Capítulo 23: Hogar
—Señor Amiel —ella caminaba un poco atrás de él, arrastraba los pies y se esforzaba en no jadear del cansancio.
—¿Qué? Y no necesitas decirme señor —la observó sobre su hombro. Ella tenía los ojos al suelo.
—¿Cómo me dirijo a usted? —subió la mirada, Amiel retiró la atención para ver al frente.
—Puedes llamarme por mi nombre solamente, tampoco necesitas ser tan formal.
—Uhm, de acuerdo. Entonces, ¿Amiel? —el nombrado emitió un sonido de contestación— ¿Cuándo vamos a llegar? ¿Falta mucho?
—Preguntaste eso hace media hora.
—Hace media hora que estamos caminando, estoy cansada —dijo en un tono de suplica—. ¿Podemos descansar un rato?
—Bien —el mayor se detuvo, agachándose un poco haciendo sus brazos hacia atrás—. Sube —ella no comprendía—. Que subas. Te cargaré.
—¡¿Eh?! ¡No es necesario! —menciona avergonzada, moviendo las manos de lado a lado, negando— Sólo con descansar unos minutos podré seguir.
—Eres sólo una simple humana, es normal que estés cansada y no puedas seguir mi ritmo. Así que vamos, te llevaré, llegaremos más rápido.
—¿Estás seguro?
—Vas a hacerme cambiar de opinión.
—¡Lo siento! —apenada se acomodó en la espalda de Amiel, yendo de caballito.
Con la suave brisa del viento soplando, el ambiente era tranquilo y calmado, la joven se sentía feliz de haber encontrado a alguien que no la viera como bruja y que la tratara con amabilidad, así que se aferró un poco más al mayor.
—Amiel —cerró sus ojos.
—¿Ahora qué? —mencionó controlando el fastidio.
—Me gusta como hueles.
—¿Qué? —preguntó desconcertado.
—Tienes un aroma suave y agradable —inhaló su aroma, tranquila.
—¿Acaso eres un sabueso? —volteó un poco para mirarla.
—Guau.
La menor ladró en broma por el comentario del mayor, haciendo que él bufara un poco, poniéndole una pequeña sonrisa en su rostro después de regresar la mirada al frente.
—Amiel. Gracias...
—No tienes que darme la gracias por nada, ibas a ser mi comida antes ¿recuerdas? —la menor no dijo una palabra. Se quedó dormida, finalmente después de tanto dolor, el cansancio la reclamó.
Así, en total calma y en poco tiempo se acercaron a una mansión, dentro de esta, dos personas se encontraban viendo por la ventana en dirección al sendero que seguía Amiel con la chica.
—El joven Amiel ha regresado —menciona un señor, extremadamente educado, quien era el mayordomo.
—Ha pasado un mes —se preguntaba intrigado el otro hombre al observar que el mayor cargaba a alguien. Su porte era duro e imponente, vestido aristocrático al ser el dueño del gran inmueble.
—¿Sucede algo, Señor Lamec?
—En cuanto llegue mi hijo dile que le espero en la oficina —con eso el hombre se retiró inexpresivo.
—Sí, Señor.
Amiel llegó finalmente con la menor todavía dormida en su espalda, en cuanto puso un pie dentro de la casa, el mayordomo lo recibió notando inmediatamente a la joven.
—Bienvenido de vuelta —dijo inquieto por la adolescente.
—Gracias —se detuvo por la intensa mirada sobre la chica—. ¿Qué sucede?
—Joven Amiel, esa muchacha es una ¿humana?
—Así es. Se quedará con nosotros —sentenció yendo a subir las escaleras.
—Joven, su padre lo espera en la oficina.
—Lo veré luego —respondió con desinterés.
—Yo puedo encargarme de la chica.
—No —aseveró sin oportunidad de refutar—. Iré a verlo después de dejarla en la habitación.
Sin más, el mayor se fue subiendo las escaleras entrando a una habitación, con mucho cuidado la sentó en la cama siendo muy cuidadoso de que no cayera de golpe y se despertara, luego la recostó con delicadeza y la arropó, dejándola descansar.
Por unos segundos se quedó viéndola dormir mientras se preguntaba la razón por la cuál no bebió su sangre, y reconsideró sus planes, al menos aplazándolos,
—¿Qué estoy haciendo? Es una simple humana —se regañó antes de bajar las escaleras y dirigirse a la oficina adonde su padre lo esperaba—. Ya llegué —se anunció tocando la puerta.
—Entra —su padre se encontraba sentado en la mesa, hizo una señal indicando a su hijo que se sentara en la silla frente a él—. ¿Quién es esa joven?
—No lo sé —respondió tomando la silla.
—¿No lo sabes? ¿Y la has traído aquí? ¿Cuándo, dónde y cómo la conociste?
—Hoy, en el campo de lirios de araña, iba a tomar su sangre después de evitar que flechas la atravesaran.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—No lo sé. Hay algo que me intriga de ella. Padre, no quiero que nadie intente tocarla.
—Amiel, ella es una humana. Si quieres que se quede, sabes que debes transformarla en una de nosotros.
—Por el momento, ella se quedará así.
—No es común que actúes así, especialmente con los humanos —achicó un poco sus ojos mirándole fijamente—. Muy bien, se quedará el tiempo que quieras. Pero tú eres el único responsable de ella. ¿Entendido?
—Por supuesto. ¿Puedo retirarme? —el contrario aceptó.
Ni una cálida bienvenida de su parte. Bueno, él jamás ha sido así. Pensó el mayor mientras iba a su habitación a cambiarse de ropa, para luego ir a la cocina, encontrando a una mujer muy contenta preparando los alimentos.
—¡Joven Amiel! —mencionó la cocinera— Qué alegría que esté de regreso.
Puede que sólo lo diga ya que es una empleada, pero ella es más emotiva que mi padre, dijo en sus adentros, sonriendo. —Gracias, Amanda. ¿Qué cocinas hoy?
—Tenemos conejo.
—Ya veo, yo ayudaré.
—No, no se preocupe, yo me encargaré.
—Hoy tengo ganas de cocinar, déjame ayudar.
—Muy bien —si algo le gustaba, era poder compartir este tipo de actividades con los demás—. Aquí están los utensilios y los ingredientes.
—De acuerdo —el mayor tomó las cosas comenzando a ayudar—. ¿Y dónde están los demás?
—Fuera, si no hay ningún contratiempo volverán para la cena.
—Ya veo. Por cierto, Amanda, que pongan un plato extra en la mesa.
—¿Uno extra? Sí, está bien, ¿hay un invitado?
—No. Ella vivirá con nosotros a partir de hoy.
—¿Ella? —curiosidad en un principio— ¿Acaso podrá ser...? —sonrió con picardía— Joven Amiel.
—Basta, Amanda. No es lo que siempre me preguntas cada vez que vuelvo.
—¡No sea así! —mencionó la mujer con tono burlón, picándole el brazo con el dedo—. Y bien ¿qué edad tiene su novia?
—No es mi novia.
—Sí, claro —el mayor sólo desvió la mirada, ya que él estaba acostumbrado a que Amanda le preguntara si ya consiguió pareja en cada regreso a la casa—. ¿Y cuantos años tiene?
—Uhm, 17 cre...
—¡¿Qué?! —la mujer no dejó que terminara cuando le dio un sape en la nuca— ¿Acaso eres de esos?
—¡Ya te he dicho que no es mi novia! —replicó poniendo su mano en la cabeza.
—¿Entonces por qué la has traído aquí? —preguntó ignorando lo que acababa de hacer— No será que... ¡¿la embarazaste?! —lo mira con cara de espanto, su boca formaba una O casi exacta.
—¡¿De dónde sacas esas ideas?! ¡Sabes bien que no es posible!
—Pues es raro que traigas alguien así nada más —como si nada, regresó a su actividad de cocina—. ¿Es de algún clan o la transformaste? —él no contestaba ni la volteaba a ver— ¿Joven?
—Es humana —respondió arrugando el entrecejo.
—¿Humana? ¿Has traído a una humana? —preguntó sorprendida— ¿Tu padre lo sabe?
—Se lo hice saber hace poco —subió su vista a la ventana abierta, dejando ver el pasto corto, árboles del bosque y el cielo azul completamente despejado—. Amanda, ella tiene algo especial, y que llama mi atención, por eso soy su responsable —la mujer sólo lo miraba burlona—. Amanda, vamos a hacer la cena.
—Claro —no se dijo más, sólo risillas provocadas por la mujer.
La noche llegó, la chica había dormido profundamente, y ahora con lentitud comenzaba a despertar, pero no estaba sola en la habitación, tres personas estaban observándola, con suma curiosidad.
—Es una humana —mencionó un ser con voz femenina.
—No deberíamos estar aquí, nuestro hermano nos va a descubrir —esta vez era una voz masculina.
—Vamos, Adif, ¿cuándo tienes la oportunidad de estar tan cerca de un humano? —era la voz de otro chico.
Poco a poco la menor abría los ojos para dilucidar a quienes hablaban.
—Ah, ya despertó —mencionó una joven cerca del rostro de la chica, teniendo una larga sonrisa y un enorme entusiasmo—. Hola, humana.
—Eh, ¿creen que podamos beberle la sangre un poco? —dijo burlón, uno de los jóvenes que aparentemente tenía la misma edad que ella.
Un joven de cabello un poco largo y rubio mostró sus colmillos a la chica sólo para asustarla como broma, y efectivamente, la menor se asustó mucho.
—¡Amiel! —pues comenzó a llorar de miedo mientras clamaba por el mayor.
—¿Qué? Oye, espera, cálmate, lo siento.
—¡Jaziel, idiota! ¡¿Por qué tenías que hacer eso?! —regañó el otro chico.
—Era una broma. Ay, chica, lo siento —pero nada de lo que hacían o decían la calmaba.
—Rápido, haz que se callé. Amiel se va a enojar —decía la otra joven.
Mientras tanto, abajo, una pareja y otro joven que tenía la misma edad que Amiel se encontraron con él.
—Sobrino —habló una mujer pelirroja—. Qué bueno que hayas regresado.
—Bienvenido Amiel —dijo el hombre quien era esposo de la mujer.
—Tío Sem, Tía Lena. Gracias, qué gusto volver a verlos.
—Primo, ¿qué tal te fue durante el mes que estuviste fuera de casa?
—Hola, Izan. Fue bueno.
—Ni qué lo digas, has traído a esa humana.
Amiel y su primo Izan no era que se llevaran mal, pero tampoco tenían una buena relación.
—Izan, te lo advierto —el pelinegro incrustaba los ojos filosos en el rostro de su familiar—, esa humana es mi presa.
—¿Presa? ¿En verdad? Pues no deberías jugar con la comida —respondió retador con tono burlón-—. Pero si es así no haré nada, a no ser que ella haga algo que nos perjudique.
—Izan, Basta —mencionó Sem, tratando de calmar el ambiente.
—Lo siento, Tío Sem.
De pronto todos pudieron escuchar el llanto de aquella humana llamando al mayor, a lo que él sin pensarlo dos veces fue en un instante hacia la habitación de la joven. Los tres vampiros lo siguieron, sorprendidos de la veloz reacción de él.
—¡Ya! ¡Shh! Niña por favor. Si... —se detuvo un momento para pensar qué decir— Si no te callas... voy a... ¡Comerte! —terminó de decir Jaziel, en un intento de hacer que la chica guardara silencio.
—¡AMIEL!
La menor gritó más fuerte, lo que asustó a los que estaban con ella.
De repente el mayor entró de golpe a la habitación, con los demás atrás de él.
—¡Niña! ¿Eh? Adif, Adir, Jaziel... ¿Qué están haciendo aquí? —preguntó volteando a ver a la menor— ¿Qué le han hecho a ella?
—Antes que nada —habló el mellizo, Adif, levantando las manos—, yo estuve completamente en contra.
—Traidor —dijo la chica, melliza de Adif.
—Lo siento, Amiel, sólo quería asustarla un poco —añadió Jaziel estando apenado.
—Sólo un poco ¿eh? —mencionó suspirando el mayor— Niña, ya basta, deja de..., ¿pero qué...?
Amiel estaba sorprendido, de hecho, todos ahí lo estaban. ¿La razón? La joven fue corriendo a abrazarlo.
—Dijo que me iba a comer —expresó llorando, aferrándose al mayor, quien no sabía qué hacer.
Amiel no sabía cómo reaccionar, o qué decir, volteó a mirar a sus tíos pidiendo ayuda con su mirada, ellos junto con Izan sólo trataban de contener su risa casi sin éxito.
El mayor sólo rogaba por que lo ayudaran.
Cuando al fin se calmaron, la pareja simuló la situación de Amiel y la menor, con Lena abrazando a Sem, y él acariciando la cabeza de su esposa.
Amiel estaba dudoso de hacerlo, pero igual lo hizo, frotaba con delicadeza la cabeza de la joven, cuando los demás ni creían lo que veían.
La menor dejó de llorar, se estaba calmando, subió la mirada al mayor a la vez que giró su cabeza a un lado. La impresión que tenía Amiel de ella en ese momento era la de un perrito, sintiéndose un poco avergonzado de la situación y la atención que recibía.
—Nadie en esta casa va a comerte. Cálmate —a lo dicho por él, Izan comparó con ironía a su frase anterior, cuando su primo la llamó presa, pero en ese momento distaba de eso. Mordió el interior de su boca fingiendo una sonrisa burlona.
—Pero él dijo... —ella habló la menor refiriéndose a Jaziel, que se encogió de hombros, sonrojado.
—Lo siento —respondió el muchacho dirigiéndose a la chica—, sólo quería asustarte un poco. ¿Me disculpas?
La joven aceptó las disculpas, estaba cohibida y no quería soltar a Amiel que, tras un largo momento en el que supo que ella no se movería, quitó los brazos que rodeaban su torso y se los devolvió a la joven.
—Estás segura aquí, sólo tranquilízate.
Amiel desviaba la mirada a cualquier punto de la habitación como si tuviera desinterés para que los otros no se dieran cuenta de que casi se sonrojaba. Le pidió a todos que se alistaran, pues la cena iba a ser servida.
—Tía Lena, Adir. ¿Podrían guiar a la niña a la ducha?
—Sí, claro, Amiel —respondió la mujer aún riéndose por lo sucedido.
—Claro —dijo la melliza abrazando a la menor con emoción—. ¿Y cómo te llamas pequeña?
La pregunta entristeció a la joven, después de todo ella no tenía un nombre con el cual se pudiera presentar, y el no saber cómo explicarlo tampoco la hacía sentir mejor. La impotencia y la frustración crecía con las incógnitas que a los demás les generaba su desconocimiento.
—Adir —habló el mayor con tranquilidad y algo de tacto—. No la interrogues ahora. Sólo ayudarla a que esté lista, después podrán hablar.
Su hermana asintió y acató lo que su hermano dijo, se mostró afectiva, cariñosa y amigable con la joven que estaba incapaz de saber cómo actuar ante actitudes no amenazantes y hostiles, solo asentía con la cabeza a toda ocurrencia alocada de la mujer vampiro y sonreía débilmente a la nueva experiencia.
La menor observaba todo la habitación, el espacio era más grande que el cuarto de las posadas en las que se quedaba, lo único que superaba tal tamaño eran los establos que de vez en cuando les prestaban o, infragantis se escondían cuando debían extremar el gasto de sus monedas.
—Señorita —la voz era nueva para ella. Se sobresaltó al escuchar los golpecitos de la puerta y que esta se hubiese abierto—. He traído un cambio de ropa para la cena.
—Gra-Gracias —vaciló al ver a una mujer de cabello castaño y corto que le pareció bonita y dulce.
—Aquí tiene —la mujer entregó un vestido blanco en las manos de la nueva inquilina, que le parecía tierna por lo asustadiza que se veía—. Es un gusto conocerla. Soy una criada aquí. Mi nombre es Amanda —el nombre estrujó el corazón de la joven, que no pudo reprimir las gotas de sus ojos, preocupando a la mujer— ¿Sucede algo?
—Mi madre, su nombre es... Digo, era Amanda. Nunca olvidé su nombre.
—Ya veo. ¿Cuándo murió? —preguntó con sonrisa gentil.
—Hoy —la expresión gentil de Amanda se le borró tras la respuesta.
—Yo lo siento mucho.
—No, está bien —dijo poniendo una sonrisa, era débil, pero a la vez transmitía fuerza. Una extraña combinación—. Me alegra conocer a alguien con su nombre —el gesto hizo a la mayor regresar la sonrisa que antes tenía.
—Si puedo ayudarte a llevar tu pésame, cuenta conmigo —mencionó acariciando la mejilla de la menor—. La cena estará servida pronto. Deberías cambiarte y bajar.
—¡Sí! —respondió felizmente la joven.
La mujer se retiró y la menor se cambió la ropa poniéndose aquel vestido. Al mirarse en el espejo le gustó cómo lucía, el vestido era sencillo, pero encantador con las mangas largas a tres cuartos del brazo, y con la falda suelta hasta los tobillos.
Caminó a la ventana y miró al cielo claro y adornando de estrellas.
—Creo que al fin encontré un hogar, mamá.
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