Capítulo 13: La decisión de Elena
Danielle se encontraba frente a Elena y Manuel, presenciando el beso que surgió de los celos de Barboza. Pese a que ella conocía perfectamente los sentimientos de su amigo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago con solo contemplar la romántica escena. Se aclaró la garganta para hacerles saber de su presencia y esperó unos segundos para romper el silencio.
—Veo que ya se sienten más cercanos —dijo Danielle observando el rostro sonrojado de Elena.
La hija del capitán, se sintió apenada por el beso que Danielle observó, aun cuando esta ignoraba los sentimientos ocultos de su amiga.
—Es hora de cenar y el capitán me envió por Julia —agregó Danielle intentando justificar su interrupción.
Los ojos de Barboza se abrieron grandes, de ninguna manera permitiría que cualquiera de ellas se acercara a la cabaña de Julia, no ahora que Alejandro estaba encerrado ahí.
—Yo iré por Julia, ustedes vayan a prepararse para la cena —ordenó.
Ambas jóvenes asintieron y tomaron el camino de regreso a la cabaña. Danielle insistió en más de una ocasión por conocer algo la conversación que tuvo a solas con su prometido. Elena negó con la cabeza a cada una de las preguntas. Barboza no le habría dicho mayores detalles del paradero del caballero secuestrado; sin embargo, imaginó que aquel último beso recibido, tenía algo que ver con su cercanía al nuevo escondite del rubio.
Durante la cena, todos estuvieron bastante callados, salvo Julia y el capitán, puesto que recordaban con ayuda de la bebida, los buenos y malos momentos de Julieta: la madre de Julia.
—Aún no me hago la idea de su ausencia —expresó la pirata, después de un largo suspiro.
—¡Oh! No te aflijas, Julia. El alma de esa buena mujer ha de andar rondando la isla del coco, buscando a que pobre diablo atormentar —comentó el capitán, riendo de sus propias palabras—. Bueno, tenía la ilusión de que fuese ella quien oficiara la unión de Elena y Manuel.
La picardía se reflejó de inmediato en el rostro de la relajada mujer.
—¡Así que tendremos una boda! Mira Barboza, ¿quién lo diría? Tú, casado y con la hija de tu capitán; lo has hecho bien —agregó levantando una copa de vino a modo de brindis.
Julia vio la evolución de Barboza durante la etapa de su preparación como contramaestre. Sabía que estaba frente a un prodigio de la guerra y navegación. El muchacho alcanzaría la sima tarde o temprano y la gran mayoría estaban deseosos de verlo.
—Sí, así es Julia. Supongo que, después de todo, no me irá tan mal en la vida —contestó Barboza, correspondiendo al brindis de Julia.
—Bueno, capitán; no se preocupe que dentro de poco estarán aquí el resto de los viejos filibusteros, seguro que alguno querrá tener el honor de casar a su hermosa hija con su apuesto contramaestre.
—Eso espero, porque de no ser así, tendré que oficiar esta boda yo mismo. Es indispensable que este par ya este unido en matrimonio.
De nuevo, la picardía que Julia solía manifestar apareció en la mesa.
—¡No me diga que Barboza se nos adelantó a la noche de bodas! —bromeó a modo de burla.
—No, por supuesto que no. Al menos eso espero —expresó el capitán volteando a ver a Barboza, quien inmediatamente después de haber escuchado el comentario de Julia y sentir la mirada del capitán, se puso de pie alarmado por completo.
—¡Claro que no, capitán! Jamás me hubiese atrevido a tal falta de respeto.
Julia río con total descaro por su travesura.
—¡Cálmate, Barboza! Fue solo una broma mía, todos sabemos que eres una inocente paloma — guiñó un ojo—. Ustedes dos estarán casados en cuanto termine la reunión filibustera, es más, yo me encargaré de los preparativos, ¿qué le parece, capitán?
—Encantado, Julia. Te lo agradecería mucho —respondió Montaño para continuar con la velada.
Al cabo de varios días, las banderas negras comenzaron a divisarse sobre el horizonte: barcos que se preparaban para el anclaje en la isla del coco. La llegada de los miembros de la hermandad, significaban diferentes cosas. Entre ellas, estaban las fiestas llenas de ron y la repartición de botines. En cambio, para Julia era el comienzo de la reunión anual de la hermandad y su bienvenida como anfitriona. El capitán Montaño, pensaba en ello, como el comienzo de su pronto retiro de las aguas y su descanso prometido, mientras que para Barboza, se trataba de la culminación de uno de sus mayores anhelos.
Por otra parte, Elena miraba la llegada de las naves como su última oportunidad para despedirse de Alejandro antes de su liberación. La situación para la joven se volvía cada vez más complicada y por más vueltas que les daba a sus planes, no encontraba la manera de llegar a donde Alejandro sin que alguien lo notara. Sin duda, tendría que arriesgarse a ser vista o quedarse con el deseo de hablarle una última vez antes de su matrimonio con Manuel Barboza.
Las celebraciones de la reunión anual comenzaron esa misma noche, cuando la mayor parte de los capitanes de la hermandad hicieron su arribo a la isla. Julia se encargó de la organización de los eventos de esa semana: iniciarían con la fiesta de bienvenida para todas las tripulaciones recién llegadas, era una fiesta donde se les permitía a los piratas con cargos menores, embriagarse y descuidar sus labores. Comúnmente, había mucha comida y ron, en ocasiones importantes, contaban con la presencia de prostitutas. Está vez, los piratas tendrían que olvidarse de las mujeres.
Seguido de la fiesta, los piratas con cargos de capitán, entrarían a la reunión filibustera donde solían tocarse temas cruciales para la hermandad. Los desacuerdos en las reuniones estaban a la orden del día entre los asistentes, por lo que, las decisiones importantes eran tomadas por medio de votaciones. Los procesos de votación podían durar incluso días y nadie debía abandonar la cabaña hasta llegar a un acuerdo, de lo contrario sería considerado enemigo del código.
Sin embargo, los problemas entre piratas y capitanes eran comunes, debido a ello era fundamental que todos estuvieran de acuerdo e hicieran un juramento que mantendría la paz entre los navegantes. No siempre se respetaba dicho juramento y era cuando nacía la enemistad entre algunos de los filibusteros. Como la que tenía Montaño con el capitán Donatello, un pirata muy malhumorado que tomaba la mayor parte de sus decisiones, basándose en su estado de ánimo.
El último de los eventos programados, era la boda de Manuel y Elena. La unión sería realizada en uno de los barcos por el capitán Bartolomeo, un viejo amigo de Montaño y uno de los hombres con mayor experiencia en la piratería. Bartolomeo y Montaño solían efectuar todo tipo de ataques armados juntos, compartían información y múltiples asuntos clandestinos. Prácticamente, fue él quien adiestró a Montaño en el mundo de la piratería.
Durante la noche de la celebración de bienvenida, Elena y Danielle permanecían en completo encierro en la cabaña, pues el capitán ordenó que no salieran del lugar debido a la gran cantidad de piratas ebrios que habría en la isla durante la noche, pero Elena, en medio del desespero por hablar con Alejandro, comenzó a diseñar un plan para salir a hurtadillas de la cabaña.
—Tenemos que aprovechar la revuelta para ir a donde Julia —dijo Elena, mirando por la ventana de su habitación.
—El hecho de que todos estén ebrios no quiere decir que no nos estén vigilando, te lo he dicho muchas veces, Manuel no deja un nudo mal amarrado —le respondió Danielle mientras cepillaba su larga cabellera.
—¡Es ahora o nunca, Danielle! Mañana será la reunión, después la dichosa boda y Manuel lo liberará. Después de eso, a mí me tendrá amarrada a él para no quitarme los ojos de encima.
—Debiste decirle a Barboza que querías hablar con Alejandro —señaló la rubia despreocupada por las extrañas ideas de su amiga.
—¿Te escuchas cuando hablas? —preguntó Elena en tono molesto por el poco interés de su compañía.
—Pero si tú me contaste de sus intenciones de permitirte ir con Alejandro para que hicieras un cierre.
—¡Danielle! Manuel será todo lo que tú quieras menos imbécil, sabe perfectamente de mis sentimientos por Alejandro. Además, es celoso y posesivo, jamás permitiría semejante idea. Lo que dijo fue solo para martirizarme —respingó Elena, entrelazando los brazos.
—Entonces olvídate de tu plan, es seguro que tiene vigilada esta cabaña y la de Julia también.
—Podemos salir por la parte de atrás, iremos por la selva y veremos si hay alguna ventana que podamos abrir en casa de Julia.
—¡Bien, hazlo, pero yo no iré! No pienso arriesgarme a que el capitán o Barboza nos atrapen de nuevo —declaró Danielle, manteniéndose firme en la silla donde seguía sentada—. Les diré que me opuse completamente a esa idiotez y si te atrapan, no creo que sea a ti a quien castiguen.
La castaña parpadeó fuerte y mostró cierta incomodidad ante la idea que Danielle plantó en su cabeza.
—Si me atrapan, supongo que tanto la vida de Alejandro como la mía correría peligro.
—¡Por supuesto que sí! Aunque, eso a ti no te importa, eres realmente testaruda y terca. —Danielle, más que preocupada, estaba cansada del tema de Alejandro, creía que lo mejor que podían hacer, era dejar que las cosas siguieran su curso.
—¡Basta, Danielle! Me encantaría seguir hablando contigo sobre mis futuros castigos, pero no puedo echarme atrás solo por miedo. Tú quédate y si Barboza o mi padre golpean la puerta, les dirás que ya me he dormido. De acuerdo, me voy —soltó Elena, dejando a Danielle con la palabra en la boca.
Cruzó la puerta de la recámara de Barboza a sabiendas de que él no estaría ahí. El sitio carecía de iluminación, pero aun así, la luz azul de luna le permitió a Elena ver unas prendas sobre la cama, a uno de los costados un par de botas desgastadas llenas de fango y sobre la mesa, papel, tinta y un cuchillo. Sintió un poco de curiosidad y quiso conocer un poco más d ela intimidad de quien sería su esposo, le costaba creerlo, pero conocía solo lo que aquel mostraba.
Con los delicados dedos retiró la primera hoja, en la segunda se encontró con un mapa, uno que el mismo Barboza parecía trazar con su propio puño. Una curvatura se dibujó en el rostro de la mujer, puesto que reconocía esa dedicación y disciplina en los ojos de su padre. Con la yema de los dedos recorrió las hermosas lineas trazadas. Luego respiró hondo y reconoció el aroma de la habitación, era la de él, la misma con la que debía aprender a despertar cada mañana.
Reacomodó todo tal cual lo encontró, acomodó su capucha sobre su cabeza y salió por la ventana para internarse en la selva.
Elena usaba un vestido discreto para disimular su figura en la noche. Le temblaban las piernas y le sudaban las manos. Pese a su nerviosismo, continúo caminando en medio de la oscuridad. La casa de Julia no se encontraba muy lejana a la cabaña de su padre, de hecho, ninguna de las cabañas estaba alejada de las otras, lo que hacía aún más riesgoso el intento de escape de Elena. Durante el camino por la selva, la joven alcanzó a divisar a Manuel Barboza, el hombre celebraba con algunos marineros en una especie de despedida de soltero. La mayoría de los piratas ya estaban enterados de los acontecimientos que vendrían más adelante, entre ellos la ya famosa boda. La futura novia puso los ojos en blanco y continuó sus pasos, ignorando por completo el festejo de los piratas y el estado de ebriedad en el que estaban. Pensó en ello como otra ventaja a su favor para no ser identificada fuera de la cama.
Finalmente, llegó a la cabaña por la parte trasera, donde encontró una de las ventanas abiertas. Supuso que Julia se encontraría fuera de su casa vigilando a los piratas o embriagándose con ellos, después de todo, ella se comportaba más como un hombre que como una dama. Entró al oscuro lugar. El sitio estaba sumergido en un silencio total, excepto por el sonido de su respiración y los latidos de su corazón, no se podía ver o escuchar nada. No había ni una vela encendida o una sola señal que le hicieran creer que alguien vigilaba al prisionero, pero apenas dio unos cuantos pasos en el interior, sintió el frío metal de una pistola que salió de la oscuridad.
—¿Quién eres y qué es lo que quieres? —preguntó Julia presionando con fuerza el arma sobre la cabeza de Elena.
—¡Soy Elena, Julia! ¡Por favor no dispares! —escupió la castaña levantando ambas manos en el aire.
—¿Elena? ¿Qué demonios haces aquí? —cuestionó de nuevo, pero esta vez bajó el arma y no utilizó un tono amenazante, sino uno sorpresivo.
La joven sonrió nerviosa pese a que sería dificil que Julia le viera el rostro.
—Lo siento, me he confundido, pensé que está era la cabaña de mi padre. —Elena sabía que era inútil intentar evadir la verdad, aún así, tenía que intentarlo o la vida de Alejandro correría peligro.
—Aja, sí, claro y supones que así podré ayudarte, ¿escuchando mentiras?
—¡Oh, no son mentiras, Julia! Salí escondida de mi padre para verme con Manuel, pero él está algo ocupado por el momento —resolvió Elena, intentando sonar convencida.
—Sí, supongo.
Julia tenía cara de no haber creído una sola palabra dicha por Elena, de igual manera, prefirió seguir el juego de la joven castaña y encaminarla a la salida. Sin embargo, Elena estaba decidida a no salir de ahí, sin antes hablar con Alejandro. Así que, permitió que sus impulsos actuaran por voluntad propia, parándose frente a la puerta y evitando que esta fuera abierta.
—¡Muy bien! Te diré la verdad, pero necesito que prometas que me ayudarás, pase lo que pase —dijo la joven, pensando en los preocupantes castigos que podrían venir.
—No creo que estés en condiciones de pedirme promesas, Elena; y mejor explícame, ¿por qué demonios has atravesado la oscuridad de la selva para entrar a mi casa por la ventana?
La joven miró fijamente el rostro de Julia, aun cuando este seguía en total oscuridad, dio un profundo suspiro para ganar valor y finalmente respondió.
—Necesito que me permitas hablar con Alejandro.
—¿Alejandro? ¿Quién es? —preguntó la pirata sin tener la más mínima idea de lo que estaba sucediendo.
—Alejandro es el prisionero que tienes aquí en tu casa. Lo viste cuando llegamos a la isla y Barboza te ha pedido esconderlo —soltó con rápidez a sabiendas de que todo podría empeorar.
—Haaa... El rubio, ¿y por qué necesitas hablarle? —cuestionó.
Julia intuyó que sería una plática interesante por la que sintió curiosidad, así que comenzó a prender algunas velas y a servirse una copa de vino.
—Es una historia larga de contar. Mi padre debía matarlo y no pudo hacerlo porque él me salvó de un ataque. Terminó en la piratería por mi culpa y la del código. De verdad necesito verlo y suplicarle perdón, porque no podré vivir toda una vida con esta culpa que me atosiga.
—Elena... Los piratas conocemos a muchas personas, algunas buenas y algunas malas; otros viven y otros mueren. Yo no entiendo, ¿por qué él es diferente para ti? No es la primera vez que tu padre aprisiona y castiga.
Entonces, Elena solo dejó fluir sus palabras sin pensar en el impacto que estas tendrían, tomando en cuenta la compleja situación del prisionero.
—Lo amo—. Fue lo que ella dijo y nada más se escuchó a Julia dejándose caer en uno de sus sillones.
—De acuerdo, lo entiendo, pero no puedes enamorarte de una persona únicamente porque te salvó de morir —respondió Julia con detenimiento y algo sorprendida.
—Lo conocí en una fiesta de disfraces en Magdalena un día antes de su sentencia. Me habló de tantas cosas, como si tuviéramos toda una vida conociéndonos. —Dio un largo suspiro propiciado por el recuerdo de la velada.
»Después, sin saber quien era yo, me auxilió en Magdalena y comenzó todo esto, que no ha hecho más que causarle pena y dolor. Cuando ambos nos identificamos ya estando en la María, empezamos a enviarnos cartas, escondidos de mi padre y Manuel por supuesto. Pero nos descubrieron y él ha terminado castigado nuevamente bajo las condiciones que ya conoces. Mi padre ordenó treinta azotes y Manuel exigió el exilio. Si no lo hicieron, es porque le prometí a Barboza casarme con él.
La gesticulación de Julia se detuvo y el bronceado de su rostro dio paso a un tono pálido.
—Entonces, ¿tú no quieres casarte con Barboza? —interrogó estupefacta.
—Eso no es relevante por ahora, lo que realmente importa es que me han prometido liberarlo en cuanto se realice la boda. Por eso, necesito de tu ayuda, Julia. No volveré a verlo después de hoy, pero antes necesito explicarle todo y pedirle que me perdone por todo el daño que le ha causado mi presencia en su vida. También quiero que sepa que me he enamorado.
La pirata respiró hondo después de analizar cada palabra de castaña, sonaba sincera, aunque también comprendía las ideas de Montaño.
—Bueno, eso explica por qué tu padre y Barboza lo quieren fuera de aquí y también comienzo a entender cuál es el misterio con este hombre. Cuando Barboza me pidió esconderlo, no me dio explicaciones, salvo que nadie debía saber de él.
—Es por mí, sabía que lo buscaría —replicó Elena, bajando el rostro—. Barboza está decidido a eliminarlo y a mí no me dejará ir ni con él, ni con nadie. Tampoco tiene sentido que busque hacerlo, ya entendí que es mejor aceptar mi destino.
Julia miró a la joven confundida y prefirió no hacer más preguntas.
—Ven, siéntate. Te contaré algo sobre la vida de mis padres, una historia que merece ser contada y escuchada; la misma con la que rijo mi vida.
Elena obedeció y tomó asiento junto a Julia como la mujer se lo pidió.
—Mi madre era una buena mujer, hija de un banquero y una dama de sociedad de Francia. La educaron como si fuera de la realeza y fue adiestrada para convertirse en la perfecta esposa sumisa de algún francés con más dinero que el que su padre poseía. Mi abuelo y el padre de mi madre, se encargó de conseguirle un marido para casarla contra su voluntad. Su esposo era un infierno para ella, la golpeaba, la abusaba, creía que solo le serviría para calentarle la cama las noches que no pudiera conseguir prostitutas baratas.
—Julia, no entiendo —interrumpió Elena.
—Déjame terminar y lo entenderás —interceptó esta colocando el dedo índice sobre su boca—. Un día el esposo de mi madre decidió emprender un viaje de negocios hacia los Estados Unidos y por lógica llevaría a su mujer con él.
»En ese entonces, mi padre ya era un hombre dedicado a la piratería, robaba y saqueaba; tú ya sabes de eso. Mi padre se topó con el barco de pasajeros en el que viajaban ellos y sin planearlo terminó secuestrándola; llevándola consigo en su barco. Mi padre pensó en pedir recompensa, pero el hombre jamás pagaría por ella, era muy grande su avaricia como para pagar por una mujer, así que se la quedó y la hizo su amante. Tiempo después, mi madre era la mujer más feliz sobre la tierra, enamorada de su secuestrador supo lo que era ser amada y valorada como mujer. Mi padre jamás la golpeó o le pidió callar, le permitió extender sus alas y volar tal cual ella debía hacerlo; esa mujer se aferró a manejar una guarida para piratas y lo consiguió; siempre apoyada por mi padre. Luego él murió en el mar y mi madre jamás miró a otro hombre de la misma manera.
Julia bebió de la copa y sonreía al tiempo que contaba la historia de sus padres. Luego vio a la castaña que seguía confundida.
»Elena, lo que quiero que entiendas, es que muy probablemente, lo que buscas no está en el corazón de ese muchacho. Has idealizado un amor perfecto que no existe, ellos tienen una educación diferente a la nuestra, siguen una serie de reglas tontas y socialmente aceptables, mientras que nosotros nos regimos por nuestros impulsivos sentimientos. Tú tienes muchos de ellos, de lo contrario no estarías aquí —dijo la pirata con tremenda sonrisa—. No te voy a decir lo que tienes que hacer, en vez de eso, te daré las llaves para que subas y hables con el tal Alejandro. Toma una decisión basada en ti y solo en ti, olvídate de lo que el estúpido de Barboza le hará a él, si los descubren. Yo en realidad detesto esos matrimonios arreglados.
—¡Gracias, muchas gracias, Julia! —exclamó una Elena llena de felicidad.
—Mejor no me agradezcas aún, hasta que esto salga bien. Ve y tomate tu tiempo y no enciendas ninguna vela porque podrían estar vigilando.
Elena cogió las llaves con mucho entusiasmo y abrazó con fuerza a Julia. Después la pirata se apresuró a cerciorarse que nadie estuviera observando su cabaña o buscando a Elena. Así, con suerte, nadie se enteraría de la visita inesperada.
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