Capítulo 1: El caballero de la máscara negra
15 años después
Año 1714, en una pequeña ciudad ubicada en costas mexicanas, periodo en el que las mujeres tenían que usar corsés ajustados y grandes vestidos mientras los hombres dirigían el mundo. Las fiestas eran comunes y sinónimo de diversión de la mayoría de las personas que pertenecían a la aristocracia. Era casi seguro que recibirías una invitación siempre y cuando tuvieras un gran cofre lleno de monedas doradas.
El tintinear de las copas llenas de vino y la agradable música, sonaba esa noche a la vez que las hermosas y bien educadas doncellas casaderas se encontraban danzando en el centro de la fiesta; tal vez para ganar la atención de algún noble caballero o por el simple hecho de disfrutar del momento como lo haría cualquier joven dama de temprana edad. Ese era precisamente el caso de Elena, una joven de diecisiete años, castaña y de piel bronceada; ojos cafés y mirada profunda como si quisiera comerse el mundo con una sóla mirada. Elena había desobedecido a su padre por centésima vez, no perdía oportunidad de mezclarse entre la sociedad y sentirse como si llevase una vida normal: la vida de cualquier señorita de su edad.
—Elena, tenemos que irnos ya, si tu padre se entera de que nos hemos escapado de nuevo, te mandará a un convento y no sé qué será de mí —reprendió una hermosa doncella de delicada figura.
—Mi padre siempre amenaza con lo mismo y jamás lo cumple. Él es demasiado posesivo para dejar de vigilarme. —respondió Elena, omitiendo la reprimenda—. ¡Ya relájate!
—Elena, no. Ya me quiero ir, es tarde. Además, la fiesta está aburrida. —La doncella entrelazó ambos brazos, fingiendo descontento—. Todos esos apuestos caballeros que no podemos ver debido a esa estúpida máscara. ¡Anda vámonos ya!
—Te puedes ir tú, la fiesta de máscaras es perfecta, así nadie podrá saber que yo estuve aquí y mi padre no se molestará tanto. —Elena señaló a una hermosa mujer a través de la ventana por la que admiraba el evento social—. Mira esa doncella, es realmente hermosa, ¿verdad?
—¿Venimos hasta acá a hurtadillas y sólo observas mujeres? Mejor observa ahí, junto a la chimenea, yo me casaría con cualquiera de ellos —expresó Danielle, apuntando al lugar donde se charlaban cuatro apuestos caballeros.
Danielle era la cómplice, amiga y dama de compañía de Elena; siempre estaban juntas y aunque Danielle no era nada suyo, Elena la consideraba como a una hermana: la hermana que no tenía.
—Bueno, entremos y bailemos con alguno de ellos —dijo Elena, empujando del cuerpo de Danielle.
—¡No, enloqueciste! Mejor ve tú y yo aquí te espero. Buscaré una copa de vino y me sentaré por allá en el balcón. Pero no te tardes, porque me gusta estar viva —soltó sonriendo.
Elena rodó los ojos, esa noche no convencería a Danielle de acompañarla en su travesura.
—De acuerdo, daré una vuelta por ahí y regresaré pronto. ¡Aguafiestas!
Al entrar al enorme salón, se podían observar parejas bien animadas; riendo y contando historias para que todos escucharan sobre aquellos viajes por el mundo o sobre la deliciosa comida que degustaron en algún elegante restaurante. Las mujeres lucían extravagantes vestidos llenos de joyas y brillantes colores mientras alardeaban de lo costosos que eran. Elena era diferente y se notaba. Ella observaba tímidamente todo ese lujo, clase y elegancia que abundaba y la rodeaba. Pese a que no le hacía falta el dinero, se sentía completamente maravillada, y a la vez ajena a ese mundo al que no pertenecía.
Un joven de máscara negra, cabellos rubios y tez clara se encontraba mirándola desde el otro extremo de la habitación. Él se tomó unos minutos para analizarla y notar toda esa fascinación en las expresiones de Elena. Minutos después, ella retrocedió para buscar el camino de regreso con el fin de salir y encontrarse de nuevo con Danielle; la aguafiestas amiga de Elena que decidió esperar afuera por esta ocasión.
—¡Espera! Lamento que te hayas aburrido tan pronto, vi que apenas llegaste —gritó el joven que la admiraba, quien aceleró el paso a través del salón de baile para alcanzarla.
La mujer parecía confundida, puesto que esta vez atrajo la atención de un miembro de sociedad.
—No, no me he aburrido, al contrario, es una fiesta encantadora. Lo que sucede es que no debería estar aquí —explicó sin haberlo planeado.
El rubio alzó una ceja que apenas si fue vista detrás de la máscara negra. No entendía lo que la mujer intentó decirle.
—¿Por qué? ¿Acaso no recibiste invitación? ¿Debería llamar a la policía, por entrar a una recepción sin ser invitada?
Elena lo miraba atónita, imaginando todo tipo de respuestas sin poder emitir sonido con su boca.
—¡Oh, vamos! ¡Estoy bromeando! Esta es una fiesta para casi todo el mundo, solamente quería evitar que se fuera, madame —expuso el caballero con una notable sonrisa despreocupada—. Además, estoy seguro de que nadie ha notado su presencia en la fiesta fuera de mí. No se preocupe si no ha recibido una invitación formal, nadie lo sabrá.
—¿Cómo sabe que no fui invitada? —cuestionó la joven con indignación—. Tal vez, es usted, quien no fue invitado y por eso soy yo quien no le reconoce.
—Para eso son estas extrañas fiestas de antifaces, señorita. Así podemos relacionarnos con quien no deberíamos, como nosotros, al no haber sido presentados de una manera apropiada —el rubio extendió una mano, haciendo alarde de su galantería.
No obstante, Elena no contempló la idea de entrelazar sus delicados dedos con los de él, sino que, muy por el contrario, lo supuso una persona poco cortés y mira que ella sabía tratar con la descortesía.
—Creo que el inapropiado es usted, señor, ya que, me ha seguido por el salón para impedir que me fuera y no sólo eso, sino que me ha acusado de entrar a una fiesta sin invitación.
—Pero se ha quedado aquí conmigo para tener una agradable plática, y entonces, yo he cumplido con mi objetivo inicial. —Hizo un ademán y sonrió para ella con naturalidad.
Elena intentó responder, pero aquel desconocido caballero le había robado una tímida sonrisa. ¿Qué más daba lo que el hombre le dijo? ¿No era esa la razón por la que escapó de su casa? ¿No deseaba mezclarse entre la sociedad? Dejó de lado toda inseguridad y se permitió sentirse parte de la elegante fiesta que pertenecía a la aristocracia.
Por el resto de la noche, continuaron hablando hasta que la velada estaba por terminar, ella se sentía emocionada con las pláticas tan propias que el joven de la máscara negra le concedía, no se sintieron menos o más, no averiguaron sobre sus nombres o apellidos, tampoco preguntaron por sus padres o damas de compañía. Se limitaron a dejar que las palabras fluyeran; hablando casi de cualquier cosa: libros, anécdotas, música, viajes; no importaba el tema, sino la compañía. El baile casi terminaba y ellos ni siquiera descubrieron sus rostros o mostraron sus identidades.
—Elena, es media noche y tenemos que irnos —murmulló Danielle con los ojos en el carismático caballero.
Los ojos de la doncella se hicieron grandes, su padre la mataría si se enteraba de su ausencia.
—¿De verdad? ¡Media noche! ¿Por qué no me lo has dicho antes? —exclamó la joven, llevando una de sus manos a su cabeza—. Lo siento mucho, señor. Ahora tengo que irme.
—Dime, ¿cómo te llamas? ¿Dónde te puedo encontrar? —interrogó el caballero que parecía negarse a la idea de no volver a verla.
—No puedo, lo siento —declaró la castaña en un suspiro—. No debo decirle mi nombre y tampoco puedo brindar una dirección. Mañana me marcho de la ciudad y no tengo idea de cuándo volveré. Permítame agradecerle la charla, ha sido un placer. ¡Adiós!
Elena y Danielle salieron corriendo por los enormes jardines de aquella mansión donde los invitados a la velada se retiraban ya a sus hogares. Pese a que Alejandro, el joven de la máscara negra, intentó averiguar más sobre su paradero o sobre la identidad de la misteriosa doncella; se dio cuenta de que no volvería a saber de ella nunca más.
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