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Capítulo 17: Noche de bodas

La celebración de la unión aún continuaba cuando los colores del atardecer comenzaban a cubrir el cielo con su fulgor; pero ni Elena o Barboza tenían ánimos para fiestas. Por fortuna, para ellos, la mayoría de los invitados ya se encontraban lo suficientemente bebidos como para notar la falta de felicidad que había en los recién casados. 

Ya cansada de fingir que le interesaban las estrategias de batalla que su padre discutía con Bartolomeo y Julia; Elena se puso de pie para despedirse de quienes estaban a su lado. Pretendía salir de ahí a la mayor brevedad posible, aprovechando la ausencia de Barboza en la mesa.

—Ya me retiraré, estoy algo cansada, pero ustedes sigan disfrutando —se excusó al tiempo que se ponía de pie. 

—¿Tan pronto, hija? —preguntó Montaño en estado de ebriedad y los ojos en la novia.

—No es pronto, padre. El sol ya cayó y ha sido un día largo —respondió Elena, intentando salir del alcance de su padre.

Sin embargo, la joven apenas si pudo dar un par de pasos hacia atrás cuando chocó con el pecho de su nuevo esposo. Manuel, sin ánimos del diálogo, sujetó del brazo a Elena, impidiéndole que diera un paso más fuera de la mesa.

—¿A dónde vas? —cuestionó con una acusatoria mirada.

La mujer apenas si le devolvió la atención. 

—¿A dónde puedo ir sin que me vigiles?

—A ningún lado —resolvió Barboza sin soltarla del brazo.

—Iré a la cabaña. Estoy cansada y todos están ebrios —expresó la joven, mostrando su frustración e incomodidad.

—Bien, te veo ahí en un rato —aseguró liberándola para permitirle avanzar. 

El hombre siguió su camino con los ojos e inmediatamente se dirigió a donde estaba Danielle, quien estaba involucrada en una plática amena con un marinero. 

—Síguela, por favor. Asegúrate de que no salga de la cabaña —siseó al oído de su amiga. 

Danielle tomó con dureza aquel favor que parecía orden, aun cuando ella sabía que lo controlador era parte de la personalidad de Barboza.

—Manuel, ¿no crees que lo mejor es dejar de vigilarla en toda oportunidad? A veces, ella necesita un respiro o un poco de libertad.

—¿Irás o envío a alguien más? —soltó molesto con el consejo de Danielle.

—¡De acuerdo, iré! Pero que par de novios tan dichosos —declaró la rubia con sarcasmo para después despedirse del atractivo pirata con el que hablaba e ir tras los pasos de su amiga.

Elena entró a la cabaña prácticamente corriendo; anhelando esa soledad que sanaba sus desahogos. Requería sentir paz y tranquilidad en aquel momento de desespero que surgió de la nada. Respiró un par de veces con profundidad, cerrando ambos ojos; no obstante, el momento de sosiego que creó para sí misma fue burlado por los sonidos que escuchó tras la puerta. Alguien la había seguido para interrumpir su soledad. Consideró a Barboza de inmediato, luego volvió la mirada frunciendo el ceño, pues estaba segura de que se trataba de él, hostigando sus pasos como acostumbraba a hacerlo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? —cuestionó Danielle al cruzar la puerta.

—¿Qué haces aquí? ¿Te enviaron a cuidarme? —interrogó Elena hastiada de toda situación que estuviera relacionada con los hombres. 

—No, yo también esperaba un pretexto para salir de ahí —mintió, soltando el bonito bolso que tenía en la mano.

Elena hizo una mueca y volvió el rostro. 

—Yo te vi muy entretenida con Camilo.

—¡Solo platicaba, Elena! Si lo que quieres es estar sola, únicamente debes decirlo y me retiraré a mi habitación —bramó la joven disgustada.

Elena miró a Danielle dirigirse hacia el pasillo que la llevaría a su habitación y en el instante deseó omitir su recelo para no quedarse en soledad como ella creía que prefería. 

—¡Espera! No te enojes. Lo siento mucho, por un momento pensé que era Manuel.

La rubia detuvo sus pasos y giró el cuerpo para quedar al frente de la castaña, quien no lucía como una recién casada. 

—Barboza se quedó en la fiesta —explicó Danielle, relajando el semblante.

—Sí, pero ya vendrá y sencillamente no tengo ganas de estar con él.

—Te lo tomas muy a pecho, el hombre solamente te propuso matrimonio —Danielle creía que tanto Elena como Barboza estaban haciendo una tormenta en un vaso de agua, la mayor parte del tiempo, los matrimonios eran arreglados por los padres. 

—¡No, él me orilló a este matrimonio! —manifestó Elena, era un desahogo que permitió salir desde la profundidad de su corazón. 

Sin embargo, la rubia no lo veía igual. 

—Pudiste negarte, aceptaste por decisión propia y lo del trato fue tu idea, no de él.

Elena analizó el rostro de Danielle. Finalmente, ella tenía razón. Manuel no la obligó a contraer nupcias en ningún punto e incluso le dio la oportunidad de liberarse del compromiso antes de que se descubrieran las cartas. 

—Danielle, tengo miedo. ¿Qué pasa, si después de esta noche, Barboza pierde el control y me mata junto con Alejandro? Lo que hicimos fue muy grave y no se quedará de brazos cruzados. Él es... vengativo —expuso con el temor marcado en la temblorosa voz. 

—¿Matarlos? ¡Por dios, que cosas dices...! No les hará daño. Él ya ha liberado a Alejandro, ¿no te lo dijo?

Los ojos fueron a dar al rostro de la rubia que aseguraba la libertad de Alejandro, confiaba en que el pirata sería justo y cumpliría con su palabra; no obstante, jamás imaginó que sucederían tan pronto. 

—No, no me comentó nada, ¿cómo lo sabes? —inquirió con la mirada sobre Danielle.

—Julia y yo estábamos con él cuándo le dio la orden a Cristóbal antes de abordar.

—¿Antes de la ceremonia?

—Sí, antes de la ceremonia —asintió Danielle jugando con su cabello.

—¿Qué más sabes?

—Eso es todo y no deberías de preocuparte por lo demás, los dos cumplieron su parte del trato.

—Al menos debió decírmelo, ¿no lo crees?

—Supongo que te lo dirá cuando vuelva o mañana, ustedes no hablaron nada durante el banquete.

—O simplemente no quiere que lo sepa. Debe pensar que, si me lo dice, intentaré escapar con él —soltó la recién casada en un reproche oculto bajo el orgullo. 

—¿Y no es así? —preguntó con sarcasmo.

Elena meditó su respuesta por unos segundos, como imaginando por un futuro diferente. Luego de un largo silencio, negó con la cabeza.

—¿De verdad?

—Sí, hice un trato y no seré yo quien lo rompa. Ya cometí suficientes errores y esta boda solo fue el medio para enmendar mis faltas. 

De nuevo un silencio incómodo surgió, donde ambas jóvenes intentaban acomodar sus ideas.

—Elena, sé que aún es temprano para esto, pero Julia me ha pedido que te ayude a prepararte para tu noche de bodas.  Ella dejó un camisón en tu habitación o algo así. Dice que es su regalo de bodas —explicó Danielle, intentando hacer reír a su amiga.

—Mi noche de bodas —repitió Elena en voz alta—. Suena extraño...  Aunque, supongo que será lo mejor para que este día acabe pronto —declaró resignada.

Fuera de la cabaña, en la celebración. Desde uno de los rincones de la fiesta, Barboza observaba a los piratas bebiendo, cantando y bromeando entre sí. Él no era un hombre de muchos amigos, por lo que la mayoría de los presentes estaban por la comida o la bebida, o bien, por el respeto que le tenían a Barboza. Él contaba con múltiples aptitudes que aseguraban lo llevarían a lo más alto de la piratería. 

Barboza no solo era bueno en combate o como estratega, sino que también solía actuar con inteligencia e intuición, pues pocas veces cometía errores durante las travesías donde buscaba siempre la perfección. Montaño notó rápidamente cada una de esas habilidades en él y le enseñó a potencializarlas para ejercerlas, tanto en el arte de la navegación como en la piratería. Lo convirtió, no solamente, en un elemento poderoso para cualquier embarcación, sino también, en el hijo que heredaría sus naves para continuar su legado. Manuel pronto alcanzaría aquello, por lo que tanto tiempo trabajó, sin embargo, a pesar de su talentoso futuro como capitán, no concebía esa fuerza y vitalidad que debía sentir.

—Ya no tienes por qué sentir miedo, ya puedes ir tras ella —dijo Julia interrumpiendo los pensamientos de Barboza.

—No tengo miedo, Julia.

—¿A no? Entonces la cara es porque ya te arrepentiste.

—Estás ebria.

—Sí, lo estoy y este estúpido corset me está matando, pero te diré una cosa, tú eres el indicado, no él.

—¿Y ahora me lo dices, cuando esta mañana me aconsejaste que le permitiera elegir?

—Bueno, sí lo dije, pero luego te escuché decir cosas maravillosas; cosas que cualquier mujer quiere oír de un hombre, sin importar la clase u origen. Hiciste lo correcto, Barboza, no creo que ese caballero la quiera más de lo que la quieres tú —aseguró la mujer con una botella de vino en sus manos.

—Ella me aceptó con trampas —soltó al tiempo que bajaba la mirada. 

—Tal vez, aunque tú eres un pirata y ella también lo es...  Eso es lo que hacemos: robamos, saqueamos, mentimos y nos salimos con la nuestra. Mejor ve con ella, aquí nadie te va a extrañar. Créeme si te digo que no eres el alma de la fiesta.

—Bueno, para ser sincero, no estoy aquí por gusto, sino que estoy esperando al capitán —comentó Barboza apuntando a donde se encontraba el robusto hombre.

—¡Ah, sí! No considero que Montaño quiera ir a escucharte, hacer de las tuyas con su hija. Déjamelo a mí, yo me encargo. 

Manuel miró a Julia y una disimulada sonrisa surgió. Besó el dorso de su mano como agradecimiento por aquellas palabras y salió caminando relajadamente de la vista de todos.

Por otro lado, Alejandro había hecho uso de las llaves que Manuel le entregó para quitarse las gruesas cadenas que le acompañaron las últimas semanas. El hombre, casi no recordaba lo ágil que podía ser cuando no las portaba. De inmediato, asomó la cabeza fuera de la choza sin encontrar a alguien que le estuviera vigilando, comprobando así, la veracidad de su libertad. Volvió adentro para comer los alimentos y bebidas del banquete nupcial; comida que no le proporcionó el mismo sabor que al resto de los comensales. Para él, ese era el platillo más amargo que había intentado digerir. Luego tomó la bolsa de monedas doradas que ganó como pirata y salió caminando de la choza que le dio cierto resguardo. Contempló la idea de ir a la fiesta y hacer un gran escándalo; intentando llamar la atención de Barboza. Realmente, quería enfrentarse en un duelo para que uno de los dos muriera pronto bajo el filo de la espada. Muy a su pesar, reconocía que no tendría oportunidad de vencer, no al menos en las condiciones que se encontraba ahora, pues seguía en completa debilidad. Sin deseos de agachar la cabeza y obedecer a Barboza, prefirió optar por el camino menos honorable para un caballero: buscaría a Elena e intentaría fugarse con la mujer que decía pertenecerle. 

Se acercó con sigilo al lugar del banquete, buscó la silueta de Elena sin mezclarse entre los invitados para evitar que alguien de la tripulación de Montaño lo reconociera y alertara al capitán de su presencia.

Después de unos minutos en completa observación, entendió lo que pasaba: en la celebración seguía Montaño junto a su tripulación, incluso Julia y varios hombres que no reconocía, pero  por ningún lado estaba Elena o Barboza. 

—No, por supuesto que no están aquí —dijo para sí mismo. 

Bajó la mirada hacia sus pies, fue en dirección a la selva, buscando entender su nueva realidad, esa que le hizo acabar enamorado y con el corazón roto por la hija de un pirata; fastidiado y burlado por un hombre que lo odiaba; y para finalizar, estaba su misma imagen convertida en la de un filibustero más. Alejandro caminó tanto, internándose en la selva, que dejó de escuchar los ruidos provocados por el banquete nupcial. Ahora, estaba completamente solo con los pensamientos amargos que iban y venían desde su cabeza; surgieron esas ganas de sanar el cólera con el llanto. De nuevo la debilidad se apoderó de su cuerpo y se dejó caer en medio de la oscuridad para dejar salir toda esa frustración que lo acompañaba desde el día en que conoció a Elena.

El recién casado, Manuel Barboza, llegó a la cabaña de Montaño; buscando una última copa de vino antes de ir con su esposa. Se quitó el saco, tomó asiento en uno de los finos y cómodos sillones de la sala común, bebió un trago y cerró sus ojos buscando agrupar sus pensamientos en uno solo. Sintió paz por unos minutos y luego fue interrumpido por Danielle saliendo por el pasillo.

—Creí que traerías contigo al capitán y que necesitarías ayuda con él. Estaba muy ebrio ya.

—El capitán continuará en la celebración y dudo que regrese esta noche. No te preocupes, Julia cuidará de él —aseguró Manuel, terminando la copa de un solo trago. 

Danielle asintió, colocando sus ojos en la copa vacía.

—Deberías dejar de beber —expuso en un tono preocupante. 

—Eso haré —replicó Barboza casi de inmediato, como si la presencia de Danielle comensara a molestarle. 

Ella notó si frivolidad y la nula intención de Barboza por sostener una incomoda conversación, así que, evitó los rodeos y prefirió dormir. 

—Iré a mi habitación —señaló tocando su cabello rubio—. Por cierto, Elena está lista, sé bueno con ella.

Barboza miró a Danielle perderse por el pasillo sin entender lo que esta le dijo. 

—¿Lista? —Se cuestionó a sí mismo con el entrecejo hundido.  Dejó la copa sobre la mesa y se puso en camino hacia la habitación de Elena por el mismo pasillo que Danielle desapareció minutos antes. 

Tocó la puerta y escuchó la voz de su ahora esposa permitiéndole el paso. Lo primero que vio cuando entro, fue a Elena usando un hermoso camisón blanco de seda con encajes en el escote, traía el pelo suelto y aguardaba esposada a uno de los postes del dosel de la cama. Manuel no pudo evitar sonreír al verla de pie y atada a la cama.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Elena al ver la sonrisa de Manuel. Todo rastro de nerviosismo por parte de ambos se disipó luego del gracioso encuentro. 

—Jamás hubiera pensado que aceptarías usar las esposas —soltó el pirata congraciado con la idea. 

—No fue idea mía, fueron Julia y Danielle quienes insistieron por culpa de esa estúpida tradición pirata —respondió Elena con una mueca en la cara. 

—Se supone que los piratas no nos comprometemos, ni pedimos la mano en matrimonio de las mujeres que queremos. En su lugar, las raptamos y esas esposas que te atan representan el robo —explicó un Barboza sonriente y con los ojos en su esposa. 

—Pues es absurdo. Sobre todo porque yo no fui raptada.

—¿No? ¿Estás segura? —preguntó con tono relajado, mientras se quitaba la camisa y el chaleco que llevaba encima. 

Elena intentó desviar la mirada, pero al ver el dorso desnudo de Barboza tan de cerca, simplemente no pudo hacerlo. Tragó saliva, tomó aire y se compuso para continuar la conversación.

—Puedes suponer lo que quieras.

—¿No fuiste tú quien le dijo a Julia que te presioné para aceptarme? —interrogó de nuevo Barboza sin tapujos.

—¿Qué importancia tiene? —resolvió Elena con altanería encogiendo los hombros—. Finalmente, cumplí con mi parte del trato y es lo único que debería interesarte 

—Pues a mí sí me importa, porque ya me cansé de que juegues conmigo y que me culpes de todo —gruñó Barboza con molestia y soltando sus botas de una en el suelo.

Elena abrió los ojos cuando escuchó el golpe de las botas y se nuevo posicionó su rostro frente a él.

—¡Manuel, por favor! ¡Paremos de discutir! Yo sé que crees que acepté esta boda por tu promesa de liberar a Alejandro, pero te aseguro que... 

Elena no pudo terminar la frase que fue nublada de su cabeza, Barboza la tenía completamente sujeta a su cuerpo, tomándola de la cintura y del cuello. La respiración de ella comenzó a acelerarse y su cuerpo a temblar. En vano, intentó salir del alcance del pirata. La fuerza que ejercía el hombre sobre ella y el miedo que le provocaba era superior. Sin mencionar que seguía atada al dosel de la cama.

—Suéltame —exigió.

—No.

—Por favor.

—¡He dicho que no! Además, ahora tengo los derechos.

—Nuestro matrimonio no te permite tratarme de esta manera. Tu brusquedad me lastima—. Trató de razonar con su esposo, al tiempo que luchaba por soltarse. 

—Tendrás que acostumbrarte, no conozco otra manera.

—Manuel, por favor. Somos personas civilizadas. Suéltame y podemos hablarlo —suplicó en un inento por concencerlo. 

—Yo soy un pirata y tú no eres ninguna dama —mencionó el pirata negando con la cabeza.

—¿De qué hablas?

—De tu visita a la cabaña de Julia. ¿De verdad me creíste tan imbécil como para no darme cuenta? —espetó Barboza sujetándola con mayor fuerza.

—Manuel yo no...

—No, Elena. Esta vez no me dirás más mentiras porque seré yo quien te diga la verdad. Sé que lo buscaste y sé que lograste verlo. Mis hombres te vieron atravesar la selva y vieron una luz encendida en la habitación donde estaba encerrado. De lo que no estaba seguro, era lo que sucedió esa noche, hasta que el muy perro me lo gritó a la cara, pero me alegro de que haya sido así, por qué ya no tengo porque ser condescendiente contigo hoy —dijo Barboza al oído de su esposa.

El pecho de Elena parecía explotar, intentó defenderse de los pensamientos de Manuel, auncuando no tenía armas para hacerlo. La tenía completamente acorralada, no solo por laverdad que había salido a la luz, sino que también era la fuerza que Manuel estabaejerciendo sobre el cuerpo de Elena. De pronto, la mano que Barboza tenía en su cuello fuedeslizada por debajo del camisón, Elena comenzó a sentir las caricias y los besos que suesposo bruscamente le regalaba. Enseguida, Barboza la giró de una y quedaron frente afrente. La joven quiso bajar la mirada sin éxito, pues él se lo impidió sujetándola delmentón, permitiendo el cruce de sus miradas.


 »No te daré el gusto de que te burles de mí y quiero que me mires a la cara mientras te hago el amor. Así no olvidarás el rostro del hombre con quien te casaste. 

De nuevo una ola de besos y sensaciones que Elena desconocía. Ella quería negarse... quería pelear; no obstante, eran mayores las evocaciones placenteras que su marido despertaba en ella. Finalmente, se rindió. Dejó que Manuel ganara esa batalla, permitiéndose sentirse frágil e indefensa ante las palabras, hechos y caricias que alimentaban el deseo e incendiaban la pasión. La joven pareja no solo hizo el amor con el cuerpo, sino también con el alma, sintiendo su ardor incluso más allá de la piel.

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