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Capítulo 2

-          Estás muy guapa, mamá.-

Sonreí, no porque para todos los niños su mamá siempre era la más guapa, sino porque lo estaba de verdad. Cuatro años atrás, mi aspecto no era el mismo. Si, era más vieja, pero salvo por las permanentes ojeras oscuras bajo mis ojos, mi aspecto era mucho mejor. Es lo que hacían un entrenador personal, sesiones de Spa y masajes, un equipo de estilistas a mi disposición, y ropa y complementos caros, muy caros. Pero no era porque Leopold me quisiera, bueno, si lo hacía, a su manera, de la manera que tienen de hacerlo los tipos como él. Era porque era su mascota, y al igual que hace un aburrido rico que no sabe qué hacer con su dinero, se gastaba fortunas en adornar a la mascota que más prestigio le daba. Presumía de mí, de poseerme, de tener algo tan exclusivo como su estatus podía permitirse.

Acaricié con los dedos el tejido del vestido de noche que llevaba. Y sonreí, mi pequeño merecía mis sonrisas.

-          ¿Te gusta, Aidan?.-

-          Sí.-

-          Preciosa.-

La voz de Leopold llegó desde la puerta. Me observaba, como si admirara el exquisito engarce de una rara joya. Caminó hacia mí, evitando el contacto con el niño. Nunca le tocaba, para qué, eso no le producía ningún placer. Aidan solo estaba allí con un propósito, evitar que yo escapara, o al menos lo intentara. Y sobre todo, para que accediera voluntariamente a sus exigencias. Era una perfecta sumisa, aunque no por placer.

 Él Colocó un caro y vistoso collar sobre mi cuello. Le gustaba ostentar su riqueza, y le gustaba mostrarla sobre mí, porque yo también le pertenecía.

-          ¿Me vas a arropar antes de irte?.- miré a Leopold, esperando su aprobación. Conocía nuestra rutina. Arroparle, un cuento y un beso de buenas noches. Él asintió.

-          Vale, pero tienes que meterte ahora mismo en la cama.-

Cuando  cerré la puerta detrás de mí, mis ganas de sonreír se quedaron en la habitación con mi pequeño. Pero tenía que mantener aquel gesto amable y cordial, era lo que Leopold esperaba de mí. Como siempre. Aunque sintiera que no estaba bien dejar a mi pequeño al cuidado del servicio. Pero podía confiar hasta cierto punto en ellos, al fin y al cabo, estaban a mi servicio, aunque Leopol pagara sus sueldos.

Aquella fiesta era más de lo siempre. Machos y hembras  mostrando sus trofeos al resto. Seres orgullosos de sí mismos, de lo que eran y sobre todo de lo que habían conseguido. Eran seres dominantes, como una manada de lobos, pero todos querían ser el Alfa, ninguno el Omega. Entre ellos, el débil era devorado. Allí, sólo los fuertes sobreviven. Los fuertes dominan. El débil no existe.

-          ¿Así que este es tu tesoro, verdad Leopold?.-

Él sonrió al otro, mostrando sin pudor su afilado colmillo izquierdo. El mellado, le llamaban, y era porque le faltaba uno de aquellos incisivos dientes. El hueco estaba cubierto por una perfecta pieza de artesanía protésica, los milagros de un buen dentista y mucho dinero. Mantenía una estética apropiada, pero no crecía en su boca como lo hacía su compañero en el lado izquierdo. Sí, ¿no lo había dicho antes?, Leopold era un vampiro.

-          Mi trufa blanca, si.- me acunó por los hombros protectoramente.

-          ¿Me dejarás probarla algún día?.- el otro macho se inclinó hacia mí, inspirando con deleite el aroma que desprendía mi piel. Y sentí los dedos de Leopold apretar mi hombro con posesividad.

-          Búscate la tuya, esta me pertenece.-

Todos sabían que le pertenecía, llevaba su olor sobre mí, su marca. Ningún otro vampiro se atrevería a tocar aquello que le pertenece a otro, a menos que quiera morir. Esa era su ley, si profanas lo mío, puedo matarte.

-          ¿Tampoco me dejarás probarla a mí?.- ambos machos miraron hacia su espalda, donde una morena de piel blanca y ojos brillantes se acercaba a ellos, mostrando sin pudor unos blancos y brillantes colmillitos.

-          Tu puedes beber de mi cuando quieras, Helena, pero no beberás de ella.- la vampiro hembra arrugó ligeramente la nariz, sin dejar de sonreír. Todos allí sabían que compartían más fluidos corporales que la tan sólo codiciada sangre pura de un vampiro. Aunque había mucho más en aquella relación, más de lo que los demás no debían saber. Los secretos son poder, y el poder es lo que les define.

Con el tiempo fui descubriendo cosas sobre aquella... digamos "raza", cómo el sistema en las relaciones entre ellos, el modo en que mantenían sus posesiones entre los humanos, y lo más importante de todo, la disposición de la pirámide alimenticia.

Básicamente, si la comparamos con la humana, los animales de sangre caliente, de cualquier especie, se corresponderían con nuestros vegetales, frutas, verduras, cereales. Existían vampiros que se llamaban a sí mismos vegetarianos, porque sólo se alimentaban de este tipo de sangre. Luego estaban los humanos, que corresponderían a los lácteos, huevos, aves y pescado. Luego estaban los suyos; los mestizos y los puros. Algo así como los auténticos vampiros, de pura raza, y los híbridos resultantes de la unión entre un vampiro y un humano. Estos eran como la carne roja en el caso de los mestizos. Pero la sangre vampiro era algo demasiado... digamos intenso. Beber de un vampiro, era como tomarte un coctel de Red Bull con anfetas. Para vampiros y mestizos era un auténtico "subidón".

A mí me catalogaban como trufa blanca por una sencilla razón, mi aroma era intenso y delicioso, al menos para ellos, que tenían un sentido del olfato muy desarrollado, que apreciaba sutiles diferencias que pasaban inadvertidas para un simple humano. Mi olor, para ellos, era un puro deleite, una fiesta para sus fosas nasales. Pero lo más preciado era mi sabor. Mi sangre contenía esa intensidad aromática que tanto disfrutaban en sus papilas gustativas. Los humanos con aromas así no son demasiado comunes, tan raros como las trufas. La clasificación de blanca, no solo hacía referencia a la mayor escasez de mi particular aroma, sino a lo delicada de mi situación, por lo que tomar demasiada de mi sangre podría causarme la muerte, con lo que perderían la fuente de su deleite. Los vampiros puros sólo se alimentan de sangre, no toleran otro tipo de alimento. Pero pueden asimilarlo con la sangre. Por ejemplo, un vampiro puede emborracharse, si bebe la sangre de una persona que haya tomado mucho alcohol, ya que este circula por la sangre del llamémoslo donante. Hay algunas enfermedades o taras de la sangre, que los vampiros encuentran particularmente "deliciosas", como por ejemplo la diabetes. Adoran el sabor dulce de la sangre, así que los diabéticos son un plato solicitado. En mi caso, padezco anemia ferropenica, causada por una mala absorción del hierro. Lo que provoca una deficiencia de glóbulos rojos en mi sangre. Dicho de otra manera, un sangrado excesivo no solo me deteriora físicamente, sino que podría llegar a matarme. Por eso se miman a los que son como yo, soy un animal exótico en permanente riesgo de extinción, o algo así. Leopold tiene mucho cuidado cuando bebe de mi, sólo un poquito, lo justo para no sobrepasar la línea del no retorno. Eso dice mucho de su control y autodominio. Una cualidad que los vampiros civilizados aprecian. Exhibirme de su brazo, demuestra que tiene dinero para haberme adquirido y mantenerme "brillante y esplendorosa", autoridad para que ningún otro se atreva a arrebatarme de su lado, y sobre todo, control sobre sí mismo.

No podemos hablar de sentimientos propiamente dichos, un vampiro no ama, sólo desea, porque su química se lo pide. Se rigen por los instintos más básicos, el animal que llevan dentro domina. Eso originó grandes cataclismos en el pasado. Su sed de sangre destruyó poblados enteros. Ahora intentan aparentar un dominio que no tienen, ya que en el fondo, la sangre les llama. Sería algo así como la evolución de cavernícola a hombre moderno. El primero comía cuanto podía hasta hartarse, con el único objetivo de llenar su estómago. El hombre de ahora, come con cubiertos, aprecia los sabores, degusta el alimento, sin ansia, sin prisa. El vampiro igual, aunque... ponle el paraíso en la boca, y beberá hasta drenarlo. Así es como han muerto muchos como yo. De todos los males, de lo único que doy gracias es de haber dado con Leopold, él mantiene un férreo control sobre lo que bebe de mí. He estado al límite solo dos veces, y ahora... bueno, desde hace más de dos años que Leopold encontró una manera de satisfacer sus pos pasiones, el sexo y la sangre, las únicas dos cosas que guían el instinto depredador de un vampiro. Y créeme, ninguna de las dos son agradables para mí. Una drena la vida de mi cuerpo, la otra drena la esencia de mi alma. Día a día, voy perdiendo una pequeña parte de la persona que fui. Solo Aidan me mantiene en pié.

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