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Capítulo 67: Guadaña

Los Arcontes, celestiales enviados para cuidar, vengar o juzgar las injusticias producidas en el plano material, son verdaderas autoridades de la moral y la ética, encargados de llevar a cabo todo lo que Dios necesita ejecutar. Su fuerza y gracia son divinas, no necesitan hablar aunque lo hagan, tampoco necesitan luchar aunque porten armas arcanas, su mera presencia es una revelación que despeja la mente y el espíritu. Hablan su propia lengua celestial y la lengua infernal, y aún así pueden comunicarse con cualquier otro ser usando su empatía, de manera que se hacen entender aunque no se conozca ni una palabra del idioma angelical. Sin embargo, lo único que los vampiros ven, es que esos seres se están llevando a alguien de su familia.

—Amiel, te lo pido, no intentes nada —dice Esteban con preocupación—. Nosotros iremos y veremos qué pasa.

—¿Crees que voy a confiar en ti? ¿Cómo sé que no tienes nada que ver en esto?

—¿Qué tengo algo que ver? —enarca ambas cejas con asombro por el cuestionamiento del vástago.

—¿Acaso es uno de tus planes para arrebatármela? —Amiel gruñe y observa hostil a la Muerte Blanca, deja ver y sentir su desprecio con su simple aura.

—¿Piensas que quiero apartarla de tu lado? ¡No seas ridículo! Eso sería secuestro. ¿Por qué lo haría?

—Porque sé bien que estás enamorado de ella.

Esteban endureció su rostro, esa verdad que el otro le reprochaba le caló hondo con ofensa.

—No me compares contigo, Bestia. No fui yo quien antes se la llevó sin su consentimiento, manteniéndola cautiva habiendo sellado sus poderes, reteniéndola sólo porque la deseaba a mi lado.

—Malnacido —Amiel estaba decidido a hacer desaparecer a Esteban, Elrick trataba de calmar el ambiente con nulo éxito, comenzando a preocuparse por que se iniciara una pelea, pues los vampiros y los demás seres intercambian miradas retadoras.

—¡Alto! —mas la voz de Neizan irrumpió el ambiente hostil, todos voltearon a ver dónde estaba. Quedaron desconcertados a verlo tomando al Arconte de su vestimenta— ¿Qué hacen con Nirelle? ¿A dónde la llevan? —exigió demandante, y aunque el menor preguntaba por preocupación, estaba calmado—. Ya veo —asintió firme—. Está bien.

Neizan parecía que hablaba solo, pero en realidad estaba teniendo una conversación con aquellos seres, el niño se acercó sonriente a Amiel, quien estaba confuso.

—Van a cuidar de Nirelle, confía en ellos.

—Neizan —el mayor miró sorprendido al pequeño, relajó sus hombros e hizo regresar su guadaña mostrando que se había calmado. Los seres sonrieron e inclinaron un poco la cabeza en señal de despedida, atravesando sus portales con la chica—. ¿Qué harán con ella? —preguntó con miedo en sus ojos.

—Su espíritu está muy perturbado. Tienen que cambiar su energía negativa —responde Ezequiel guardando su arma junto a las demás Muertes. Él mira los restos del brazalete esparcidos por el suelo y agrega en su mente:—. Su guadaña se rompió. Esto es malo.

—Amiel —Esteban se acerca avergonzado, cabizbajo por su actitud—. Discúlpame. Es verdad que tengo sentimientos hacia ella, pero ahora jamás intentaría apartarla de tu lado. Ella te ama y lo acepto, ya unieron sus vidas y estoy feliz por ambos.

El vampiro no sabía qué pensar al respecto, fue entonces que el pequeño le tomó de la mano haciéndolo voltear para verlo sonreír y luego subir su mirada de nuevo a Esteban. —Me disculpo también, y está bien, confío en ustedes —conectan sus miradas con determinación—. Confío en ti, Esteban —añadió para inundar de asombro al de túnica blanca que devolvió el semblante firme.

—Muchas gracias.

Las Muertes y Antediluvianos guardaron sus armas al igual que los demás seres, Elrick cargó a su hijo, los vampiros permitieron con inquietud en sus adentros que los demás se fueran, ahora sólo podían esperar, confiar y rezar.

«¿Dónde estoy?» se preguntaba la joven despertando con la vista borrosa que poco a poco se fue aclarando dejando ver un techo de piedra con poca luz que entra a su interior. Ella se reincorporó quedando sentada mientras volvía a cerrar sus ojos sobando su cabeza, pues sentía dolor en esta, fue entonces que comenzó a escuchar gritos de burla y chiflidos que la hicieron abrir los ojos al frente y ver con sorpresa al reconocer dónde está metida, observa los barrotes gruesos, estrechos y negros, se paró y caminó hacia ellos para confirmar que está dentro de una celda cuyas paredes son de piedra. Cuando llegó a las barras, las tomó con las manos y comenzó a ver de lado a lado y de arriba a abajo con confusión, no comprende la razón de estar en un calabozo, pero no uno cualquiera, es el lugar a donde las almas malvadas van para ser mantenidas en custodia por sus crímenes y pecados cometidos en vida, y ella ahora está ahí.

—¡Hey! ¡Perra! —habla con diversión en su voz— Que alegría verte de nuevo —dice un alma encadenada en la celda de enfrente, con muchos otros en otras celdas que la abucheaban con desprecio y burlas, muchas de esas almas, que ella misma había mandado ahí—. Vaya, vaya, ¿qué pecado cometiste para terminar aquí? —preguntó guasón el hombre de dicha celda al frente, y que reconoce es el hombre a quien le había cambiado el lugar con Elrick.

La joven no sabía qué había pasado, ¿por qué está ahí? Fue entonces que a su mente se le vinieron los recuerdos de aquella imagen que fue reproducido en su cabeza, haciéndola pensar que no fue un sueño, creyendo, que había ocurrido de verdad, ella soltó los barrotes y tomó su cabeza comenzando a llorar y caminando hacia atrás hasta recostarse en la pared y deslizándose hasta sentarse en el suelo.

—¿Uhm? ¿Qué te pasa, maldita zorra? Apenas unos minutos aquí ¿y ya te estás volviendo loca por salir? Al final no eres diferente a nosotros para haber terminado en este lugar ¿no es así?

—Es mi culpa —musitó quebrada con el corazón roto.

—¿Eh? ¿Qué estás balbuceando?

—Es mi culpa. Yo los maté —bajó su mirar con las lágrimas cayendo al piso—. Sólo causo daño, sólo causo dolor, mi existencia está maldita.

—¿Al fin te das cuenta? —habló un ser que rondaba las celdas. Era el Encadenador que la había sometido el día de su juicio.

—Ismerai —susurró con dolor de verle siempre dándole el rencor y odio hacia ella.

—No eres más que un error que nunca debió existir —afirma con desdén—. Mataste a Iván, mataste a Kim, tú terminarás matando a todos a los que te rodean.

—¿Terminaré? Ismerai —dice levantándose de golpe y acercarse al ser—, dime… ¿los maté? ¿Maté a mi familia y a mis amigos? ¿A Elrick, Gon, Neizan? ¿Estoy aquí por eso?

El Encadenador estaba sorprendido, pues en sus ojos se ve el miedo y esperanza que tiene mientras salían lágrimas. —Nadie ha muerto.

—¿En verdad? —suplica con agonía.

—Sí, ellos están bien, fuiste traída por otro asunto.

—Gracias a Dios —dice deslizándose hasta arrodillarse—. ¿Por qué estoy aquí?

—Tu poder se liberó —respondió Esteban acercándose con Ezequiel.

—¿Mi poder?

—¿Qué ocurrió allá? —la joven empezó a narrar todo lo vio y lo que escuchó, pero omitió el detalle sobre Amiel pensando en que si lo mencionaba, tratarían de apartarla de su lado o incluso podrían aprisionarlo— Comprendo. ¿Y dices que no reconociste la voz?

—No. Esteban, Ezequiel, ¿saben quién es? ¿Por qué vi eso? ¿Qué significa? ¿Esto tiene que ver con la verdad sobre mi sangre? ¿Qué está pasando? ¿Qué me está pasando?

—Quisiera decirte que estés tranquila, pero no hay forma de que podamos permanecer así. Nirelle, mira —la Muerte Blanca sacó un espejo para que la chica se viera en él.

—Mis ojos… —estos ya no tenían su color rojo, eran avellanas, su color natural.

—Tu guadaña se ha roto. Sabes lo que significa ¿no? —añadió Ezequiel.

—Soy básicamente una humana ¿de nuevo?

—Así es, la oscuridad que entró en ti es lo que te protege para que no seas arrastrada al abismo y te conviertas en un Devorador como cualquier alma lo haría al tener mucho contacto con lo negativo. Pero la guadaña es una parte de lo que te permite ser una Muerte.

—¿A qué te refieres? Yo sabía sobre las consecuencias que implica la destrucción de mi arma, pero no del porqué.

Las Muertes son almas materializadas, por eso pueden volverse visibles o no a su antojo si así lo desean y combatir contra otros espíritus o criaturas, sin embargo, esto último es posible gracias a su arma, ya que las guadañas son la unión al mundo terrenal que les facilita el trasladarse entre las diferentes dimensiones. Una Muerte que haya perdido su guadaña no puede conseguir otra, ya que es imposible.

—¿Estás diciendo que ya no soy una Muerte?

—Sí. Ya no hay forma de que vuelvas.

—¿Por qué? No entiendo, si la guadaña es como una especie de atadura ¿por qué no puedo conseguir otra?

—Porque el producto de esa unión, es tu cuerpo.

Las guadañas son creadas y moldeadas por los enanos, hábiles herreros, maestros de las armas. Los materiales con que forjan dichas herramientas no son conseguidos por cualquier lado, se necesita un cuerpo, el cadáver de la persona que tomará el lugar de la Muerte. El palo se extrae de los huesos y la hoja de la sangre, destruir la guadaña es destruir el cuerpo, lo que implica la destrucción de la unión del plano espiritual con el terrenal. Sólo hay un cuerpo, sólo hay una guadaña, sin eso, La Muerte no existe.

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