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Capítulo 16: Bienvenida

Era de noche, Elrick despertó en su cama mirando al techo, su cuerpo se sentía pesado y no era como que realmente hubiera descansado, seguía preocupado por 616, pues quería disculparse con ella. Miró el reloj digital que había en la mesa al lado de su cama, eran casi las nueve y deseó que su amiga estuviera bien.

La mirada del joven se posó en la esquina de su cama, observó una figura oscura cuyo rasgo en particular que pudo captar fueron unos ojos brillantes en la oscuridad.
Elrick pegó un grito mientras se levantaba de golpe tratando de alejarse, pero no se dio cuenta de que llegó al borde de la cama, cayendo de espaldas de esta. Rápidamente se reincorporó para no perder de vista a aquella criatura que no reconocía. Aquello comenzó a moverse rodeando la cama hasta que se detuvo en la luz que entraba por la ventana, dejando ver que se trataba de Gon.

—¡Gon!, cielos, me diste un buen susto —mencionó tocando su frente— ¿Qué ocurre? —preguntó al notar el semblante de preocupación en el can.

—Creí que tal vez 616 estaría contigo.

—Bueno, estaba, pero ella...

—¿Qué pasó? ¿Sabes dónde está? —Gon no podía permanecer quieto, se acercó mostrando la frustración y preocupación. Elrick pidió que se tranquilizara— No puedo tranquilizarme. Desde hace dos días no puedo contactarme con ella, ¡ni siquiera puedo sentirla!

—¿Sentirla?

—Cada Muerte tiene un Cadejo de compañero que le sirve. 616 es mi ama, puedo llegar a ella debido a que tenemos un vínculo, por eso soy capaz de encontrarla no importa dónde esté, por eso pude hallarla en el hospital el día cuando nos conocimos.

—Ya veo, pero si es así, ¿por qué estás aquí preguntando por ella?

—Es precisamente porque te dije que no puedo sentirla. Si hay algo que perturbe su mente, el vínculo se bloquea, y no puedo rastrearla —agachó la cabeza y las orejas.

Saber eso preocupó más a Elrick, haciendo que se regañara a sí mismos por haberla dejado sola.

—Es mi culpa —sentenciaba tocando su cabello con una mano.

—¿Qué? —el Cadejo le vio extrañado.

—Es mi culpa. No debí dejarla sola, no... En realidad debí dejarla sola desde un principio, si no se hubiera involucrado conmigo no habría tenido todos estos problemas por haberme protegido de ese vampiro.

—¿Vampiro? Espera, ¿de qué vampiro hablas?

Elrick contó todo lo ocurrido a Gon, desde el incidente con el Antediluviano hasta la última vez que vio 616 en el edificio quemado.

—Pasó todo eso y no estuve a su lado —mencionó frustrado el canino—. Vaya perro fiel que soy.

—No, Gon, no digas eso. Tú eres un buen perro. Estoy segura que ella lo sabe.

—Sí, claro, tan buen perro que no fue capaz de estar al lado de su dueña cuando lo necesitaba.

—No te culpes, yo estaba con ella cuando ocurrió todo eso y no hice nada.

—Por supuesto que no ibas a poder hacer nada. Eres un humano ordinario, no hay forma de que hayas podido ayudar.

Ambos estaban frustrados y preocupados, querían hallar a su amiga, pero no sabían qué hacer o dónde empezar a buscar.

La Muerte se encontraba despertando en una cama grande de madera con dosel, el estilo era renacentista y el techo estaba decorado con una pintura de un cielo estrellado.

¿Qué hago aquí?, se preguntaba 616 confusa, hasta que reconoció el lugar dónde se encontraba al observar la habitación.

La chica se reincorporó con cuidado y lentamente quedó sentada en el colchón. Se sorprendió al ver que tenía puesta otra ropa, llevaba encima un vestido de mangas medias de estilo lolita gótica, vuelo de la falda llegaba arriba de las rodillas y tenía encaje, también tenía puesto calcetas negras de tiro alto que iban arriba de las rodillas con cordones hasta el muslo.

—¿Pero qué demo...? —masculló con una sonrisa forzada y un tic en el ojo. Pero dejó de prestar atención a eso en cuanto notó que tenía puesto grilletes en sus muñecas, y sintió uno más en su cuello— ¿Qué es esto?

Se levantó y paró frente a un espejo, ahí pudo verse de cuerpo completo. El vestuario la hacía sentirse avergonzada, sin embargo desechó la pena y revisó los grilletes en las muñecas. No tenían cerradura o algo para quitarlas, notó que ambos grilletes tenían escrito en latín Absoluta Domain.

La chica examinó con sus manos el que tenía en el cuello sólo para confirmar que era igual que el de las muñecas, completas y sin división donde se notara que se podrían quitar, excepto que la del cuello tenía un trozo de cadena unido al frente.

—Mi guadaña —musitó—, debió quedarse en aquel lugar.

Intentó abrir un portal, pero no ocurrió nada, también probó volver su mano negra y hacer brillar sus ojos rojos, sin embargo no hubo resultado, no podía utilizar sus poderes.

—No fue un sueño —se dijo en voz baja para ella misma al recordar que vio a Amiel—. Así que me ha traído de vuelta. Pero... ¿qué demonios pasa con esta ropa? —gritó bajito al no querer alarmar a nadie que estuviera en casa— Más vale que no haya sido él quien me haya...

Se sonrojó, pues no sabía si el mayor fue quien la vistió de ese modo.
Con sus manos golpeó sus mejillas para espabilarse y concentrarse en cómo salir del lugar dónde se encontraba, pues era ni más ni menos que la morada de la familia de Antediluvianos, la mansión donde vivían Hiram, Amiel y otros más.

Aunque deseaba encontrar su ropa, u otra que no fuera como la que tenía puesta, prefirió por encontrar unos zapatos. Dio con unos zapatos-botas negras charol de plataforma. 616 tenía una cara nerviosa, pues realmente no quería vestir así, como una muñeca. No obstante, se colocó los zapatos y se acercó a la puerta. Por suerte para ella, no tenía seguro, por lo que pensó que debía de ser muy cuidadosa con todo lo que hiciera, pues si se daban el lujo de dejar una salida sin seguridad era porque estaban muy confiados de sí mismos, aunque en el fondo sabía que tratándose de Amiel, era algo que él dejaría sólo por tratarse de ella.

Siendo muy sigilosa cruzó la puerta y caminó hasta las escaleras, parecía que no había nadie, pero no se confiaba. Siendo lo más silenciosa que podía bajó los escalones, observando a los lados, caminó cruzando el recibidor hasta llegar a la puerta principal, disponiéndose a salir acercó su mano para tomar la perilla, fue entonces que escuchó una risa.

—La puerta está cerrada —informó la voz guasona de una mujer.

—Así que en verdad regresó. Me sorprende —añadió otra voz, pero esta vez era de un hombre.

La chica pasaba su vista por todo lugar al centro y debajo de casa, hasta que cayó en cuenta que no había revisado un lugar: el techo. Con sonrisa forzada alzó la mirada para divisar que habían dos personas paradas en dicho lugar.

—Qué gusto verlos, Adif y Adir.

—Lamento no decir lo mismo —dijo el chico cuyo nombre era Adif.

—A mí sí me gusta verla de nuevo. ¿Te gusta la ropa? Yo la escogí —esa era la chica de nombre Adir.

—Sí, está muy —hizo una pausa para pensar en la palabra que buscaba— llamativa.

Se trataba de una pareja de mellizos que aparentaban tener la edad de 19 años, ellos también vestían trajes negros estilo medieval con capucha y rompevientos, también eran vampiros y Antediluvianos, eran los hermanos menores de Amiel. La pareja se dejó cae frente a 616, Adir fue directo a abrazar a la joven.

—Me alegra que volvieras —616 no la apartaba, pero tampoco correspondía el gesto—. Hey —mencionó divertida—, ¿me dejarías morder tu cuello? —agregó lamiendo la mejilla de 616, quien apenas sintió la lengua de Adir la alejó intentando darle un golpe.

—¡Ni de broma! —réplica limpiando la saliva— Joder, qué asco.

—Qué cruel —rio.

—Basta, hermana —mencionó el mellizo, con la mirada filosa en la Muerte—. No puedes hacer eso, la perra tiene puesto el collar y además, no olvides que nuestro hermano Amiel no te permitirá tocarla.

—Lo sé. Pero quería intentar.

—Qué bueno que lo entiendan —la voz del mencionado se hizo presente, este se apareció detrás de 616, sorprendiéndola.

—Amiel... —susurró mirando atrás.

—Después de todo, la trajiste de vuelta, hermano —Hiram también se mostró con los brazos cruzados, parándose en la puerta que conectaba a la sala.

616 frunció el ceño. Ella dio un pequeño salto, pues el vampiro mayor posó sus manos sobre los hombros de la chica y le habló al oído, la voz limpia y que se quedaba gravada.

—Bienvenida a casa, mi Estrellita.

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