Capítulo 83: Nuevo Comienzo
Una gran fiesta estaba siendo llevada a cabo por los que habían atacado al pueblo de Amiel, y lo hicieron porque según el líder espiritual, dijo que ellos estaban malditos y que debían erradicarlos en nombre de Dios.
Salomé yacía en el piso, desnuda y abrazada a sí misma por haber sido abusada. En esquina, Lena abrazaba a su sobrina Adir, quien temblaba del miedo.
—Ven aquí, pequeña —dijo burlón un hombre que se acercó a jalar a la melliza.
—¡No la toques! —mas gritó Lena tratando de alejar al sujeto, quien le dio una bofetada y otros la sometieron, logrando tomar a la menor.
—¡No! ¡Suéltame! —Adir gritaba desesperada, clamaba por sus hermanos para que la salvaran.
Todos miraban burlones y maliciosos, el hombre se puso encima de Adir quien lloraba a mares.
Un viento sopló anunciando un mal augurio, pero nadie prestó atención a ello, hasta que el hombre encima de la chica fue levantado del cuello por Amiel con una mirada donde no reflejaba ninguna clase de buenos sentimientos, como alguna vez tuvo. Con odio estrujó el cuello haciendo que la sangre corriera en su mano, la joven veía con algo de miedo a su hermano mayor, y prontamente se comenzó a escuchar gritos a su alrededor, y al voltear, su familia y clan estaban matando a todos con una gran facilidad, todos corrían despavoridos tratando de huir.
—Adir —habló el mayor agachándose a la altura de la cara de su hermana—. Vamos, confía en mí —la joven miró a los ojos a su hermano y lo abrazó con fuerza.
Asintió sintiendo los brazos protectores. —Sí.
Amiel convirtió a su hermana, quien luego se unió a la matanza tomando la sangre. Sem se acercó a su esposa y con una sonrisa amable la convenció para transformarla, Arath fue con Salomé, quien sin nada pidió ser convertida, ella definitivamente se encontraba colérica deseando hacer pagar la humillación.
Amiel caminaba lentamente hacia el líder espiritual de ellos, algunos valientes trataban de protegerlo. Con la rabia subiendo la sombra del mayor se alzaba siendo el primero en despertar su arma, arremetió con fuerza manchándose de sangre, cubriendo y escurriendo por el rostro. El hombre estaba tan asustado que no podía ni moverse, todos los demás vampiros miraban hacia a él, todos furiosos y con sangre en sus ropas y bocas. Amiel apretó su guadaña, miró al cielo y desapareció su arma.
—¡¿Esto es lo que querías?! —bramó ante la confusión de los demás— ¡Pues está bien! ¡Te juro que no voy a tener piedad de ninguno de tus detestables hijos!
Proclamó haciendo entender hacia quien se refería, y con desprecio acabó destrozando a golpes al hombre, quien ya había muerto con el primer puñetazo.
El lugar fue inundado de muerte, la sangre incluso podía ser olida, Amiel se levantó y ordenó irse, algunos querían matar a los niños, pero el mayor ordenó que a ellos debían dejarlos vivos, algo que muchos no estaban de acuerdo objetando que los descendientes de los muertos buscarían la venganza, y con ese pensamiento uno intentó atacarlos, pero Amiel le cortó.
—¡A los niños no! —exigió enardecido apretando su arma.
—¿Crees que ellos no intentarán matarnos? —cuestionó Lamec sentado en una pila de cadáveres, sosteniendo la cabeza cercenada de uno de los guerreros.
—Si son inteligentes, no lo harán —añadió volteándose a mirarlos—. ¿Quieren venganza? Vengan cuando sean adultos, prepárense y vengan a su muerte.
Con esa amenaza, todos los vampiros se fueron.
La familia se dividió y cada cual tomó rumbo, los siguientes años no fueron más que la familia de Amiel siendo perseguida por los humanos que buscaban matarlos, y como ellos no podían estar bajo el sol, buscaron a un brujo que les hiciera un encantamiento.
—¿Tienen el amuleto que va a ser hechizado? —preguntó el hechicero teniendo una mesa con un dibujo en el centro y un libro abierto.
—Sí —contestó Amiel con todos sus familiares poniendo el recuerdo de Esther en la mesa. El brujo conjuró el hechizo.
—Aquí tienen, ahora pueden caminar en el día.
—¿Realmente funcionará? —pregunta Hiram a lo bajo para su hermano.
—Sólo hay una forma de saberlo.
El mayor tomó su amuleto y salió de la casa del brujo, esperando a que el sol le toque por estar amaneciendo. El sol salió, él no sentía nada, veía el amanecer, y no pasaba nada, los demás hicieron lo mismo, pagaron al brujo y se fueron, ahora podían defenderse mejor de aquellos que los cazaban.
Durante siglos estuvieron bien combatiendo en pequeñas batallas y grandes guerras ya fuera contra otras criaturas, su propia especie, o humanos, de las cuales se aprovechaban ya sea para ganar dinero o parte de su alimentación, la sangre. Poco a poco iban formando su fortuna, todo iba bien hasta que un día, el mayor y su primo regresaban de una guerra, y al pasar por un pueblo, escucharon los rumores sobre un hombre que construía un arca para salvarse de una inundación.
—Amiel, ¿a dónde vas? —preguntó el rubio al ver a su primo caminar hacia dónde vivía aquel hombre del que se hablaba.
—Tengo curiosidad. Ahora vuelvo.
—No me digas que le crees a ese loco.
—A veces esos locos son los más cuerdos. No olvides que nosotros conocimos al diablo —mencionó dejando atrás a Izan.
Amiel habló con ese hombre y después se retiró, volvió con Izan al lugar donde se estaban ocultando por el momento con su familia, y les comentó que harían lo mismo que aquel hombre hacía, construirían su propia arca, y siendo que son criaturas con una gran fuerza, hacerlo fue fácil, y, así el día del diluvio llegó, se llevaron a unas cuantas víctimas como provisiones, estando poco más de un año en ese bote hasta que la anegación bajó, y pudieron salir. Construyeron parte de su hogar con los restos de la madera del arca, y así volvieron a empezar. Amiel siendo especialmente cruel con aquellos que envolvían sus crímenes con el “Mandato de Dios".
—Dime, Amiel. ¿Por qué no le dices la verdad a Lilith? —devuelta al presente, Azarías mantenía una sonrisa guasona al mayor, ellos habían vuelto al campo de batalla.
—Cállate. Su nombre es Nirelle, y ¿por qué ahora estás de parte de ese imbécil? ¿Acaso no decías que ella era un demonio que merecía morir?
Eso borró la sonrisa del rostro del hermano por un momento. —Eso era antes que estaba cegado, pero mi rey me abrió los ojos —tuerce la boca con orgullo—. Él es el único que debe gobernar la Tierra, y para que eso ocurra necesitamos a mi hermana.
—Ella no irá a ningún lado con ustedes, no quiere ir. ¿Por qué no lo entiendes? Ella no es peón de nadie, no le pertenece a nadie. Ella es libre de hacer, ir y estar donde le plazca.
—Tienes mucho valor para decir eso, considerando que has tratado de tenerla para ti desde que la conociste.
En sus adentros, Amiel estaba frustrado, apretaba su guadaña, no quería admitir lo que sabía. Era verdad, desde que la conoció, cambió, su forma de ser, sus pensamientos, sus sentimientos, ella lo salvó.
—Te voy a matar, maldito —Amiel levantó su vista a Azarías con ira en su mirar, listo para balancearse sobre él, sin embargo, se frenó con confusión—. ¿Qué estás haciendo?
—Por favor, Amiel, perdónalo. Es mi hermano.
—¿Estrellita? —mencionó sorprendido bajando su arma, todos veían confusos a Nirelle pidiendo por su hermano.
—¡Amiel! —gritó Hiram llegando estando herido— ¡No es Nirelle!
De pronto, el mayor sintió un dolor que lo atravesó desde la espalda, un brazo de roca se dejaba ver saliendo de su estómago. —¿Qué? —mencionó volteando.
—Hola —saludó burlona una vieja conocida. Lurleen estaba que sonreía con todo descaro y malicia—. No creíste que me olvidaría de ti ¿verdad?
—¡Hermano! —gritaron los mellizos tratando de acercarse, mas las criaturas impedían que dieran un avance.
Con brusquedad, Lurleen sacó su brazo y él cayo de rodillas con su sombra regresando a dónde pertenece, a la vez que él escupía la sangre.
—Ese es estúpido sentimentalismo tuyo fue tu perdición —la voz del impostor a su frente hizo al mayor mirar a aquella falsa Nirelle, quien empieza a cambiar de forma.
—Izan —mencionó con dificultad y enfado.
En un momento Ezequiel y Esteban llegaron apartando al par de Amiel.
—Oye, Amiel. Demonios, está grave —mencionó Esteban en sus adentros—. Vamos, no me digas que esta pequeña herida es mucho para ti.
—¿Pequeña herida? —ironizó el mayor sonrió un poco— ¿Te preocupas por mí?
—Por supuesto, después de todo eres la persona a la que Nirelle ama.
—Persona ¿eh? Es la primera vez que me dices así.
—Oh vamos, te considero un buen aliado, incluso podría decir que un amigo.
Ezequiel por el contrario, en sus adentros no confiaba en la suerte al ver el estado del vampiro.
—Quiten esa cara —se burla Amiel con una sonrisa forzada— Sé bien lo que están pensando. Y tienen razón.
Mientras tanto, Nirelle llegaba al lugar observando a su alrededor, primero concentrando su mirar en Elrick y Neizan para cerciorarse de que estén bien, estaban siendo protegidos por Gon y Jaziel, con Iván frenando el avanzar de Evelyn.
—Bien, no están heridos.
Pronto se extrañó a lo que sus miradas estaban viendo en un punto en específico, al mismo tiempo que notó a los mellizos peleando con desesperó. Al posar sus ojos sobre Ezequiel y Esteban protegiendo a alguien que estaba de rodillas, su respiración y corazón se aceleraron al reconocer a la persona.
—¡Amiel! —chilló aterrada acercándose corriendo y arrodillándose junto a él, lo tomó de las mejillas con ambas manos para conectar sus ojos— Amiel, mírame, por favor.
—Mi Estrellita —musitó con una sonrisa.
—Vas a estar bien ¿ok? Vas a estar bien.
—Te amo —juntó la frente a su amada.
—No por favor, no me hagas esto, te necesito conmigo —Nirelle lo abrazó con fuerza.
—Eres lo mejor que me ha pasado. No sabes lo agradecido que estoy por haber tenido el privilegio de amarte y que me correspondieras.
—¡No hables como si te despidieras! —lo alejó sin soltarlo, reclamando el hecho de que el otro se diera por vencido— ¡No te atrevas a morir dejándome aquí!
—Estrellita...
—¡No! ¡No voy a escucharte! ¡No quiero! ¡Me niego a que te vayas! —la joven fue callada por el beso del mayor, uno tierno así como triste.
—Nunca vas a estar sola —mencionó ofreciéndole una sonrisa, su rostro se agrietó. Xomenzaba a desintegrase.
—No —bajó la cabeza apretando los ojos, temblando de la impotencia.
—Esteban, Ezequiel...
—La protegeremos —mencionaron al unisonara las Muertes con firmeza.
—Gracias. Díganles a mi familia que los amo. Nirelle —la tomó del mentón con delicadeza haciéndola verlo—, te amo.
La joven creó una barrera donde se encerró a ella y a Amiel haciendo confundir a todos. Se aferraba con temblar a su esposo en negación, entonces, habló.
—Bebe mi sangre.
—¿Qué? —preguntó incrédulo el mayor— Beber sangre no me ayudará ahora.
—¡Basta! —bramó sollozando, alejándose sin soltarle— No me mientas porque ya sé la verdad. Hace años que la sé.
—¿La sabes?
La Muertes estaban sorprendidos al igual que Azarías, Lamec estaba presente observando todo, manteniendo una sonrisa maliciosa.
—¿Cómo es que lo sabes? —el mayor estaba asustado.
—¡Nirelle! —habla Esteban, con temor— ¡Comprendo que estés desesperada! ¡Pero no puedes darle tu sangre!
—¡¿Y dejar que el amor de mi vida muera?! ¡De ninguna manera!
—¡Nirelle! ¡No puedo! —dice Amiel tomándola de la cara, viéndola a los ojos.
Por otro lado, Elrick abrazaba a su hijo, expectante de todo lo que acontecía a su alrededor. —No comprendo. ¿Por qué razón no dejan que ella le entregue un poco de su sangre a Amiel?
—Ella puede salvarlo ¿no? —agregó Jaziel, preocupado, tembloroso del miedo por perder a quien ve como un segundo hermano.
—Sí —Gon intervino con voz baja—, puede salvarlo. O destruirlo.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—El linaje de su familia es especial, por así decirlo.
—¿A qué te refieres? —pregunta Elrick.
—Cuando Eva y Adam fueron desterrados del paraíso, la mujer engañó a su esposo, se convirtió en amante del diablo, y tuvo un hijo. Es por eso que Nirelle es tan codiciada, porque es descendiente de una Muerte, de Satán y de un humano que el propio Dios creó directamente.
Los que no sabían la verdad se sorprendieron mirando a aquella chica, que se negaba a dejar morir a quien ama, y le suplicaba por que bebiera su sangre.
—¡Bébela! —exclamó ella desesperada.
—¡No! ¡Entiende! ¡Puedo perderme en ella y no parar hasta que me la acabe!
—¡No lo harás! ¡Lo sé!
—¡No puedes estar segura de eso!
—¡No quiero perderte! ¡No puedo! —apresó el rostro masculino, sus manos temblaban, y la respiración agitada por el miedo y la ansiedad se notaba con claridad.
—Mi Estrellita. No vas a perderme, lo sabes, siempre voy a estar contigo —dijo sonriendo amablemente, haciendo que la chica bajara la mirada mientras lloraba.
—No... Te quiero aquí. Te quiero a mi lado —su voz quebrada, rota—. Lo siento.
La joven alzó la vista uniendo su mirada con la de su esposo, se acercó a sus labios y lo besó, con él correspondiendo de forma tranquila porque su amada le comprendía, o al menos, eso pensaba.
«No voy a perderte»
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