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El monstruo que está debajo de mi cama

He pasado las últimas noches hablando con el monstruo que está debajo de mi cama, ese que a veces se convierte en miedo y se queda ahí quieto y si no fuera por su respiración agitada yo no sabría que está ahí. Otras más se convierte en llanto, entonces las lágrimas le brotan como olas inmensas y no quiere salir de debajo de la cama, ni siquiera en la madrugada que es su hora favorita. A veces también se llena de soledad, y quiere estar solo durante días, le molesta la gente y el ruido y la única salida que encuentra es encerrarse de nuevo sin salir. Hay otras veces en las que la alegría le desborda, entonces el monstruo deja de ser monstruo y no hay nadie más radiante de lo que es, se pone a cantar y con tanto ruido que tiene ni siquiera me deja dormir. También sucede que hay ocasiones en que la paz y el amor lo arrullan que duerme tan bien y tiene una sonrisa que le dura semanas.

Últimamente he platicado con él, le he contado de ti, aunque hace algún tiempo yo le había dicho que aquella sería la última vez que hablaríamos de eso, pero él sabía que eso no era cierto, lo pude ver porque cuando volví a hablarle de ti me respondió con una sonrisa de medio lado, una que me hablaba de todo eso que él había escuchado en las madrugadas; de todas esas veces que lloré y que me maldije y que maldije todo, de todas esas veces que escribí y escribí de ti sin parar, de todas esas otras que te recordaba sin quererlo hacer y de las veces en las que las mariposas se posaban en mi cama, llegaban una tras y otra y no querían irse, yo me tapaba con las sabanas, pero ellas solo se quedaban ahí. El monstruo lo sabe todo y me lo dijo; hay cosas que aunque niegues siempre te acaban encontrando.

También le he contado de mí, del caos y la tormenta que llevo dentro, de las emociones que a veces me rebasan y que intento convertir en poesía; cuando lo hice no pude evitar llorar y él me dejó hacerlo, me dijo que hay veces que tenemos que dejar que el llanto nos limpie los escombros, que hay veces que las lágrimas nos hacen ver mejor después. Y yo lloré, lloré y lloré porque tiene razón, lloré porque he intentado llevarme bien con mis lágrimas y para llevarte bien con ellas debes dejarlas ser cuando quieren ser.

También le conté que la melancolía no se ha ido, que la siento estrujándome el alma y que quisiera regresar a unos meses atrás donde el sol se me asomaba por los ojos, pero el me dijo que no siempre se puede ser sol, que no crea en todos esos que fingen estar bien todo el tiempo, que todos ellos tienen a su propio monstruo debajo de la cama; solo que la mayoría no habla con ellos y pretenden hacer como que no existen, entonces los monstruos se enojan y es cuando hacen problemas. Yo sonreí un poco porque entonces entendí que no debo fijarme en los demás, sonreí también porque me di cuenta que estaba hablando con el monstruo que me daba tanto miedo y que ambos al fin, después de un tiempo, nos estábamos contando las verdades de nuevo.

Le conté también que a veces el miedo me abruma y no sé qué hacer, no sé qué camino tomar y no sé qué dejar atrás. El monstruo en ese momento se levantó y me dio un abrazo, después me susurró unas palabras que he estado repitiendo todo el día, decidir algo implica elegir y siempre habrá algo que se deje atrás, me dijo. Yo no sé porque la mayoría de las personas no hablan con el monstruo debajo de su cama, si son tan sabios y están llenos de verdades.

Después le platiqué de los días en los que me siento insuficiente, en los que parece que todo me supera y que vivo en una constante decepción; el monstruo entonces tomó el espejo y lo puso frente a mí, me hizo verme así tal cual soy, por dentro y por fuera y me cantó un poema. Me hizo repasar cada grieta y herida, cada cosa que me ha hecho ser lo que soy hoy, todo lo que me conforma y entonces entendí que soy todo lo que tengo que ser en este momento, abracé mi reflejo, así con todo eso que lo conforma, las cicatrices y las victorias y de nuevo me vi florecer.

Cuando la madrugada ya había entrado completamente le conté al monstruo sobre los recuerdos que me agobian, sobre eso que no hice y pude hacer, lo que no dije y lo que no supe valorar. Le conté que a veces la culpa me atormenta y que no me deja respirar, que me persigue como un perro hambriento y yo me dejo comer; entonces él me contó una historia y cuando terminó me dijo que esa historia debía ser contada así porque así tenía que ser; entonces yo comprendí que yo solo hice lo que podía hacer en cada momento.

Le dije que a veces extraño a quien ya se fue y no voy a poder volver a ver, que la tristeza se parece mucho a ese mayo donde una parte de mi alma se murió y que lo que más me duele no es dejar ir sino ni siquiera haberme podido despedir. Aquí el monstruo no dijo nada, sabe que a veces no hay palabras, porque sabe que hay dolores que nunca se superan y que a veces hasta que los escribes sabes que te siguen doliendo. En cambio, me dejó llorar de nuevo y yo volví a recordar lo más importante, a veces hay que vaciarse completamente para llenarse de nuevo.

En la mañana el monstruo volvió a meterse debajo de mi cama, yo le agradecí que me haya dejado hablar con él y él me recordó lleno de verdad que esa no será la última vez que lo voy a necesitar.

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