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56. Joder, no podré ir

Cuando acabaron las clases de la tarde, observaba como Alia le llenaba la cabeza de cucarachas a la muchedumbre de mis “compañeros” de aula, todos la rodeaban como si ella fuera una cuentista relatando los hechos; pero la pobre no se imaginó que le pasaría por querer avergonzarme.

Salí directo a la repostería para ver si papá contaba con muchos clientes y al llegar y ver el especial del día supe que iba a ser un día agotador, adiós a mi viaje planeado...

—Hola bello chocolatito —me saludo Michelle con dulzura desde la caja registradora.

Yo entré esquivando a un par de clientes, y abracé a la rubia desde la espalda, ya que ella no podía utilizar sus manos debido al trabajo.

En cuanto a Orión lo ví más mareado que en una montaña rusa, al fondo con un montículo de platos en sus manos y varias hojas de papel en el bolsillo de su mandil, al llegar al mostrador yo aproveché y tomé las órdenes en lo que él se encargaba de lavar los platos.

Tomé mi mandil, dejé la mochila cerca de donde estaba mi amiga y le lleve los papeles arrugados a mi osito bello que me regaló un abrazo y beso en la frente, al idiota por otra parte solo le saqué la lengua de manera grosera y lleve los platillos que me entregaron a las mesas correspondientes, esperé junto a Michelle y mi perdición vino.

Nell a joderme la existencia, con uno de sus caros trajes y un maletín.

En la ausencia de mujeres no hubo mucho bullicio en el local, aunque fuera de el estaban transitando féminas que al verlo querían tomar un batido de lo que sea y admirarlo cual pintura abstracta; después de todo su familia es conocida en toda la maldita ciudad, igual que la del abuelo Pablo.

—¿Buenos días señorita se encuentra Talía? —Oí que le dijo a la rubia.

—¿Qué desea con ella señor? —le interrogó ella.

—Bueno...solo la quería saludar e invitar a comer algo aquí —respondió él con una breve pausa. De seguro esta con ese aire de señor serio y casto.

Michelle se quedó en silencio y me miró desde abajo del mostrador susurrando “¿Qué le digo?” yo pues tenía que repartir los pedidos y no me quedo de otra más que salir del escondite.

—¿Qué quieres inútil?

—Por favor querida, no me hagas repetir las cosas dos veces —enunció sonriente —Estas hermosa como siempre —comentó luciendo otra sonrisa menos suave y más desafiante, ignorando el hecho de que Michelle estaba escuchando todo, y que algunas de las clientas y estaban rendidas por dicha actualización.

—¡Talía las órdenes! —me gritó papá desde la cocina.

—Busca una mesa y déjame trabajar —le indiqué a ver si entendía.

Y lo hizo, el bastardo me guiñó, asintió con la cabeza y se dirigió a una mesa, cuando salí a entregar las órdenes no dejaba de sentir su mirada en mi cuerpo, ¡Maldito pervertido! Por eso es que odio mi uniforme.

En fin, entregué las ocho órdenes en dos viajes y escribí las cuatro restantes, se las lleve a papá y él me entrego un pastel de zanahoria, sonrió, me dió otro beso y me empujó hacia la salida sin decir nada.

Típico de él, ahora quiere que mi prometido y yo nos enamoremos, que padre el que tengo.

Le llevé el postre y su cara falsa de asombro junto con un “gracias mi amor” era como si estuviera metida en una película de adolescentes.

¡Mierda! condenado hombre que no me deja en paz.

—Si eso es todo me voy.

—¡Espera! —enunció ¿y ahora qué? —Tenemos que ir a un lugar está noche, vine a pedir permiso, tu abuelo estará allí también.

¿Qué fue lo dijo el idiota?!

¡Otro maldito evento social! ¿Y para colmo el abuelo Pablo va estar allí? ¿Por qué diablos yo tengo que ir a esa maldición?

¿Es que ni siquiera puedo ir a donde mi bello primo?

¿Por qué estas cosas siempre me ocurren a mí? Y no he leído ninguno de los ejemplares que conseguí, no he visto y jugado con Margaret en días ¿a donde se fue mi libertad?

¿No puedo ser la loca de los gatos y los libros?

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