32
Mis ojos quemaban por haber llorado toda la noche, o al menos hasta que me quedé dormida. Presentía que las lágrimas se agotaron por desperdiciarlas por mucho. Entonces, me quedé junto a la ventana antes de verlo partir hacia el otro lado del mundo, luego de eso me quebré de nuevo. No podía parar, perdía tiempo valioso mientras sollozaba, pero realmente el hueco que había en mi pecho era insoportable y parecía no desaparecer sin importar cuanto intentara desahogarme.
Cerré la cortina para que el sol no entrara, yo no soportaban la luz justo ahora, y la puerta la cerré con llave. No quería hablar con nadie, no quería ver a nadie... En mi mente se cruzó la tonta idea para ir a la universidad y no pensar en él todo el miserable día, pero más que nadie conocía que sería una pérdida de tiempo. No podía dejar de pensar en Jack, en lo que había pasado. Quería estar en mi cama y revolcarme en mi depresión.
Eso sonaba pésimo, pero no era que hubiera tenido una excelente noche que digamos.
Me recosté de lado mirando hacia el reloj digital que yacía en la mesita de noche junto a la cama. Solo eran las siete de la mañana. Escuché cuando Tiana y Georgia llegaron, justo así, una después de la otra preguntando si había alguien en casa. No respondí a ninguna.
Era imposible que el pecho no se me hundiera cuando pensaba en Jack. Cuando me tomó por primera vez y recordar lo nerviosa y fascinada que me encontraba. Yo lo había sentido real; excitante. Él posiblemente como un polvo más.
Después de todo... quería crees que quizá solo era una mala noche o un mal entendido, y que ambos necesitábamos tiempo lejos del otro.
¿Pero cuánto tiempo era ese? Dudaba que cuando volviera de Tokio las cosas siguieran igual. Y eso me afectaba muchísimo. Sin importar mis arranques de furia y rebeldía con Jack, la mayoría del tiempo era pasiva, educada, me gustaba pasar tiempo con él de cualquier forma, en su oficina de rodillas en silencio mirándolo trabajar, viendo películas o cocinando juntos... Esa era mi personalidad y no podía cambiarla. Que Jack me dominara era como un éxtasis para mi alma sumisa. El que yo ya no confiara en él inquietaba mucho nuestra relación.
Me esforzaba por odiar a Jack, estaba en todo mi derecho detestarlo. Sin embargo, el sentimiento nunca llegaba. Lo odiaba por no poder hacerlo realmente. Sabía que el que Jack admitiera estar enamorado de mí era un gran motivo para no detestarlo y que parte de mi festejaba ese sentimiento hacia mí. La otra parte me gritaba que no fuera tonta a caer ante eso, lo que sentía ahora no borraba como fue que lo había logrado. Usándome hasta lograr sentir algo hacia mí. Yo no sabía si era real o simplemente lo dijo porque era lo que yo necesitaba escuchar. Estaba en todo mi derecho de dudar de su palabra.
Simplemente las cosas nunca serían iguales. Y eso me devastaba aún más. Yo no esperaba que mi primera dominante fuera para toda la vida, pero al menos no quería que terminara de esa manera tan... destructiva y toxica. ¿De qué servía negarlo? Esa relación simplemente acabó.
No pensaba con delicadeza las cosas en ese momento cuando las malditas emociones pasaban volando en mi cabeza como aves de rapiña... pero estaba pensando seriamente en volver a Portland, y no, no iría a la mansión. Tenía dinero en una cuenta de ahorro allí, de mi salario como sirvienta y, además, lo poco que mamá dejó para mí... eso serviría para rentar un apartamento conseguir muebles. Instalarme en algún lugar. Ya no apreciaba ningún tipo de comodidad en Nueva York.
Recordaba que, cuando era una niña y mi mamá aún vivía, decía que su mejor forma en la que pensaba y se tranquilizaba, era caminando. Lo intentaría, pero también me dolía mucho pensar en ella. Justo en ese momento me urgía uno de sus abrazos, de esos en los que besaba mi frente y me ahogaba en sus brazos provocándome un ataqué de risa casi mortal.
Extrañaba a mi mamá más que nunca.
Mientras me duchaba, inicié a razonar que yo... yo debía tener familia en algún lado, ¿cierto? No podía estar completamente sola en el mundo. Me negaba a creer eso. Una abuela, una tía... mi papá, ni siquiera tenía una idea de quien era. Mierda, jamás me había sentido tan sola como en ese momento.
Terminé de vestirme y noté al ver el reloj que daba casi las tres de la tarde. Ni siquiera sentía el tiempo. No me puse mucho maquillaje, pero si el necesario para disimular mi estado.
Anduve por el pasillo hasta llegar a la sala iluminada por el sol de las tres. Voltee a ver hacia la piscina observando como la iluminación reflejaba el agua. Me parecía relajante.
— Elsa, has estado todo el día en la habitación — Tiana se acercó a mí rápidamente — No has comida nada, estás pálida y...
— Siempre estoy pálida.
— ¡No bromees así jovencita! — me riñó provocándome una risa sincera — ¿Qué ha pasado? Toqué un par de veces y no respondiste...
— Yo ah... estaba — era como si mi cuerpo quería castigarme haciéndome llorar cada que pensaba en eso, no quería verme patética. Llorar toda la noche, durante el día y que me preguntaran cosas era... simplemente demasiado. Exhalé aire conteniendo todo lo que sentía — Saldré a caminar, ¿sí?
Ella ladeó su cabeza enarcando una de sus cejas oscuras y bien delineadas — ¿Caminar? No has comido nada, no llegarás ni a la esquina sin haber comido algo.
— Es que yo no tengo hambre...
— Ay, cariño... — puso su mano suavemente en mi hombro, una sonrisa tierna y que yo desconocía apareció en sus labios gruesos — Te ves muy triste... ¿sabes? cuando mi hija está triste y no quiere hablar con nadie, preparo unos bollitos de canela y de la nada se siente mejor... solo tiene diecisiete, pero tú solo tienes veintiuno. ¿Qué hace tu mamá para animarte? Así tal vez pueda hacerlo... no será igual, pero... oh cariño no llores, ¿sí?
Me apretó contra su cuerpo con fuerza y yo me aferré a ella. No pude evitarlo, era doloroso pensar en mi mamá, en lo que hubiera hecho si me viera así. En Tiana tratando de animarme como hacía con su hija... era doloroso sentirme tan sola.
— ¿La extrañas mucho? — preguntó acariciando mi cabello — ¿Has hablado con ella durante estos meses aquí?
— Tiana mi mamá... — tragué, pero parecía que por mi garganta pasó un kilo de metal — Ella murió en un accidente cuando yo era niña.
Sentí el momento exacto cuando ella se tensó — Lo siento tanto Elsa, yo no lo sabía, perdón.
— No importa — la solté y caminé rápidamente hacia la salida — Iré a... no lo sé.
— Elsa espera, no salgas así.
Mis piernas actuaban por si solas. Pasé de Aster, quien se veía pensativo antes de que pasara corriendo junto a él.
— ¡Señorita Arendelle! — trató de detenerme — ¿quiere que la lleve?
— No, no, no... solo quiero caminar.
— El señor Frost me dijo que...
— ¡No me interesa lo que haya dicho! — vociferé soltándome de su agarré y volví en marcha.
Salí de casa e inicié caminando apresurada, como si me siguieran y claramente Aster lo haría. Entonces comencé a correr. Sin razón alguna mis piernas se lanzaron a correr.
No, tenía una razón. Más parecía que yo quería escapar. Escapar de lo ocurrido anoche, escapar del hecho que todo fue una mentira. Abandonar la idea de que Jack estaba enamorado de mí por no saber si era verdad o mentira, porque ya no confiaba en él. Fugarme de la vida que soñaba y aspiraba a tener. Que todo había acabado. Huir del hecho que no podía recibir calor familiar, de mi mamá, una hermana, un padre. ¡Nadie! ¡Escapar de la farsa y la soledad! Que me pisaban los talones. Que me atrapaban y envolvían como una pesadilla.
Corrí, corrí, corrí y corrí. Lo hice cuando incluso las lágrimas en mi rostro dejaron de bajar. Aun cuando mis piernas ordenaban un descanso y mis pulmones aire. Corrí hasta que me di cuenta que no podía escapar de algo que siempre estaría ahí... no podía huir por más que lo intentara...
Me fije en mi alrededor, en la gente que me rodeaba. Unos me miraban como la chica apestosa a sudor y bañado en él. Otros como la que tenía el cabello enredado y hecho un nudo... para el resto era un rostro más. Alguien que solo verían una vez en su vida y ya. Comencé a caminar de vuelta a casa desde ese punto. Jadeante y deseando agua.
Cuando tenía diecisiete años, en mi escuela veía a algunas compañeras enamorarse de una manera increíble, casi incondicional. Yo no sabía porque lo hacía, era su vida por supuesto... pero yo estaba consciente de que entre todas ellas solo sería un amor adolescente. Y lo afirmaba cuando las observaba llorar por amor. Me sentía mal por ellas, pero no entendía con exactitud que sentían porque nunca lo había vivido. Ahora si lo hacía.
Algo que me negué a vivirlo en mi adolescencia, lo hacía ahora. Y me sentía ridícula por comportarme como una adolescente herida. Hasta un poco patética... bien, muy patética. Mi plan era solo caminar, no correr hasta casi desmayarme por usar la poca energía que poseía. Tuve una crisis, y vaya que me iba mal cuando tenía crisis.
¿Qué pasaría cuando Jack volviera de Tokio? ¿hablaríamos y resolveríamos para que todo estuviera como antes? O, ¿hablaríamos y terminaríamos todo como adultos? No sabía por qué, pero pensaba que era mucho mejor la segunda. Tal vez eso no daría para más. Tal vez nuestra relación debía terminar así.
Tal vez, esa palabra que abría dos caminos inciertos me atemorizaba tanto como no saber que pasaría.
Obligué a mi mente a recordar cada día de los últimos meses, cada paso, cada palabra que demostrara una actitud extraña de Jack hacía mí que me dijera algo como: Oye, este tipo solo quiere follarte, aléjate. Eso pasaba cuando recién iniciábamos... sí, antes y solo un poco después de que firmara ese contrato inservible, pero que era muy importante para mí. ¿Por qué nunca me alejé? Simple, él siempre... siempre me gustó. Yo siempre me vi de rodillas ante él...
Hombres como Jack debían tener una advertencia pegada en la frente, para que mujeres como yo, ilusionadas de una idea falsa, no se acercaran.
Mis pasos eran lentos, la gente apresurada me golpeaba al pasar y ni siquiera pedían una disculpa. Comencé a notar que no había otra luz que no fuera la artificial, la de aquellos grandes faroles, tiendas y edificios. Y... comida. El olor penetrante y fuerte de comida rápida llegó a mí y mi estómago me reclamó el no haberlo complacido todo el día. No llevaba nada de dinero y aun así fue en dirección a aquellos aromas.
La vuelta de Central Park estaba repleta de Foodtrucks bastante conocidos en Nueva York. Maldita sea, en lugar de correr de ahí, por no tener un solo centavo en los bolsillos de mis jeans, me quedé parada ahí como tarada oliendo la comida como si fuera una rata.
Debía volver a casa, tampoco llevaba celular, por lo cual probablemente encontraría un escándalo al regresar... además necesitaba comer... mucho.
Cuando me di la vuelta con rapidez choqué con un hombre de algún negocio que estaba de espalda sosteniendo algo con un líquido, que por supuesto derramó ante mi impacto. Claro, debía pasarle a quien había tenido un día de mierda.
— ¡Oh lo siento! — exclamé instantáneamente, como si eso fuera a librarme de la culpa.
Aquel hombre se dio la vuelta y me lanzó una mirada cruel antes de brindarme una sonrisa insoportablemente linda — Hola Elsa — sonrisa que solo podía pertenecerle a Eugene.
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