Capítulo 22: ¿Por qué te salvé?
De nuevo en el presente, los humanos estaban sorprendidos tras conocer aquella parte de la vida de 616, Elrick no dejaba de ver preocupado a su amiga, a pesar que no era el único cuyos sentimientos eran visibles.
—¿Así que una Taran? —mencionó Sam con mirada compasiva— Ha tenido una vida difícil.
—Maldición. ¿Están diciendo que no hay forma de ayudarla? —cuestionó el joven poniéndose a un lado de la chica.
—Me temo que así es, chico —respondió la Muerte Azul. Elrick negaba, su sentir de impotencia era palpable.
«Amiel. Neizan» 616 mencionó dos nombres desconocidos para Elrick, él fue el único que pudo escucharlo causándole intriga. Mientras tanto, esa Muerte Negra regresaba a su pasado en sus sueños, recordando lo que había vivido después de haber reencarnado.
Hay dos formas de reencarnación, aquella que tomada por nacimiento y la que es por posesión.
La primera, como su nombre lo dice, es cuando un alma reencarna en un recién nacido, así mientras va creciendo, toma rasgos que tenía en su vida pasada, algunos pueden incluso conservar total o parcialmente sus recuerdos, aunque por lo general lo olvidan.
En cambio, la reencarnación por posesión, es cuando un alma se adueña de otro cuerpo, ya sea que este estuviera vivo o muerto. Por suerte, si así prefieren llamarlo, 616 entró en uno muerto, ya que, de haber tomado posesión de un cuerpo que estuviera vivo, tendría que haber lidiado con el alma a la que le pertenecía el cuerpo.
—**Inaudible** —su madre la llamó, pero la hija no lo escuchó, por lo que intentó otra vez, sin cambiar el resultado. Suspiró y puso una sonrisa—. Hija, vamos.
—Sí —cuando al fin captó el mensaje, se acercó tomando la mano de su madre.
Ya había pasado un año desde aquel fatídico día, madre e hija seguían huyendo, iban de pueblo en pueblo, y nunca se quedaban en el mismo lugar más de una semana, por supuesto, tampoco usaban el mismo nombre. Sin embargo, no importaba cual fuera el que le dieran a la ahora chica de dieciséis años, jamás podía escucharlo. Su madre probó con muchos nombres, pero fue en vano.
—Toma, hija —la madre le entregó un plato de comida, era de noche y se encontraban alojadas en una posada, ellas partirían del pueblo en la mañana.
La muchacha agradeció tomando el plato, pero se quedó en silencio unos segundos. Observó el reflejo en la sopa, buscando ver a través de la imagen, esperando que en cualquier momento, en el instante en que parpadeara o sin darse cuenta, el rostro y los ojos fueran otros, y dejarse de sentir tan extraño. Esto su madre lo notó, y el corazón le dolió de una enorme manera como una herida física.
—Mamá, ¿por qué nunca puedo escuchar mi nombre? —hubo una pausa, una corta, pero pesada— Cuando las personas me lo preguntan nunca sé qué contestar —los ojos de la joven se pusieron vidriosos, y las lágrimas corrieron en sus mejillas.
—Oh, mi pequeña —su voz salió temblorosa y se paró a abrazarla, el corazón de la madre se rompía a la incomprensión de su hija.
—¿Y por qué me veo así? —la niña sollozaba de tristeza, frustrada por lo que ahora estaba viviendo sin entender.
—Estoy aquí, mi niña. Aquí estoy, **Inaudible** —fue imposible que la madre no se uniera al llanto y afianzara el abrazo.
La niña quedó dormida en el regazo de su madre después de tanto llorar. Por supuesto a su madre le dolía verla así. A veces se cuestionaba si hubiera sido mejor no haberla traído de vuelta, pero ya no había marcha atrás, se juró a sí misma que cuidaría a su hija hasta el último de sus días.
Ella sólo conocía ese hechizo debido a que había leído sobre eso en su infancia, su madre sí había sido bruja. Amanda huyó de casa cuando apenas tenía doce años tras descubrir a su madre haciendo un ritual satánico, pues se aterró de lo que observó. Con el tiempo conoció a un buen hombre del que se enamoró y con el que casó, ese hombre había sido el padre de su primer hijo, Azarías. Jamás tuvo quejas, y se sentía amada y protegida.
Con respecto a Iván, Amanda le exigió que no se volviera a acercar a ella o a su hija. Él la conoció debido a que tenía que haber recogido su alma después que muriera asesinada por ladrones, sin embargo, la ayudó ahuyentando a los que le pondrían fin a su vida, cambiando así su destino, todo porque se enamoró de la humana.
Por casi dos años se hizo pasar por un viajero para acercársele, pero cuando la mujer lo descubrió transformando su anillo en guadaña y apareciendo su túnica negra, decidió terminar todo. Le pidió que no se acercará a ella, algo que él aceptó con el corazón roto.
Cuando Amanda supo que quedó embarazada, prefirió guardar en secreto quién era el padre, pero Iván seguía cerca de su amada, aunque se mantenía a distancia y oculto, sin embargo, la pequeña hija podía verlo, y rápidamente se había encariñado con la Muerte, y él con ella.
Todos los días la visitaba y veían juntos las estrellas, también le contaba historias, cuentos y anécdotas, pero jamás reveló que eran padre e hija, y así seguía.
—Mamá, mira, son muy bonitas —la chica vio un campo de flores rojas con pétalos alargados, que encontró en el camino hacia el siguiente pueblo.
Un año más había pasado, aunque la joven seguía sin poder escuchar su nombre, aprendió a vivir con ello, aún solía llorar por las noches por lo mismo de no tener una identidad, pero su madre la tranquiliza durmiendo con ella, arrullando sus sueños.
—Son preciosas —dijo con una sonrisa—. Bien, hija, debo trabajar. Espera aquí mientras termino.
—Puedo ayudarte, así terminas más rápido. Ya soy más grande —la madre rio por su intento.
—No. Tú quédate aquí —aunque triste, ella accedió.
Ambas habían llegado a otro pueblo, la madre hacía trabajos de limpieza para ganar algunas monedas para su viaje. Mientras tanto, la joven paseaba por los alrededores de la casa que estaba limpiando su madre, impresionada del tamaño del hogar casi aristocrático.
—¿Sofía? —una chica de la misma edad se había acercado a ella como si la conociera, con un semblante palidecido como si viera un espejismo— No puedo creerlo. Estás viva.
—¿Quién eres? —observaba confusa a esa muchacha que le miraba con el ceño fruncido.
—¿Quién soy? ¿Acaso no me reconoces?
—Nunca te he visto —se encogió de hombros, incómoda por el escrutinio severo.
—Tienes que estar bromeando. Maldita bruja.
Mientras tanto la madre había terminado de hacer el quehacer por el que fue contratada y pagada por sus servicios, sonreía cordial a la ama de llaves esperando que le pagara.
—Aquí tiene —dijo la señora entregando una pequeña bolsa con monedas en su interior.
—Gracias —mencionó haciendo una pequeña reverencia.
—¡Mamá! —la menor gritaba aterrada porque la joven desconocida estaba encima de ella, tratando de golpearla— ¡Mamá! —chilló más fuerte, llorando.
—¡Hija! —rápidamente la mujer fue y separó a la chica de su hija. Esta se levantó y abrazó a Amanda, temblando como una chiquilla desconsolada.
—¡Ella es una bruja! —ladró con rabia la chica desconocida.
La mujer que había contratado los servicios de Amanda mandó a llamar por ayuda para atrapar a las supuestas brujas, por lo que la madre tomó a su hija y corrieron, logrando escapar de sus perseguidores.
Era claro que no podían quedarse más en ese pueblo, así que iban a huir por el campo de flores que habían visto.
—Mamá, ¿por qué me llaman bruja? —preguntó luego de haber escapado, su pulso seguía acelerado, mirando sobre el hombro el camino que habían recorrido.
—Solo están equivocados —respondió con una sonrisa para tranquilizar a su hija, mientras caminaban por el campo mecido por la suave brisa—. Mira, realmente son muy hermosas estas flores.
—¡Si! —dijo feliz la chica— Mamá.
—¿Qué ocurre, mi niña?
—Estoy feliz de que estés conmigo —su rostro dibujaba esa gran felicidad que expresaba calma, en medio de un mar de tempestuosos perjurios.
—Yo también, mi amor —su inocente hija, que al final terminaba con una sonrisa alegre la motivaba a seguir.
Ambas sonreían y estaban tranquilas, alegremente se estaban alejando del pueblo, y pensaban que por ahora estarían a salvó, como lo habían estado por dos años...
—Hija, ¿qué te parece si vemos las estrellas hoy? —preguntó emocionada.
—¡Si! Creo que se verán mejor en...
La joven frenó de golpe sus palabras y la reciente alegría se esfumó, cuando vio el pecho de su madre ser atravesado por una flecha que no sabía de dónde había llegado, pero que no importaba cuando dio en el blanco indeseado.
—Mamá...
—Hija... —dijo con dificultad la mujer antes de caer al suelo.
—¡MAMÁ! —la chica atrapó a su madre y cayó de rodillas, manchándose con su sangre— ¡Mamá! No... ¡No!
En el pueblo en el que estaban, aquella mujer y la joven que habían visto a la madre e hija avisaron a la Iglesia sobre ellas, a lo que el sacerdote de esta reunió en poco tiempo a veinte arqueros dispuestos a seguir las ordenes de Dios.
—¡Señor! Hemos dado a la mujer —informó uno de ellos.
—Bien, ahora procedan a disparar a la chica —ordenó el padre sin titubear.
—Pero es una niña —dijo dudoso el capitán, observando a lo lejos los cuerpos abrazados, y escuchando levemente el llanto que era arrastrado por el viento.
—Es una bruja —corrigió el hombre con desdén y mirada fulminante al arquero que dudaba—. Haz lo que se te ordena.
—Sí, señor —con temor, el hombre acató y ordenó a sus subordinados apuntar para disparar todas las flechas a la vez.
—Hija... —la mujer, débil, se despedía de su pequeña. En las comisuras de sus labios resbalaba la sangre— Lo siento. No podré ver las estrellas contigo.
—No importa, mami. Arriba, hay que irnos, por favor —sonreía con lágrimas corriendo, intentaba hacer que su madre se levantara jalándola mientras temblaba.
—Tienes que irte. Debes seguir tú.
—¡No quiero! —pero ya no podía mantener esa expresión desesperada en su interior, aunque la sonrisa no la borraba. Fuera porque creía que inútilmente quería transmitir que todo saldría bien, o fuera porque era una expresión que hacía sin darse cuenta— ¡No si no estás conmigo! ¡Arriba, mamá!
—Siento —respiró con dificultad para continuar— no haber podido hacer más por ti... Ni siquiera pude darte un nombre.
—Mamá, por favor —retiraba los cabellos rebeldes del rostro de su madre, palpando con la más grande delicadeza el rostro.
—No guardes rencor —su fuerza le faltaba—. Te amo... —su voz casi no se escuchaba— Mi pequeña **Inaudible**
La mujer cerró los ojos, su vida se terminó, y a su lado, su hija lloraba, llamando a su madre.
—¡Mamá! ¡Despierta! ¡Esto no es divertido! ¡Debemos irnos! ¡Levántate, abre los ojos!
—DISPAREN —ordenó el hombre, y todas las flechas salieron.
—Mamá, por favor, no me dejes sola —susurró con un chillido abrazando fuertemente el cuerpo sin vida de su madre, manchándose con su sangre.
Del cielo una lluvia de flechas caía hacia la chica, quien atónita no se alejaba de ahí. Con los ojos cerrados del miedo y la negación, sollozaba en medio del campo de lirios rojos con la brisa del viento y el sonido de las saetas cortando el aire.
Dios, ayuda.
Las flechas cayeron incrustándose en el cuerpo, sin embargo, este no fue el perteneciente de la joven.
—Ni siquiera una pizca de piedad para una niña —hubo un gruñido—. No se puede esperar nada más de los humanos.
La pequeña abrió sus ojos y vio a un sujeto de cara a ella, quien había dado la espalda protegiéndola de las flechas. Lo primero que notó fueron esos ojos oscuros, casi tanto como una noche sin estrellas, más por el sentimiento de oscuridad proveniente del hombre que por color de los ojos.
Ella estaba sorprendida, pues el hombre se levantó como si nada, como si no tuviera veinte flechas incrustadas en su cuerpo, como si no sintiera dolor, y, además, no sangraba.
—Ahora vuelvo —agregó el extraño después de sacar las saetas, habiéndose ido en un momento de la vista de la menor cuando ella parpadeó.
El sujeto llegó hasta donde se encontraban el padre y los arqueros, todos los presentes no tenían palabras para describir el terror que un solo hombre provocaba en ellos. No pasó mucho tiempo cuando en un instante los veinte arqueros fueron ejecutados por el extraño, y sin haber sufrido ningún rasguño. Sólo dejó vivo al hombre de fe, a quien lo arrastró ante la chica que estaba llorando abrazando el cuerpo sin vida de su madre.
—Aquí tienes —el extraño tiró al padre al suelo, clavando un cuchillo cerca de la muchacha, que lo miró extrañada, pues no entendía a lo que el hombre se refería con lo dicho—. Toma tu venganza —los ojos de los humanos se abrieron con impresión.
¿Venganza? Sería normal y justo quizá. Ellas no habían hecho nada y sin embargo siempre fueron tratadas como algo malo. La joven miraba el cuchillo considerando usarlo contra la persona que provocó la muerte de su madre. Con duda acercaba su mano temblorosa para tomar el arma, su respiración se aceleraba al igual que los latidos de su corazón, fue entonces que se detuvo y alejó su mano, regresándola para volver a aferrarse a su madre.
—¿Qué sucede? Vamos, tómala y haz que este tipo pague por haber... —se vio interrumpido por la exclamación de la menor.
—¡No! —sus ojos los apretaba con fuerza, sus brazos no disminuían el abrazo al cuerpo inerte— No —repitió con suavidad en su voz, llorando nuevamente por su madre—. Ya se ha derramado mucha sangre. No más.
—¿Por qué no? Te arrebataron a alguien que amabas.
—¡No voy a suplicarles por mi vida, inmundos monstruos! —escupió el sacerdote con veneno.
—Será mejor que te calles —advirtió el extraño con una mirada gélida, haciendo que el hombre se mantuviera callado del miedo—. ¿Y bien, niña? ¿No lo odias por quitarte a tu madre?
—Mentiría si dijera que no —ni siquiera se movía.
—¿Entonces por qué no lo matas? —y él no dejaba de mirarla.
—Mamá me pidió que no guardara rencor. Ella no estaría feliz si le quitara la vida a alguien —el extraño la miró con conmiseración—. Váyase —mencionó dirigiéndose al padre.
Un momento de silencio yacía en el campo de flores de pétalos ondulados color rojo brillante. El padre observaba el cuchillo clavado en la tierra, apresurado lo tomó para balancearse sobre la menor y matarla.
—¡En el nombre de Dios!
Gritó con iniciativa asustando a la joven, sin embargo, su pecho fue atravesado desde la espalda por la mano del hombre misterioso, manchando un poco más con sangre el rostro de la chica, cuya mirada se perdió en los ojos pavorosos del humano.
—Ustedes no aprenden, ¿verdad? —el desagrado en el desconocido era fácilmente visto en su rostro y voz— Ella te había dado otro día más de vida, ¿y así le pagas? Pues bueno, lamento decirte, que yo no soy misericordioso.
Con brusquedad sacó su mano ensangrentada extrayendo consigo el corazón. El cuerpo del religioso cayó con peso muerto, regando el liquido rojo en el suelo, y el hombre (si es que podía llamarlo así) soltó el órgano mirando a la chica, quien quedó sin habla ante lo que vio. Por la impresión, la menor se desmayó.
La chica despertó desorientada debajo de la sombra de un árbol, sus ojos se acostumbraban a la luz del mediodía cuyos rayos del sol se colaban entre los huecos de las hojas. Volteó su cabeza a un lado y vio el cuerpo de su madre junto a ella. Amanda tenía una expresión de suma tranquilidad en el rostro. Las lágrimas de la muchacha volvieron a salir, pero esta vez se quedó en silencio.
—Al fin despiertas —mencionó el hombre extraño, a lo que la joven volteó al lado contrario. Se encontraba recostado en el tronco, con la vista al frente sin aparente emoción.
Ahí recordó lo que sucedió con el padre, pero poca importancia le dio.
—Lo mataste —su voz débil salió casi para musitar. Él confirmó quedando un momento de silencio, pero no del viento moviendo las hojas.
—¿Me odias por eso? —le escaneó la reacción.
Ella negó con la cabeza. El viento fresco corría por el campo mientras la chica veía al cielo hasta que poco a poco sus lágrimas pararon.
—¿Ya te has calmado? —ella asintió incorporándose hasta sentarse, sus piernas estaban extendidas, miraba el polvo y la sangre seca en su vestido con rasgaduras— Eres demasiado blanda —agregó él, mirándola con la vista al suelo.
—Lo siento, y gracias.
—¿Por qué? —preguntó levantándose, yendo hacia la joven.
—Por salvarme la vida —intentó sonreír dejando apenas una diferencia de labios planos.
—Yo no salvé tu vida —dijo haciendo que la joven lo mirara con confusión—. Al menos no por simpatía.
La menor fue empujada al suelo por el hombre, que con sus manos la sujetó de las muñecas, inmovilizándola y poniéndose encima de ella.
—Sólo no iba a dejar que aniquilaran a mi presa —explicó el extraño dejando visualizar sus colmillos.
—¿Eres un vampiro? —preguntó incrédula. Había escuchado rumores y cuentos de esos seres, le aterraban cada que las escuchaba, y pensaba que eran verdad.
—Así es, niña —el sujeto se inclinó hasta llegar al cuello de la joven con intención de beber su sangre, pero se detuvo antes de clavar su mordida, pues la menor estaba inmóvil—. ¿No vas a rogar por tu vida?
—¿Qué caso tiene que lo haga?
—¿Qué caso tiene? —preguntó levantándose para mirar a la chica sin soltarla de sus muñecas, pero fue sorprendido al ver que en el rostro de ella había una sonrisa— ¿No tienes miedo de morir?
—No, ya no. A decir verdad, es mejor si lo hiciera —mencionó volteando la vista a su madre fallecida—. A la única persona que le importaba ya está muerta.
—¿Sólo por eso vas a abandonar tu vida?
—¿Vida? —regresó a posar sus ojos en los de él, había ironía y compasión en su propia mirada— Durante siete años habíamos estado huyendo de pueblo en pueblo, no nos acercábamos a las ciudades por temor a ser descubiertas. Las personas nos llaman brujas sin serlo, y a mí me dicen que soy pecado, que debo morir —su mandíbula temblaba por la negación de que querer llorar de nuevo, cosa que no conseguía, pues las lágrimas rebeldes salían—. Incluso si no muero ahora pronto lo estaré, ya sea de hambre o que la Iglesia me atrape y me mate de nuevo.
—¿Te mate de nuevo? —esa parte le hacía ruido en su cabeza, musitó sin ser escuchado, la acción más bien fue solo mover los labios.
—Mi madre era todo lo que tenía. No tengo un hogar al cuál volver ni lugar a dónde ir, no hay nadie más que esté esperando mi regreso —se había dado por vencida, dejó salir las lágrimas, pero se negaba a soltar su voz—. Hasta mi hermano me odia y dice que nunca debí haber nacido.
Así que está completamente sola, pensó el vampiro sin expresión en el rostro.
—Ni siquiera tengo un nombre propio, jamás he podido escucharlo. Así que ¿cuál es el motivo de seguir viva si sólo tengo que esperar a que muera o que me maten? —elevó su voz en reproche de su destino.
—Tienes razón, sólo eres una humana sin valor alguno. Tan miserable y abandonada por su especie —dijo soltando las muñecas de la joven, poniéndose de pie.
La chica lo miraba extrañada ¿Por qué se alejaba de ella? ¿Acaso no iba matarla? Y su sorpresa aumentó cuando el hombre le extendió la mano con un «Vamos»
—Dijiste que no tienes ningún lugar al cual regresar. Así que vendrás conmigo.
—¿Por qué? ¿No ibas a beber mi sangre?
—Esa era mi intención.
—¿Y por qué cambias de opinión?
—No lo sé —subió y bajó los hombros, como si no tuviera importancia—. Supongo que sólo tengo curiosidad.
—¿Curiosidad de qué?
—No eres como el resto de humanos que he visto. Hay algo en ti que me intriga —el viento volvió a soplar con calma, como si eso fuera alguna clase de resolución a las dudas que se atisbaron en la mente de la chica—. Dijiste que no tienes nombre ¿no es así? —ella asintió— No esperes a que te dé uno.
—Está bien —no sabía qué más contestar. Sólo tomó la mano del mayor quien la ayudó a levantarse.
—Vamos —repitió con la intención de irse de una vez.
—Espere... —él la miró inexpresivo—. No puedo dejarla aquí —dijo viendo a su madre.
—¿Quieres enterrarla?
—¿Puede esperar? —el hombre sólo soltó un suspiro aceptando a su petición.
La chica cavaba con sus manos una tumba al lado de aquel enorme árbol, el mayor al verla esforzándose suspiró, y la ayudó a cavar para terminar más rápido e irse. Después de enterrar el cuerpo de su madre, la joven rezó un momento.
—¿Terminaste?
—¡Si! —respondió feliz viendo al extraño, algo que a él le sorprendió por el hecho de que hace poco no dejaba de llorar.
Ambos comenzaron a caminar y la chica veía al hombre con curiosidad.
—¿Puedo preguntar algo?
—¿Qué cosa? —dijo con aparente desinterés.
—Si eres un vampiro ¿por qué puedes caminar bajo el sol?
—Tengo un amuleto que me protege.
—Oh... ¿Y puedes transformarte en murciélago?
—No.
—¿Puedes hipnotizar a las personas si los ves a los ojos?
—No.
—¿Es verdad que no soportan el ajo?
—Niña, haces muchas preguntas —exhaló un poco irritado, pues en cada pregunta ella no dejaba de verlo ni un instante—. Y no, el ajo no puede hacer nada contra nosotros. ¿De dónde sacaron esa absurda idea? —ella alzó y bajó los hombros en respuesta de no saber.
—¿Y duermen en ataúdes?
—¿Por qué mejor no nos mantenemos callados todo el camino?
—Uhm... Está bien —pero eso no duró mucho cuando la menor quiso preguntar una cosa más—. Eh, señor.
¿En serio?, se quejó en sus adentros deteniendo su avance —Niña, estoy comenzando a creer que mejor te hubiera comido —un poco preocupada, la chica lo miró a los ojos. Él simplemente soltó un suspiro—. ¿Qué quieres decirme?
—Es la última pregunta, se lo prometo.
—Bien, dímela.
—¿Cuál es su nombre? —él se sorprendió un poco, pero comprendiendo.
—Amiel —dijo lento, con un tono de melancolía.
—Es un gusto conocerte Amiel. Gracias por salvarme —dijo regalándole una gran sonrisa.
Al mayor le asombraba que esa humana pudiera reflejar esos gestos ante él, sobre todo, porque no creía que alguien pudiera sonreír de esa manera en ese mundo podrido en el que vivían, incluso después de sufrir tanto como esa niña había sufrido.
¿Por qué te salvé? Y... ¿Qué es lo que me detiene de matarte?
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