El ambiente era simplemente pesado e incluso sofocante, Amiel tenía los ojos verticales posados sobre Izan y este le devolvía la mirada fiera, aunque ninguno los hacía brillar, el mero hecho de sostenerlas daba el aire amenazador suficiente como para que los animales del bosque evitaran estar cerca.
—Estrellita me contó sobre tus sentimientos por ella —el rubio abrió sus ojos y volteó su cabeza a un lado. Si tenía intención de mantener una lucha de miradas, con el comentario de Amiel eso ya no era posible.
—No sé de qué hablas. Tu novia se cree muy bonita para pensar que todos quieren tenerla.
—No me hagas perder la poca paciencia que me está costando mantener —suspiró—. Ella es fácil de amar, así que por ese lado no tengo nada de que recriminarte. ¿Cómo la conociste? ¿Desde cuándo la amas? —los pocos segundos que transcurrieron se sintieron largos y pesados. Izan deseaba alargarlos, pero no había beneficio en ello.
—La primera vez que la vi fue a las afueras de un pueblo, era de noche y tenía algo de sed, pensaba en beberle la sangre. Ella estaba sentada en un tronco con un búho en brazos, le estaba quitando unas vendas de su ala, cuando lo hizo comenzó a acariciarlo y el animal se acurrucaba en ella, creo que le estaba agradeciendo.
Amiel relajó sus hombros al ver a Izan poner una leve sonrisa casi imperceptible. No dudaba de la teoría del agradecimiento del ave, de hecho lo aseguraba porque lo creía. Él mismo se comparaba con alguien roto que su esposa curó.
—Luego se levantó con el búho en sus brazos y este abrió las alas para luego volar, ella sonreía alegre y sus ojos brillaban de una manera... mágica, era tan inocente. Yo estaba tan inmerso en esos ojos que me olvidé de lo que iba a hacer, sentía en mi corazón tanta paz —agarró su cabeza con una mano, como si se cuestionara la cordura—. A la mañana siguiente fui a buscarla, pero me enteré que hacía una semana ella y su madre habían llegado y que esa noche partieron. Traté de encontrarla, pero como ves, no tuve éxito, ya que un año después la trajiste contigo.
—¿Me odias por eso? —Amiel no tuvo reparo en preguntar, sabía la respuesta y aún así la hizo.
—Claro —habló irritado y con la mirada fiera e iluminada sobre el pelinegro—. Cuando la vi recostada en la cama no lo creía, pensé que era afortunado, pero después Amanda me dijo que te convertiste en su responsable. Y cuando fui a hablar contigo sobre ella noté cómo tus ojos habían cambiado, había tranquilidad, ya no estaban vacíos —sus puños los apretaba con impotencia y frustración, eso Amiel lo notaba con claridad—. Supe que no ibas a permitir que nadie más te la arrebatara.
—Lo que no entiendo es por qué estabas tan empeñado en matarla. Aceptaste que la usara para vengarme de Dios, incitabas a mi padre a matarla y trataste de hacerlo también.
—¡Ya lo sé! ¡Pero no soportaba estar sin ella! ¡¿Por qué crees que me fui de la casa tanto tiempo?! ¡Me dolía verla tan feliz por ti! ¡Sentía rabia de que no fuera yo a quien ella abrazara y durmiera cada noche a su lado! ¡Aún siento esos celos! —Izan recibió un puñetazo que lo lanzó y tiró al piso, al mirar a su primo, él tenía sus ojos iluminados, mostraba sus colmillos y sus orejas se pusieron puntiagudas.
—¡¿Y por eso tratas de asesinarla?! ¡¿Porque no puedes tenerla contigo?! ¡No eres más que un maldito egoísta infeliz!
—¡¿Qué derecho te da a decir eso?! ¡¿Quién de los dos quería convertirla en la pecadora número uno sólo por su capricho de venganza?!
Izan sacó sus garras y mostraba sus colmillos, se levantó y lanzó sobre Amiel regresando el puñetazo, ninguno se quedó quieto, ambos comenzaron una lucha de golpes con fuego que quemaba sus razones. Izan pegaba por la frustración de su corazón, Amiel, por el dolor de culpa que cargaba por sus propias acciones y decisiones, ambos por sus sentimientos por la misma mujer.
El pelinegro estampó con furia al rubio contra un árbol, sus rostros quedaron a pocos centímetros uno del otro logrando sentir mutuamente sus respiraciones. Izan jaló a su primo hacia él y le propinó un cabezazo en la frente logrando desbalancearlo, aprovechó para tirarlo al suelo cayendo junto con él, los dos rodaron una pequeña colina abajo, separándose por unos momentos. Se reincorporaron y vieron mutuamente jadeando del cansancio, Ambos se levantaron para continuar la riña, los dos lanzaron un puñetazo y ambos recibiéndolos, se arrojaron mutuamente hacia atrás. Quedaron tendidos respirando rápido viendo al cielo.
—¡Nirelle es mía! —Amiel gritó en un arrebato de molestia.
—¡Ya lo sé, maldita sea! ¡Ya lo sé! —bajó la voz a una aceptación lastimera— Siempre lo supe.
—Lo siento.
—¿Qué? —Izan alzó la cabeza para mirar en dirección a su primo, aunque no podía verle el rostro a no ser que él la levantara también.
—Que lo siento, pero no elegí enamorarme de ella.
—Idiota, yo tampoco —dejó caer la cabeza al suelo—. ¿Quién mierda elige de quien enamorarse? —los dos quedaron un rato viendo el cielo y las nubes pasar siendo movidos por el viento—. Solíamos quedarnos tumbados en el campo viendo el cielo.
—¿Qué? —ahora era Amiel el que levantaba su cabeza para verlo. Enarcando una ceja, estaba curioso de verle el rostro.
—Desde que nos hicimos vampiros nos volvimos más distantes, éramos diferentes, pero al menos teníamos una buena relación. Y ahora míranos aquí, molidos a golpes entre nosotros por una mujer.
—No es cualquier mujer —se quejó frunciendo el ceño con ofensa, provocando en Izan una sonrisa burlona.
—La mujer que el diablo quiere.
—Tu sentido del humor nunca cambió.
—Es mi mejor arma —dijo riendo, Amiel bufó llevando su cabeza de vuelta al suelo—. ¡Hey! ¡Te reíste!
—No, no lo hice —mintió, si lo había hecho.
—No mientas, te escuché.
—Ah, ya cállate.
Los primos se encontraban sonrientes al cielo, el viento soplaba suave y había tranquilidad con el cantar de los pájaros. Era una extraña calma que hacía siglos no experimentaban y estaban seguros nunca lo harían de nuevo, pero ahí, en ese momento si que estaban teniéndolo.
—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Amiel quitando su sonrisa— ¿Te irás?
—¿Por qué la pregunta? ¿Me dejarás marchar?
—Estoy cansado, no tengo ánimo para perseguir a alguien.
—¿No temes que busque venganza?
—¿Después de haber traicionado al mismo diablo?
—Buen punto —sonrió irónico, con paz—. ¿A dónde iría de cualquier modo? Amiel, no quiero quedarme en casa viendo a Estrellita tan sonriente después que provoqué lo que le pasó a su hijo. Tú hijo.
—¿Vas a huir de tus acciones? —gruñó Amiel.
—No, pero también lo estaría haciendo si me quedó como si nada. Así que sólo me queda una opción.
Nirelle y Gon se encontraban fuera de casa hablando con Ezequiel y Esteban, discutían sobre la reunión que harían en la sede para informar sobre lo ocurrido. En ese momento, Amiel regresaba del bosque, y junto a él, Izan. La joven se preocupó al verlo venir, las Muertes 1 y 601 sacaron sus guadañas e iluminaban sus ojos.
—¡No! ¡Esperen! —Nirelle se puso en medio, el resto de la familia salieron al escucharla, Neizan se quedó observando desde la puerta. No tenía intenciones de entrometerce como la última— Por favor, perdónenlo.
–¡Ya basta, Nirelle! —espetó Esteban haciendo a la chica dar un pequeño brinco— ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres obtener un indulto para él también? Deja de ser tan codiciosa.
—No es codicia —dijo, ofendida.
—¿Entonces qué es? ¿Un capricho tuyo?
—¡No es capricho! ¡Merece otra oportunidad! —Izan se molestó, la volteó y abofeteó causando el desconcierto y el enfado brotar de sus entrañas, pero en Nirelle solo había incredulidad.
—Deja de ser tan ilusa. Por esa actitud tuya siempre estás en riesgo —expresó tranquilo, como si las múltiples miradas enardecidas no estuvieran ahí desollándole en la imaginación.
—¿Y qué quieres que haga? —rabió la chica acunando su mejilla— ¿Qué abandone a alguien que está en la oscuridad sabiendo que puede volver a la luz?
—Estrellita —Izan intercambió su mano con el de la joven, obsequiando una sonrisa triste—. Yo no puedo volver a la luz, estoy en el fondo del abismo.
—No es cierto. Me ayudaste a escapar, te preocupaste por mí.
—Te pediría perdón, pero no vale la pena si me vas a perdonar sólo así, tengo que pagar por lo que te hice. Por mi culpa, te arrancaron a tu hijo de tus entrañas.
Todos quedaron en silencio al escuchar eso, Nirelle derramó lágrimas, Izan notó el odio que se generó en su hermano, y en todos. Se lamentaba que su tío Sem no estuviera para aplastarlo.
—No puedo quedarme aquí sin pagar por lo que hecho. Me iré con las Muertes, estar en prisión es lo mejor para todos. Lo mejor para ti, y para mí.
—Pero vas a estar solo.
—¿Puedo llamarte por tu nombre? —la joven asintió— Nirelle, nunca me dejaste solo, te tengo en mi corazón desde hace siglos —dijo acariciando la cabeza de la menor.
Esteban puso su atadura en el rubio y vio a la joven quien estaba triste. Tenía tanto que reprenderle pero no era el momento.
—Gracias, Nirelle —expresó con aire sereno.
—¿Por qué?
—Le diste calidez a mi corazón —Izan se acercó a ella y la tomó del rostro, le dio un beso rápido en los labios y luego corrió cuando el esposo apareció para amedrentarle un poco más. La bofetada y ese descarado beso tenía que pagarlo, se juraba Amiel—. Adiós.
Ezequiel abrió el portal a la vez que se reía al ver esa escena, pues Amiel sonreía forzadamente con un tic en el ojo mientras terminaba de acercarse a su esposa, para abrazarla por la espalda declarando silenciosamente que nadie tocara a su mujer.
—Adiós familia —dijo viendo fijamente a Jaziel—. Adiós, mi hermanito.
—Hermano… —musitó el menor al verlo marchar. Su garganta tenía un nudo que no sabía cómo deshacer. Le odiaba, él juraba que así sea, pero no sentía que fuera del todo verdad.
Llegaron a la prisión, Ismerai los recibió y juntos fueron a la celda que sería la morada del ahora demonio. Conforme avanzaba, el rubio observaba todo a su alrededor, en cierta parte había fascinación, y en otro estaba sintiendo un poco de ansiedad mientras pasaba por cada pasillo. Al fin llegaron a su “habitación”.
—Nirelle es incomprensible ¿no lo crees? —preguntó Esteban burlón. El otro contestó en un asentimiento— Nunca sabes qué es lo que piensa realmente, ni siquiera sabes qué es lo que hará hasta que lo hace.
—Ája —respondió con duda a la conversación unilateral.
—¿Sabes cómo se otorga un indulto aquí? —Izan estaba confuso, no comprendía a qué venía esa charla ona dónde iría.
En la casa de los vampiros, Nirelle estaba sentada en la cama, y al lado de ella, Neizan. Amiel le pidió al menor que saliera para poder hablar con ella, a lo que el otro no objetó y asintió despidiéndose.
—¿Por qué lo dejaste volver? —cuestionó casi en susurro.
—Fue su decisión.
—Pero va a estar ahí solo.
—¿Mantenerlo aquí con ese sentimiento de culpa no iba lastimarlo? —se sentó a su lado tomando la mano con ambas suyas— Izan te ama, y tú siempre tratas a los demás con amabilidad, y eso no es malo, pero a veces esa amabilidad puede lastimar —Nirelle se recostó en su hombro—. Hoy volvimos a hablar, después de tantos siglos.
—¿Sólo hablar? —inquirió deductiva, no podía creer que no se hubieran golpeado.
—Siempre notas todo. Claro que nos dimos algunos golpes, pero en cierta forma arreglamos unas cosas. Ya has hecho mucho por nosotros. De alguna manera cambias el corazón de los demás. Si tanto te preocupa que este solo, ¿no puedes visitarlo de vez en cuando?
—Supongo que puedo pedir permiso para hacerlo.
—Entonces no se diga más, pasaremos luego a visitarlo.
—¿Me vas a acompañar?
—Oh, pero claro que sí. No voy a dejare sola con él.
—Estas celoso por el beso ¿no?
—¿Crees que me puedas conseguir algunos minutos para golpearlo un poco?
Nirelle rió fuertemente haciéndose escuchar por toda la casa, logrando hacer a los que la escucharon sentir un poco de tranquilidad entre toda la tensión que habían estado presenciando, y apaciguando un poco la oscuridad que estaba próxima a venir.
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