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Capítulo 77: Soy tu presa

Seres inclinados ante un solo ser quien los miraba confuso, Nirelle estaba incrédula ante lo que sus ojos veían.

—¿Q-Qué están haciendo? Por fa-favor levántense —dice la chica sonrojada.

—Necesitamos hacer esto, a pesar de que pudiste huir, volviste por nosotros, porque según tú, era lo correcto —Esteban habló sin subir la mirada.

—Eres nuestra salvadora, lo menos que podemos hacer es mostrarte respeto —añadió Ezequiel sonriendo.

Prontamente de entre la multitud de Muertes se escuchaban disculpas, cosa que provocó que algo en el interior de Nirelle se removiera haciendo que sus lágrimas salieran. Recordaba la hostilidad con la que era tratada, pero ahora veía como ese rencor que durante años fue dirigida a ella se estaba disipando, se sentía aliviada. Amiel la veía con ternura, sabía perfectamente lo que esa pequeña llorona estaba experimentando.

Después de un rato en lo que la joven se calmó, y los hombres lobos y vampiros coexistían armoniosamente con los demás seres de la sede, al igual que los humanos preguntando curiosos, ellos decidieron volver a casa, Nirelle estaba dormida siendo cargada como princesa por su esposo, pues quedó exhausta física y mentalmente.

—Gracias de nuevo, Amiel —mencionó Esteban sonriendo con dificultad, pues su interior se sentía conmocionado todavía.

—Sí, de nada —responde burlón haciendo al contrario reír.

—Estoy realmente feliz por ustedes, en verdad.

—Lo sé, te debo una disculpa.

Negó. —De ninguna manera. Yo también hubiera actuado de la misma forma —mencionó sonriente—. Y sobre ese asunto...

—No le diré nada.

—Gracias, aun creo que no está lista para saberlo.

—Opino lo mismo —él la mira enternecido dormir un momento a antes de regresar la vista a los demás—. Bien, es hora de irnos. Hasta luego.

Los Antediluvianos y Licántropos se despidieron, Sara llevó a su familia a su casa junto con Sam, pues iban a proteger su hogar para que ningún ser maligno intentara hacer algo contra ellos. El Neizan mayor volvió con los vampiros para conversar con ellos, pues un reencuentro familiar era placentero. Una vez regresaron a casa, Amiel llevó a su amada hasta la habitación donde la recostó con suavidad y se quedó viéndola dormir, pero también lloró en silencio sintiendo el peso de casi haberla perdido horas antes.

La noche llegó, era de madrugada, la joven despertaba visualizando el techo, al voltear su cabeza encontró a Amiel acostado y durmiendo al lado, con el brazo sobre su cintura que la mantenía pegada a su cuerpo, ella sonrió y con cuidado se giró frente a él, observándolo dormir, embargada en una gran dicha al estar con él.

A la mañana siguiente, Nirelle pasó todo el día ayudando a atrapar a Condenados junto a su hijo, cuando terminaron su turno, ambos fueron al risco de lirios rojos con pétalos ondulados que tanto les gustaba, y aún lo hacen. La joven no dejaba de verlo.

—¿Quieres preguntar cómo morí y me convertí en ángel? —sonrió mirándola, ella asintió.

—Sí. Tenía entendido que nuestra familia nunca había sido invitada a ser algo más que fantasmas y estar en el paraíso. Supuse que fui una excepción, pero...

—Me contaron sobre eso, de hecho, fue Dios quien me llamó —la chica inhaló aire por la boca por la sorpresa—. Salvé a un niño de caer al rio, pero en su lugar caí yo. Resultó ser el hijo de un rey y como agradecimiento se hizo cargo de mi esposa y mi hija, y al final nuestras familias se unieron con una boda entre nuestros hijos.

—Ya veo —entonó sonriendo tímida.

—Conmigo no tienes que fingir —sonó una risilla—, sé que ya sabes la verdad con tu sangre.

—¿Lo sabes?

—Descuida, no voy a contárselo a nadie, pero ¿por qué no le dices a Amiel sobre que lo sabes?

—Trata de mantenerlo en secreto, y es mejor que nadie sepa que lo sé.

—Si es lo que quieres hacer, te apoyaré —por unos momentos hubo silencio.

—Sé que te tienes que ir —menciona con una mirada un poco triste, pero con una sonrisa—. ¿Volveré a verte?

—Siempre hay esperanza ¿no? —tomónla mejilla de su madre y la hizo voltear con gentileza para besar su frente— Vendré a visitarlos. Ya me he despedido de los demás, Iván no dejaba de abrazarme —rio mientras ambos se levantaban, Neizan abrazó con fuerza a Nirelle a la vez que le rodeaba con las alas—. Estoy tan feliz de haberte visto de nuevo.

—Yo también —respondió regresándole el beso en la frente—. Hasta pronto.

—Hasta pronto, mamá.

Neizan extendió sus alas y alzó el vuelo al cielo, perdiéndose entre las nubes. Por unos momentos la joven quedó viendo hacia arriba sonriendo, luego suspiró y abrió su portal, atravesándolo y llegando a la sede de las Muertes.
Sus compañeras se alegraron de verla, aunque también había algunas que mantenían el rencor, era normal, claro, no se puede esperar un cambio tan rotundo después de siglos de estar con ello.

—Hola. ¿Cómo van las cosas aquí? —preguntó aproximándose a Carla.

—Vamos bien —dijo orgullosa—, aunque la reconstrucción es algo lenta debido al tipo de piedra con el que están construidos los edificios.

—Supongo que Esteban y los demás están negociando con los duendes ¿no?

Asintió. —Están siendo difíciles, no quieren vender nada a no ser que le demos la cantidad que quieren, y no tenemos suficiente para ellos.

Incluso en La Frontera existe el tipo de cambio, monedas de oro que generalmente se usan para que los seres hagan tratos con otros por ciertos materiales que les pueda ser difícil de conseguir. El trato con las monedas se generó porque el ser que mejor facilidad tiene para conseguir diferentes cosas es el duende, y estos son muy codiciosos con los objetos de valor, especialmente si son monedas de oro.

—Bien, ahora vengo —mencionó Nirelle yendo a la negociación que estaban haciendo, ella entró al edificio, se dirigió a una sala, tocó la puerta y se asomó por ella—. Hola.

—¿Nirelle? —dijo Esteban volteando con los demás jefes y cinco duendes también— ¿Qué haces aquí?

—Supe que los duendes no quieren vendernos nada a no ser que paguemos.

—Así es —respondió uno de esos seres—. Conseguir estas piedras no es fácil, son muy duras, por lo que cortarlas es una proeza. Si no pueden pagarnos por lo que vale, búsquenlas, tráiganlas y háganlas ustedes.

—Para su tamaño son muy groseros —agregó haciendo a los duendes fruncir el entrecejo.

—Nirelle —Esteban se acercó a la chica y le habló en voz baja—. Sabes lo temperamental que es su raza. No los hagas enojar.

—Lo siento —ella rascó su nuca.

—Si no hay nada que tratar, entonces nos vamos —los duendes se dispusieron a irse y las Muertes sólo podían verlos marcharse.

—Un momento —menciona la joven sonriente abriendo un pequeño portal por donde metió su mano y sacó de él una valija, la cual le entregó al duende—. Aquí tienen.

—¿Uhm? ¿Qué es esto? —mencionó abriéndola y asombrándose al verla llena de monedas.

—Con esto sobra para que nos den un servicio extra ¿no? —todos estaban sorprendidos.

—¿Algunas especificaciones que deseen? —los duendes se volvieron a sentar, esta vez siendo más amables.

—Nirelle, ¿de dónde sacaste tantas monedas? —preguntó Esteban.

—Nunca he tenido necesidad de utilizar mi pago. Es parte de todo lo que he reunido por más de ocho siglos. Prácticamente soy rica.

—Muchas gracias —sonrió.

—Si necesitan más pueden decirme. Bien, debo irme. Hasta luego.

Con eso, ella se fue dejando el resto a sus compañeros. Cuando Nirelle regresó ya era de noche, apareció en la habitación al lado de la cama de Amiel, con él durmiendo, ella se arrodilló en la orilla y se recostó viéndole dormir.

—¿Uhm? —el mayor comenzó a abrir sus ojos encontrándose con los de Nirelle a una distancia muy corta— Hola.

—Buenas noches —mencionó sonriente con sonrojes en las mejillas—. ¿Qué tan cansado estás? —preguntó haciéndolo confundir.

—Estoy bien, ¿por qué? —él se acomodó a quedar sentado, observando curioso a su mujer.

—Vamos a salir —concluyó levantándose y llevándose a Amiel al bosque.

—¿Qué hacemos aquí? —inmediatamente se sorprendió cuando la chica sacó su guadaña y la ondeó cerca de su cara— ¿Qué estás haciendo?

—Saca tu guadaña —ordenó sonriente y con una mirada demandante, haciendo que el contrario sonriera en cuanto entendió lo que ella quería.

—¿Segura que quieres hacer esto? No voy a ser suave contigo esta vez, mi amor —dijo el mayor tomando su sombra.

—No quiero que lo seas, cariño.

Ambos se balancearon sobre el otro, destellos de luz creados por la fricción de sus armas se lograban ver mientras que cada uno bloqueaba el ataque del otro. Una batalla rítmica tomaba lugar con un calor creciente echando chispas ante las miradas que eran cruzadas de vez en cuando, ninguno daba tregua al contrario, Amiel se sorprendió cuando Nirelle logró empujarlo hacia atrás, podía notar no sólo la determinación en ella, sino también la creciente fuerza que había adquirido. Sus guadañas chocaron una vez más haciendo que quedaran frente a frente con ambos tratando de impeler al otro.

—Nunca dejas de sorprenderme —confesó sonriendo intentando de empujarla.

—Gracias —mencionó respondiendo con el mismo gesto y acto.

—Espero que esa sonrisa no sea de arrogancia.

—Oh, Amiel —empujó, hace ver que no está dispuesta a ser dócil.

La joven hizo desaparecer su guadaña, el mayor se asustó cuando las hojas de la suya se balanceaban hacia ella, sin embargo, Nirelle la detuvo con su mano ennegrecida. Ella aprovechó y quitó su arma lanzándola lejos con las puntas incrustándose en el suelo, y tomando ventaja de haber desequilibrado al mayor, lo tumbó de espaldas al suelo, se sentó arriba de él y le sujetó de las muñecas.

—Si hay algo que nunca he mostrado en combate es arrogancia, sé bien que eso me puede costar el triunfo —atinó a decir sin dejar de sonreír—. Sin embargo, también soy consciente de que nunca voy a poder ganarte, al menos no honestamente. Sigues siendo más fuerte y poderoso que yo, entonces ¿qué hacer para lograr al menos tomar algo de ventaja?

—¿Estrellita? –el mayor estaba asombrado al ver los ojos tan intensos que la joven posaba en él a la vez que ella se acercaba a su rostro.

—Aprovecharme de nuestra relación —mencionó antes de besarlo con deseo y sorprendiendo a Amiel.

Nirelle soltó al mayor y lo tomó de la cara, siguió besándolo apasionadamente mientras él la tomó de la cintura, entregándose al momento. En un instante cambió de lugares, poniendo a la joven ahora en el suelo. Amiel se separó y ambos jadeaban por el intenso beso, él sonreía con picardía en su mirar.

—No soy tan poderoso como todos creen. Existe un ser a quien jamás he podido ganar, y tampoco quiero. Y eres tú. Aquella vez, en nuestro primer juego de cacería, mencionabas ser mi presa porque así te lo decía.

—Y lo sigo siendo, Amiel —ninguno se permitía perder de vista a los ojos contrario—. Te pertenezco.

—No, te equivocas, Nirelle. En esa noche, nuestros papeles se intercambiaron.

—¿A qué te refieres?

—Fuiste tú quien ganó, me atrapaste, tomaste mi corazón y mi ser, me hiciste tuyo. Al final, yo soy tu presa.

El mayor volvió a bajar para besarla, sumergiéndose en un momento mágico para ambos donde todo a su alrededor no podía ser atendido voluntariamente por ninguno. Cada uno se había atado al otro entregando sus vidas, sus deseos, sus corazones.

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