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Capítulo 36: No puedo quedarme

Estrellita y Neizan habían ido a pasear. Estaba anochecido, el menor cansado quedó dormido en los brazos de la joven, quien lo cargó hasta llegar a casa.

Una vez ahí, subió las escaleras, lo llevaba a su habitación, la cual está al lado de la suya, pero primero tienen que pasar por la Adir. Cuando la chica cruzó con el niño dormido, vio que la puerta del cuarto de la melliza quedó un poco abierta, y que del interior de la habitación se escuchaban dos voces, así que se asomó para ver por la pequeña hendidura que había.

Los ojos de la joven se abrieron de la impresión cuando observó a Lamec teniendo relaciones con Adir.

La chica se alejó un poco y fue a llevar a Neizan a la habitación para dejarlo en la cama. Ella se quedó ahí procesando lo que acababa de ver, pues había notado algo más.

Siendo ya de noche, Lamec salió de la habitación de Adir, pero se sorprendió al ver a 616 saliendo del cuarto de Neizan, el mayor estaba nervioso por encontrarla allí, ya que se supone que volverían más tarde, sin embargo, aparentó serenidad.

—Estrellita —mencionó el mayor para alertar a la melliza—. Pensé que regresarían más tarde. ¿Cómo les fue?

—Bien —respondió con una sonrisa falsa—. Tengo que hablar con Adir.

—Lo siento, pero ella está dormida. ¿Por qué no vuelves mañana?

—Necesito hacerlo ahora.

—No. Ella tiene que descansar, así que hazlo mañana —la falsa sonrisa de la chica se había esfumado—. ¿Pasa algo?

—No. Pero está bien, hablaré mañana.

La joven creyó que podría entrar a la habitación de Adir después de que el mayor se fuera, pero pasaron unos momentos en los que Lamec parecía que no se iría hasta que la chica entrara a su habitación. Así que no le quedó de otra más que intentar hablar con la melliza en la mañana.
Y así fue como al día siguiente, la menor aprovechó que Lamec salió un momento y tocó la puerta de Adir, quien abrió sonriendo.

—Buenos días Estrellita. Pasa —dice haciéndose a un lado—. ¿Qué necesitas? —se lanzó alegre a sentarse en la cama.

—Tu hermano me pidió casarnos —dibujó una pequeña sonrisa en sus labios.

—¡¿Qué?! —se levantó rápido simulando enfado— ¡¿Lo hizo y no estuve presente?! ¡Qué crueldad! —cruzó los brazos hinchando una mejilla— Pero felicidades, me alegro mucho —deshizo su puchero infantil volviendo a sonreír enormemente y abrazándola.

—Adir... —ella correspondió, pero no con la misma fuerza.

—¿Si? —se separó sin soltarla ni quitar su sonrisa. A Estrellita se le rompía el corazón tener que hablar.

—Vi lo que hizo Lamec contigo.

—¿Qué? —la melliza la soltó y se alejó— No sé de qué estás hablando...

—No me mientas —espetó con ojos llorosos—. Te vi, vi tu rostro. Y conozco esa mirada.

—No... —su sonrisa forzada distaba con su semblante nervioso.

—Adir, tu padre abusa de ti. Tienes que decirle a tu familia.

—¡No! ¡No puedes decirles nada! —rompió en lágrimas— ¡Júrame que no vas a revelar nada de esto!

—¿Por qué?

—Te lo pido —la melliza se arrodilló tomando de la ropa a la menor—. No digas nada.

—Adir —ella se agachó a abrazarla—. No puedo quedarme callada.

—Si dices algo, mis hermanos van a matarlo, y si lo hacen, seguramente el resto del clan vendrán a matarlos a ellos. Por favor no digas nada —la melliza comenzó a llorar más fuerte, suplicando por el silencio de la joven—. Por favor, júrame que no dirás nada.

¿Cómo callar algo así? ¿Cómo ella ha aguantado eso y fingido felicidad? Ocultando tan bien el temor a su propio padre. Estrellita no lo comprendía.

—Te lo juro —mencionó compartiendo el dolor de Adir—. Lo siento Adir, pero entonces no puedo quedarme para seguir viendo esto.

Después eso, 616 se quedó con ella hasta que se calmara, la melliza agradeció que le prometiera no decir nada y volvió a sonreír hablando de la futura boda entre Estrellita y su hermano. 616 también sonreía, pero forzadamente, pues uso su habilidad para ver el pasado de Adir.

Ha pasado por esto por tanto tiempo, y aún así pone esa sonrisa —cabizbaja suspiró para volver a verla con la sonrisa que la melliza le daba—. Adir, tengo que salir, quizás no vuelva sino hasta mañana. ¿Puedes cuidar de Neizan?

—Claro.

—Gracias —dice mientras se levanta creando un portal.

—Y gracias a ti por jurar no decir nada.

No lo agradezcas con esa sonrisa —replicó en su mente después de haber cruzado el portal.

A la mañana siguiente la chica volvió, y subió para buscar al menor. Tomó su ropa y la puso en una maleta, bajó las escaleras con el niño, quien cargaba al gato. En ese momento, la melliza los vio.

—Ve con Iván a jugar —le pidió la menor a Neizan—. Te alcanzaré luego.

—¡Si! —responde feliz el infante mientras va afuera luego se saludar a su tía.

—¿Estrellita? ¿Qué estás...? —observó la maleta en su mano.

—Lo siento. Te juré no decir nada, pero no significa que lo vaya a aceptar. No puedo seguir sabiendo lo que ocurre.

—¿Y vas a abandonarme? —decepción, rencor y sentimiento de traición, su voz reflejaba eso.

—No… —no pudo agregar más, pues la contraria le interrumpió.

—Nadie en esta casa lo sabe. Y ahora que eres la única ¿te vas y me dejas sola? —las lágrimas de Adir salieron con angustia—Lárgate.

—Todo va a estar bien.

La Muerte sonrió, algo que confundió a la melliza, luego Estrellita tomó de la mano al niño tomaron rumbo.

—¿A dónde vamos?

—Neizan, lo siento, pero debo asegurarme de que no te lastimen.

El niño no comprendía lo que su madre le decía, sólo apretaba con inocencia su mano mientras caminaban.
Cuando la tarde arribó, ambos llegaron a un lugar, un orfanato. La Madre encargada salió a recibirlos.

—¿Él es Neizan? —preguntó la señora mayor con amabilidad. 616 afirmó con tristeza— No sé preocupe, lo cuidaremos bien.

—¿Mami? —el menor no entendía, pues vio a su madre derramando lágrimas.

—¿Recuerdas que te prometí que te protegería siempre? —él asintió también llorando sin llanto— Debo protegerte ahora, pero no puedo hacerlo si te quedas conmigo —se inclinó a acariciar su rostro pasando por momentos sus dedos entre sus cabellos.

—¿Por qué? ¿Es por qué no soy un...?

—No —negó cerrando los ojos como forma de no sucumbir a soltar su aflicción—. No es por eso. Escucha, siempre te voy a amar. Al igual que Amiel y el resto de nuestra familia, pero prométeme que no vas a regresar con ellos. Por favor.

—Mami... —el niño comenzó a llorar un poco más fuerte mientras se aferraba a la mayor— Te lo prometo.

—Señora —mencionó la Madre—, le prometemos que estará seguro.

—Lo sé —susurró besándole la cabeza a su niño para así soltarlo y entregar una bolsa llena de monedas a la mujer—. Tomé esto, es para ayudar a su causa.

—Oh, muchas gracias, nos ayudará mucho.

—Sólo una cosa más. Neizan no está bautizado. ¿Podrían hacerlo ahora?

—Por supuesto.

Así el menor fue llevado al río y sumergido en el agua, recibiendo así el sacramento del bautismo, la joven observó todo pensando si así ella hubiera sido bautizada. Después eso el niño salió a abrazar a su madre.

—Te amo Mami —ella regresó el gesto.

—Gracias, yo también te amo. Escucha, recuerda siempre traer tu collar contigo, no guardes rencor en tu corazón, siempre has el bien, rézale a Dios seguido y no te quedes tan tarde viendo las estrellas. ¿De acuerdo? —la voz de la joven se escuchaba quebrada, apretaba los labios queriendo no llorar, cosa que no lograba del todo

—¡Sí! —se aferraba con fuerza, deseando que el momento de separarse nunca llegara.

—Te amo —dice entregando a Iván al menor, quien lo toma abrazándolo a la vez que el gato maulla.

Después de otro largo abrazo, la joven dejó al infante, y dando media vuelta se retiró, llorando. Su corazón le dolía, después de todo se alejaba de su hijo.

Regresó en la noche, sólo veía luz en una habitación, la cual era la perteneciente a Adir, así que entró, y allí estaba Lamec, encima de su hija que le gritaba llorando a súplicas que se detuviera, ninguno se percató de la presencia de la Muerte hasta que el estómago del mayor fue atravesado por la mano negra de la menor, quien luego la sacó con brusquedad, haciendo que Lamec cayera por un lado.

—Estrellita... —dijo atónita la melliza.

—Lo siento, Adir, pero te dije que no podía quedarme sabiendo lo que pasaba.

—¿Qué? Espera, ¿dónde está Neizan?

—En un lugar seguro. Y tú también vas a estar segura.

—¿Qué crees que estás haciendo? —escupe Lamec con dificultad mientras se arrastraba alejándose de la joven.

—Adir, sal de aquí.

—¿Qué? —la melliza se encontraba confusa— ¿Qué vas a hacer? No me digas que...

—Ve, no será algo agradable de ver —responde la menor con una sonrisa gentil.

—¡Adir! —habló el hombre con enfado— Ayúdame, soy tu padre.

—Maldito —dijo con rabia la melliza, quien luego se levantó abrazando a su amiga—. Gracias —musitó con alivio.

—No tienes que agradecer nada. Ahora sal de aquí.

Adir salió llorando, yendo afuera de la casa y sentándose bajo el gran roble mientras que la Muerte se quedó con Lamec.

—No puedes hacerme nada, si lo haces, mis hijos te odiarán, te perseguirán a ti y a Neizan. ¿Quieres esa vida?

—Vida —sonrió—. Es interesante que me lo digas. Pero hay unos cuantos problemas con lo que me dijiste.

Él no respondía, sólo podía ver cómo esa chica de ojos rojos caminaba un poco más a quedar frente a él.

—Uno, yo ya estoy muerta. Dos, estoy acostumbrada a ser odiada y a ser perseguida. Tres, Neizan estará bien, nada malo le va a pasar, porque yo lo protegeré y Él también lo hará.

—¿Él? ¿Estás hablando de ese tipo que se hace llamar Dios? Sólo te está usando.

—Por supuesto que me usa. Yo le sirvo cumpliendo mi destino.

—Vamos, piensa en Amiel, ¿no vas a casarte con él y formar una familia con Neizan?

—No metas a Amiel ni a Neizan en esto —réplica con los ojos rojos brillantes—. Lamec, lo que hiciste, ya de por sí es una atrocidad, pero ¿con tu propia hija?

—Tú no entiendes, es como su madre, ella...

La Muerte se enfureció tanto que tomó al hombre por el cuello y lo azotó a la pared, dónde sacó dos puñales y clavó uno en cada mano del sujeto, simulando una crucifixión.

—Conozco tu habilidad, Lamec, aprendí la habilidad de todos excepto la de Amiel.

—D-Detente.

—Lena puede inmovilizar con la mirada, y tú puedes hacer lo mismo, excepto que necesitas tocar a quien quieres inmovilizar. De esa manera has logrado abusar tantos años de Adir.

El hombre intentaba zafarse de los cuchillos, pero no lo lograba.

—Es inútil, eso cuchillos reprimen tus poderes.

—¿Acaso están benditos? —ella le negó moviendo la cabeza de lado a lado.

—Sería muy fácil matarte con algo bendito. Esos cuchillos en realidad están malditos, sólo suprimen tus habilidades de vampiro, incluso si mueres no vas a desintegrarte, a no ser que te los retiren.

—¿Cómo es que los tienes?

—Hice un trato con los Drows.

—¿Le diste tu sangre?

—¿Sabes de eso? Bueno, esa era mi idea para el intercambio, pero para mi sorpresa, ellos me pidieron otra cosa.

—¿Otra cosa? —Lamec notó que la chica sacó una concha de caracol y la puso sobre la mesa — ¿Qué es eso?

—Los Drows me pidieron que te matara. Te odian mucho, y ya que esa es mi intención desde un principio, acepte sin renegar nada. Sólo me pidieron una cosa más, y tiene que ver con este caracol.

Lamec se mantenía expectante de cada cosa que ella hiciera, buscando la forma de que ella bajara su guardia y liberarse para hacerla pagar.

—Esto graba el sonido del ambiente en cuanto presione la punta. El trueque es que grabe tus gritos.

—Estás loca...

—¿Has escuchado los gritos de los conejos?

—¿Qué?

—Cuando huía con mi madre, muchas veces no teníamos dinero para comer. Así que teníamos que cazar, le era fácil atrapar a los conejos, pero no podía matarlos, así que un día me armé de valor por nosotras, y les quitaba la vida. La primera vez que maté uno tenía cinco años y medio. Como la inexperta niña que era, le hice sufrir. Me asusté mucho, sus gritos no son algo bonito de oír, bueno, el de ninguna criatura en realidad.

El mayor comenzaba a respirar rápido en cuanto vio a la menor oprimir la punta del caracol y quitarse el anillo que Amiel le dio, poniéndolo a un lado del curioso dispositivo.

—Me pregunto —se acercó a Lamec y le abrió la camisa dejando la parte superior desnuda—, ¿qué clase de gritos soltarás tú?

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