Capítulo 23
Alexander
Podía escuchar su calmada respiración, pero sentirla respirar bajo mi mejilla, era infinitamente diferente, y mucho mejor. Estaba dormida, no podía ser de otra manera. La había llevado al límite de su resistencia, y aún así, no tenía suficiente de ella. Era imposible tenerlo. Y no era porque llevara mucho tiempo sin realizar ese tipo de prácticas con otras hembras, no. Era porque con ella todo era nuevo, intenso, irreal. Tenía su cuerpo envuelto en mis brazos, mi cabeza apoyada sobre su vientre, mis dedos acariciando sus nalgas, mi nariz respirando la mezcla de su piel, nuestro sudor, y los restos de 7 horas de sexo. Y aún así, aún me parecía estar soñando. Ella era algo con lo que nunca antes me había encontrado. Su olor, su esencia, todo en ella, me enardecía y calmaba al mismo tiempo.
Ella en sí era un milagro, alguien único, y aún así, sabiéndolo, me seguía sorprendiendo con cosas como aquella. No tenía ni idea, si cuando era humana, podría haber causado todo aquel tornado de sensaciones. Pero ahora, era un peligro y un refugio al mismo tiempo. Conservarla era un riesgo demasiado alto, pero perderla era algo a lo que no podía enfrentarme. La decisión estaba clara.
Aproveché el silencio para pensar en lo que iba a venir, a lo que tenía que enfrentarme. Analizar todo a mi alrededor, siempre me ayudaba a ver el camino a seguir. Así que me puse a ello.
Primero estaba el caso del asesino de Leopold. Estaba claro que mi padre lo conocía, y que él lo conocía perfectamente a él y su casa. Luego tenía que ser alguien bien conocido. Que buscaba algo, estaba claro. Que estaba relacionado con Mira era casi seguro, y me inclinaba a pensar que era a la propia Mira a quién buscaba. Sin la protección de Leopold, era algo fácil de robar, salvo que quien fuera, tardó demasiado en hacer su jugada, o estaba esperando el momento para hacerla. El caso, es que ahora yo estaba en medio. Seguramente, el asesino estaba tan sorprendido como yo de que Leopold reconociera a un hijo. Por lo que sabía, lo había mantenido en secreto. No lo culpo, su ego era más importante que el gran logro de haber conseguido engendrar. Sí, aunque fuera mestizo, como mi madre, era un pequeño milagro en mí mismo.
No era un secreto, todos lo sabían. La raza se moría. Los vampiros puros no conseguían descendencia, los mestizos raramente, y los pocos que nacían eran machos. Por eso llevaban siglos intentando convertir humanos, pero no se había conseguido. Sí, mucho mito, pero no era real. Pocos, eternos, pero estériles. Bueno, la eternidad era relativa. Morir, moríamos, como todos. Enfermedades, lesiones incompatibles con la vida, incluso la edad. Aún así, nos creíamos afortunados, pero no lo teníamos todo. Como raza, estábamos condenados a la extinción. Pero yo tengo en mis manos el milagro, la prueba de que no todo está perdido. Una hembra de la raza, que no ha nacido, sino que ha sido convertida. ¿Cómo, por qué?, son respuestas que tendría que encontrar, pero no me preocupan demasiado. Eso se lo dejo a los científicos, Matheus es el apropiado para ello. Yo solo he de centrarme en una cosa, en Mira. Ella me pertenece, es mi milagro.
En segundo lugar estaba el niño, Aidan. Una variable que nos hacía vulnerables. Mira ya había sido subyugada una vez, y cualquier otro no dudaría en hacerlo de nuevo, para conseguir su obediencia. Sé que Leopold cuidaba y protegía a ambos, pero estoy seguro de que el niño no le importaba, era tan solo una herramienta de control. El valor de Mira como sierva de sangre, no era tan importante por sus características particulares, sino por la buena disposición a ser usada. Y con Aidan, tenía ambas cosas. Ella nunca se apartaría voluntariamente de su lado, y aceptaría cualquier exigencia de su parte, de buena manera. Que no fuera ético nunca le ha preocupado a un "raza", no son más que alimento, posesiones. Hasta ahora. La conversión de Mira abre un mundo nuevo de posibilidades.
Y lo último y más importante, era precisamente eso, Mira. Tenía que descubrir al resto de nosotros su existencia, su conversión. Debía que llevarla ante la justicia, para que fuera reconocida como una "raza". Era la mejor manera de protegerla. Como mestiza, cualquier acto perpetrado contra ella, sería considerado ante la ley como su fuera uno de nosotros, no una humana, no un animal o una mascota. A los ojos de un vampiro, ella no es más que una oveja a la que crías y cuidas para sacar un beneficio, no es más que un alimento. Y si muere, si comercian con ella, si es forzada, sometida... o cualquier otro tipo de vejación, era consentida, porque la ley de la "raza" así lo establece. Pero si es reconocida como uno de nosotros, la cosa cambia. La ley la protegería, y siendo una hembra, con más mimo. Tendría derechos, y yo ya no podría retenerla a mi lado como una propiedad. Ella sería libre de irse, y de reclamar a su hijo. Pero eso no tenía nada que ver con que estuviese preparada para hacerlo. Todos la seguirán deseando como antes, incluso más, y no dudarían en aprovecharse de ella. Los vampiros no tienen escrúpulos ni remordimientos, bueno, salvo los mestizos, aunque no todos. Y los que son como yo, aprendimos a vivir como si no los tuviésemos. Fue un sentimiento de remordimiento lo que la llevó a ser lo que es ahora, pero no me arrepiento de haberlo hecho.
Me levanté con cuidado de no despertarla, sintiendo como el frío se adhería a mi piel, a medida que me desprendía de su contacto. Mi cuerpo protestaba por ello, dolía como cuando te arrancas un esparadrapo de la piel. No necesitaba mucha información, para saber el por qué me ocurría. Habíamos tenido sexo, habíamos compartido nuestras sangres al hacerlo. Estábamos vinculados.
Caminé hasta el baño, hice mis necesidades y me volví hacia el espejo. Allí, en mi reflejo, estaban claras las señales de su total transformación. Dos pequeñas marcas sonrosadas destacaban en mi cuello. Las acaricié con el dedo instintivamente. Recordé su sorpresa cuando vio las frescas hendiduras sobre mi piel, la sangre brotando de ellas. El desenfreno salvaje del acoplamiento remitió lo suficiente, como para el miedo emergiera. No podía permitir que se arrepintiera, debía ser algo natural en ella, ahora era parte de su naturaleza. Su instinto la había guiado hasta ahora. El resto tenía que enseñárselo.
- Lame las heridas, pequeña. Ciérralas con tu saliva, cúrame.-
Y ella dudó unos dos segundos, antes de inclinarse de nuevo sobre mi cuello, y pasar su lengua sobre las heridas. Mi cuerpo se estremeció con aquel primitivo contacto, y aunque acababa de derramarme dentro de ella apenas unos segundos antes, mi cuerpo se sacudió y volví a hacerlo. Soy un vampiro, puedo recuperarme rápidamente, pero eso, eyacular de nuevo en tan poco tiempo, y con un simple contacto... nunca, jamás me había ocurrido. Salí del cuarto de baño con un objetivo en mi cabeza, y ese era conseguir que la reconocieran como una igual, una raza. Y sobre todo, que le quedara bien claro a todo el mundo que era mía, mi compañera, mi... ¿estaba dispuesto a reclamarla como mi consorte?. A quién iba a engañar, sabía lo que pasaría si me acostaba con ella y dejaba que se alimentara de mí. Mi naturaleza, lo que soy, no me habrían permitido dejarla libre para otro macho.
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