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I


Andréi estaba quieto, casi inmóvil, con ambos brazos por sobre la mesa. Llevaba unos largos diez minutos sin dirigirme la mirada, en absoluto silencio. La situación no era para menos: ¿cómo podía alguien comunicar que no tiene cómo rayos pagar las cuentas a fin de mes?

—Va a estar bien, Andréi. Siempre encontramos la forma.

—Porque siempre tenemos un plan b, Irina.

Y volteó a verme. Bastó con mirarle a los ojos para entender que absolutamente nada volvería a estar bien. Mi primer pensamiento fue en el futuro de nuestros hijos; en qué rayos les daríamos de comer; en cómo los vestiríamos... ¿cómo podríamos asegurarles un techo?

La sensación de sentirme atrapada entre las deudas me embriagó.

—Ya no llores, querida— dijo Andréi. Se levantó de su asiento y me tomó entre sus brazos. Sentí su respirar en mi oído. —No alteremos a los niños. Sécate esas lágrimas, que no pueden verte así.

Incluso sumergida en mi desesperación, tuve que darle la razón a Andréi: debía ser fuerte, aunque fuese por Anna y por Nikolay. No era momento de ceder ante el pánico.

—Hola...—como si le hubiesen llamado, la tímida voz de Nikolay asomó por el umbral de la cocina. Había estado tan distraída con los problemas que olvidé por completo pasar por su cuarto a darle el beso de buenas noches.

«¿Cuánto habrá escuchado mi pobre Nikolay?».

—Hola, cariño— saludé esbozando a duras penas una sonrisa. Con las mangas de mi chaleco nuevo, el mismo chaleco que inició la discusión hace apenas unos instantes, sequé velozmente mis lágrimas.

«Quizá no deba ensuciarlo tanto... Mañana iré a devolverlo» pensé mientras me acercaba a Nikolay para llevarlo a su cama.

—¿Está todo bien?— preguntó él, mirándome fijamente con sus ojos azules. Asentí y me incliné para darle un beso en su frente.

—¿Por qué estás con tu mochila?— intenté desviar su atención de la discusión que estaba llevando a cabo con Andréi. —Es muy tarde para que salgas, Nikolay.

Él frunció su ceño, enfadado ante mi respuesta. Nikolay solía ser un tanto volátil con su estado de ánimo, por lo que no me extrañaría que ahora se fuese enojado a su cuarto. Sin embargo, él sólo se encogió de hombros y se quedó mirando el piso, como si genuinamente no tuviese una respuesta que darme.

Estuve a punto de seguir interrogándolo, pero escuché a mis espaldas el sonido de una lata al abrirse. Volteé y vi con incredulidad cómo Andréi se iba a sentar al sillón con una cerveza en su mano mientras sintonizaba deportes por la televisión.

—Ve a tu pieza, Nikolay. Ya voy a verte— le susurré antes de guiarlo por el pasillo. Nikolay refunfuñó con más ganas aún y se quitó la mochila de su espalda para luego patearla por el pasillo hasta su cuarto. Esa conducta era digna de una reprimenda, pero cosas más importantes me nublaron en ese momento.

«Luego me encargaré de él»

—Andréi ¿entiendes los graves problemas que estamos teniendo?

—¡Baja la voz, mujer!

__________

Apenas Nikolay entró en su cuarto pudo sentir los gritos de las películas de terror que dejó reproduciéndose en la computadora. Se preguntó de inmediato cómo es que nadie sintió el ruido durante todo el día. Literalmente, esos vídeos llevaban casi 24 horas reproduciéndose y aun así nadie había entrado en su pieza, ni nadie había escuchado el sonido de los gritos a través de la puerta.

«Bueno, tampoco es como que hayan notado que hoy llegué de noche» pensó.

Hace meses que todo estaba bastante mal en su casa. Sus padres creían que él no se daba cuenta, pero era obvio: ya no todos comían en la misma mesa. Quizá por eso olvidaron completamente que él había prometido llegar a las seis de la tarde y no a las once de la noche.

—¡Baja la voz, mujer!

Escuchó el grito de su padre, a lo lejos. De seguro estaban discutiendo otra vez.

"¿Llegaste a casa, Nikolay?" era el mensaje de Dimitri desde la red social VKontakte. Dimitri era la única otra ballena con quien Nikolay hablaba en el instituto, pero estaba seguro de que habían más.

Se acercó a la computadora y tecleó una rápida respuesta.

"¿Terminaste de ver los vídeos?" insistió Dimitri antes de que él pudiese enviarle una respuesta. Borró lo que había escrito y volvió a teclear.

"No fui capaz. Espero que no se den cuenta ¿y tú?".

"Tampoco pude. Al menos estamos juntos en esto :p"

A veces Nikolay pensaba que Dimitri no podría con esto solo. Que de no ser por su apoyo, él jamás sería capaz de aceptar todo lo que conlleva ser una ballena. La ballena azul es algo mucho más grande que cualquier hashtag y challenge que inventan los adolescentes norteamericanos.

«La ballena azul no es para débiles».

__________

—¿Quién es ella?— preguntó Dimitri, mientras se asomó al pasillo del instituto para seguir con la mirada a la chica que acababa de pasar.

—Kseniya— respondió Nikolay, tras identificar la ballena dibujada en su mano.

Kseniya no fue en absoluto sutil al dibujar la ballena.

—¿Sabes en qué reto va?

—Creo que está en los últimos. Hace dos semanas se la pasó presumiendo que era una ballena. Ya no le deben quedar muchos.

Pasaron unos alumnos por su lado, quienes impresionados miraron las marcas en los brazos de Dimitri y Nikolay. Dimitri, como si disfrutase de su fama, levantó con orgullo la polera de su antebrazo y les enseñó la ballena cicatrizada que con ayuda de Nikolay había tallado en su piel.

—¿En qué reto vas tú?— preguntó Dimitri un rato más tarde, tras que los estudiantes de séptimo se largaran.

—45— dijo en un suspiro.

—Ya vas a llegar al 50...— Dimitri le agarró el brazo con fuerza. —Estamos juntos en esto ¿lo recuerdas?

Nikolay asintió rápidamente. Claro que ya no existía forma de escapar.

—¿Qué fecha te dieron a ti?— preguntó Nikolay.

Su amigo miró dubitativo el piso y le respondió sin mirarlo de vuelta.

—Dentro de una semana.

A pesar de que Dimitri era su amigo de toda la vida, Nikolay sentía que ahora apenas la conocía, como si algo estuviese ocultando desde que prometió unirse a él en el reto.

_________

En otras noticias, un total de cuarenta menores de edad se quitaron la vida en Moscú a lo largo de 2017 por influencia de "grupos de la muerte" en páginas web, según informaron hoy fuentes oficiales-

—¡Anna, Nikolay!— grité hacia el pasillo. Escuché las vagas respuestas de los niños provenir desde el fondo de la casa.

Me apresuré a poner unos platos con comida sobre la mesa para luego cambiar las noticias a canales más alegres. En la televisión no dejaban de hablar sobre los suicidios juveniles y, ciertamente, lo último que necesitaba en mi cabeza era pensar en problemas ajenos.

________

—¡Anna, Nikolay!— escuchó el joven a lo lejos. Era su mamá, que los estaba llamando para comer.

Él leyó nuevamente la fecha escrita en la pantalla, pero sin importar cuántas veces la leyera, el miedo era cada vez más grande y le era imposible cerrar la pestaña de VKontakte.

"No cumpliste con el último reto. En castigo, se adelanta la fecha: miércoles 30 de mayo. Salta desde el edificio a una cuadra de tu casa. Te estaremos vigilando.

-La Ballena".

Un escalofrío volvió a recorrer la columna de su cuerpo. Sintió cómo a partir de ese momento ya no había vuelta atrás.

Estaba atrapado.

No le importaban los otros retos, no importaban los cortes en sus manos, las canciones raras y psicodélicas con las que le atormentaron los últimos días: todo eso era un juego. En cambio, esta fecha se sentía real. Se sentía muy real. Y tuvo miedo, por primera vez desde que aceptó entrar en el juego. Tenía mucho miedo.

—¡Nikolay! ¡Se enfría la comida!

Cerró la laptop de un brinco, asustado ante el grito de su madre.

—¡V-voy!— gritó en respuesta, perplejo aun.

Se acercó a la persiana de su cuarto y miró por ella hacia la calle: el auto azul que apareció en cuanto aceptó el reto seguía allí, afuera desde hace más de un mes, vigilando.

«¿Cómo es que nadie se ha dado cuenta?».

—¡Nikolay! ¡Es el último llamado!

Cerró la persiana en un rápido movimiento y salió del cuarto para atender el llamado de su madre.

«Miércoles 30 de mayo... Esa fecha es hoy mismo. Quieren que lo haga hoy mismo».

—¿Por qué tardaste tanto, Nikolay? Tu hermana ya casi termina de comer.

Anna estaba apenas en la mitad de su plato, pero era obvio que su madre sólo quería regañarlo. Su humor se notaba a leguas que no era de los mejores, y no pudo hacer nada para evadir la pena que de pronto le inundó.

—No comiences a llorar ahora— ella puso ambas manos en sus caderas y le señaló la silla con un plato de Uja disponible.

Se sentó intranquilo y comenzó a comer. Su hermana Anna le miraba impaciente, como si comprendiera perfectamente lo que estaba sucediendo. Pero ella no lo sabía. No había forma de que alguien lo supiera.

Las ballenas azules varan en la costa cuando pierden el sentido de la vida, y era el turno de Nikolay de varar aquella tarde.

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