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Capítulo 15: La gran reunión

Por la mañana todo era tranquilidad, con tan solo el sonido de las olas del mar y la voz de unos cuántos hombres que deambulaban por los alrededores de la isla. Algunos cumplían con las órdenes de sus capitanes, mientras que la gran mayoría continuaba durmiendo justo donde el cuerpo exigió.

El calendario de actividades programadas por Julia, marcaba la gran reunión de filibusteros que se realizaría en la cabaña más grande de la isla: construida a la lejanía del resto de las otras. La majestuosa barraca de techo de palma no se limitaba a cumplir con el rol de atestiguar las reuniones filibusteras, sino que también, albergaba en una incomparable colección de artículos y cachivaches utilizados por los piratas que habitaron en su momento la isla del coco: colocados sobre repisas de madera y protegidas del polvo por cristal; colgadas del techo o resguardados en enormes baúles situados a los alrededores de la cabaña, era casi un museo de la hermandad. 

La tradición marcaba que los objetos representaban a los capitanes ya fallecidos, era un tipo de  santuario para recordarlos. La enorme mesa que residía en el centro de la habitación tenía una forma retorcida y extraña que simulaba una calavera, la misma silueta que dibujaban en las banderas que ondeaban sus naves. Las sillas lucían detalles dorados por doquier que hacían juego con la elegante tapicería. Las paredes estaban cubiertas por pinturas, algunas de ellas pertenecían a artistas de todas partes del mundo que fueron robadas por ellos mismos, otras solo fueron sentimentalismo para Julieta. En su mayor parte, las obras mostraban famosos piratas que habían burlado el mundo entero o mujeres desnudas pintadas en finos lienzos.

Las reuniones filibusteras se hacían una vez al año, contando con la presencia de quienes deseaban asistir, puesto que no se trataba de una obligación, sino más bien de una oportunidad para hacer alarde de sus buenas maniobras como saqueadores. En esta ocasión, lejos de la presunción, la reunión se tornaría hacia un tema más complejo que el de los saqueos, pues había complicaciones que la gran mayoría comenzaba a experimentar.

A primera hora, Julia fue la primera en ingresar a la cabaña para asegurarse que todo estuviera como lo hubiese preparado su madre: el ron sobre la mesa no debía faltar. Minutos más tarde, llegaron los capitanes de los navíos que anclaron en la isla del coco, incluyendo al padre de Elena y a Manuel Barboza, ya que fue invitado a la reunión debido a que pronto heredaría los negocios de Montaño. Uno a uno fueron tomando su lugar hasta que casi todos los asientos fueron ocupados. En esa ocasión, faltaba solo un capitán y era el de la nave recién atacada: el Poseidón. El resto de los presentes bebieron una copa de vino en su honor y dieron inicio a la famosa asamblea.

—Bueno, es momento de comenzar la reunión. Todos queremos hablar para entender qué es lo que está pasando. Nos han comenzado a atacar, pero ¿por qué ahora? ¿Por qué no antes? Tampoco sabemos si lo seguirán haciendo —interrogó Julia como tema de apertura.

—No creo, en lo más mínimo, que lo que le hicieron al Poseidón haya sido planeado, yo supongo que fue un simple percance. Hasta ahora los gobiernos nos han permitido ejercer la piratería siempre y cuando no nos neguemos a cubrir la parte que hemos acordado —continuó diciendo el capitán Dominic: un hombre regordete de baja estatura.

—Problema de intereses, tal vez es una manera de decirnos que exigen una mayor parte del botín —respondió Bartolomeo, que a diferencia de Dominic, era bastante grande.

—Pues... qué manera de exigirlo, atacando al Poseidón, el navío más grande y fuerte que nos pertenece. Bueno... pertenecía, acabaron con él —agregó Julia con tono burlesco y una copa en la mano.

—Coincido con Julia esta vez. De tratarse de una exigencia no hubieran hundido al navío más fuerte, sino al más débil... Sin ofender, Dominic —habló un cubano llamado Mariano.

—¿Qué dices? ¡Mi nave no es débil y te lo puedo demostrar! —espetó el capitán mientras se ponía de pie y desenvainaba una espada.

—¡Basta! ¡Basta! Aunque se trate de un simple conflicto de intereses, han matado a nuestra gente, han hundido a uno de los nuestros: el código dicta venganza —expresó Montaño, provocando aún más escándalos dentro de la cabaña, pues al unísono se escucharon los gritos de los piratas que hablaban sobre venganza y respeto al código con el que ejercían la piratería.

Un pirata viejo de espesa barba sonrió con alevosía, como si hubiera estado esperando el momento ideal para hacerse de la atención de la hermandad. 

—Sí, claro. Igual a la venganza que has ejercido con el grumete que traes en tu barco, ¿verdad, Malaco? —replicó Donatello para provocar a Montaño.

No obstante, Montaño palideció levemente, deduciendo así, que Donatello tenía algo que ver con el atentado de Elena en Magdalena.

—No pude matar a ese hombre porque tenía una deuda de sangre con él, deuda que ya pagué y él también ha retribuido la suya para con la hermandad —declaró el capitán con voz firme, poniéndose de pie—. Además, ¿cómo es que tú estás enterado de eso?

El hombre se fingió tranquilo e ignoró la acusación que era más que evidente para todos. 

—Todos en Manzanilla lo sabían.

—¡No! —Montaño golpeó la mesa, atrayendo la atención de Donatello—. Tú estás enterado, porque enviaste al hombre que intentó matar a mi hija por tu estúpida venganza.

—¡Tú tienes una deuda conmigo! —señaló Donatello mostrandoles a todos el brazo que le faltaba.

—Ya basta Donatello, el código dicta cobrar vidas, no brazos o piernas —intervino Julia, al tiempo que se ponía de pie. 

—Debiste enviar el ataque hacia alguien más, pero no a Elena, te equivocaste Donatello —aseveró Barboza, manteniéndose firme a las espaldas de Montaño. 

Los gritos de los piratas comenzaron a dejarse oír nuevamente, causando un fuerte barullo que fue silenciado por el capitán Bartolomeo.

—Tú, ni siquiera deberías estar aquí, no eres capitán —interrumpió Donatello señalando a Barboza.

—¡Pero lo será pronto! Él se quedará con mis barcos —Montaño ya no estaba dispuesto a que aquel pirata siguiera fastidiando a los suyos con su venenosa labia. 

—¡Vaya! El muchacho sí que supo cómo engatusarte o tú sigues siendo un malaco —se mofó frente a todos. 

En dicho instante, Bartolomeo se vio obligado a interferir una vez más o la reunión acabaría cubierta por la sangre de uno de ellos. 

—¡Basta! ¡Basta! ¡Alto! Ya dejen de discutir por necedades —expuso alsando la voz por la del resto de los hombres—. Toda esa furia, todo ese coraje y enojo; tienen que guardarlo para quienes nos atacan. No es momento para continuar con peleas entre nosotros, tenemos problemas mucho más serios. Por años nos han permitido robar los más grandes tesoros en sus propias narices y de pronto nos dicen: "ya no más". Nos están indicando que no permitirán que nuestro legado continúe.

—Pero si ni siquiera sabemos si esto es verdad, solo son suspicacias nuestras, ¿por qué no enviamos a alguien a averiguar? —sugirió Dominic cuan tranquilo, reclinado sobre la comodidad de su asiento aterciopelado. 

—¿Y quién irá? —preguntó Julia, mostrandose a la expectativa de una posible respuesta; sin embargo, esta vez no se alzó la voz por parte de los presentes—. ¡Exacto! Nadie querrá ponerse la soga al cuello.

—¿Nos sentaremos a esperar un ataque o a que nos envíen una nota con una canasta de fruta? —ironizó Dominic, entrelazando los brazos.

Para Montaño las contrarias respuestas de la hermandad no eran una sorpresa, constatemente se negaban a ser participes de guerras en contra de la marina, lo mejor para todos era huir, estaban acostumbrados a hacerlo y en ese día no sería la excepción. 

—¡No! ¡Trabajar! Eso es lo que haremos. Después de todo, lo hemos hecho siempre y lo seguiremos haciendo, hurtaremos como de costumbre y si nos golpean: ¡responderemos! — replicó Montaño haciendo alarde de su convincente personalidad. 

—Se volverá una guerra —aseguró Bartolomeo, llevando una de sus manos a la nuca, al tiempo que mostraba su preocupado semblante—. Posiblemente, un baño de sangre.

—Creo que es tiempo de mi retiro —dijo el capitán Mariano mientras bebía un poco de ron.

—Si nos retiramos, nuestra hermandad muere y ellos ganan sin siquiera una batalla. Además, no olvidemos al resto de las hermandades que gustan de saquear de este lado del mundo —respondió Julia al comentario dicho por Mariano.

La inseguridad en la que se desarrollaba la piratería, no era novedad para aquellos hombres; sin embargo, la mayor parte de los ataques a sus barcos surgían cuando intentaban hacerse de tesoros importantes para otros países, enemistades entre naciones o navíos de velas negras. 

Un silencioso momento abrumó la gran cabaña, permitiendole a cada pirata pensar en sus próximos movimientos. Se trataba de una decisión tan importante, que marcaría el curso de los siguientes años de su vida, ya fuera pelear de frente y con la cara en alto para defender las aguas que aseguraban les pertenecían, o bien, subir a sus naves para huir, pondrían distancia de por medio, alejándose lo más posible de la cuerda que les quitaría la vida. 

—Siendo honesto, considero que no hay mejor opción que la de pelear —soltó Bartolomeo con una siniestra mirada sobre el resto de los saqueadores.

—¡Hasta que dicen algo sensato! A decir verdad, he deseado masacrar a esos catrines desde que me inicié en el negocio —expresó Donatello, muy feliz ante la posible batalla.

—Imagino que todos deseamos lo mismo, Donatello. Si no me equivoco es un deseo común o que levante la mano quién esté aquí por voluntad propia —sostuvo Montaño a sabiendas de que compartía la misma historia. 

Al instante se hizo un largo silencio entre todos, sus mentes fueron arrastradas hacia el pasado, ninguno podría negar lo asegurado por Montaño.

—El odio es mutuo y eso nos queda claro. De no ser así, no existiría la horca para nosotros, pero aún nos queda una pregunta en el aire. ¿Por qué decidieron atacarnos ahora? ¿Qué fue lo que cambió? —inquirió Bartolomeo, provocando especulaciones entre el resto de los participantes de la reunión.

Los presentes se miraron entre sí, sobre todo Manuel Barboza, Montaño y Julia; quienes tenían sus sospechas de por qué los ataques recién comenzaron. La reunión continuó por largas horas, donde había gritos e insultos y luego largos silencios. Al final, la conclusión fue clara para todos, y era la de defenderse a muerte.

El día después de la reunión, Julia se encargó de hacerles saber a todos el gran momento de Manuel Barboza con la hija de Montaño. Se encontraba realmente entusiasmada con todos los preparativos para dicho evento. La boda debía realizarse en el barco del capitán Bartolomeo, puesto que él llevaría a cabo la unión nupcial. La comida sería preparada por los sirvientes de la isla, la bebida sacada de la cava privada, las flores cortadas en la región y el barco decorado por las mujeres que les servían. Julia organizó todo lo relacionado con la boda, pues para los piratas era un motivo de gran celebración que significaba esperanza; les hacía sentir que aún tenían la oportunidad de sentirse amados y apreciados por alguien más... Sin importar su complicada existencia.

El capitán Montaño le pidió a Julia que no escatimara en gastos, deseaba solo lo mejor para su hija y Barboza; ya que, de manera evidente, él veía al prometido de Elena como el hijo varón que nunca tuvo. Por otra parte, Elena mantuvo un encierro en su habitación desde la noche que vio a Alejandro, de algún modo sentía que había cometido un error al haberse entregado días antes de la boda al hombre que tanto Barboza como su padre detestaban. Consideraba que con una indiscreción de su parte podrían darse cuenta, en consecuencia, habría sangre de por medio. 

El capitán y Barboza pasaron tanto tiempo en la reunión de los filibusteros que apenas si notaron la ausencia de Elena. A pesar de que Danielle intentó animar a su amiga para salir a pasear, no pudo lograr mucho hasta la llegada de la cena previa al día de la boda. La castaña quería continuar con su encierro, fingiendo un dolor de cabeza para evitar a su prometido, pero esta vez, no se pudo negar, pues su padre los llamó a todos a una de sus particulares celebraciones familiares.

Cuando la futura novia apareció en el comedor y observó a todos con detenimiento, sospechó que esas reuniones ya no serían igual; en definitiva algo cambiaría. Luego recordó todos esos momentos donde siempre se encontraban los cuatro disfrutando de la compañía que podían ofrecerse mutuamente en todo momento: frente al mar, en tierra firme o en altamar; siempre apoyándose como una verdadera familia. En ese punto de su vida, Elena lo comprendió todo, el panorama que tenía frente a ella, reflejaba aquello que tanto había deseado por tanto tiempo, ella ya tenía una verdadera familia. Su tímido rostro dejó notar una diminuta sonrisa e inmediatamente tomó asiento entre su padre y prometido.

—Me alegra que estemos todos reunidos está noche previa al matrimonio de dos de mis hijos, porque para mí, tanto Manuel como Danielle también son mi familia. Ustedes se han convertido en una parte importante de mi vida. Celebro el camino que tomaron para que llegaran al de mi hija y al mío, yo brindo por ello —expresó Montaño levantando una copa con cierto aire de caballerosidad. 

Danielle, Manuel y Elena levantaron sus copas a fin de acompañar en su brindis al capitán, quien notoriamente se encontraba bastante feliz y nostálgico.

—Gracias, capitán —agradeció el contramaestre después de beber de la copa—. Para mí también ha sido como un padre, ahora sé que tengo en ustedes tres, una familia: un padre, una esposa y una hermana —agregó, tomando la mano de Elena por encima de la mesa, cerciorándose de que entendiera que muy pronto sería su mujer. 

Todos continuaron platicando entre risas como de costumbre; sin embargo, Elena tenía sus pensamientos por completo ausentes y fuera de la mesa. Apenas si lograba mantener una conversación corta con Danielle o su padre. Quería intentar conversar; sentirse como lo hacía antes de todos sus problemas, antes de la llegada de Alejandro y del compromiso con Barboza... antes de la noche anterior, incluso buscó una excusa para retirarse a su habitación, pero miraba a su padre tan entusiasmado, hablando de los preparativos de la ceremonia como si él mismo se hubiese hecho cargo de ello. No tenía palabras para estropearlo de nuevo. Callar y ocultarse tras una falsa sonrisa era lo único que podía permitirse para evitar lastimar los sentimientos de su padre.

De pronto, el capitán sacó una pequeña caja de uno de sus cofres al tiempo que expresaba lo importante que era para él su regalo de bodas. En el interior de la caja, reposaban un par de argollas doradas, las mismas que él y su esposa utilizaron el tiempo que vivieron casados.

—Quiero que las usen a partir de mañana. Es de verdad muy importante para mí y sé que así lo hubiera querido hacer tu madre, Elena.

Los ojos de Elena se abrieron grandes después mirar frente a ella, semejante regalo. El llanto terminó brotando de los ojos cafés como síntoma del mar de sentimientos que abundaban en su interior. Fue golpeada por una mezcla de nostalgia por la ausencia de su madre, miedo por su nueva etapa como esposa de Barboza y remordimiento por haber faltado a su palabra. La voz le tembló y las rodillas flaquearon, quería salir corriendo lejos del alcance a las miradas acusatorias de los piratas que no entendía lo que recién sucedía. 

—No creo que sea necesario, padre. Podemos usar otras con menos significado —planteó entre sollozos.

—¿Usar otras? —preguntó el contrariado capitán—. Tonterías, estas son las que deben llevar, será como la bendición de tu madre y la mía —dijo al tiempo que miraba el desahogo de su hija—. ¡Elena, calma! No tienes por qué llorar así.

Danielle supo notar con rapidez el descontrol por parte de su amiga e interrumpió el afligido momento para evitar que más palabras surgieran de la boca de Elena.

—No se preocupe, capitán. Lo más probable es que Elena se encuentre nerviosa por el día de mañana. Dígame, usted, ¿qué novia no lo está un día previo a su matrimonio? —emitió tocando ambos hombros de la castaña—. Es mejor que nos vayamos a descansar, ya mañana se sentirá mejor.

No obstante, el contramaestre conocía las conocía lo suficientemente bien para darse cuenta de que aquello era parte de una de las tantas salvadas de Danielle para con su prometida. Sin intentar sonar relajado, entrecerró los ojos y se puso de pie para interponerse en las ideas de la rubia. 

—Si me permites, Danielle. Yo acompañaré a Elena —declaró Barboza utilizando un tono autoritario. 

Danielle reiteró que no había nada de que preocuparse, pero Manuel insistió de nuevo a pesar del distanciamiento que había entre los futuros esposo por esos días. Él era un hombre intuitivo y observador; sabía que la reacción de su prometida no era para nada normal. Así que, la sostuvo del brazo y la encaminó a su habitación.

Elena intentó entrar a su alcoba sin abrir la boca, mas nunca contó con que el contramaestre detendría la puerta antes de que esta fuera cerrada en su cara.

—¿De verdad harás esto? —inquirió cansado de seguir fingiendo un tipo de calma.

Elena mostró los ojos rojos, no entendía nada. Su único deseo era el de salir de alcance de ambos hombres. 

—¿Hacer qué? —preguntó con titubeos. 

—Huir de mí, como si yo fuera tu peor miedo —soltó Barboza sonando moleto.

Elena negó con la cabeza y desvió de apoco la mirada, el pirata le causaba temor cuando su temperamento salía a relucir. 

—No huyo de ti —mintió a sabiendas de que no lo hacía muy bien.

—Bien, entonces dime, ¿qué es lo que te tiene tan afligida? —cuetionó cruzando lo brazos.

La muejr respiró profundio, le dio la espalda y luego se volvió a fin de acabar la conversación. 

—No es nada, de verdad, es solo un absurdo sentimentalismo.

—Acaso, ¿crees que seré malo contigo? ¿Es tanta tu indiferencia hacia mí que te da asco que me acerque? —inquirió el pirata ya cansado de que le creyeran un tonto que no tenía el más mínimo conocimiento de lo que pasaba a su alrededor. 

—¡No es así!  No son ninguna de las dos opciones —negó de tajo la castaña. 

—Elena, cualquier cosa que me estés ocultando y cualquier negación de tu parte, la tomaré como una falta a tu palabra —manifestó Barboza de un modo acusatorio. 

—¡Te dije que no pasa nada y no tienes por qué dudar de mi palabra! ¡Mañana me casaré contigo! —soltó Elena en un grito que fue escuchado en toda la habitación. 

—Eso espero, porque no permitiré de ninguna manera que ese mal nacido o tú, me quieran ver la cara de idiota, ¿quedó claro? —expresó colocando una de sus manos en el mentón de Elena de forma amenazadora.

La mujer no sintió ningun tipo de dolor por aquel tacto, no estaba aplicando fuerza; sin embargo, el dolor provenía de la impotencia que sentía por no tener el valor de gritarlo todo. 

—Quedó claro —respondió la joven para internarse en su habitación. 

Barboza igual de molesto, hizo lo mismo, haciendo notar su enojo. Tanto el capitán como Danielle, fueron simples espectadores a la lejanía de aquel conflicto que apenas si pudieron escuchar. 

—¿Qué sabes de esto, Danielle? —preguntó el enorme hombre, después de atestiguar el portazo por parte del contramaestre.

La rubia encogió los hombros, lo sabía todo, estaba al tanto de todo lo que pasaba; no obstante, no diría nada. 

—Esta vez no tengo idea, capitán. Supongo que tuvieron alguna discusión de nuevo —respondió fingiendo ignorancia.

El padre pasó de la felicidad a la preocupación en apenas un par de minutos, reconocía el descontento de su hija por unirse en un matrimonio que no la hacía del todo felíz, pero tampoco imaginó que tal idea le causará tanto llanto. Manuel no era un extraño, mucho menos un mal hombre, a su ojos sería el marido ideal, aquel que velaría por ella de la misma manera que él lo hizo toda su vida. Entonces, ¿por qué la aflicción? 

Montaño no consideraba que se tratara de un matrimonio forzado, tomando en cuenta que en más de una ocasión le preguntaron sus deseos y ella nunca manifestó su deseo por acabar con el compromiso. Elena era su hija, pero no la comprendía. 

—No entiendo la actitud de mi hija para con Manuel. Él está enamorado de verdad.

—Bueno, sí. Tiene usted razón en eso, pero Elena aún tiene metido en la cabeza al otro hombre —replicó la dulce Danielle, mostrando lo que pasaba por la cabeza de todos—. No es algo malo, capitán; al contrario, cuando sea puesto en libertad y regrese con su familia, Elena se dará cuenta de que él no estaba siendo sincero del todo con ella. Entonces, se refugiará en Barboza y aprenderá a quererlo como a un esposo.

—Espero que tengas razón —replicó el robusto hombre, soltando algo de aire y meditando las ideas—. Supongo que debemos hacer lo mismo que ellos dos, mi querida Danielle.

Ella asintió y Montaño se despidió de ella con un tierno beso en la frente. Por su parte, Danielle no se sentía cómoda, dejando a Elena sola después de los recientes acontecimientos. La necesidad de asegurarse de que todo estuviera bien, surgió dentro de ella y terminó yendo a la habitación de quien consideraba una hermana.

—Elena, soy yo Danielle. ¿Puedo pasar? —dijo tras la puerta después de golpearla con delicadeza. 

Elena le dio el acceso e inmediatamente soltó lágrimas en el hombro de la rubia.

—¿Qué pasa? ¿Barboza se ha molestado de nuevo? 

—Él siempre está molesto, pero no lo voy a culpar. Soy yo la que comete error tras error —recriminó entre sollozos—. Debí obedecer a mi padre aquel día que me prohibió salir de casa, así yo no hubiera conocido a Alejandro y hoy no estaría en esta absurda situación.

—¿Hablas de la fiesta? —inquirió Danielle.

—También del día de la plaza, ¿no te das cuenta de que todo es mi culpa? ¡Todos sufren por mis fallas!

—No te culpes demasiado, Elena. Alejandro y Barboza también tienen parte de culpa, incluso yo por ayudarte en todo —expuso Danielle, dirigiendose hacia la cama con Elena. 

—¡Oh, no! Tú no tienes culpa, yo te lo he pedido todo. —Elena volvió el cuerpo para plantarse frente a la rubia, tomando sus manos—. Debí aceptar la idea de casarme con Manuel desde el inicio y ahora no sé cómo mirarlo a los ojos. ¿Qué sucederá mañana cuándo sepa que me he entregado al hombre que más odia?

—Pero lo hiciste enamorada, ¿cierto? —inquirió la amiga, contemplando la idea de una mujer enamorada.

Elena asintió, luego respiró hondo, aun así, el sentimiento de culpa la gobernaba. 

—Sí, claro que sí. Jamás lo olvidaré. Pero, no debí hacerlo.

—Tomaste una decisión para ti, porque tú así lo quisiste. Acaso, ¿las mujeres no tenemos el derecho de elegir a quién queremos como el primero? —interrogó Danielle un tanto molesta por la idea. 

—No, no podemos. Son ellos los que eligen por nosotras —aseguró una Elena resignada.

—¡Pues no es justo! Y tú no tienes por qué sentirte mal por lo que ha pasado —manifestó indignada. 

—¡Esque no lo entiendes, Danielle! Mañana mismo, Manuel lo sabrá todo y no liberará a Alejandro. Muy por el contrario, lo retará a muerte. Lo arruiné de nuevo.

La rubia miró los humedecidos ojos cafés de la afligida mujer que tenía de frente. Era mucho el tormento que últimamente atosigaba a su amiga. 

—Pues tendrás que inventar algo, excusarte o pedirle a Manuel la liberación inmediata de Alejandro, porque no creo que esta vez lo perdone —comentó mientras tomaba las manos de Elena.

—Ni a él, ni a mí —respondió la castaña con la mirada perdida—. ¿Te quedarías esta noche conmigo?

La rubia sonrió con ternura. 

—Por supuesto que sí, sabes que yo siempre estaré para ti —asintió reconfortando a su afligida compañera. 

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