Capítulo 33: Nueva
Una enorme sala con semejanza a un juzgado, una mesa ovalada con nueve lugares donde habían nueve personas sentadas ahí, mientras la joven estaba parada en medio de una tribuna. Esos nueve individuos tenían puestas túnicas, cada uno diferente. Blanco, Ámbar, Natural y Hueso, Rojo, Verde, Azul, Negro, Dorado y 7 colores (dorado, plateado, cobre, azul, morado, rojo y verde)
—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó la figura de túnica verde, sentado con los dedos de las manos entrelazados.
—Dios me llamó —respondió temblorosa.
—Así es —habló el de color azul—. Pero ¿sabes el motivo? —ella negó con la cabeza.
—Ahora mismo tienes en ti el poder de una Muerte —el de color natural y hueso tomó la palabra—. La anterior te ha traspasado su lugar.
—Así que ahora debes decidir si lo dejas o te quedas —agregó una mujer con la túnica roja.
—Ya han pasado tres días, y no has sido consumida por el poder —mencionó una mujer con túnica dorada.
—¿Qué no he sido consumida? —preguntó extrañada la menor. Pareciera que todos ahí estaban sincronizados en las líneas que dirían.
—Cualquier Muerte puede traspasar su poder, pero no cualquiera puede soportarlo —dijo un hombre de túnica de 7 colores.
—Íbamos a despojarte del poder en cuanto nos enteramos, pero Dios nos ordenó que te lo dejáramos —añade el sujeto de blanco con voz mucho más neutra que los demás.
—¿Comprendes ahora? —dice el de túnica negra— Dios mismo ha pedido por ti.
Las nueve muertes se levantaron de sus asientos, y el de color verde tomó la palabra con tono inflexible, firme y autoritario.
—¿Cuál es tu nombre?
—No tengo. Lo tenía, pero desde que morí la primera vez, jamás he podido escucharlo de nuevo.
—Ya veo. Entonces, joven sin nombre. ¿Estás dispuesta a entregar tu alma al servicio de Dios como una Muerte Negra?
—¿Cómo una Muerte Negra?
—Nosotros —habló el de túnica oscura con sonrisa de empatía—, tratamos con los muertos para que no ocasionen destrozos ni se transformen en bestias como con la que te enfrentaste en tu primer trabajo como Muerte.
—¿Qué pasa si no quiero ser una de ustedes?
—Volverás a ser un alma, serás uno errante. No podrás entrar al paraíso.
Todos estaban confusos, pues una repentina risa emergió de su boca, una que parecía burlesca como si buscara ofender.
—Supongo que ni siquiera siendo uno de ustedes podré ver cómo es ese lugar ¿verdad?
—Así es. Para ser sinceros, tú nunca podrás entrar allí.
—Uhm —produjo una leve sonoración a la par que sonría—. De acuerdo. Pero, haré las cosas a mi manera.
—¿Qué quieres decir? —cuestionó el de verde.
—Cuando aquella cosa negra entró en mí, pude entender un poco de lo que somos nosotros, de lo que es ser la Muerte y cuál sería mi labor siendo de mi tipo.
Él silencio mermó en el espacio que resuena con el hablar y casi cualquier ruido, y volvió con la voz de la chica que quitó su sonrisa cambiándole por labios planos y ojos fieros.
—Protegeré tanto a muertos como a vivos, a mi manera. Guiaré a los vivos para que no sufran un destino como el mío.
—Está prohibido involucrarse demasiado con los humanos y especialmente, no debes alterar su destino.
La joven se quitó su brazalete y lo puso junto con su túnica en la tribuna.
—No sé cuantos años tienen ustedes, mis superiores. Pero parece, que han olvidado que fueron humanos alguna vez.
Una vez más la sala había quedado en completo silencio.
—Si no fuera porque Iván me dio esto como regalo, y porque Dios me ha llamado, se los entregaría sin oponerme. Pero ellos me dieron el poder, y lo acepto, pero eso no significa que me olvide de mí misma.
La mayoría de las muertes sonrieron ante la mirada determinada de la joven.
—¿Qué dicen, Jean, Uriel? —preguntó serio la Muerte Blanca a las Muertes Verde y Negra.
—Yo no tengo objeción, Jean —afirmó el de negro.
—Entonces. Está decidido. Mi nombre es Jean, la Muerte Verde número 401, como juez de este juicio, eres declarada oficialmente la Muerte Negra número 616. Estaremos observando como recorres tu destino —agregó con una sonrisa curiosa.
Él no mentía, ella era de especial atención para verla.
Después de terminar, la joven volvió al risco atravesando por el primer portal que ella creó. Uriel, la Muerte Negra, la instruyó en lo que tenía que saber sobre su tipo, aunque fue poco ya que la mayoría de las cosas las asimiló tras el traspaso del poder de Iván.
Ya es de noche, ellos han de estar preocupados. Pensaba la menor tomando rumbo de vuelta a la mansión.
Las Muertes trataron de convencerla de dejar la casa de los vampiros y que se alejara de ellos, a pesar que le informaron sobre el origen de los Antediluvianos, a ella no le importaba, aún deseaba estar con ellos, junto a Neizan y Amiel. 616 abrió la puerta y cruzó la antesala para subir a la habitación del menor.
—¡Estrellita! —Amiel se acercó preocupado al verla— ¿Dónde te habías metido? Llevamos todo el día buscándote.
—¡Mami! —él y el menor estaban sentados en la sala. Neizan fue directo a abrazar a la joven, quien lo carga en brazos correspondiendo el gesto.
—Lo siento —mencionó con una sonrisa—. Tenía que hacer algo. Ya es hora de dormir.
Ella llevó cargando al pequeño hasta su habitación, lo arropó y se sentó a su lado.
—Mami, ¿estás bien? —preguntó con las sábanas hasta el cuello. Ella respondió positiva sin dejar de sonreír— ¿Qué le pasó a tus ojos?
—¿No te gustan?
—No es eso. Si me gustan mucho. Son bonitos.
—Gracias —le dio un largo beso en la frente.
La joven le contó una historia al niño para que durmiera, luego se quedó observándolo por unos momentos para después salir de la habitación, fuera de esta se encontró a Amiel.
—¿Qué está pasando? Llevas sin querer salir de la habitación por tres días y de repente sales a no se dónde sin una explicación, ¿y ahora vuelves como si nada? —ella no respondió, caminó por su lado rumbo a las escaleras— ¡Dime algo! —se detuvo a verlo.
—Sígueme —pide sin voltearse bajando las escaleras.
—¿Qué? ¿A dónde?
—Sólo ven conmigo.
La chica le miró para mostraba una sonrisa, lo que confundía a Amiel, aún así fue con ella hasta llegar al risco sin pronunciar palabra alguna.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó el mayor con el semblante preocupado.
—Necesito hacer algo.
La joven se acercó a Amiel y tomó su rostro acercándolo al suyo y juntando sus frente. Con el brillo en sus ojos miró detenidamente a los del mayor. Luego de unos segundos ella lo soltó y dio un paso hacia atrás, sus lágrimas salieron y cubrió su boca, comenzó a llorar.
Había visto el pasado de Amiel, conoció la verdadera razón por la cual ellos se convirtieron en vampiros.
**Hace unas horas antes de regresar al risco**
—No puedes volver con los Antediluvianos —expresó la Muerte Ámbar.
—¿Por qué no? Son mi familia.
—Tú no comprendes. Ellos están apartados del bien.
—¿A qué te refieres? —frunció el ceño con algo de indignación.
—Son enemigos jurados de Dios —contestó la Muerte Blanca.
—¿Qué? —preguntó la joven incrédula.
—A cambio de sus poderes, ellos hicieron un trato con el diablo.
—No... No puede ser cierto —la menor simplemente no lograba creer lo que le decían.
—Lamentablemente, así es. Por eso, no puedes considerarlos tu familia. Para empezar, tú ya estás muerta. Y ahora eres la Muerte.
—Aún son mi familia.
—Niña... —no pudo decir más nada, pues fue interrumpido.
—¡Aún son mi familia! —dice enojada— No sé cuál sea el motivo por la que ellos se hayan vuelto vampiros. Pero ellos me aceptaron, a pesar que era sólo alguien sin valor. Amiel me salvó y me cuidó. Me dio un hogar y un motivo para vivir.
—¿Y si inician una guerra contra Dios? —interrogación que la tomó desprevenida, habiendo hecho que bajará su cabeza a ver si reflejo al suelo bien pulido— ¿De qué lado vas a estar?
—Ellos no van a...
—¿Cómo puedes estar tan segura?
No sabía cómo responder a esa pregunta, no quería creer lo que le acaban de decir. ¿Amiel y su familia enemigos jurados de Dios? ¿Cómo elegir a uno sobre el otro? Ni siquiera quería pensando en llegar a tener que hacerlo. Pero ahora que pensaba en ello, ella nunca vio una sola imagen u objeto religioso en la casa, tampoco oraban o daban gracias al Señor. No quería creer que podrían iniciar una guerra con el creador. Por eso decidió saber la verdad, al regresar, usaría su habilidad ocular para ver las acciones que Amiel había hecho para ser un vampiro.
**De vuelta en el risco con Amiel**
—¿Qué pasa? Oye, Estrellita —el mayor estaba asustado por ver llorar desesperada a la joven—. ¿Qué fue lo que hiciste?
Así que eso pasó..., por eso se convirtieron. Es muy triste. Era el pensamiento de la menor al conocer la verdad, ella se abalanzó a abrazarlo, quien no entendía lo que pasaba.
Aunque el mayor no sabía el porqué de la reacción de la menor, sintió que sólo debía abrazarla hasta que se calmara, sintió tanta tristeza que él también comenzó a llorar.
Después de eso, ambos se quedaron sentados frente al risco, viendo las estrellas.
—Perdóname —Amiel casi susurró con la mirada triste y culpable.
—¿Por qué?
—No pude protegerte. Por mi culpa moriste otra vez, y tus padres...
—Está bien —dice la menor sonriendo—. No fue tu culpa. Era mi destino ser una Muerte. Y no es tan malo, ya no tienen que gastar comida en mí, tampoco necesito dormir. Además, es como si fuera inmortal, como tú.
—Se supone que te convertiría. No pude cumplir nuestro trato —ella rió.
—Ni siquiera querías hacerlo.
—Pero...
—Está bien. Iván, digo, mi padre me dio su poder, puedo ayudar a las personas. Ah, es verdad, ya no podré hacer los trabajos con ustedes, ya que ahora estaré ocupada siendo la Muerte —comenzó a hablar con elocuencia y alegría—. Tal vez pase menos tiempo en casa, lo siento. ¿Podrían cuidar de Neizan en mi ausencia? Pero descuida, eso no significa que vaya a descuidarlo a él o que me olvidé de la familia.
El mayor sólo podía reírse por la forma tan tierna que a él le parecía que era la menor, esforzándose por cumplir con sus obligaciones. A la joven le hizo feliz ver cómo Amiel se reía.
—¿Sabes? Estoy agradecida con Dios —mencionó la menor sin dejar de verlo.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Después de todo lo que te hecho pasar? —intentaba no sonar grosero para no ofenderla.
—Él te puso en mi vida. Por eso estoy agradecida —eso hizo relajarle el semblante al contrario, quien suspiró.
—¿Por qué me puso en tu vida, eh? Supongo, que le debo las gracias también.
—¿Qué has dicho?
—Gracias a Dios por permitirme conocerte, y hacer que aún estés conmigo.
La menor estaba muy sorprendida, pues Amiel le dijo eso con una sonrisa mientras la miraba a los ojos, y él estaba siendo muy sincero.
Fue entonces que el silencio del momento se vio interrumpido por el cantar de un búho, el animal tenía un pequeño cilindro en su pata, la joven se levantó y tomó un pequeño trozo de papel que se hallaba dentro del bote.
—Oh, lo siento Amiel —mencionó sonriendo—. Tengo trabajo. Dale mis saludos a los demás.
—Claro —aunque su sonrisa no era tan feliz ahora que sabía ella se iría por cumplir con su nueva labor, se levantó para ponerse frente a ella—, cuídate.
La menor se despidió con un fuerte abrazo, luego se separó y transformó su brazalete en guadaña, con el cual dio un pequeño golpe en el suelo abriendo un portal por el cual se fue.
Regresa pronto.
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