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Capítulo 14: Amantes escondidos

La oscuridad y el silencio del espacio hacía juego con la del resto de la cabaña cuando Elena entró con gran sutileza, cerró la puesta tras de ella e intentó ajustar sus ojos a la falta de iluminación mientras buscaba el rostro de Alejandro. Escuchó un pequeño susurro que le hablaba desde el fondo de la habitación y la joven volvió la vista; siguiendo el limitado sonido hasta dar con la silueta de un hombre sentado en un rincón.

—Alejandro, soy Elena —dijo en voz alta y casi al instante el hombre se puso de pie permitiendo el sonido de las gruesas cadenas que tenía atadas tanto en muñecas como tobillos. 

El prisionero con desesperación intentó acercarse lo más rápido posible a la mujer que le hablaba. Elena hizo lo mismo para encontrarse con su amado a medio camino, ella acarició su rostro con las manos y él no pudo más que dejar reposar la cabeza sobre el delicado hombro de ella.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo lograste entrar? —preguntó, humedeciendo su garganta para que lograran salir las palabras.

—Eso no importa, estoy aquí, contigo —susurró la mujer que le tocaba la cara. 

—Estaba preocupado por ti, temía que también fueras castigada.

—No te preocupes, mi padre es un pirata, pero él no es tan malo —resolvió ella con una timida sonrisa.

—Contigo, puesto que eres carne de su carne y sangre de su sangre. Pero en mi caso, fue él quien me dijo que no significo nada para ti. Dime, ¿es verdad o no? —preguntó buscando acariciar con sus manos el rostro de Elena.

—Si eso fuera cierto, no estaría aquí —respondió ella, dejando caer un par de lágrimas y retirando unos cabellos de la cara de Alejandro—. Déjame quitarte estas cadenas. Julia me ha prestado las llaves para poder entrar a verte. 

Elena tomó una de las velas que se encontraban en la habitación y la encendió para ayudarse con la tenue luz que estas ofrecían.

—Entonces debo entender que esto es solo una visita, supongo que no puedo esperar una liberación —afirmó el joven rubio mientras se sentaba sobre la orilla de la cama.

Elena se acercó a él una vez más y con gentileza logró quitarle primero las cadenas de las manos y luego liberó sus pies.

—Lamento mucho todo lo que te ha sucedido, si pudiera hacer algo más por ti, no dudaría en hacerlo. Hoy solamente vine como visita, pero dentro de dos o tres días, serás liberado y podrás salir de esta isla como un hombre en completa libertad. Tienes mi palabra.

—¿Cómo planeas hacerlo? Todavía no pasa un año.

—Eso no importa, Barboza y mi padre aceptaron liberarte. Regresarás a casa con tu familia; vivirás una maravillosa y larga vida —mencionó Elena, dibujando una sonrisa.

Alejandro sostuvo una de las manos de Elena y la llevó a su mejilla para sentir el calor de sus manos, pero en vez de ello, solo pudo percibir el frío metal que Elena portaba en su dedo como recordatorio del compromiso que tenía con Barboza. Alejandro intuyó que no se trataba de un simple adorno en su mano y de nuevo sintió el hueco en el estómago que había estado padeciendo desde el día que fue azotado.

—Quiero que te vayas conmigo, no sirve de nada mi liberación si no estás a mi lado. Le he pedido a tu padre la oportunidad de cortejarte como si no estuviéramos viviendo una historia tan particular como esta; sin embargo, me ha negado todo acercamiento a ti. Incluso me habló de tu matrimonio con Barboza, dime por favor que no es verdad.

Elena escuchó la crudeza de sus palabras y supo que lo mejor sería hablarle con la verdad.

—Es cierto —confirmó la joven, ocultando la mirada.

—¿Tu padre o él te están presionando de alguna manera? —cuestionó, negado a creerlo.

—¡No, de ninguna manera lo harían! —reafirmó la joven. 

—Entonces... ¿Por qué te casas con él?

—Eso no importa ya.

—¡Sí, sí importa y merezco saber! —presionó Alejandro, dejando de lado la tranquilidad con la que se estuvo mostrando. 

Por su parte, Elena comprendía que había dolor en la voz de Alejandro, no era un reclamo sino un acto desesperado como el que ella estaba haciendo a sus espaldas. 

—No, no importa si me caso o no, porque yo solo vivo para amarte a pesar de que todo el mundo esté en contra, aunque mi padre me hable de las diferencias que hay entre nosotros, no pude evitar sentir lo que siento por ti. Me es imposible despertar en las mañanas sin recordar alguna de tus cartas o el momento en el que nos conocimos. En realidad, yo no sé si debo maldecir o agradecerle a la vida por haberte puesto nuevamente en mi camino. Me salvaste no solo de morir físicamente, sino también salvaste a mi alma de toda una vida sin conocer el verdadero amor. Yo tampoco quiero una vida donde no estemos juntos, pero al menos separados sé que permanecerás vivo.

Alejandro se perdió por unos segundos en los pensamientos de Elena y sin tener palabras para responder, la acercó a sus brazos como quien intenta arrullar a un bebé. Ella dejó que sus sentimientos vencieran y ambos quedaron sumergidos en un largo abrazo, acompañado de un sin fin de besos. Minutos después, los besos llenos de ternura y amor, se tornaron cada vez más apasionados, provocando que Alejandro deslizara una de sus manos por el cuerpo de la doncella, perdiendo así, todo comportamiento propio de un caballero. Elena reaccionó a las caricias de su amado sin pensar en nada, ni en nadie; y siguiendo los consejos de Julia: decidió por si sola que su cuerpo sucumbiera al momento. De modo, que sin darse cuenta o haberlo planeado; la pareja se encontraba sobre la cama haciendo el amor como lo hiciera una pareja de recién casados enamorados, aunque se tratara de dos amantes escondidos. 

Esa era la primera vez que Elena llegaba a ese punto de intimidad con un hombre. Misma que se había convertido en una experiencia llena de amor y de ternura para ambos.

Recostados sobre la cama con nada más que las sábanas de Julia, cubriendo sus cuerpos húmedos, sentían un mayor lazo de unión que el que tenían antes de esa noche. Ni Elena, ni Alejandro se atrevían a decir algo, no querían romper el delicado momento que tan espontáneamente surgió entre ellos. Ambos escucharon los fuertes gritos que venían desde fuera de la cabaña, eran algunos de los piratas en completo estado de ebriedad.

—Es mejor que me retire —dijo Elena, poniéndose de pie con rapidez para buscar sus ropas. 

Alejandro no pudo más que asentir y apresurarse a hacer lo mismo.

—Elena, no puedo permitir que te vayas así; tengo que hacer algo. Hablaré una vez más con tu padre y le probaré que soy un hombre digno de ti, haré lo que sea necesario para que me conceda tu mano.

Pequeñas arrugas se formaron en la frente de la castaña, las declaraciones de Alejandro parecían la promesa de un caos. 

—Tú no puedes hacer eso.  Decirle a mi padre, algo de lo que ha pasado entre nosotros, se convertirá en tu fin; y no sé qué es lo que harán esta vez conmigo —declaró con el corazón latente—. Atesoraré este momento por siempre, pero eso será todo, nada más un íntimo recuerdo entre tú y yo.

—¡No me obligues a dejarte ir, por favor! —rogó el joven sin consuelo—. Tú representas para mí más que un íntimo momento o un triste recuerdo. Yo no quiero renunciar a ti.

—¡Alejandro, tienes que hacerlo! Entiende que no hay otra manera de que permanezcas con vida.

—¡Podemos huir! Ahora mismo, ¡aprovechemos que Julia te ha dado las llaves! —expresó entusiasmado con la idea.

Ella lo vio con ternura, sin duda estaba desesperado al mismo nivel que ella; no obstante, su experiencia en el mundo de  banderas negras eran mucho basto que el de él. Debía ser sensata e inteligente si quería salvarle la vida. 

—No hay manera. Siempre hay gente vigilando fuera de esta casa y también en las orillas de la isla. Los barcos están custodiados y si nos internamos en la selva tarde o temprano nos encontrarán. —Fijó sus ojos en los de él—. Tienes que entender que está no es la vida que alguien elige vivir, simplemente nos toca vivirla y no nos queda más que cumplir con la parte que nos corresponde. Tú tienes la oportunidad de salir de aquí y debes hacerlo.

Alejandro se dio media vuelta, estaba molesto, casi al borde del descontrol, arrugó la frente y de nuevo volvió la mirada azulada en Elena.

—¡No, no me digas esto! ¡No quieres huir conmigo porque le temes a Barboza! ¿Cierto? Él te está presionando por alguna razón.

—¡No le temo, simplemente es lo que he decidido! —exclamó la castaña luchando por contener la situación. 

—¡Tú me hablaste del desprecio y de la manera en que son juzgados los piratas por la sociedad, pero aquí el único juzgado y despreciado por todos ustedes, soy yo! ¡Me sentencian por el hecho de pertenecer a una clase social privilegiada!

—Lo que te haya dicho en mis cartas no tiene nada que ver con mi decisión. Me casaré con Manuel Barboza porque así lo decidí y estoy cansada de tener que darle explicaciones de mis acciones a todo el mundo —expresó Elena molesta, dando ancadas hacia la puerta, ya cansada de la pelea. 

—Espero que seas feliz —dijo Alejandro con amargura antes de que la puerta fuera cerrada de golpe.

Elena utilizó la llave de Julia para cerrar la habitación, limpió las lágrimas que caían por sus mejillas y susurró para sí misma. 

—Yo también espero ser feliz. —Continuó caminando hasta bajar las escaleras y encontrarse con Julia al pie de las mismas.

—Ha sido una larga plática, ¿no crees? —preguntó la mujer cuando vio bajar a Elena.

Los  ojos cafes de Elena se hicieron grandes después de notar la presencia de Julia. 

—Yo no pretendía que nada de esto pasara, no sé si fue un error o no, pero igual me disculpo por mi comportamiento tan poco apropiado. Espero pueda confiar en que no dirás nada, Barboza y mi padre nos matarían a ambos. 

Elena se veía realmente avergonzada con Julia, aun cuando el semblante que tenía era uno muy diferente al de cuando entró a hurtadillas por la ventana.

—¿Fue decisión de ambos o solo de él? —cuestionó la mujer con la suspicacia en la cara. 

—Lo quisimos los dos —respondió Elena, muy segura de que así fue.

—Entonces, ya está. Lo hiciste porque se te dio la gana y que no te atormenten tus elecciones de vida. Es peor cuando te atormentan aquellas que no permitimos que sucedan. Vete tranquila, yo no diré nada porque nunca estuviste aquí. 

Elena abrazó nuevamente y con mayor fuerza a Julia; le agradeció la ayuda y se retiró utilizando el mismo camino por el que llegó.

De regreso en su habitación, encontró a Danielle durmiendo sobre su cama, todavía se escuchaban algunos ruidos de la fiesta de bienvenida que se organizó para los piratas. Comenzó a desvestirse para meterse a la cama sin dejar de pensar en los enternecedores momentos que había vivido con Alejandro. No sabía si sentirse mal o sentirse feliz, ya que, había consagrado un momento inolvidable con el hombre que creía amar. Pero, por otro lado, también estaban los remordimientos por haber faltado de nueva cuenta a su futuro esposo. 

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta del cuarto vecino siendo abierta y cerrada de golpe, era Manuel Barboza quien recién llegaba del exterior de la cabaña. Así, de vuelta la culpa se apoderó de su cuerpo y sintió una extraña sensación de querer huir lejos de todo. Deseaba estar en un lugar donde ni siquiera sus pensamientos pudieran ser escuchados; no obstante, ya nada tenía sentido: los errores que había cometido no tenían remedio. Lo único que podía hacer era callar, no decir una sola palabra y aceptar su destino como esposa de Manuel Barboza. Al menos de dicha forma, Alejandro sería libre.

Despertó a Danielle para contarle todo, ella siempre sabía que decir para calmar sus preocupaciones y miedos. De manera constante, encontraba el modo de reconfortarla como una madre lo hace con su hija y esa noche no fue diferente para ellas. La joven agradecía infinitamente la presencia de Danielle en su vida. 

La noche fue aún más larga de lo que Elena hubiera deseado; conciliar el sueño fue inconcebible para ella. Los pensamientos la llevaban primero al punto de sentirse feliz y plena. Después la inundaba la vergüenza y el miedo; no podía siquiera imaginar lo que pasaría si Manuel Barboza se enteraba de su acercamiento con Alejandro antes de que este fuera puesto en completa libertad.

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