Capítulo 12: La isla del coco
Los días fluyeron al igual que la María, abriéndose paso por el océano pacífico hasta llegar a los alrededores de la isla del coco. Barboza dio las órdenes para el anclaje y momentos después comenzaron el descenso a la hermosa isla caribeña que era habitada solo por piratas refugiados y utilizada constantemente para reuniones clandestinas de diferentes tripulaciones de bandera negra. A las orillas de la playa, residían pequeñas cabañas hechas de palma y madera donde solían resguardarse los marineros de menores cargos. En cuanto a los capitanes de las embarcaciones, se hospedaban más al interior de la isla en magníficas cabañas de gran tamaño donde la selva proporcionaba cierta intimidad. Uno de los privilegiados era el capitán Montaño.
La isla del coco, lejos de considerarse un trozo de suelo en medio del mar, se había convertido en algo más similar a un hotel paradisíaco de descanso, pues contaba con personal que se encargaba de alimentar a los piratas y de cuidar de los bienes que sus dueños albergaban. Al igual que en Manzanilla, el lugar era dirigido por una mujer llamada Julia Benites. Se trataba de una mujer joven de treinta años de edad; alta, fuerte, de cabellera larga y oscura con tez morena. Julia vivió en la isla con su madre prácticamente desde que nació, gracias a que sus padres fueron piratas por muchos años, pese a ello, Julieta —la madre de Julia—, decidió retirarse de las aguas para dedicarse a cuidar de la isla del coco y de su hija.
—¡Bienvenidos sean! —saludó en un grito y con los brazos abiertos mientras veía a la tripulación de Montaño bajar de los botes para tocar tierra firme—. ¿Qué tal el viaje, Malaco? —preguntó Julia.
La mujer solía llamar la atención de los hombres vistiendo con prendas escotadas y pantalones de hombre; portaba anillos en todos sus dedos y joyas extravagantes colgaban de su cuello. Un cuchillo, una espada y una pistola, también eran parte de su vestimenta diaria.
—¡Excelente! —respondió con rapidez el capitán—. Aunque hemos tenido una serie de contratiempos antes de dejar Manzanilla, sin mencionar que no hemos tenido contacto con ningún barco mercante durante el trayecto. En fin, ya habrá tiempo para hablar de ello. ¿Dónde está tu madre?
—Mi madre ha fallecido, capitán. Hace unos meses enfermó de tifoidea y no pudimos hacer más por ella —argumentó Julia con dolor en la voz por la pérdida de su madre.
—Cuanto lo siento, mis condolencias —dijo el capitán, golpeando el fuerte hombro de Julia como si se tratara de alguno de sus marineros.
—Sí, yo también. Aunque no debes preocuparte, ya que todo sigue igual: tu casa y tus cosas, todo está en orden. Por supuesto que hubo revueltas con dos o tres que han querido pasarse de listos cuando mi madre murió, pero yo he logrado ponerlos en su lugar. No habrá pirata que me venza, ¿cierto, Barboza? —cuestionó Julia en tono de burla y una sonrisa en su rostro.
—Aún me debes la revancha, Julia —respondió el contramaestre, devolviendo la sonrisa.
—Sí, sí, claro. Te dejaré ganar si quieres. ¿Y ese quién es? —preguntó de nuevo la mujer al ver un hombre encadenado y golpeado que bajaban de uno de los botes. Sin duda, era fácil notar, incluso a distancia, que no había recibido suficiente comida, agua o luz del sol.
Todos voltearon a contemplar al hombre que Julia señalaba; sin embargo, la lengua del capitán Montaño fue más ágil en esa ocasión y se apresuró a responder para evitar las suspicacias que podrían surgir.
—Uno de los nuestros que se ha portado mal, no te preocupes: es manso. Barboza se encargará de él. Por ahora, será mejor vayamos a descansar, así me contarás las últimas noticias.
Elena no pudo evitar verlo sin sentir la necesidad de correr tras de él, deseaba pedirle perdón y hacerle saber de sus profundos sentimientos a pesar de que frente a ella se encontraba no solo su padre y prometido, sino también toda la tripulación de la María. De ninguna manera, podía permitirse cometer el mismo error dos veces.
«No debo evidenciarme, ni faltar a mi palabra» pensó.
Así que en lugar de hacer lo que su impulsiva mente le dictaba, optó por bajar la mirada y seguir los pasos de su padre rumbo a la cabaña de descanso.
La cabaña del capitán Antonio Montaño era un lugar grande y acogedor. Al ser un hombre que creció en la abundancia, disfrutaba de lujos y comodidades a las que estaba acostumbrado, por lo que su cabaña tenía una decoración refinada. El paraje contaba con un recibidor, un enorme y elegante comedor, una cocina alegre, una amplia oficina y cinco habitaciones decoradas con muebles de finas maderas traídas de todas partes del mundo. Las recámaras solían ser ocupadas por Elena, Montaño, Barboza y Danielle.
En el ingreso de su nuevo hogar temporal, la castaña fue directo a su habitación alegando que ocupaba refrescarse; sin embargo, las razones por las que requería estar sola eran más que obvias después de la impresión de ver a Alejandro encadenado y en caóticas condiciones.
La habitación de Elena era amplia, incluía una cama con dosel de cortinas con sábanas blancas; tenía un amplio ventanal que le permitía apreciar la selva, sentir la humedad y respirar la brisa del mar.
—Elena, debes tranquilizarte —aconsejó Danielle, cerrando la puerta de la habitación detrás de ella, así evitaría que Barboza o el capitán escucharan algo de la conversación.
—¡No puedo, no podré hacerlo! ¿Cómo aceptar casarme con Manuel, para luego pasar frente a Alejandro mientras está encadenado? No puedo fingir que no pasa nada —respondió Elena hecha un manojo de nervios.
—Necesitas hacerlo, Elena. Si sigue vivo es porque le diste tu palabra a Barboza. Él lo quiere muerto y si rompes el compromiso, no dudará en matarlo. Ya ni siquiera piensan en recurrir al exilio.
Los ojos de la castaña se clavaron en los de Danielle, tenía razón, ni Barboza o Montaño le permitirían librarse del codigo.
—¿Viste cómo está? —preguntó al borde de las lágrimas.
—Todos lo vimos, pero no podemos hacer nada. Está vivo y eso es todo lo que cuenta. Lo mejor sería que busques la manera de acelerar tu boda para que lo liberen pronto —aconsejó la rubia tomando ambas manos de su preocupada amiga.
—Necesito verlo y hablarle para tratar de explicarle.
—¿Qué explicación piensas darle? ¿Que te vas a casar con Barboza para salvarle la vida? ¿No crees que eso empeorará la situación? ¡Vamos, Elena! ¿Por qué simplemente no dejas que las cosas tomen su curso? —Danielle miraba a su amiga al borde del desahogo, necesitaba palabras de aliento que le ayudaran a mantenerse de pie con su decisión de casarse con Barboza—. Alejandro es un hombre fuerte e inteligente que sabe defenderse, tú lo viste pelear en la plaza y si no lo ha matado nadie de la tripulación es porque sabe en lo que está metido y eso ya es mucho, porque al parecer tú no lo entiendes.
—¿Crees que no comprendo la situación? Muchas veces, mientras escribía esas cartas, pensé en dejarlo; en alejarme de él. Siempre fui consciente de que esto podía suceder, pero no pude detenerme.
Las lágrimas comenzaron a brotar y el desahogo llegó con cada palabra que surgía de la confundida cabeza de Elena.
»Cada vez que pensaba en una manera de parar, lo imaginaba solo en el barco, en un mundo completamente extraño y diferente al de él. Alejandro no tiene a alguíen con quien desahogarse, porque aquí nadie tiene el más minimo de conciencia, nadie tiene escrúpulos. —Limpió la humedad del rostro y tomó el aire que necesitaba para continuar—. Los piratas han demostrado que matar o dejar a un hombre al borde la muerte es motivo de entretenimiento: jugamos con las vidas de otras personas solo porque sentimos que nos deben algo, cuando no es así. Es la vida la que nos golpea y depende de cada uno de nosotros el quedarnos en el suelo o ponernos de pie. No podemos andar por la vida culpando a quienes nos rodean de ser quienes somos.
Danielle vio la preocupación que su amiga sentía. Sabía que, desde el encuentro de la plaza, Elena vivía atormentada por la culpa de lo sucedido.
—Está bien, buscaré la manera de ayudarte de nuevo. Pero esta vez, no podemos cometer errores: ni uno solo. La vida de un buen hombre depende del éxito que tengamos —aseguró Danielle, tocando el rostro de Elena—. Escucha, saldré a averiguar lo más que pueda sobre él y tú deberás entretener a Barboza. Él me vigila tanto como a ti, además podrás preguntarle con sutileza sobre Alejandro. Manuel te quiere y si te ve tan afligida, buscará la manera de hacerte sentir mejor, lo conozco bien. ¿Estás de acuerdo?
—Te lo agradezco tanto, yo sería un caos mucho mayor sin ti —respondió Elena mientras se fundía en los brazos de su amiga.
Ese mismo día, Danielle comenzó a indagar con algunos de los piratas que estaban a los alrededores de la cabaña. Muchos de ellos no sabían de qué se trataba y otros aprovecharon el momento para recolectar aún más información con Danielle. Sin embargo, todos tenían algo en común: el miedo a Barboza. Era un hombre que no perdonaba los errores o la traición y fue muy claro con la tripulación cuando les indicó no hablar sobre el prisionero con nadie. Sobre todo, con Danielle o Elena.
Esa tarde, Danielle no pudo encontrar pista alguna sobre el paradero de Alejandro, pero logró enterarse sobre los acontecimientos que estaban por suceder en la isla. Paseando por las cabañas de la playa, escuchó a un par de piratas hablar sobre la gran reunión que habría en la isla del coco. Llegarían grandes filibusteros amigos y enemigos del capitán Montaño con la intensión de revisar temas que tenían que ver con el último ataque de uno de los navíos más fuertes de la hermandad: llamado Poseidón.
Danielle regresó a la cabaña decepcionada de no haber logrado mucho con respecto al prisionero, pero a su regreso fue sorprendida por la pequeña reunión de Montaño con su gente de confianza.
—¡Oh! Lo siento. No quería interrumpir, solo iré a la habitación—. Se excusó, acelerando el paso para que los piratas continuaran con su charla.
Antes de llegar a su destino, Danielle intuyó la posibilidad de una conversación que involucrara el paradero de Alejandro. Así que, decidió esconderse tras un librero de madera para escuchar algo de aquella plática.
—Bien, continuando con esto: Julia me ha hablado de su preocupación por la caída del Poseidón, no tenemos más detalles, pero al parecer fue uno de los navíos de la guardia costera, pudiera tratarse de la misma nave que nos atacó —especuló Montaño.
—Entonces, es verdad —continuó Barboza, intrigado por la noticia—. Me lo contó uno de los hombres que trabaja para Julia, pero jamás lo creí cierto.
—Sí, así es. Pronto estarán aquí quienes hayan decidido venir a la reunión anual, no se trata de miedo sino de mantenernos alerta. No podemos permitir un exterminio.
—Capitán, mi preocupación es... ¿Por qué de repente decidieron atacar al Poseidón cuando jamás se habían atrevido a hacerlo? ¿Qué fue lo que los motivo? —preguntó el jefe de artillería.
—Tal vez se hicieron de un navío más grande y fuerte que el Poseidón —señaló Barboza con los brazos entrelazados, sentado frente a su dirigente.
—Pudiera ser el caso, pero más bien creo que hay un conflicto de intereses —dijo Montaño mientras rascaba su cabeza—. Los gobiernos nos ha permitido operar de manera clandestina, siempre y cuando se lleven su buena tajada. Algún problema habrá pasado.
—¿Y el muchacho? ¿Tendrá algo que ver en esos conflictos de intereses? Matías recordó haberlo visto antes en los barcos mercantes de los Díaz y ellos tienen varias naves. No olvidemmos que los hemos asaltado en más de una ocasión, y hecho favores en otras —argumentó el hombre de cicatriz en el rostro.
—Podrían estar buscándolo —especuló Barboza con toda tranquilidad, intentando verse desinteresado en todo lo que tuviera que ver con el aristocrata que detestaba.
—Es una posibilidad, pero mientras no lo sepamos, lo mejor es no decirle nada a nadie sobre el origen del muchacho. En todo caso, negaremos la precencia del jóven Díaz, diremos que se trata de una coincidencia, al fin que con los golpes que ha recibido, ya no tiene la apariencia de antes. ¿Dónde lo tienes, Barboza? —preguntó Montaño.
—Julia me ha prestado una de las habitaciones de su cabaña.
Montaño sonrió para sí mismo, jamás hubiera esperado semejante respuesta.
—¿Ahora te preocupa su comodidad?
—Por supuesto que no, señor. Prefiero darle mis razones a solas. —Barboza volteó a ver al marino indicándole que dejara la cabaña.
—Ve a tus labores y cuida que se realicen las guardias —señaló Montaño.
El hombre asintió, colocó su viejo sombrero en la cabeza y salió de la cabaña para cumplir con su trabajo.
—Ahora sí, dime, Barboza. ¿Por qué con Julia?
—Danielle y Elena han comenzado a preguntar con algunos de los hombres —explicó el contramaestre a sabiendas de que no era una sorpresa para nadie.
—¡Elena, Elena, Elena! ¿Qué es lo que pasa con esta niña? ¿Salió de la habitación? ¿Ya regresó? —preguntó el capitán, a la vez que dejaba caer su cansado cuerpo en una de las sillas que decoraban el recibidor de la cabaña.
—No, no es lo que usted piensa. Elena ha permanecido en la cabaña, incluso hace unos momentos antes de la reunión, me pidió que diéramos un paseo por la isla para platicar y relajar un poco la tensión que hay entre nosotros, pero Danielle sí lo hizo, dijo estar enfadada de estar encerrada y salió a pasear por los alrededores. Después un miembro de la tripulación me informó sobre el cuestionamiento que Danielle estuvo haciendo sobre el prisionero.
—Enviada por Elena —aseguró el capitán.
—En efecto —confirmó Barboza —. Por tal motivo, le pedí a Julia esconderlo en su casa. Tengo confianza en que no imaginarán que está ahí.
—Y yo espero que a Julia no se le ocurra averiguar más sobre él. No sabemos qué es lo que está pasando, por lo tanto no debemos alarmarnos. Entre más pronto se realice la ceremonia, más pronto lo liberaremos y nos iremos de aquí. Por el otro asunto, no te preocupes, hoy mismo hablaré con Elena —soltó el robusto hombre al tiempo que se mostraba apenado por las acciones de su hija.
—Si me permite, capitán; quiero ser yo el que hable con ella. Primero porque ella inició con esto del acercamiento y además, dentro de poco estaremos casados; no es correcto recurrir a usted cada vez que tengamos problemas.
—Entiendo, muchacho. Siendo así, háblenlo ustedes. Solo mantenme al tanto en caso de notar algo fuera de lo normal en Elena.
—Así lo haré, capitán. Iré a buscarla de inmediato —dijo el pirata después de ponerse de pie ante Montaño.
Danielle, que continuaba escuchando la conversación entre el capitán y Barboza; corrió a la habitación de su amiga para alertarla de la pronta presencia de Manuel.
—¡Elena! ¡Elena! —gritó Danielle después de haber cerrado la puerta de la habitación—. No tengo mucho tiempo, Manuel ya viene para acá, dice que le pediste que dieran un paseo para hablar.
—Hice lo que me pediste que hiciera: entretenerlo —continuó Elena sin entender lo que sucedía.
—Ya sabe que estamos buscando a Alejandro, pero lo que él ignora es que yo sé dónde lo tienen.
Elena brincó acelerada de la cama, al darse cuenta que Danielle había conseguido la información que tan celosamente todos guardaban.
—¿Dónde esta? —interrogó con desespero.
—En casa de Julia —expuso a sabiendas de que pronto tocarían la puerta.
—¿Con Julia? ¿Por qué ahí—No lograba comprenderlo, le parecía la decisión más extraña que jamás vio en Barboza o su padre.
Sin embargo, su reveladora conversación fue interrumpida por los golpes tras la puerta. Luego escuchó la voz de Barboza pidiendole salir, la mujer asintió de un grito y de nuevo situó la mirada en Danielle.
—Cuando vuelvas te cuento con más detenimiento, solo finge no saber nada sobre Alejandro ¿De acuerdo?
Elena meneó la cabeza como señal de aprovación y le dio un fuerte abrazo a Danielle. Enseguida, salió de la habitación para encontrarse con Barboza.
Al salir de la acogedora cabaña de Montaño, notaron que la luz del sol aún iluminaba la selva, eran alrededor de las cinco de la tarde, por lo que pronto comenzaría un hermoso atardecer. Barboza creía que se trataba de un momento íntimo entre él y su novia, sin saber que Elena estaba desesperada por regresar con Danielle; ya que, tenía curiosidad por conocer la razón exacta de por qué Alejandro fue escondido en la propiedad de Julia. Pese a su exasperación, quiso ser más lista en esta ocasión. Después de todo, tenían la ubicación de Alejandro sin la más remota idea de cómo colarse a casa de Julia. Detuvo sus instintos por un momento y entendió que debía verse más serena y complaciente con Barboza, como una mujer enamorada a punto de llegar al altar. Tal vez, así lograría ganar algo de confianza por parte de Manuel o algún desliz de información que pudiera ayudarles a ella y a Danielle.
—¿A dónde iremos? —preguntó mientras tomaba de la mano a Manuel.
Él, impresionado por el acercamiento de Elena, no pudo más que mirar ambas manos unidas y regalarle una sonrisa para continuar por el camino.
—¿A dónde te gustaría ir? —respondió el hombre con la mirada fija en el paisaje que enbellecía la costa.
—Creo que tú conoces la isla mejor que yo, podrías mostrarme la parte que más te gusta a ti.
—Muy bien, pero tendríamos que pasar la noche solos internados en la selva y eso no le gustará a tu padre.
Elena analizó su rostro y pensó que a pesar de que Manuel había nacido y crecido rodeado de piratas y sin una madre que lo guiara; él se comportaba como un caballero, de la manera que Montaño le enseñó.
—Entonces, solo caminemos. Lo importante aquí es que me gustaría que habláramos de cualquier cosa que nos ayude a brincar esta barrera que hay entre nosotros —expresó Elena pensando en los recientes problemas—. Conozco algunas cosas sobre ti, pero en realidad no lo sé todo. Llegaste a la María cuando tenías trece años; no tienes familia, nunca me has hablado de tu madre o tu padre. También sé que aprendes muy rápido, incluso más que cualquiera que yo conozca; nunca te equivocas, eres bueno en ajedrez, jamás has dejado un nudo mal amarrado y mi padre te quiere como si te hubiera parido él mismo.
Barboza volvió su mirada a Elena con una notable sonrisa, sorprendido de cada palabra, pareciera que después de todo, no era tan ageno para ella.
—Sí me he equivocado en muchas ocasiones, pero odio hacerlo. La mayoría de esas veces, terminé decepcionando a alguien. Mi madre me abandonó a la primera oportunidad que pudo y jamás conocí a mi padre. El capitán ha sido el único buen ejemplo que he recibido en mi vida, él fue quien me enseñó a hacer nudos y a jugar ajedrez. Es evidente que no soy su hijo legitimo, pero añoro ser como uno para él.
—Lo eres, eso está bastante claro. Creo que incluso lo has decepcionado menos que yo —emitió la castaña con cierta tristeza.
—No digas eso. Tu padre te ama y no eres la única que comete errores en la vida, todos los comentemos.
—Pero yo no he hecho más que causarles daño a las personas que más quiero.
—¿Tu padre, Alejandro y yo? —cuestionó Barboza observando la reacción de la mujer que lo acompañaba—. ¡Oh! Lo siento, ¿te incomodé al incluirme dentro de los afectados?
—Por supuesto que tú estás dentro —respondió Elena un poco molesta por el comentario de Manuel—. Siempre he sentido un gran afecto y cariño por ti.
—Afecto y cariño, pero no amor. Son cosas muy distintas, Elena. Uno puede sentir afecto y cariño hasta por un perro, ¿pero amor? —Negó con la cabeza.
»De ese amor que hace que te hierba la sangre con solo un roce de piel, el que hace que tu mente enloquezca; el que te quita el hambre, el sueño y las palabras de la boca. El amor que hace que esa persona se convierta en una obsesión y el mismo amor que tiene la fuerza suficiente como para hacerte la persona más feliz del mundo o el más infeliz. No, son sentimientos muy distintos. —Dio un largo suspiro y puso toda su atención sobre los ojos cafes de su prometida—. Yo sé que tú no sientes amor por mí y que sigues buscando la manera de verte a escondidas con ese hombre. Elena, casi estoy tentado a ser yo quien te lleve con él para que termines lo que sea que creas que tienes pendiente. Por alguna razón, tú supones que le debes algo, no sé si haces el sacrificio de casarte conmigo por ayudarlo o porque verdaderamente te has enamorado del imbécil. No sabes cómo quisiera poder entender, ¿por qué lo elijes a cada momento que puedes?
Los penetrantes ojos cafes se abrieron grandes ante la brusca sinceridad de su actual prometido: el hombre que reclamaba toda sinceridad.
—Sí me he enamorado o no, eso no tiene relevancia. He decidido casarme contigo pase lo que pase y lo haré, no porque hemos hecho un pacto o porque tengas su vida en tus manos. Acepté casarme contigo porque no hay nadie que me conozca mejor que tú, incluso no hay nadie que me quiera como tú lo haces, tal vez no te amo como lo deseas, pero pondré de mi parte para que así sea. Además, ¿que haría yo fuera de este mundo o lejos de ustedes? —se dijjo volviendo el rostro hacia el horizonte.
Barboza tomó ambas manos de su novia y le contempló el rostro, colocandose una vez más frente a ella.
—Tal vez me creas débil y patético, pero haría cualquier cosa por hacerte feliz.
Elena sintió por un instante, debilidad en Barboza. Algo que desconocía en él hasta ese momento.
—No creo eso de ti —aseguró y le regaló un largo beso que nació más de ella que de él.
Continuaron caminando y hablando de frivolidades e historias que surgieron desde que se conocieron. Sin duda, los deseos de cerrar la brecha que había entre ellos se volvían cada vez más lejanos, ajenos uno del otro. No obstante, había algo que ambos sentían que no podían ocultar o negar, y era la atracción física que existía entre ellos.
Ya estando de regreso, donde el capitán y Danielle, los esperaban. Barboza optó por detenerse frente a la cabaña de Julia; de manera instantanea, el corazón de Elena comenzó a latir fuertemente presintiendo que algo estaba por pasar.
—Alejandro se encuentra bien, Elena. Le han revisado las heridas y no tiene nada de gravedad. También se le ha proporcionado comida y agua, pronto estará fuerte para que se pueda marchar. Después de nuestra boda yo cumpliré con mi palabra, lo liberaré de todo castigo y de una vida como pirata.
—¿Una vida? —preguntó Elena, puesto que ella recordaba que la sentencia había sido de un año.
—Una semana, un mes, un año; es igual. Al final, terminamos dejándolo todo en el mar y el castigo por ser pirata siempre será la muerte.
—Entonces, si lo liberas y regresa con los suyos, ¿será castigado con la horca? —interrogó con preocupación.
—No lo creo, tengo entendido que su padre es influyente. Además, puede quedarse callado y no mencionar nada de lo que ha vivido.
La mujer sintió algo de ranquilidad trás la respuesta de Barboza.
—Entiendo —respondió la joven.
En ese instante, al ver una silueta en la ventana de la habitación que Julia les facilitó para esconder al prisionero, Manuel se aprovechó de la conversación para besar de nuevo a Elena. Si era Alejandro o no el que observaba desde la ventana, Barboza no perdería la oportunidad de demostrarle quien había ganado.
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