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Capítulo 92: No te me acerques

Nirelle despertaba con confusión recostada en la cama, visualizaba el techo tratando de recordar lo que había sucedido, logró recuperar algo de memorias, así como el repelus. Vio a Izan sentado en la orilla a un lado de ella, dándole la espalda.

—Izan. ¿Qué pasó? —se sentó también tocado la cabeza.

—Ya casi es la hora de la fiesta —murmuró fastidiado.

—¿Fiesta? —Nirelle se reincorporó, se sentía rara, cómo si tuviera un vacío por dentro, sin embargo, dejó de prestar atención a eso en cuanto notó que tenía puesto un vestido (si es que podía llamarle así) negro muy revelador— ¿Qué es esto? No voy a salir así.

—Detente de una vez, acepta tu destino. Será más llevadero así.

—Jamás —buscó algo con lo cual cubrirse, incluso pensó en usar las sábanas como alguna especie de gabardina.

—No puedes revelarte contra él, lo sabes.

—Sí, sí, lo que digas —refunfuña levantándose y siguiendo la búsqueda de ese algo.

—¿Qué haces?

—Busco mi ropa, ya te he dicho que no saldré así —se quejó haciendo suspirar al mayor.

—Sólo aguanta por hoy —tragó nervioso, pero sabiendo ocultarlo—. ¿Cómo te sientes?

—¿Por qué la pregunta? —el hombre muerde la esquina de su labio por dentro, haciéndose la pregunta de si Nirelle no sabía acerca de aquello—.¿Izan? ¿Qué ocurre?

—Na-Nada —concluyó que no lo sabía, y que era mejor de esa manera, y que sería muchísimo mejor que jamás lo supiera—. Vamos, ya es hora, tus zapatos están ahí —mencionó señalando una esquina donde había un par de tacones de aguja, demasiado altos y nada cómodos.

—Te voy a sacar de aquí —aseguró poniéndose los zapatos.

—¡Déjalo ya! ¡No te he pedido ayuda! —la única respuesta que obtuvo de ella fue una sonrisa gentil. Y él no podía pensar en otra cosa que la pregunta ¿Por qué? Si tanto le había hecho daño.

Ambos salieron de la habitación y fueron bajando las escaleras, castillo de piedra y un suelo de gres porcelánico de imitación de piedra. Parecía tan imponente, tan limpio, pero no había nada sano ahí.

Cruzaron la puerta ancha y larga que daba al vestíbulo amplío, lo suficiente como para albergar a un gran número de demonios sin parecer abarrotado ni corto de espacio, y eso, junto al sugerente atuendo que el propio rey escogió como burla, ocasionó que múltiples silbidos y comentarios vulgares fueran dirigidos hacia ella.

—Te ves muy hermosa, mi Lilith —mencionó el gobernante extendiendo la mano.

—No me importa tu opinión —apartó la mano del mayor quien seguía sonriendo—. Y deja de llamarme así, mi nombre es Nirelle.

—Cariño, entiende de una vez, ese no es nombre digno, ya que eres mía.

—Yo no te pertenezco. No me voy a doblegar ante ti —dijo viendo al contrario con mirada desafiante. Temblaba por dentro, Dios sabía cuan aterrada estaba, no dudaba que el tipo a su frente también lo sabía, pero no se dejaba amedrentar.

—Disfruta la fiesta, querida —mencionó retirándose. Dio una rápida ojeada al rostro intranquilo de Izan antes de atravesar la ruta que se le era abierta al paso que daba.

Desde una esquina, Nirelle se encontraba recostada observando todo para encontrar una forma de salir, sin embargo, no visualizaba nada más allá de ver a demonios varones y mujeres disfrutando del momento a su manera. Ella suspiraba ante su frustración e incomodidad, pues estaba a cada rato bajando la muy corta falda que tenía el vestido.

—Un gusto tenerla aquí, princesa —Glasya se hacía presente mirando burlón a la joven, en otra esquina, Izan los veía y decidió acercarse.

—Piérdete Glasya, no estoy de humor.

—Lo supongo, después de todo te arrancaron a tu bastardo —Nirelle miró vacilante al demonio, e Izan maldijo por escucharlo al estar lo suficientemente cerca.

—Glasya, detente —reprendió sin querer sonar a orden, después de todo era prácticamente un demonio menor a comparación de un regente del infierno.

—¿Por qué? —pero debido a la diversión de Glasya, este ni siquiera prestó atención y siguió con su sonrisa guasona— ¡Oh! ¡¿No lo sabías?! —alzó la voz llamando la atención de todos con intención— Ahí dentro —dijo señalando el vientre de Nirelle, lo que la hizo abrir los ojos con temor—, cargabas a tu bastardo.

—¿Q-Qué? —la voz de Nirelle se escuchó temblorosa y del mismo modo subía su mano. Volteó a ver a Satán quien le dirigía una sonrisa de total bajeza. Ella comenzó a soltar lágrimas— Es imposible. Amiel y yo no podemos…

—Sí pueden —interrumpió Glassya mordazmente encantado—, después de tomar tu sangre es capaz de procrear.

—No es verdad —se acercó al gobernante, desesperada, adolorida—. No. Eso que sacaste de mí… No era mi hijo ¿verdad?

—Mi Lilith —dijo acariciándole la mejilla—. Sólo darás a luz a mis hijos.

Nirelle sintió náuseas y la ira recorrerle, alzó su mano para arremeter una bofetada, pero fue detenida por Izan quien la sujetó.

—¡No tenías derecho! ¡Era mi hijo! ¡Te odio! —dijo la joven rompiendo en llanto.

Izan maldijo en sus adentros al ver la expresión de enojo del rey del infierno, prontamente tapó la boca de Nirelle. —Yo me ocuparé de ella —se apresuró con diligente preocupación.

—Llévatela —ordenó a secas, a lo que se llevó a la fuerza a la chica quien forcejeaba, débil, pero lo hacía.

—¡Cálmate! —replicó una vez estaban en la habitación de nuevo.

—¡Era mi hijo! ¡Mío y de Amiel! —ella se aferró a llorar en Izan, sentía que si no lo hacía cedería a derrumbarse al suelo—Lo odio —sonaba infantil, eso ella lo admitía en su interior, pero no sabía qué más expresar.

Izan no podía hacer nada, ya de por sí estaba hundido, sólo había tenido en mente hacer sufrir Amiel por quitarle lo que él quería desde hace siglos, pero ahora, le dolía verla así. Dejó que llorara en él y sólo le acariciaba la cabeza tratando de consolarla, como si tuviera derecho. La dejó descargar toda su frustración y dolor, su dolor y desolación hasta que un par de horas más tarde en que ella no había parado de llorar por el robo de su hijo, la puerta se abrió y Satán entraba.

—Sal —ordenó al exvampiro, tajante y sin pizca de paciencia.

—Ella no está bien ahora, debe descansar —intentó disuadir, aferrando el abrazo en Nirelle, estaban sentados en la cama.

—¿Me estás dando órdenes?

—No, señor —bajó la mirada, resoplando angustiado por saber que debía apartarse de Nirelle.

—Entonces lárgate —el rubio se levantó y apartó, apretaba los puños. No quería irse—? ¿Qué esperas?

—Yo… no me…

—Gracias, Izan —la joven le sonrió, algo que le confundió—. Retírate, estaré bien.

Lo sabía, que lo estaba protegiendo, pero él no sabía qué hacer. Nirelle se levantó y lo guío a la puerta, sacándolo de la habitación y cerrando la salida. Antes de bloquearla por completo le dijo una última cosa que le dejó helado.

—Estrellita… —quedó quiero, paralizado de lo que escuchó, y aterrado de todo.

—Bien —habló Satán, condecendiente—, no creas que te habías salvado después de la grosería que hiciste en el salón.

—Me quitaste a mi hijo —se había quedado con la frente pegada a la puerta.

—Ese bastardo no era mío, así que no podías tenerlo.

—Era mi hijo, era el hijo de Amiel.

—Tendrás el privilegio de tener miles de los míos, de mejor raza que ese vampiro. Comenzaremos a crearlos hoy.

Izan se encontraba apartado de todos fuera del enorme castillo, detrás de uno de los pilares dónde nadie podía verlo en la culpa que estaba sintiendo. El paisaje de rojo ya le era bastante deprimente, pero admitía con ironía que hacía juego con el desprecio y asco que sentía por sí mismo. Nada hacia mejor combinación que aquello. Un infeliz atrapado en el infierno. ¡¿Qué cosa puede ser más correcto que eso?!

«Te perdono.» Fueron las palabras que Nirelle le regaló.
Él se tomaba la cabeza con ambas manos preguntándose a sí mismo el por qué de la forma de ser de ella. Tanto dolor que había pasado sería suficiente para caer en la gracia de un corazón oscuro, pero ahí estaba ella, conservándolo blanco por más que pareciera imposible.
Fue entonces que sintió el agarre de una mano en su cuello que luego lo azotó contra el muro del castillo, y lo hacía permanecer ahí, a merced de una incontenible ira, aunque no le sorprendía en lo más mínimo, excepto quizá por la forma de que estuvieran ahí, solo la manera, la razón estaba de sobra.

—¿Dónde está? —preguntó con desprecio y un gran autocontrol para no destrozarlo.

—Amiel —dijo al ver a su primo con sus ojos rojos iluminados y con las pupilas verticales, mostraba sus colmillos y sus orejas estaban un poco puntiagudas.

—Tienes seis segundos para hablar.

—Es-Espera…

—Tres…

—Amiel, tranquilízate —dijo Tara sosteniéndole el brazo.

—Sí, Ami. No podemos ir por ahí si matas a todos los que encontramos —añadió Shafer entredientes.

Ambos ayudaron al mayor a entrar al infierno, siendo más específicos, Shafer abrió el portal.

—Izan, por una maldita vez en tu vida, déjala en paz —atinó con rabia contenida.

El rubio comenzó a reír confundiendo al trío que venia al rescate. —Vaya, el valiente caballero viene a salvar a la princesa de las garras del dragón adentrándose en la fortaleza llena de ratas, un cuento clásico…

—Izan —claro que ante la nula gracia y la despedida ira de Amiel, era claro que otra palabra más y todo acabaría en charcos de sangre.

—Está en esa habitación —señaló dónde estaba—. Y será mejor que te apresures, Satán está a punto de hacerla suya.

—¿Qué?

—Él la quiere para obligarla a tener todos los hijos que él desee.

—Ese malnacido.

—¿Cómo sabemos que no estás mintiendo al mandarnos a un lugar en el que Nirelle no está? —cuestionó Tara desconfiada.

Una explosión se vio siendo producido en aquel cuarto, seguido de más detonaciones que hacían un recorrido.

—Al parecer, sí dice la verdad. –dijo Shafer con sonrisa bobalicona.

Nirelle caminaba con lentitud, el sonido de sus tacones resonaba en el piso por el eco que producían las paredes del edificio.

—¿Qué pasa? Ella tiene aún la atadura —se pregunta Satán con confusión, pues Nirelle tenía sus manos envueltas en llamas y de su cuerpo se lograban ver aros de calor.

—No vas a tocarme. Ni tú ni nadie va tocarme.

—Hermana —Azarías llegó empuñando su guadaña.

—Tú, devuélveme ese poder.

**Unos minutos antes**

—Deja resistirte —el demonio la tenía sujeta de las muñecas con una mano mientras recorría su cuerpo con la que tenía libre—. Ya no necesitas preocuparte por ser una Muerte, extraeré tu poder y se lo daré a alguien más, quizás a Izan.

—¿Que vas a extraer mi poder?

—Así es. ¿Ya viste a tu hermano, no? La razón por la que él luce como una Muerte es porque su poder proviene de una. Se la quité a una blanca hace algunos siglos. Azarías es primero en soportarlo y adaptarse a él.

—Kim… Su poder nunca volvió, fue por eso… —susurró más para sí que para nadie, y Satán no se molestó en agregar más, después de todo entendía la consternación y el significado de esa frase soltada al aire.

Si una Muerte desaparecía y no traspasó su poder, su elemento regresaría a la cede a colocarse en el objeto designado para cada número, las Blancas, tienen un lámpara la cual se ilumina de luz; las Ámbar, encienden una antorcha; Natural y Hueso, aparece pasto en una pequeña maceta con tierra seca; las Rojas, el capullo de una rosa florece; Verdes, aparece follaje en un pequeño bonsái; Azules, una copa se llena de agua; Negras, su oscuridad aparece dentro de un frasco; Dorada, un trozo de carbón se vuelve oro; y 7 colores, un perla comienza a levitar.

El día en que Kim desapareció, su poder no regresó al lugar del número 2, ese sitio ha estado vacío desde hace siglos.

—¿Tú mataste a Kim?

—Nunca supe cómo se llamaba, tampoco me importa. Y eso no debería hacerlo ahora, estamos en algo un más importante —relamió sus labios viendo con lujuria a la joven—. Vamos a empezar a trabajar… ¿Lilith? —se detuvo cuando vio que la chica estaba inmóvil y con el ceño fruncido de ira.

—Mi nombre es Nirelle. Y tú, vas a pagar por lo que me hiciste a mí y a mi amiga.

Los ojos de la joven se hicieron verticales y se iluminaron, su cuerpo comenzó a irradiar calor, sus colmillos se veían, sus orejas se punteaban y aplicaba fuerza para liberarse, quitó su agarre y colocó ambas palmas en el pecho de Satán creando una explosión en sus manos. Se levantó de la cama y caminaba con cierto glamur como si de una pasarela se tratase.

—Lilith, vamos, tranquilízate —dijo su hermano—. Mira la gran fuerza que posees, la unión entre tú y nuestro rey sin duda hará que obtengamos todo lo que queremos en nuestras manos.

—Voy a matarte de nuevo. Hermano.

Mientras tanto afuera del castillo, Amiel veía a esa habitación en llamas a la vez que no soltaba a su primo.

—Ami, vamos, tenemos que dirigirnos hacia allí —expresó el peliblanco con seriedad.

—Yo lo vigilaré —habló Tara—. Vayan ustedes —el mayor estaba irritado, pero igual aceptó, soltando el cuello de Izan y yendo a buscar a Nirelle—. Para ser el enemigo estás muy preocupado por Nirelle —añadió volteando la vista al rubio.

—No digas estupideces.

—No sé el por qué de tu actitud, pero se ve que quieres ayudarla. Vamos.

—¿Qué? —la miró extrañado.

—Izan ¿verdad? Soy Tara —dice extendiendo su mano, presentándose con coquetería—. Vamos por Nirelle.

—¿Qué les pasa a estos? —la vio avanzar y para su sorpresa él lo hacía también.

Shafer y Amiel se abrían paso a través de cientos de demonios que trataban de frenar su avance, Amiel rajaba a los demonios con su guadaña, al momento de cortarlos, sus cuerpos se congelaban y los rompía. Shafer usaba una espada Dadao, o también conocida como Gran Espada China, su estructura se basa en los cuchillos de agricultura, por lo general constando de una hoja grande de noventa centímetros de largo, su peso y equilibrio lo hace muy eficaz a la hora del combate cuerpo a cuerpo.
Demonios saltaron hacia quienes buscaban a la joven, cuando una ráfaga de disparos los atrapó en el aire. Izan y Tara llegaron como apoyo.

—¿Qué? —replicó el rubio a Amiel que lo veía con confusión— Sólo creo que estar de su bando es más beneficioso para mí.

—¿Qué demonios tratas de hacer?

—Supongo que apaciguar un poco mi culpa —musitó. Lo más seguro es que me mate en cuanto se lo diga. Se dijo apretando la mandíbula—. Amiel, escucha bien porque no tengo tiempo para repetirlo.

En otro punto, Nirelle peleaba al mismo tiempo contra Azarías y Satán, este último se encontraba confuso, pues la joven podía usar sus habilidades aún con la atadura que tenía impuesta por él, además que podía defenderse perfectamente.

—Lilith, arrodíllate —ordenó fusco, y aunque las piernas de ella querían ceder, se obligaba a permanecer de pie. El grillete hizo un ligero chasquido, comenzaba a quebrarse—. Imposible.

—Tú no me das órdenes.

Nirelle pisó firme, sus ojos se volvieron a iluminar y el grillete se fracturó, rompiéndose en pedazos, a sus pies un círculo de fuego aparecía. Ella alzó su mano y parecía que estaba por hacer otra explosión, y así lo hizo, por el impacto lanzó lejos a su hermano y al gobernante, destruyendo ese espacio. Comenzaba a caminar de nuevo.

—Estrellita —la joven abrió los ojos con sorpresa a la vez que desapareció sus poderes tras escuchar esa voz reconocida.

—A-Amiel… —mencionó dando media vuelta y verlo ahí. Sabía que era él, podía oler su fragancia, sin embargo, ella retrocedió en cuanto él intentaba acercarse.

—¿Estrellita?

—No te me acerques… —dijo abrazando su vientre mientras soltaba lágrimas.

—Mi Estrellita —habló con voz suave, avanzando, ella le suplicaba que no lo hiciera, pero él llegó con ella y la abrazó—. Te amo. No fue tu culpa —Izan le contó sobre su hijo.

—Lo siento —se aferró a él, quien se separó un poco y la vio a los ojos con una sonrisa para luego besarla.

—Volvamos a casa.

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