarse por algunos minutos, pero su desleal mente le regresó a Elena a sus pensamientos. Sabía que, de buscarla, discutirían de nuevo; mas no estaba dispuesto a vivir un matrimonio donde se comportaran como un par de extraños. Finalmente, se puso de pie y se encaminó hacia el camarote conjunto. Esta vez, no tocó la puerta e irrumpió en la habitación antes de que Elena tuviera la oportunidad de negarse a recibirlo
Elena vio extrañada la presencia de Manuel dentro de la habitación, sin siquiera haber golpeado la puerta o anunciado su presencia.
—¿Qué pasa? ¿Ahora también se te ha perdido la caballerosidad? —preguntó con molestia por la acción.
—No me importa si crees que la he perdido o no. He decidido comportarme como lo que mereces: sin consideraciones.
—Será mejor que los deje solos —dijo Danielle, apresurándose a salir de la habitación.
Pese al acelerado camino de Danielle, Barboza detuvo los pasos de la joven, impidiendo que esta caminara más hacia la salida.
—No, Danielle. No es necesario. Elena y yo nos iremos al camarote del capitán.
—Es muy tarde para hablar, lo haremos mañana —indicó Elena intentando zafarse de la pelea que sabía que tendrían.
—No iremos a platicar, querida. Hablar sobre nuestros problemas es algo que no nos funciona; ni se nos da. Irás a cumplir con tus obligaciones de nueva esposa y me acompañarás en mi habitación como la mujer casada que ahora eres. Vamos ahora, ya mañana moveremos tus cosas —resolvió el pirata, estirando la mano hacia Elena para que la tomara.
Elena, realmente no podía asimilar lo que sus oídos recién escucharon. Manuel había cambiado en demasía con ella. En definitiva, ya no era ese hombre que ponía a sus pies el mundo entero. Ahora, era duro y frío en sus tratos para con ella.
La joven quería encontrar las palabras para evitar una pelea sin tener que terminar en su cama, a sabiendas de que no tenía otra opción; después de todo, ¿qué haría ella? ¿Gritarle a su padre? ¿Enfrentarlo con un arma? No había nadie en ese barco que estuviera a su favor; él era el capitán, él era su marido, esa era una batalla perdida para Elena.
—Dame unos minutos, prepararé unas cosas y te acompaño —respondió luego de analizar la situación y sin haber retirado la mirada de la mano que Barboza tenía extendida.
—Estoy seguro de que Danielle te llevará lo que necesites. Vamos —reiteró, reafirmando el brazo que tenía en su dirección.
Elena no tomó la mano de Manuel, pero sí se apresuró a caminar hacia la salida de la habitación con la molestia marcada en el rostro. Barboza bajó la mano que terminó siendo evadida y con un semblante desencajado, le pidió a Danielle que no tardara mucho con las pertenencias de su esposa. Enseguida, se apresuró a salir tras ella.
De regreso en el camarote principal, Manuel notó que Elena comenzaba a quitarse algunas prendas.
—¿Qué haces? —cuestionó.
—Es esto lo que quieres de mí, ¿no? —respondió con enojo.
El hombre arrugó la frente, molesto con la respuesta de su mujer.
—Si solamente fuera eso lo que quisiera de ti, no hubiera perdido tanto tiempo intentando enamorarte —dijo mientras dejaba caer un cuchillo sobre el escritorio.
—Te dije que no quería hablar contigo esta noche.
—No, ni esta noche y ninguna otra. A ti realmente no te importa lo más mínimo lo que yo quiera o sienta. No haces sino jugar conmigo y hacerme creer que soy el culpable de todo, pero no es así, Elena. Yo no he hecho más que protegerte y ver por ti; por tus deseos e inquietudes. De manera estúpida pensé que una vez que fueras mi esposa, y que entendieras que ese hombre se tendría que ir de nuestras vidas: cambiarías tu comportamiento para conmigo. Sin embargo, siempre habrá algo más importante para ti.
—Manuel, ustedes hablaron de una guerra y mi padre está solo. Él no debe de estarlo y es mi deber como hija acompañarlo.
—¡No! ¡Ahora tu deber es estar a mi lado! ¡Yo soy quien tiene la responsabilidad de protegerte! —gritó Barboza sin contenerse.
—Tienes que comprender que mi padre ya es un hombre mayor que necesita compañía, odia sentirse solo. En cambio, tú eres joven y sabes cuidar de ti.
—Tu padre también sabe cuidarse y seamos sinceros, Elena. Aquí el problema no es el capitán, porque siempre buscas desobedecerle, tu problema siempre he sido yo. Si tanto te molesta mi presencia, no debiste casarte conmigo —reclamó al tiempo que se señalaba a sí mismo.
—¡Entonces, tú no debiste obligarme! —emitió la mujer que pasó tiempo con aquello atosigándole el pecho.
—¡No te obligué! Tú te ofreciste a cambio de la libertad del perro ese y ya lo liberé.
—¡Entonces, tómame! ¡Aquí estoy! Yo también estoy cumpliendo con mi parte del trato.
—¡No! Yo no cambié su libertad por unas noches en tu cama. Yo lo hice por una esposa —soltó Barboza para darle la espalda.
Una vez más, Elena enmudeció sin poder encontrar la respuesta idónea ante las declaraciones del capitán. Necesitaba encontrar los medios para hacerle saber el mar de emociones que padecía noche tras noche, desde la llegada de Alejandro a sus vidas. La pareja finalmente comenzaba a sufrir los estragos de aquel complicado trato que ambos aceptaron y que había provocado una guerra que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.
La puerta sonó en dos ocasiones: se trataba de Danielle con las cosas de Elena. Manuel se apresuró a abrir y a salir de la habitación para intentar mediar su difícil temperamento. De inmediato, Danielle se percató del descontento por parte de ambos otra vez.
—Elena, hazme caso. Ábrele tu corazón, dile que sí sientes algo por él —aconsejó la joven mientras le entregaba a Elena sus ropas de cama.
Después de varios minutos, Danielle salió del camarote para encontrarse con Barboza sentado sobre el borde del barco; creyó que lo mejor sería permitirle estar solo para que este lograra aclarar sus emociones; no obstante, sus sentimientos y pies la llevaron hacia él sin que ella se diera cuenta.
—¡Hey, capitán! ¿Qué pasa? No me digas que piensas saltar —bufó en un esfuerzo por animarlo.
Manuel giró la cabeza en dirección a la joven que le hablaba y le regaló una diminuta sonrisa forzada.
—Sabes, ahora estoy seguro de que no debí casarme con Elena.
Danielle hizo una mueca acusatoria al escuchar la confesión.
—¿Tan malo es el matrimonio? No me digas eso porque todavía no me caso, hombre.
—Dudo que todos los matrimonios sean así de malos como el mío. Llevamos unas horas juntos y no podemos parar de pelear.
—Las circunstancias en la que se dio este matrimonio son muy particulares. No puedes esperar a que ella se lance a tus brazos, fingiendo que no ha pasado nada entre ustedes.
—Es que ese es mi problema, Danielle. Dime, ¿qué he hecho yo para que me rechace como lo hace? Yo únicamente la he protegido. El trato lo ofreció ella, yo no; la decisión fue suya, de ninguna manera la obligué —declaró el pirata sintiéndose libre de toda culpabilidad.
—Pero lo hiciste indirectamente. Cuando Elena se entusiasmó con ese hombre, debiste dejar que fuera ella quien se decepcionara de él. Después de un año, Alejandro hubiera vuelto con los suyos y ella se quedaría aquí contigo. En cambio, tú te empecinaste en hacerle la vida difícil, le diste castigos tras castigos sin la más mínima oportunidad de defenderse. Elena no tuvo otra opción que no fuera la de intervenir para evitar su muerte.
—Bien, de acuerdo, lo hice porque no lo soporto, pero tampoco pueden culparme de todo. El código, el capitán, la desobediencia y acciones de Elena; esas cosas también tienen su parte de culpa en esto —expuso con la vista en el océano.
—Bueno, sí. Pero... ¡Ay, yo no sé que decir! —expresó la rubia respingando un poco.
—Danielle, ¿ella se enamoró? —preguntó Barboza después de un momento de silencio.
—No lo sé... Supongo que sí. Aunque, te diré que en este momento está muy confundida.
—¿Por qué? —cuestionó intrigado con la atención en la rubia.
La mujer lo miró confundido y se posicionó a su lado para continuar la plática.
—Responderé a tu pregunta, si tú respondes la mía primero —dijo.
Aquel volvió el rostro y asintió con un movimiento de cabeza.
—De acuerdo, dime...
—¿Por qué permitiste que Elena fuera a visitar a Alejandro? Sabías que estaba con él y no hiciste nada, te quedaste callado.
Las palabras de Danielle no lo sorprendieron, era una pregunta que incluso él mismo se planteó en varias ocasiones.
—No lo permití —expuso resignado y un tanto dolido—. Los muchachos me lo hicieron saber cuándo ya era tarde, cuando el muy perro ya le había arrebatado la castidad a Elena. Quise pensar que no pasó nada entre ellos; supuse que solo hablaron y se despidieron, pero esa noche, la expresión de Julia cuando me vio, me lo dijo todo.
Repiró a profundidad y arrugó el rostro como señal de descontento.
»Después, Elena permanecía encerrada en su habitación para no verme a los ojos a mí o a su padre. Luego, el infeliz que se atrevió a gritármelo a la cara. —Golpeó ligeramente la madera de la borda del barco donde estaba reclinado—. Si hubiese hecho un escándalo, si lo hubiera matado como tenía deseos de hacerlo: él habría quedado como la víctima y yo la hubiera perdido para siempre.
Danielle escuchó perpleja y al tanto del dolor que acompañaba al pirata con cada palabra.
—¿Y no te importó que él fuera el primero? —interrogó confundida, puesto que la mayor parte de los hombres exigían la castidad en sus esposas.
—Por supuesto que sí me importó. —Apuñó la mano sin que Danielle lo notara—. Me consumieron los celos y la rabia cuando lo supe, pero nos encontrábamos a un par de horas de que ella me aceptara como esposo y de que él desapareciera de nuestras vidas —explicó Barboza evitando los ojos de quien lo cuestionaba.
Los penetrantes ojos verdes de Danielle se fijaron en el pirata. Entendía que probablemente estaba apostando mucho; sin embargo, tenía que decirlo.
—Yo sé que no debo hablarte de esto ahora que tu compromiso con Elena es un hecho; sin embargo, debo hacerlo para sacarlo de mi ser—. La mujer dio un largo y tendido suspiro al tiempo que sentía el nerviosismo en todo su cuerpo—. Yo no me hubiera entregado a alguien que no fueras tú.
Manuel respiró hondo y le regresó la mirada a la rubia que le declaraba su amor.
—Eso es porque tú sí me amas de verdad, pese a que sabes que yo no puedo corresponderte —respondió mientras se reflejaba en los ojos de la mujer—. De cualquier manera, ya nada puede hacerse, las cosas son como son.
—No, las cosas entre ustedes pueden cambiar. Elena no te ama como tú quisieras, aunque sí siente una gran atracción por ti. Sin duda, le gustas y no puede negarse cuando te le acercas. Ella me lo confesó —reveló con la complicidad en el rostro—. Además, se decepcionó cuando vio que Alejandro no la buscó después de ser liberado. Le hice saber que le diste su libertad incluso antes de la boda, y que no había nadie vigilándolo como para que fuera a buscarla.
Mordió un labio y sonrió para sí misma, ya que estaba segura de que sus palabras funcionarían.
»Dile que pagaste sus servicios como pirata, así sabrá que se embarcó ese mismo día por voluntad propia para regresar con su familia. Después de lo que sucedió entre ellos, ella se sentirá molesta con Alejandro, luego se le pasará y si te tiene a ti apoyándola: le será más fácil enamorarse de ti.
Barboza emitió un diminuto sonido de complicidad mezclado con ironía, puesto que, ¿quién pensaría que la mujer que le aseguraba estar prendida de él, ahora estaba ayudándole para enamorar a su propia esposa?
—Gracias por todo, Danielle. Pero no quiero sentir que dependemos de ti para arreglar nuestros problemas. El capitán y tú siempre terminan en medio. Todo eso me es bastante vergonzoso.
—No te preocupes, cuando me case y tenga mis propios problemas, ustedes también estarán en medio.
Danielle mostró una emotiva sonrisa.
—Creo que tengo suficiente de mis problemas como para también lidiar con los de otras personas. Tampoco sé qué será de todos nosotros si decides casarte y dejarnos.
—¡Oh, no te preocupes por eso! Me casaré con el capitán. Cuando todo esto de la guerra pase, le propondré matrimonio. Estoy segura de que nos ira mejor que a ustedes dos—. Sonrió de nuevo complacida por sus bromas.
—¿Sabes qué? Será mejor que ya te vayas a dormir, porque el fresco de la noche ya comenzó a hacerte daño en esa extraña cabeza que tienes. Te acompaño —ofreció, tomando del brazo a su amiga.
Ella continuó sonriendo al tiempo que caminaban juntos hasta la puerta de la habitación conjunta del camarote principal.
—Espero que ambos se dejen de tonterías y mañana amanezcan más relajados —comentó Danielle antes de entrar a la habitación.
El pirata asintió con la cabeza y estiró el brazo que abriría la puerta del camarote.
—Yo también lo espero. Buenas noches —expresó Barboza y se despidió con un beso en la frente de Danielle como cuando un hermano se despide de una hermana.
Finalmente, el capitán regresó al camarote principal, donde ya todas las velas se encontraban apagadas. Elena estaba recostada sobre la cama luchando por alcanzar el sueño que sabía que necesitaba. Por un momento, contempló la idea de continuar con la plática en el punto justo donde fue interrumpida, quería responder a aquella última frase donde Barboza le pidió actuar como su esposa; deseaba dejar de discutir por cualquier situación en la que tuvieran un desacuerdo, para intentar llevar un matrimonio normal; no solo por ella, sino también por él.
Minutos más tarde, notó la presencia del pirata en el extremo opuesto de la cama, pensó en oponerse con firmeza a la idea de una relación sexual esa noche, aunque sabía bien que no tendría los medios para resistirse de ninguna manera. Manuel la acorraló la noche de bodas sin permitirle una negación, y en ese momento él planeaba hacer exactamente lo mismo. Después de todo, los dos opinaban igual, se llevaban mejor cuando no hablaban, cuando la relación se tornaba dentro de lo físico.
—¿Estás despierta? —preguntó Barboza, mirando hacia la dirección de Elena.
—Lo estoy —respondió ella, girándose para quedar frente a él, notando el torso desnudo y la mirada relajada.
—Espero ya estés más tranquila.
La mujer respiró hondo, luego de darse cuenta que sus palabras anunciaban una solicitud de paz.
—Debemos parar de pelear. Estoy dispuesta a convertirme en la esposa que quieres, pero tú debes perdonar mis errores.
Aquel asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo —resolvió Barboza a sabiendas de que sería todo un reto para ambos.
En el acto, se acercó con la intención de desvocaar todo sentimiento que tenía reservado solo para ella. La besó con su concentimiento, sin recelo, sin oposición.
Esa noche, los besos no fueron dados con brusquedad y las caricias se tornaron más hacia lo sentimental. Barboza optó por mostrarle a Elena aquella fragilidad que le acompañaba como hombre, donde solo ella lo hacía vulnerable. En la oscuridad, la dejó sentir, le permitió soñar. Esta vez no había fuerza de por medio, ni ataduras a la cama. Ninguno de los dos se detendría, aun cuando el amor les doliera, aun cuando sus palabras lastimaban. Permitieron que sus cuerpos fueron dominados por la pasión que en cada uno de ellos despertaba, proporcionándoles calor y cobijo en los gestos, caricias y besos que como agua emanaban.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro