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Capítulo 21: Taran

11:15 p.m. El Padre Sam había llegado a la casa de Elrick, quien le explicó la situación y sin dudas accedió a ayudar a la Muerte. Junto a los monjes estaban haciendo cánticos y quemando incienso en la habitación.

—Ayuda a esta alma, tu hija, y otorgarme el poder para hacer lo mismo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén —dijo Sam, en un susurro y una persignación.

Los monjes sostuvieron a 616 mientras que el padre tomaba la flecha con ambas manos, y jaló. Sacarla era más fácil, pero aún dolía, pues ella apretaba las sábanas de la cama mientras contenía lo más que podía sus ganas de gritar, y su cuerpo temblequeaba por la dolencia física.

—Lo estás haciendo muy bien, mi amiga. Pronto terminará esto.

Todos estaban presentes en la habitación, los amigos de la joven sólo podían ser espectadores. Las Muertes y el Cadejo estaban visibles para los humanos. Finalmente, el sacerdote pudo sacar la flecha completamente, lo que alegró a los preocupados , sin embargo 616 se desmayó. Leila se acercó y comenzó a curarla, la herida se fue cerrando poco a poco, pero parecía que no despertaría, era como si hubiera caído en coma.

—¿Ella va a estar bien? —preguntó Elrick, evidentemente alterado.

—Físicamente sí, pero su mente está hecha un lío —Leila volteó bocarriba a su amiga una vez la curó.

—¿Qué significa eso? —él obtendría su respuesta, pero no por ninguno de los que se encontraban ahí inicialmente.

—Que podría no despertar nunca —se escuchó una voz y de pronto un portal se abrió, del cual, dos entes salieron. Uno era Esteban, la Muerte Blanca con numeración 1, y el otro un hombre moreno con ojos azules y alado, un ángel.

—No... —dijo en un aludido el muchacho, que palideció por lo mencionado y la aparición de la Muerte 1.

—Esteban, Gamal —dijo Gon poniéndose a la defensiva.

—Tranquilo, Cadejo —habló Esteban, condescendiente.

—¿Por qué están aquí?

—616 fue secuestrada por Antediluvianos y resultó herida. Además, se involucró con un humano a quien le cambió su destino. ¿Crees que nos quedaríamos de brazos cruzados?

—¡Ella ahora no está bien! ¿Podrían esperar al menos a que se recupere? —mencionó Elrick casi cayendo en llanto— Por favor —Esteban soltó un suspiro, vencido.

—No estamos aquí para reprenderla. Vinimos porque nos preocupa.

—Es bueno saber eso —agregó el Padre con tono de alivio.

—Sam —habló Gamal con tranquilidad—. Le agradezco por ayudar a nuestra compañera.

—Para nada, ella es mi amiga. Es un honor estar en presencia ante un ser de luz —él y los monjes hicieron una pequeña reverencia.

—Disculpen —Elrick estaba preocupado por las anteriores palabras de la Muerte 1—. ¿A qué se refieren con que podría no despertar?

—Ella ha peleado y ha sido herida con armas malditas —continuó el ángel viendo con conmiseración a la chica—. No ha tenido tiempo de recuperarse cuando ya estaba siendo lastimada nuevamente, sin mencionar las provocadas por la batalla que tuvo con los Devoradores de aquel edificio que se incendió.

—Pero ¿qué tiene que ver con su mente?

—Las Muertes Negras son quienes peor la pasan —prosiguió Esteban, con mirada fija e intensa en 616—. Tener que ver morir a los humanos o batallar con entes malignos como los Devoradores o demonios, muchas veces causan en ellos aflicciones, lo que ocasiona que sus mentes se fracturen. Y si eso pasa, alguien más toma su lugar como una Muerte nueva.

—¿La reemplazan?

—Así es. Hace más de ochocientos años que ella tomó el lugar de la Muerte 616.

—¿Qué le ocurrió a la anterior Muerte?

—Desapareció. Y si ella no despierta antes de medianoche, desaparecerá.

—¿Entonces cómo hacemos que despierte? —su respiración comenzaba a acelerarse junto al apretar de sus puños.

—Alguien tiene que hacerla despertar. Llamándola por su nombre, alguien a quien ella aprecie.

—Bien, entonces Gon debe hacerlo, ¿no? —el joven miró al Cadejo con alivio, quien estaba parado al lado de la cama.

—Tendrías que hacerlo tú, Elrick —dijo el can.

—¿Yo? —estaba confundido.

—Sí, ella te estima mucho. Parece que tienes algo especial que vio en ti.

—Pero aun así yo no sé su nombre. Ella no me lo ha querido decir —se detuvo a pensar un rato—. Bueno, no hay problema, díganme su nombre. Intentaré llamarla.

Por un momento todos se mantuvieron en silencio, los humanos presentes no entendían el porqué de la ausencia de las palabras de los seres del otro plano.

—¿Qué pasa? —preguntó Elrick, confuso e irritado.

—No podemos decirlo —respondió Leila con ojos llorosos.

—¿No pueden? ¿De qué están hablando? ¡No podemos perder tiempo! Si le prometieron algo como no revelar su nombre, estoy seguro que entenderá que fue para salvarla.

—No se trata de eso, niño —añadió Esteban—. Ninguno de nosotros conoce el nombre de 616.

—¿Qué? ¿Qué no saben su nombre? ¿Qué carajos están diciendo?

Nadie hablaba, Gon hacia un leve chillido, las Muertes Ámbar y Azul tenían una mirada de tristeza.

—¿Es enserio? ¿Acaso no son sus amigos?

—Ni siquiera ella misma conoce su nombre —reveló Gamal, afable.

—¿Ella no sabe su nombre?

—Fue una Taran. Almas en pena de niños que murieron sin bautizar y se quedaron en la Tierra.

Los Taran no son peligrosos, al contrario, son tiernas entidades que pueden llegar a ser molestas si lloran mucho. Sin embargo, su sufrimiento no se debe al hecho de que no pudieron ser bautizados o a que no pueden ir al paraíso, se debe a que no conocen su nombre real. La única forma de calmar a un Taran, es dándole un nombre que les guste y decírselo con gentileza.

—Esperen. ¿Almas de niños que murieron sin bautizar? Están hablando como si 616 hubiera sido una... —el muchacho miró a la joven durmiente, sintiéndose desconcertado— humana.

—Todas las Muertes estuvimos vivos alguna vez —dijo la Muerte Azul—. De hecho, los humanos son los únicos que pueden convertirse en Muertes —las miradas impresionadas no faltaban, menos cuando estaban cargadas de interés, especialmente la de Elrick—. Así es, todas las Muertes fuimos humanos que morimos sabiendo que perdimos la vida.

—Un momento, esto no tiene sentido, si ella olvidó su nombre porque era niña cuando murió, ¿por qué luce como alguien de mi edad? ¿Por qué ella es la única de ustedes que olvidó su nombre?

—Porque a diferencia de ella, nosotros morimos de adultos. Y con respecto a su apariencia madura, se debe a que ella reencarnó en un cuerpo que tenía esa edad.


**Año 1182**

Una mujer de treinta años de tez humilde daba a luz a una niña que nació con excelente salud. La madre vivía en una granja junto a su hijo de quince años de nombre Azarías.

—Azarías, hijo, ven, acércate, ella es tu hermanita.

Ella es pecado. Pensó el muchacho.

El hijo mayor y su hermanita compartían a la misma madre, pero no al mismo padre. El progenitor de Azarías había muerto hacia cinco años a causa de un asaltó. Ladrones lo emboscaron para robar sus pertenencias cuando regresaba de vender sus cosechas en el pueblo más cercano, ese día su hijo lo acompañaba, y vio cómo mataban a su padre.
Tres años después del incidente, su madre se enamoró de un viajero que pasaba por ahí y entabló una relación con él, del cual nació esa pequeña niña.

—¡Azarías! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Suelta eso! —la mujer estaba asustada, pues encontró a su hijo con un cuchillo en la mano tratando de clavárselo a su hermana recién nacida.

—¡Ella debe morir! ¡Es pecado!

—¿Qué estás diciendo? —logró quitarle el cuchillo y le dio una bofetada— Hijo, lo siento.

—¡Te irás al infierno! —diciendo eso, el muchacho salió corriendo de la casa, con lagrimas de furia.

—¡Azarías! ¡Vuelve!

La mujer cargó en brazos a su pequeña para tranquilizar su llanto, luego salió a buscar a su hijo. Con eso llegó la noche y el chico no aparecía, decidió volver a la casa y rezó por el bienestar de su hijo, quien había escapado de casa.


**Año 1184**

Así, dos años pasaron. Dos años en los que la madre no dejó de buscarlo y dos años en los que cuidó de su pequeña hija, sola, pues aquel hombre del que se enamoró, se había ido antes de que la mujer supiera que estaba embarazada.

—¿Qué haces, mi pequeña? —dijo la mujer abriendo la puerta de la habitación de su hija— Ya deberías estar dormida.

—¡Mami! —gritó la niña felizmente mientras estaba sentada frente a la ventana, viendo al cielo estrellado.

—Dios, en verdad te gustan las estrellas ¿verdad? —la mujer cargó en brazos a la menor, le hizo cosquillas y luego la llevó a la cama— Vamos a dormir. Y no vuelvas a bajar de la cama.

La mujer arropó de nuevo a la niña, la cual se acomodó para dormir. Una vez la madre salió, la niña se levantó, bajó de la cama y se volvió a sentar a observar las constelaciones. La madre rio para sí misma. Eres igual que tu padre, pensó sonriendo al verla tan encantada con la vista al cielo.

Al día siguiente la mujer fue al pueblo con su hija, ahí se enteró que la iglesia estaba cazando a aquellos que practicaban la brujería y artes oscuras. En un momento no le pareció malo, pero conforme pasaba el tiempo, se daba cuenta que muchas veces ejecutaban a personas e incluso animales por cuestiones que eran ridículas.

Un día mientras regresaba de paseo con su niña, alcanzó a ver cómo un humo negro provenía de la dirección en la que se encontraba su casa. Cargando a su hija en brazos, corrió hasta ahí, pero se detuvo entre los matorrales, pues veía cómo hombres quemaban su hogar, y reconocía que eran personas que servían en la Iglesia. Al parecer, alguien la había acusado de brujería.

—¿Mami?

—Shh... Tranquila, mi niña. Todo va a estar bien —la mujer decidió huir y llevarse a su hija con ella.

Durante cinco años se mantuvieron escondidas, huyendo y cambiando sus nombres para evitar ser descubiertas. La niña crecía feliz al lado de su madre, y aunque ya no recordaba cuál fue su primer nombre, no le importaba ya que sabía quién era su madre.

—¡Mía! No te alejes mucho.

—¡Sí, mamá!

La niña, ahora de siete años, corría feliz por el campo revoloteando por todos lados. Esta vez su nombre era Mía, y su madre se hacía llamar Clara.

—Mi niña, escucha. Hoy debo ir al pueblo en la noche. ¿Puedes quedarte sola esta vez?

—¿No puedo ir contigo?

—No, mi niña. Hoy no puedes.

—Uhm... Está bien —dijo abrazando a su madre.

—Bien, no olvides rezarle a Dios antes de dormir. Y no te quedes tan tarde despierta viendo las estrellas.

—Rezarle a Dios antes de dormir, de acuerdo —ella sonreía inocente.

—Y no dormir tarde viendo las estrellas —repitió la última frase esperando que su hija lo comprendiera.

—Rezar mucho a Dios —pero ella sólo repetía lo primero.

Un pequeño momento de silencio se instaló, lapso en el que ambas se miraban sonrientes y rompieron en risas.

—Sólo no te quedes hasta la madrugada.

Con una emocionada afirmación al anochecer, la madre salió de la casa y su hija la despidió hasta que ya no la visualizo más. Después la pequeña cerró la puerta y esperó en la ventana hasta que vio la primera estrella.

—¿Estás ahí? —dijo buscando algo en la habitación.

—Sí, aquí estoy —una voz gruesa se oía desde una esquina que estaba oscura.

—¿Qué historia me contarás hoy? —preguntó con una enorme sonrisa feliz acercándose al extraño ser.

—Uhm, veamos —algo salió de la sombra, un ser con guadaña y túnica negra—. ¿Qué tal la historia de una bestia feroz y una pequeña niña?

Era la Muerte, quien convirtió su arma en un anillo, dejando sus manos libres con las que cargó a la pequeña en brazos y se sentó con ella frente a la ventana, mientras le contaba una anécdota sobre un Devorador y una niña. Una Muerte que hacia tiempo la visitaba y daba un poco de su tiempo a la pequeña curiosa, y que alegremente le relataba un cuento o historia en cada encuentro.

—Esas cosas deberían desaparecer —dijo la infante con algo de enojo.

—No, mi niña. No está bien que hables así —mencionó la parca de forma amable, sintiendo ternura por el limitado entendimiento infantil.

—Pero son malos —el hombre negó sonriendo gentilmente, comprendía el criterio inocuo del bien y el mal de la jovencita.

—Ellos no tienen conciencia, por lo que lo hacen sin saber, es por eso que los libero.

—Uhm... Por eso son malos —la mente infantil sentenciaba con brazos cruzados. El mayor rio.

—Aún eres muy joven. Lo entenderás cuando crezcas —empezó a hacerles cosquillas, por lo que la menor carcajeaba pidiendo piedad—. ¿Y cuál es tu nombre ahora?

—Esta vez soy Mía —dice sonriendo ya calmada—. Y mamá es Clara.

Ya se han cambiado el nombre trece veces, pensó entristecido y preocupado observando que la niña se mecía en el regazo como si estuviera impaciente, pero solo era su viva alegría.

—Señor Iván, ¿pasa algo?

—No, no pasa nada —mencionó devolviendo la sonrisa—.  Ya es tarde, debes ir a la cama.

—¡No! Quiero seguir viendo las estrellas —el contrario rio bajo.

—Debes dormir. Se lo prometiste a tu madre.

Haciendo un pequeño puchero, la chiquilla asintió y se levantó yendo directamente a la cama, sin embargo, en vez de subir, se puso de rodillas y juntó sus manos.

—Querido Dios, gracias por un día más de vida, por favor, protegeme a mí, a mamá, al señor Iván y a todo el mundo —el mayor curveó sus labios por la ternura que le causaba—. Y también danos un poco más de dinero, por favor. Amén —después se persignó y subió a la cama, Iván la arropó y se sentó a un lado.

—Mía, no deberías pedir cosas materiales.

—Lo sé, pero... —bajó la mirada entristecida.

—¿Pero?

—Mamá se esfuerza mucho por conseguir algunas monedas, le pedí que me dejara ayudarla trabajando, pero dice que soy muy pequeña todavía para trabajar. Todos los días al despertar le rezó a Dios para crecer rápido y así ayudar a mamá.

—Ya veo —acariciaba su mejilla con delicadeza, mirándola con más terneza.

—Últimamente mamá llega tarde del trabajo. Hoy dijo que quizá no vuelva hasta mañana —subió a ver a los ojos al mayor—. Sé que no debo pedir cosas como dinero, pero no sé de qué otra forma ayudar a mamá. ¿Está mal lo que hice, señor Iván?

—No, mi niña. Eres una buena persona —dijo acariciando la cabeza de la menor, aliviando la pequeña preocupación de la niña—. Estoy seguro que Dios está feliz de tener a una hija tan gentil como tú. Ahora duerme.

—¡Ah! ¡Es verdad! —el mayor la miró expectante por la repentina explosión de energía— Señor Iván, mamá dijo que mañana me va a bautizar —ensanchó su sonrisa.

—¿En verdad?

—¡Si! En el lago que está aquí cerca. Dijo que es una forma de estar más cerca de Dios y que además tendré un nombre real.

Cuando se nace, a los niños se les da un nombre con el cual se identifica, aunque se podría decir que no es un nombre oficial, ya que la identidad de las personas se van formando conforme crecen.
Por eso sí un niño que no fue bautizado logra llegar a la edad adulta o tan sólo llegar a la adolescencia, este puede pasar a su destino debido a las acciones que realizó hasta el día de su muerte, debido a que se ha formado su identidad con el nombre con el que creció. Pero si la persona muere en su niñez sin haber recibido el sacramento del bautismo, entonces ese infante no puede ir al paraíso, y queda sin nombre, sin identidad.

—Eso es maravilloso —mencionó feliz la Muerte.

—¡Si! —contestó la niña que irradiaba alegría, acurrucándose con su manta.

—Bien, entonces, buenas noches —dijo Iván con una leve risita, a lo cual la niña cerró sus ojos y se dispuso a dormir, hasta que finalmente lo hizo, dándole la oportunidad a la Muerte de que sus ojos rojos brillaran para ver el tiempo de vida de la pequeña. Apretó los puños de la impotencia y la frustración a ver que no le quedaba mucho.

La madre de la niña salía de una casa, tenía puesta una capa con capucha ocultando su rostro, había ejercido un trabajo por el cual fue bien pagada, uno que no era de admirar y que le daba vergüenza hacer, pero que ejercía para mantener a su hija: la prostitución.
Después de eso, la mujer se retiraba para ir a casa, pero en el camino chocó con un joven de veintidós años. Era un Padre, muy joven para serlo, sin embargo, lo era.

—Fíjese por dónde va —recriminó el hombre con enojo.

—Disculpé, no vi por dónde iba —la mujer alzó la vista y reconoció a ese joven—. ¿Azarías?

—¿Madre? —dijo en un aludido de asombro al encontrarla viva.

—¡Mi hijo! —se colgó abrazándole— ¿Dónde habías estado?

—¿Qué haces? —sin embargo, el chico alejó a su madre y observó alrededor con escrutinio— No puedes hacer eso. ¿Qué pasará si descubren que eres... mi madre? —esto último lo dijo con desprecio, lo que obviamente a la mujer le dolió.

—¿Por qué te fuiste? —pero prefería hacer caso omiso para no empañar su alegría de verlo bien.

—Shh. No podemos hablar aquí —el chico tomó a su madre del brazo y la llevó dentro de la Iglesia—. ¿Qué haces aquí?

—Trabajo para mantener a tu hermana.

—¿Hermana? Esa cosa no es mi hermana. Y tú ya no eres mi madre.

—¿Cómo puedes decir eso? —el dolor le penetraba en el corazón— Somos tu familia, tú eres mi hijo, te llevé en mi vientre.

—¿Dónde te estás quedando?

—¿Qué?

—Dímelo. ¿Dónde estás viviendo con esa cosa?

La mujer estaba asustada, no reconocía a su hijo y sentía que nada bueno tenía en mente por la forma en que él hablaba hacia su hermana. Se comenzó a alejar y luego corrió saliendo de la Iglesia. Azarías intentó alcanzarla, pero fue inútil, la había perdido. La de ahora de nombre Clara llegó a casa, con brusquedad entró a su hogar y cerró la puerta, en medio de la sala se puso de rodillas y comenzó a orar. No se preocupó demasiado por que su hijo supiera de la cabañita rentada en la que estaba, hacia poco que habían llegado y así se iría al día siguiente después de que bautizara a su hija.

La niña se despertó por el ruido y fue a ver qué pasaba.

—¿Mamá? —susurró adormitada frotando sus ojitos— ¿Qué pasa?

—Mi niña —la mujer se levantó y fue a abrazar a la menor.

—¿Por qué lloras? ¿No conseguiste dinero? —preguntó inocente respondiendo el gesto.

—Ay, mi niña, no pasa nada. Oh, es verdad, no pude pasar por tu traje blanco. No se si pueda comprarlo para mañana —ese detalle le preocupaba.

—Si es por eso no creo que importe. Siempre me dices que Dios es un ser compensivo.

—Se dice comprensivo —soltó un risita corrigiendo a su hija mientras se secaba las lágrimas.

—Eso. Mientras hagamos las cosas con fe, él estará feliz ¿no? Así que creo que puedo ser bautizada con la ropa que tengo puesta —agregó inocentemente haciendo sonreír a su madre.

—Eres una buena niña. Vamos a dormir —añadió levantando a su hija y llevándola a su habitación, esa noche durmió con ella, o al menos lo intentó con el no tan agradable reencuentro con su hijo mayor.

A la mañana siguiente, la mujer preparó el desayuno, dieron las gracias a Dios y comieron, luego de eso Clara vistió a la niña para la ceremonia de bautismo y salieron rumbo al lago.
Durante el camino madre e hija hablaban felizmente. Llegaron al lago, ambas caminaban para comenzar, pero de entre los arbustos salieron unos hombres, a quienes acompañaba Azarías.

—No creíste que te escaparías ¿verdad?

—Hijo... —dijo con un hilo de dolor en su voz.

—Mamá. ¿Quién es él? —preguntó asustada la menor.

—Tranquila, tranquila —mencionó cargando a su hija—. Hijo, por favor, déjame bautizarla.

—¿Y dejar que ese pecado vaya al cielo? No. De ninguna manera.

—Ella no es un pecado, es tu hermana.

—¿Mi hermano? —preguntó confundida la niña— ¿Él es mi hermano?

—¡No! Tú y yo no somos nada. Tú estás manchada, al igual que esa zorra —Azarías señaló a su madre, con repudio—. ¿Creíste que no me enteraría de tus detestables pasos? Eres repugnante.

—No me hables así. Soy tu madre.

—Ya no más.

Se llevaron a madre e hija hasta su hogar, entraron a empujones contra la mujer hasta en medio de la sala. Azarías apartó a la pequeña de su madre y a la mayor la sometieron al piso.

—¡Mami! —lloraba asustada.

—¡Azarías, no le hagas nada! Es sólo una niña inocente, no es un pecado, es una niña pura.

—¡No! Yo soy el único puro en esta familia. Yo nací cuando estabas casada con mi padre, nací antes de que te mancharas. Pero esto... —jalaba del brazo a su hermana con desprecio, zarandeándola y lastimándola— No es hija de mi padre, es hija de un extraño con quién ni siquiera estabas casada. Esto es un pecado.

—Azarías... —la madre mencionaba con dolor el nombre de su hijo.

—Y ahora vendes tu cuerpo por unas monedas. Has caído muy bajo.

En ese momento, un hombre mayor acompañado de otros dos entraron a la casa, este también era un sacerdote, pero era de mayor rango que Azarías. De hecho, fue él quien lo acogió después de que hubiera escapado.

—Hijo mío. Has cumplido tu misión, ahora vuelve al pueblo.

—Pero Padre, es mi deber hacer que esta pecadora pague.

—Yo lo haré por ti. Ahora ve —dijo con benevolencia mientras tomaba de los hombros a la niña.

El muchacho aceptó.

El hijo mayor se fue acompañado de sus hombres, dejando a los otros con su familia.

—¿Tienes miedo, niña? —preguntó el padre, sonriente a la menor, que con lagrimas en los ojos afirmó el sentimiento— Me alegra saberlo. ¿Sabes que Dios condena a los pecadores?

—¡Suelta a mi hija! —replicó furiosa la madre, a lo que uno de los acompañantes del hombre la abofeteó, la niña estaba más asustada.

—¿Sabes? Es mi trabajo erradicar los pecados. Por eso debo castigar a tu madre.

El señor hizo una señal a sus hombres, quienes levantaron a la mujer y la llevan a la habitación. Detrás de ellos lo siguió el padre junto con la niña. Ahí, Clara fue violada frente a su hija por los dos lacayos, y el sacerdote se quedó dentro, obligando a la pequeña a presenciar el atroz acto. La menor lloraba, pues trataba de ayudar a su madre.

Al caer el ocaso dejaron encerradas a madre e hija en la habitación, mientras hacían guardia hasta que llegara el evento que el padre tenía preparado para la mañana siguiente. La infante se acercó a su madre, quien sollozaba.

—¿Mamá? —tocó el hombro de su madre, pero la mujer estaba tan asustada que abofeteó sin querer a su hija, haciendo que cayera al piso y comenzara a llorar más fuerte.

—Hija... —musitó aterrada por lo que hizo y se levantó rápido para abrazarla fuertemente— Lo siento, lo siento, lo siento —repetía sollozante.

—¡Tengo miedo!

—Lo sé, cariño, lo sé.

—Mamá, ¿soy pecado?

—No, no, no. De ninguna manera —ella besaba su cabeza, acariciaba sus cabellos y secaba las lágrimas de su hija. La abrazaba con fuerza sobretodo, rezando por ayuda. Así ambas se quedaron juntas, hasta que llegó la mañana. Un hombre sacaba a la fuerza a la madre mientras que el otro cargaba a la niña que pataleaba del miedo. Al estar afuera vieron una gran estructura donde había un tronco en medio de mucha leña alrededor. Habían hecho una hoguera.

—¡No! ¡Por favor! ¡Se lo ruego! —una chica de quince años rogaba por ser liberada, estaban por ahorcarla en un árbol cerca de la casa.

Sus suplicas no fueron escuchadas, y así la colgaron, pero no murió rápido, lo hizo agonizando por la asfixia. La niña lloraba más después de presenciar aquello.

—Pongan a la niña en la hoguera —ordenó el padre con la biblia en mano.

—¡NO! ¡Es una niña! ¡Sólo es una niña! —suplicaba la madre, forcejeando con el hombre que la retenía sin permitirle levantarse del suelo.

—Los pecados deben ser erradicados.

—¡Mami! —gritaba la pequeña mientras era atada al tronco.

El sacerdote encendió la hoguera, el fuego se fue extendiendo, la niña lloraba del terror, la madre sollozaba desesperada, pues no podía hacer nada para salvar a su hija, sólo podía escuchar sus desgarradores gritos implorando su ayuda.

Poco a poco sus alaridos terminaron.

La niña había muerto.

—¿Cómo pudo? Mi hija...

—El mal debe ser limpiado.

—¡SÓLO ERA UNA NIÑA! —su grito de rabia, odio, enojo e impotencia salió quebrado, como si se desgarrara la garganta. Si había una palabra para describir tal emoción ante el dolor de que le arrebataran a su hija, ella no lo conocía.

—¡Silencio! ¡Tú también debes ser limpiada!

El hombre se acercó para encargarse de la mujer, pero su pecho fue atravesado por la punta de una guadaña. Iván se había mantenido observando a lo lejos, pero después de ver lo que hicieron con la pequeña, ya no lo soportó más, y arremetió contra el supuesto padre y sus acompañantes, también apagó las llamas de la hoguera. Inmediatamente la madre corrió hacía su hija, sin importarle lo que acababa de presenciar.

—Lo siento —decía con voz susurrante y trémula, abrazando el cuerpo carbonizado de su hija.

—Amanda...

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —le preguntó a la Muerte, quien sólo podía ver con remordimiento a la madre afligida— Ella era tu hija —las palabras le golpearon su corazón—. ¿Por qué no la ayudaste? ¡¿Por qué no la salvaste?!

—Lo siento —¿qué más podía decir?

—No. No me la van a quitar.

Con su hija en brazos se acercó a uno de los hombres, sustrajo de él un puñal, luego caminó hasta el árbol donde yacía el cuerpo colgado de la adolescente y cortó la soga. Colocó ambos cadáveres juntos y la mujer se hizo una herida en la palma de su mano con el puñal.

—¿Amanda? Detente —pidió atemorizado por lo que sabía, estaba por hacer—. Aunque la traigas de vuelta ella no tendrá nombre.

—Ella tiene un nombre.

—No, no importará cómo la llames, jamás podrá escucharlo.

—Ella es mi hija, Iván, no puedo dejarla sólo así.

—¡Te condenarás a ti también!

—Ya me había condenado cuando me enamore de ti —le miró sonriente entre las lágrimas de su dolor—. Cuando me entregue a la Muerte.

Se sentó al lado de la adolescente y con el cuchillo sostenido con ambas manos dijo: «Et beatos vos cum sanguine, Corpusque munere».

Un viento helado y una neblina rodearon a la mujer y a los cuerpos de las jóvenes, aquella espesa capa blanquecina tomó la forma de la menor y se introdujo en el cuerpo de la mayor.

—¿Hija? —habló con temor la madre.

—¿Mamá?

La adolescente abrió los ojos, había vuelto a la vida, pero no era ya esa chica. La hija de la mujer había reencarnado.

—¡Mi niña! —vociferó Amanda, abrazando a la adolescente, quien no comprendía nada.

La joven puso su mirada en el cuerpo quemado que estaba a su lado, extrañamente sabía que era ella, pero al mismo tiempo no tenía claro sus pensamientos, tampoco le prestaba atención a Iván.

—Tenemos que irnos, no podemos quedarnos aquí. Vamos, **inaudible** —la madre recibió la mirada aturdida y confusa de su hija

—¿Qué dijiste? —dijo arrastrando las palabras, como si la lengua la tuviera entumecida.

—Hay que irnos, estamos en peligro aquí.

—No, eso no. Lo último que dijiste.

—**Inaudible**, es tu nombre.

—¿Mi nombre?

—¿Hija?

—¿Cuál es mi nombre?

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