Capítulo 25: No se acerquen
La chica despertó en ese momento, la mujer Drow quien tenía una larga cabellera lacia, alejó la roca y le sonrió una vez que la menor tuvo los ojos abiertos.
—Bienvenida, pequeña —usaba una sonrisa que denotara amistad.
La joven estaba confundida, hace unos momentos caminaba en el bosque buscando el camino de regreso a la mansión cuando encontró la entrada a una cueva, y cerca de allí una línea hecha de piedras a la que no le veía el fin.
Tenía curiosidad, así que cruzó ese límite y se acercó a la cueva, estaba oscura y no podía ver nada hacia dentro, por lo que dio la vuelta con intención de irse, sin embargo sintió que algo la jaló tapando la boca y nariz, evitando que respirara, lo último que recuerda antes de desmayarse fue una luz roja.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó el Drow que la cargaba.
Cuando la chica lo vio se asustó y empujó haciendo que este la soltará y cayera, la menor se alejó hacia atrás hasta que chocó con otra criatura, esta era una mujer de cabello corto.
—Vaya, vaya. ¿Por qué no sólo matamos a esta rata? —habló mostrando una sonrisa malvada.
—Tranquila Lurleen. Es una invitada —la mujer se acercó a la menor ofreciendo una mano para ayudar a levantarla—. ¿Cuál es tu nombre?
La menor aceptó el gesto con temor, pero aun así no sabía qué hacer con la pregunta.
—¡Te han hecho una pregunta! ¡Responde! —ladró la Drow de cabello corto con irritación.
—¡No tengo! —la chica puso sus manos sobre su cabeza con miedo a la vez que comenzaba a llorar.
—Lurleen —la mujer de cabello largo miró con enojo a su subordinada. Luego se dirigió con amabilidad a la menor—. Descuida, pequeña. Te daremos un nombre.
Ella estaba confundida, ¿quiénes y qué eran ellos? ¿Y por qué le darían un nombre sólo así? Era lo que se preguntaba.
—Mi señora —volvió a hablar Lurleen, quien se notaba un poco aterrada de la mujer.
—¿Qué ocurre?
—Esta chica huele a ellos. En especial a ese desgraciado.
—¿Ese desgraciado? —se preguntaba la menor observando con temor todo a su alrededor.
Fue entonces que la mujer se acercó a olfateándola cerca del cuello, provocando que cerrara sus ojos llorosos.
—Es verdad, pero sigue siendo humana —dijo alejándose—. Pequeña, ¿qué relación tienes con los vampiros? —ella se sorprendió que supieran que estaba con ellos.
—Me dejaron vivir en su casa.
—¿Ah sí? ¿Y qué relación tienes con ese malnacido hijo mayor de Lamec?
—¿El hijo mayor? ¿Amiel?
—Sí. Tienes impregnado su olor —tomó algunos de los mechones de la menor para malearlo entre sus dedos—. Deberías alejarte de él, aunque bueno, tampoco es que vaya a venir por ti. A no ser que quiera algo a cambio.
—¿A qué te refieres?
—Él no hace nada sólo por qué sí —la mujer notaba que la joven parecía tener un lazo con Amiel, así que haría lo que fuera para romperlo—. Es un aprovechado, así que...
—¡No es verdad! —la chica cortó las palabras de la mujer, estaba enojada de oírla expresarse de esa manera sobre el mayor—. Amiel es una buena persona.
—¿Hace cuánto lo conoces? Yo tengo siglos de conocerlo.
—Él me salvó y vendrá por mí —afirmó convencida apretando su ropa.
—Oh pequeña, él no vendrá. No es tan valiente como para cruzar mis dominios.
—Claro que sí. Dijo que me quedaría con él, que tendría un lugar al cual volver —su voz temblorosa salía con valentía—. ¡Voy a volver con Amiel!
—Suficiente —ya sin sonreír, la mujer la golpeó en el estómago haciendo a la menor caer de rodillas—. Incluso si viniera, no podrá hacer nada. Y no dejaremos que ellos te tengan.
Amiel y Hiram estaban a sólo un paso de la hilera de piedras y a unos metros de la entrada de la cueva.
—Bien, a partir de aquí no hay vuelta atrás —menciona el menor.
—No voy a volver —responde Amiel empuñando su espada—. ¿Y tú?
—No te dejare solo, hermano —Hiram también llevaba consigo unas cuchillas—. Vamos por tu novia.
—No es mi novia —soltó un suspiro cansado.
Ambos se adentraron al área junto con los Dips, sus poderes de vampiros fueron suprimidos, a partir de cruzar la línea, no eran diferentes a los humanos, un golpe serio y sería el final de sus vidas.
En el subsuelo, dentro de aquella habitación, los Drows tenían a la menor en el suelo sujetada de brazos y piernas. La sometieron en el centro de un dibujó, una especie de sello gravado en el suelo de piedra.
La joven se esforzaba por liberarse, pero era inútil. La mujer caminó hacia ella hablando en una lengua antigua y se colocó encima de la chica quien estaba asustada, pues la mujer tenía en sus manos una espada corta que luego alzó tomando la empuñadura con ambas manos, lista para bajarla con peso para clavarlo en el corazón de la menor.
—¡Suéltame!
—Eres nuestro pase de salida de este lugar —mencionó sonriendo sádicamente.
—¡Amiel! —gritaba la chica con desespero.
—Olvídate de él. ¿Crees que es una buena persona? ¿Qué salvó tu vida por hacer una obra caritativa? ¡No! ¡Lo más probable es que sólo te quiera usar como nosotros!
En ese momento se escuchaban gritos dentro de los túneles, gritos de los cuales poco a poco estos iban siendo callados por gruñidos.
Todos voltearon a ver la entrada de la habitación, fue entonces que se pudo notar una figura que caminaba con dificultad hacia donde los demás se encontraban.
—Mi... señora... —un Drow estaba muy mal herido— Ellos nos atacan.
De pronto, el cuello de aquella criatura era atravesado por la hoja de una espada, que luego fue retirada con brusquedad haciendo que el cuerpo del ser se desplomara, haciendo notar que se trataba de Amiel y junto a él, su hermano Hiram.
—Tienes razón, Astrid. Yo no hago las cosas por ser buen samaritano.
—Maldito —mencionó con sonrisa forzada la mujer.
—Ella es mía. Su vida me pertenece, ¡es mi presa! Y no voy a dejar que nadie más la tomé —el rostro de Amiel reflejaba una verdadera furia, cosa que hacía a los presentes estremecer.
—¡Amiel! —sin embargo, la menor estaba feliz de verlo.
—He venido por ti. Regresaremos a casa.
—Muy tarde —espeta la Drow.
La mujer se dispuso a dejar caer sus manos, pero fue detenida por los cuchillos de Hiram, quien se los lanzó incrustándole tres de ellos, comenzando así una pelea.
Cuando cayó a un lado, los Drows que sostenían a la menor la soltaron por preocuparse de su señora, lo cual aprovechó la joven para ir corriendo hacia Amiel. Sin embargo, fue detenida por Lurleen, quien la tomó de la cabeza y la tiró al suelo, luego la jaló hacia atrás y la azotó al piso.
El mayor se enfadó y en un momento en que la mujer se distrajo, él le cortó la mitad del brazo, los gritos de Lurleen maldiciendo a Amiel inundaron la habitación.
Mientras él estaba enfocado en ella, la otra mujer Drow tomó la espada corta y se abalanzó a enterrarlo con fuerza en la menor, sin embargo, el mayor colocó el brazo interponiéndolo entre la cuchilla y la joven.
La chica estaba asustada y preocupada, gotas de sangre caían en su rostro.
Amiel jaló el brazo con la espada aún atravesada, y así le propinó un puñetazo a Astrid.
Antes de que los demás pusieran a salvo a su líder, el mayor sacó la espada tirándola a un lado y con la suya tomó a la mujer de rehén.
—A no ser que quieran que su amada señora siga viva, nos dejarán salir tranquilamente —amenazó sin titubeos. La menor se colocó atrás de él tomándolo de su ropa, diciendo si nombre con voz temblorosa—. Tranquila niña. Vamos a...
—¿Amiel? ¿Qué pasa?
El mayor se detuvo, lo que extrañó a la menor y a Hiram, quien estaba rodeado por las criaturas, además sus Dips habían sido vencidos, así que no podía ayudar a su hermano hasta que se encargara de los Drows.
De pronto, Amiel cayó de rodillas.
—¡Amiel! ¡¿Qué sucede?! —pregunta la menor con obvia preocupación.
—No puedo moverme —el mayor cayó por completo al suelo, aunque seguía consiente, con esfuerzo volteó a ver a Astrid—. Desgraciada, esa espada esta envenenada.
—¿Veneno? —la joven se asustó al escuchar eso, y la mujer lo confirmaba con una gran sonrisa sádica.
—Así es, no es como que vaya a matar al instante, pero no podrás moverte.
—Maldición. No puedo ir con ellos si no me ocupo de estos Elfos —el mediano estaba preocupado por su hermano.
Una criatura de aspecto masculino tomó a la menor y la jaló hacia atrás alejándola un poco del mayor, tirándola al piso dejando la vista a la espalda de ese sujeto, a Astrid parada con arrogancia y la figura de Amiel tumbado en el suelo.
—¿Cómo se atreven a lastimar a nuestra señora? —el ser gruñó con desdén.
—Verás, Amiel, no podemos dejarlos marchar con esa humana. Ella es necesaria para que podamos salir de aquí. Así que —la mujer hizo un chasquido con sus dedos en una orden al hombre que alejó a la menor— Egil, mátalo.
—Será un placer —con una enorme sonrisa a la vez que se truena los dedos, comenzó a caminar hacia el mayor.
Hiram pensaba de mil maneras de acabar las cosas, pero se enfrentaba al problema de cómo sacar a su hermano y a la menor de ahí juntos mientras peleaba con los Drows.
Pensaba que quizás debería abandonar a uno y escapar con el otro, pero ¿a quién?
Por un lado, no podía dejar a su hermano, a quien tanto ama y aprecia él y toda la familia, y por el otro lado, dejar a la menor haría que su hermano lo odiara, sin embargo ¿cómo elegir a una desconocida sobre su propia familia?
—Lo siento, hermano —Hiram estaba a punto de tomar a su hermano y huir.
—Ja, ja, ja —carcajeó con descaro—. Voy a gozar tener tu sangre en mis... manos... ¿Qué...? —el sujeto volteó a ver atrás suyo cuando sintió un punzón profundo en su costilla. Hizo una sonrisa forzada— Pequeña perra.
La menor había tomado la espada corta de Astrid, y con ella apuñalo al Drow que iba a matar al mayor. Sin embargo, ahí no terminaron las cosas, la chica sacó la espada y la volvió a clavar tres veces más.
Con esfuerzo, la joven tiró al piso al hombre que la rebasaba en tamaño y se puso encima de él.
Empuñando aquel cuchillo, con furia penetraba la piel del Drow con la hoja afilada, apuñalándolo quince veces sin descanso en el área del pecho mientras ella gritaba de ira.
El hombre agonizaba casi rogando por que la pequeña se detuviese, pero ella no tenía intención de hacerlo. Todos estaban estupefactos, pues nadie creía que esa niña podría hacer lo que estaba haciendo.
El Drow ya no podía emitir un sonido más, la menor decidió dar el golpe de gracia, así que levantó la espada con ambas manos, y con un grito potente dejó caer con rabia la hoja en medio de la frente del hombre.
Jadeaba de cansancio, Amiel se esforzó por levantarse, pero sólo pudo quedarse de rodillas mientras veía con asombro a la menor.
—Sus manos no tiemblan —pensó la mujer con el ceño fruncido, pero sonrisa forzada.
La joven volteó a verla, sacó la espada del cráneo del cuerpo sin vida del hombre, se levantó dejando ver como el vestido blanco yacía sucio y manchado de sangre.
—Niña... —mencionaba el mayor al ver que ella tenía una mirada de odio.
La menor se puso entre Astrid y Amiel, empuñando de nuevo la espada con la cuchilla hacia la mujer.
—¡No se acerquen a Amiel! —replicó la pequeña.
—¿Por qué lo proteges? —preguntó intrigada.
—¿Qué te importa? —respondió borda sin dejar de ver desafiante.
—Maldita —escupió ofendida—. Bueno, sólo necesito tu sangre, así que sólo te mataré ahora.
—¡Niña! ¡¿Qué crees que haces?! ¡Huye! —dice alterado el mayor con desespero.
—¡No! ¡No me voy a ir sin ti!
—¿Qué estás diciendo?
La mujer sacó una de las cuchillas que tenía enterrada y fue corriendo hacia la menor, quien se encontraba firme en no moverse ni un centímetro.
—Maldición —Hiram no lograba acabar con los Drows que le rodeaban, desesperándose por la situación.
Astrid estaba muy cerca, lista para matar a la menor, Amiel se esforzaba en moverse, pero no lo logró, fue entonces que una flecha cruzó la sala dando en el brazo de la Drow.
Todos voltearon a ver a la entrada de la habitación y allí se encontraban Sem, Lena y Amanda, los tres armados con espadas y cuchillos, Amanda tenía además un arco, fue ella quien atinó a la mujer.
—Lamentamos llegar tarde —mencionó Amanda con una sonrisa burlona.
—Si quieren seguir con esto, entonces vengan a nosotros y los mataremos rápidamente —añade Sem enfadado, algo poco común, ya que por lo general se muestra con sonrisa confiada.
En ese momento Hiram aprovechó la distracción para ir con su hermano.
—Sobrino —Lena se acerca a Amiel para auxiliarlo.
—Su brazo fue atravesado por esta espada. Tiene veneno —la chica comenzaba a soltar lágrimas—. Lo hizo para protegerme.
—Descuida va a estar bien. ¿Eh? —la pelirroja se sorprendió al notar la ropa ensangrentada de la menor— Niña ¿estás bien?
—Sí, no es mi sangre.
—Bien Hiram, ayúdame a llevarlo.
—Sí –responde el mediano cargando a su hermano y luego volteando a ver a la menor—. Niña, deja de llorar. Amiel ahora está dormido, pero cuando despierte debes mostrarle una sonrisa. ¿De acuerdo? —ella asiente quitando sus lágrimas y tirando la espada corta— Bien. Volvamos a casa.
—¡Espera! —réplica Astrid casi al borde de la histeria— ¡No puedes irte así nada más! ¡Tienes que liberarnos!
La mayor trató de tomar a la pequeña, pero fue detenida por otro flechazo de Amanda.
—No te atrevas a tocarla —su rostro, aunque dibujaba una sonrisa, las facciones no mostraban ni un sentimiento de que hubiera benevolencia—. No tienes derecho.
La chica estaba confundida por aquellas palabras de esa mujer, pero no le importaba, ya que su prioridad ahora era Amiel.
Hiram entregó a su hermano a Sem para que lo llevara y así él cargar a la menor. Todos fueron dejando el lugar mientras Amanda no dejaba de apuntar con el arco.
Las criaturas iban a intentar ir tras ellos, pero Astrid les ordenó no hacerlo, y dejó que se fueran.
Así, una vez que salieron de la cueva y cruzaron de nuevo la línea de piedras, los poderes de los Antediluvianos regreson a ellos, haciendo que Amiel comenzará a recuperarse, pero lentamente. Aún así seguía desmayado, la menor no podía hacer otra cosa más que rezar por su bienestar.
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