Capítulo 19
Mira
Me moría por sacarlo de su cama y llevármelo de allí, pero no lo hice. ¿Cómo hacerlo y no ponerle en sobre aviso de que algo pasaba?, podía sentir su presencia aún en la habitación. Fuese quien fuese, estaba enojado cuando entró en la habitación de Aidan. Las emociones no podían olerse, pero había algo en el aire, algo, que me decía que era así. ¿Intuición de madre?, podría serlo, ¿sentidos de vampiro?, también. No estaba segura de qué podría ser, pero ese algo, me pedía a gritos sacar de allí a mi pequeño y protegerlo. Esperé sentada a su lado, hasta que sentí la respiración regular de su pecho. Mi pequeño se había vuelto a quedar profundamente dormido. Acaricié por última vez sus cabellos, y retiré la colcha a un lado. Con cuidado, lo recogí entre mis brazos, y lo llevé fuera de allí.
Mientras recorría el pasillo, podía sentir aquella sensación de peligro a mí alrededor. Aquella presencia, había estado en todas partes. Caminé hacia mi cuarto, pero allí, aquella opresión era más asfixiante. Retrocedí un paso, y sin darme cuenta, dejé que mis sentidos me guiaran a algún lugar seguro. Antes de notar donde estaba, una sensación de seguridad me fue envolviendo lentamente. Entré en la habitación, y con cuidado coloqué a mi pequeño sobre la cama. Tiré la colcha sobre nuestros cuerpos, y cerré los ojos. Aquella sensación, aquel olor que me reconfortaba, que me hacía sentirme protegida, segura, nos envolvía a ambos. Sabía que en aquel cuarto estaba a salvo. Mi pequeño y yo estábamos seguros allí.
Alexander
Miré una última vez al otro lado de la enorme ventana. La luna aún se divisaba en el horizonte, aunque no le quedaba mucho tiempo. Un par de horas tal vez, probablemente menos, y el sol despuntaría con fuerza en el occidente. La orientación del dúplex había sido estudiada. El amanecer no se proyectaría sobre ninguna de las cristaleras de la casa, aunque si lo haría el ocaso.
Un par de horas, y mis abogados y procuradores abrirían ms correos y se pondrían a trabajar. Antes de que el sol se ocultara ese nuevo día, todos estarían en un nuevo lugar, uno más seguro, para todos.
No podía quedarme allí quieto, así que hice una última ronda antes de acostarme. Recorrí la casa de un extremo a otro. Me crucé con todos y cada uno de los miembros de seguridad que Byron había desplegado. Y cuando creí que ya había comprobado todo, me dirigí a comprobar a los míos. Caminé hacia la habitación del pequeño. Seguramente Mira se habría quedado allí.
Cuando llegué a la habitación del pequeño, no me hizo falta entrar dentro para saber que no estaban allí. Mi corazón empezó a latir más rápido, y la sensación de ansiedad empezó a acelerar mi respiración. Caminé deprisa al cuarto de Mira, y este también estaba vacío. Me detuve un segundo, lo justo para cerrar los ojos, respirar profundamente y serenarme. Hacía mucho tiempo que no me ponía nervioso, y ya ni recordaba la única vez que había entrado en pánico. Ninguna de esas dos posiciones eran buenas, para Mira y el pequeño. No, tenía que tranquilizarme y centrarme. Inspiré otra vez más, y puse a mis sentidos a trabajar. Seguí el rastro de Mira hasta la habitación que había ocupado desde que llegué allí. No es que fuera mejor que la de Leopold, eso era imposible. Era tan solo que me negaba a ponerme "sus pantalones", yo no era él. Mira fue lo único suyo que hice mío, y aún así me arrepentía de haberlo hecho.
Me detuve bajo el marco de la puerta, dejando que mi vista se acostumbrara a la oscuridad. Mira abrazaba al pequeño Aidan con uno de sus brazos, como si necesitara su contacto para sentirse tranquila, y lo entendía. Aquella imagen por sí sola, aportaba toda la tranquilidad que anhelaba, que necesitaba, y sin darme cuenta, me encontré tendido en la cama, extendiendo un brazo sobre ellos, y acercándolos a mí. Mi mano sobre la espalda de Mira, el pequeño Aidan entre los dos. No supe lo que en realidad necesitaba aquello, hasta que un ruido en el pasillo me sacó de mi sueño. Me había quedado dormido, acurrucado junto a sus cuerpos, robándoles ese calor de familia que había añorado desde que era niño. Con toda la suavidad de la que fui capaz, deslicé un dedo sobre la mejilla de Mira, apartando un mechón de su rostro. Quería grabar aquella imagen en mi retina. Ella dormida, tranquila, confiada, segura. Besé la cabeza del pequeño, y con sigilo me aparté de ellos. Salí de la habitación, y me preparé para afrontar aquel día. Iba a llevármelos de allí, iba a ponerlos a salvo, e iba a volver a tenerlos a ambos entre mis brazos, porque lo deseaba, porque lo necesitaba, porque los quería. A mi manera, pero no iba a dejarlos ir a ninguna parte. Me pertenecían, e iba a hacer valer todos mis derechos sobre ellos, sobre los dos, mi familia.
Antes de que el personal se pusiera en marcha, hice los cambios para informarles del plan para ese día. Pude al colegio en aviso de que el pequeño faltaría unos días, aplacé mis reuniones. Todo quedó relegado hasta nuevo aviso. Solo había un objetivo que cumplir, y era salir de allí lo antes posible.
El día fue ajetreado, más de lo que un niño podía soportar, así que no era de extrañar que el pequeño estuviese dormido cuando finalmente nos estábamos dirigiendo hacia nuestro nuevo hogar. Dormido en el regazo de su madre, viajó todo el trayecto hasta la nueva casa. Fueron los 40 minutos más largos y silenciosos de mi vida. Nadie decía nada, sólo el silencio se rompía cuando la vos de Byron me ponía al corriente de la situación.
- Ya hemos llegado.-
Vi la enorme verja de hierro romper la armonía del alto muro de piedra. Cuando se abrió hacia el interior, sentí una extraña sensación, como de paz, como si un bálsamo calmante se vertiera sobre mi cuerpo, era... cómo llegar a casa.
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