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44. Planes

Genial, magnífico.

Papá interrumpiendo desde momentos inmemorables, me sentí como un meme al instante en que entró con los bocadillos, pero ni modo, tendré que acostumbrarme a este tipo de situaciones.

—Están deliciosos señor Sirhe —dijo él al momento de dar la primera mordida.

—Es uno de los mejores pasteleros de la cuidad, Nell —le dije y luego degusté uno en el primer mordisco.

Ambos hombres se me quedaron viendo ¿Qué, nunca vieron a una chica comerse un pastelillo entero? ¿Enserio se alarman porque te comes un par en cuestión de minutos? Y dicen que los hombres comen mucho, pamplinas, por eso Nell parece palo de golf no alimenta ese trasero flacucho a diferencia de su hermano, ese si se da su banquete.

—¿Van a seguir mirando o van a comer? —interrogue mirándolos tomando uno más de los pastelitos.

—¿Cómo puedes comer tanto? ¿acaso tú estómago es infinito? ¿siquiera saboreas lo que comes? —preguntó con asombro.

—Te lo advierto desde ahora, su madre y yo aún no sabemos cómo es que está tan delgada, ni siquiera tiene chichos, así que prepárate, que esa boca puede ocupar mucho dentro y no sabemos a donde se va lo que traga —comentó mi padre tratando de que yo no lo escuche, pero a un así lo hice, se escuchó fuerte y claro.

Por los dioses del chocolate, solo porque desayuno cereal, llevó dos meriendas y comida algunos días en la escuela no es como si fuera una glotona, aunque lo soy pero no tanto ¿o si?

—Interesante, no se preocupe yo sé para donde va todo lo que come, algunas chicas se desarrollaran mas que otras, ella aún es joven, pronto verá como le salen un par más de curvas —enunció con un toque de lujuria en sus ojos, mirándome.

¿Y ahora qué diablos piensa? ¿Y porqué está mirando para atrás? ¿acaso tengo una marcha en la camiseta?

Luego de la bella interrupción de mi papaíto, continuamos dialogando sobre lo que haríamos; pasaremos por la feria a partir de las dos, iremos al Rincón de pollo para almorzar y no sé más, al parecer lo otro lo tiene planeado y no piensa decirme el que es.

—¿Entonces eso es lo que haremos? —interrogue con intenciones de averiguar más sobre los detalles que me acultaba.

—Si, pero antes vamos a buscarte un vestido.

¿Vestido? ¿para qué? Estoy bien así, este hombre no entiende que yo ¡destesto las faldas! Son una cosa horrible para mí, además hay muchos peligros por usar faldas, pueden incluso acosarte sexualmente en lugares públicos.

—Iré con la ropa que tengo puesta, subiré y buscaré mi mochila y nos iremos —le dije.

—Esta bien —afirmó sin quejarse.

Otra vez esa actitud obediente y angelical ¿Qué se trae entre manos? Éste no es el Nell que conocí en la pastelería de mi padre, aunque sigue con su baboseria eso si no lo cambió, pero la actitud promiscua y despreocupada ¿Dónde está? ¿Se esfumó acaso? O ¿Aún está ahí esperando hacer un movimiento?

En fin, después de discutir aquello subí y tomé mi mochila negra pequeña, es una que uso como bolso, pero es mochila y es negra, bajé; Nell y yo salimos de la casa, como ya eran casi la doce fuimos al Rincón del pollo primero y me encontré con la misma mesera de la otra vez.

Crista.

O como yo le había apodada “par de toronjas andantes”.

—Bienvenidos al Rincón del pollo —dijo —¿Qué desean ordenar? —nos interrogó mirando más a mi compañero.

Está chica me pone de mal humor y cierta persona notó mi incomodidad...

—Muchas gracias por tus servicios, podrías dejarnos los menús, si necesitamos algo te llamaremos —recitó Nell cortante y con un aspecto de pocos amigos —¿Esa mesera no te gusta cierto? Si quieres llamo a otra, y así no pasas un momento desagradable —me sugirió después de regalarme una sonrisa. Bueno al menos es considerado.

—Mejor vamos a ordenar, tengo hambre —Evité su propuesta y miré dentro del menú.

—Apuesto a que estás sonrojada, eres adorable —comentó risueño.

—No lo estoy —negué y no, no tenía sonrojo así que no mentía aunque por dentro era otra cosa, estaba avergonzada ante sus coqueteos.

—¿Sigues ahí cariño? —enunció tratando de quitarme el menú para verme.

—Jodete —le dije al apartar el menú y mostrar mi cara.

Su rostro no se inmutaba, era estático y alegre, pareció anuncio de shampoo en donde siempre veo a las modelos sonriendo y moviendo su cabello.

Al voltear de un lado al otro, ví como las mujeres de alrededor le daban miradas leves, como si lo invitaran a la última cena; él estuvo tan concentrado en mirarme, que olvidó que estaba siendo admirado por un grupo de mujeres.

Uno atrae y el otro también, no pudieron ser más comunes y simples.

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