VISITAS
Tras entrar en la biblioteca, Sakura le quitó el periódico al Uchiha para leer el artículo con detenimiento. Se acercó a la mesa, lo abrió y leyó hasta la última palabra mientras él se mantenía de pie junto al fuego, con expresión severa.
–Esto es horrible –susurró, disgustada.
Él se encogió de hombros.
–Es lo que es. No podemos cambiar la verdad. Y, obviamente, no voy a denunciar a nadie por decir la verdad.
–Pero...
–Fue culpa mía –afirmó–. Tendría que haberte llevado a un lugar más discreto.
– ¿Y cómo supieron que estaríamos allí?
–Buena pregunta. Interrogaré a los empleados. Son los únicos que saben que estás en Bolderwood.
La pelirrosa pensó que Sasuke tenía razón. En efecto, el periodista se había limitado a decir la verdad, pero era una verdad extraordinariamente dolorosa para ella. Los tres años de cárcel no habían servido ni para limpiar su buen nombre ni para que se sintiera menos culpable de la muerte de su mejor amigo.
Sintió un frío interior y se dijo que la cárcel no había sido su castigo real, el verdadero consistía en no poder olvidar lo que había hecho.
–Voy a hablar con los empleados.
–Espera... –rogó.
– ¿Por qué?
–Porque tus empleados no son los únicos que saben que estoy aquí.
Él la miró con extrañeza.
– ¿Quién más lo sabe?
–Natsumi Geller. Me vio cuando fui a visitar la tumba de Itachi.
– ¿Natsumi? ¿La hijastra del sacerdote?
–Bueno, dijo que se llamaba así... yo no la conozco, aunque me sonaba de haberla visto en alguna parte. Es una mujer pelinegra, con aspecto de modelo. Dijo que yo era una asesina y que mi presencia en el cementerio era una ofensa para los Uchiha.
Los ojos de Sasuke brillaron con rabia.
– ¿Y no me lo dijiste? Dios mío... ¿por qué no confías en mí para variar?
–No me lo callé por desconfianza, sino porque no me pareció importante.
–Pues lo ha sido.
En el silencio posterior, Sakura volvió a leer el periódico.
-¿Por qué?- levantó la vista hasta toparse con unos serios y fríos ojos azabaches.
-Natsumi te odia Sakura.
-¿Pero... pero por qué?
-Porque mataste a Itachi...
-Lo sé- susurró triste- pero que tiene que ver ella aquí...
-Uf...
-Sasuke, puedes explicarme que no entiendo nada.
El Uchiha volteó hacia la chimenea.
-Ella siempre estuvo enamorada de Itachi- respondió el Uchiha, la chica se asombró- y cuando se declaró, mi hermano la rechazó porque, bueno tú sabes por qué...
La Haruno guió su mirar hacia el piso.
Natsumi, la chica que siempre se le insinuaba al Uchiha menor, pero este al ser homosexual, ni siquiera la tomo en cuenta, ni tampoco como una amiga.
-Te odia también, por haber mantenido una relación cercana con Itachi, lo cual ella nunca pudo lograr.
-Eso... es ilógico.
-Cuando uno se enamora- comentó el Uchiha- hace o dices cosas sin pensar...
La afirmación de Sasuke era correcta. Ella no había pensado cuando se tatuó el nombre del Uchiha en la cadera, además el artículo no contenía datos falsos, explicaba los hechos sin adjetivaciones de ninguna clase y permitía que el lector se formara su propio juicio sobre la relación de Sasuke con la asesina de su hermano pequeño. Una relación íntima, porque la fotografía no dejaba lugar a dudas: parecían dos enamorados.
Se sintió avergonzada. Él había sido muy bueno con ella, y no merecía un escándalo público. Incluso pensó que había cometido un error al volver a Bolderwood, a fin de cuentas, era el lugar del crimen en sentido literal.
Ahora, solo podía hacer una cosa:
Marcharse.
Estaba convencida de que las habladurías terminarían de inmediato si se alejaba de él.
Salió de la biblioteca, subió a su dormitorio y empezó a hacer el equipaje, con la ropa que llevaba cuando llegó al castillo y la lencería que el Uchiha le había regalado. Mientras la guardaba, se preguntó si alguien tendría la amabilidad de llevarla a la estación de ferrocarril, pero, desgraciadamente, no tenía dinero.
La puerta se abrió de repente. Sasuke vio que estaba haciendo el equipaje y le lanzó una mirada que habría aterrorizado a una mujer más débil.
–Madre di Dio! ¿Qué diablos estás haciendo?
–No debería haber venido al castillo. Sabía que tendríamos problemas...
– ¡Basta ya, Sakura! Esa mentalidad fatalista no te llevará a ninguna parte.
–Puede que tengas razón, pero no puedes luchar contra la opinión de la gente y quejarte después, cuando inevitablemente te convierten en objetivo de sus críticas.
–Por supuesto que se puede. Salvo que seas una cobarde.
La ojijade alzó la barbilla, orgullosa.
–Yo no soy cobarde.
– ¿Ah, no? Huyes de aquí como una rata que abandona el barco –declaró sin piedad–. ¿Qué es eso sino cobardía?
– ¡Yo no soy cobarde! –repitió, indignada.
–Demuéstralo. Quédate.
Sakura suspiró.
–No es tan sencillo. No quiero que tengas problemas por mi culpa.
Sasuke echó los hombros hacia atrás y dijo:
–Esos problemas no me preocupan. De hecho, me encantan.
La joven contempló sus ojos llenos de energía y pensó que se había enamorado de aquel hombre arrogante y obstinado, capaz de enfrentarse a cualquiera con tal de defender su derecho a ser quien era y a vivir su vida.
–Mira, Sasuke... casi he terminado mi trabajo. Quedan unas cuantas cosas, pero puedo dejar instrucciones y direcciones de contacto para que...
Él la interrumpió.
– ¡La fiesta no me importa! Sabes perfectamente que no me gustan las Navidades.
Sakura hizo caso omiso.
– ¿Tommy se puede quedar?
El perro, que estaba tumbado en la alfombra, se levantó al oír su nombre y se frotó contra las piernas del azabache.
– ¿Qué si se puede quedar? Bolderwood le ha gustado tanto que tendrías que atarlo para sacarlo de aquí.
Sakura asintió.
–Muy bien. Entonces, me voy.
–Tú no vas a ninguna parte.
–Sé razonable. No puedo quedarme después de lo que ha pasado. Cuando la gente lea esa noticia...
–Olvídalo de una vez.
– ¿Cómo lo voy a olvidar? Nos harán la vida imposible.
–Deja de preocuparte por lo que piensen los demás o, por lo menos, deja de preocuparte por mí –le rogó–. Me da igual.
– ¡Pero a mí, no!
–Por Dios, Sakura...
–Además, no es para tanto. De todas formas, me iba a ir dentro de unos días –le recordó–. Nuestro acuerdo era de dos semanas.
Sasuke entrecerró los ojos.
– ¿Quién ha dicho eso?
– ¡Lo digo yo! –exclamó, desafiante–. ¿Es que me tomas por tonta? ¿Crees que no me he dado cuenta de que nuestra relación está ligada a tu fiesta de Navidad? Siempre he sabido que le pondrías fin después.
– ¿De dónde has sacado eso? Yo nunca he dicho que...
La pelirrosa lo miró con incredulidad.
–Maldita sea, Sasuke, ¿por qué no eres sincero de una vez?
El Uchiha arqueó una ceja y le dedicó una mirada cargada de ironía.
–Soy completamente sincero contigo, pero tú te niegas a creerlo porque no te atreves a confiar en mí –afirmó.
Sakura empezó a sentirse frustrada por su incapacidad para enfrentarse a los argumentos de Sasuke. Había encontrado una solución que le parecía lógica y segura y él se negaba a tomarla en consideración.
Estaba tan enfadada que perdió el control y le empezó a dar golpes en el pecho.
– ¿Es que no lo comprendes? ¡Lo nuestro ha terminado!
–Te equivocas.
El azabache cerró sus fuertes manos alrededor de la cintura de la joven.
Después, la alzó en vilo y la tumbó en la cama.
– ¿Qué estás haciendo? –bramó ella.
Sakura intentó escapar, pero él la alcanzó y la sometió con una facilidad humillante.
–Lo que me has obligado a hacer –respondió–. Lamento que la realidad se empeñe en destrozar tus limpios y ordenados planes, pero nuestra relación está muy lejos de haber terminado. Todavía te deseo.
La Haruno clavó la mirada en sus ojos, que brillaban como los de un depredador a punto de devorar a su presa.
–No sigas, Sasuke...
Él sonrió.
–Por supuesto que voy a seguir.
Su voz sonó tan ronca y sensual que Sakura se estremeció sin poder evitarlo.
–Sabes que tengo razón, Sasuke.
–Tú siempre crees que tienes razón –se burló–. Pero esta vez te equivocas por completo. Te deseo.
La pelirrosa se ruborizó, mortificada por su propia excitación.
– ¡Pero si hicimos el amor hace dos horas!
–Y aún tengo hambre de ti, bella mia... ¿No crees que eso desmonta tu teoría de que nuestra relación ha terminado?
–Yo...
–No dejaré que te marches.
– ¡Nunca me dejas hacer nada! –protestó, furiosa–. Te conozco lo suficiente como para saber que no me dejarás ir hasta que tú tomes esa decisión. Tú, Sasuke, siempre tú. Pero no se trata solo de ti.
Él le acarició el cabello rosa.
–Eres muy obstinada, Sakura, pero enciendes mi deseo...
La pelirrosa apartó la cabeza, desafiante.
–Pues mi deseo se ha apagado. El sentido común lo ha apagado.
Él la miró con humor.
– ¿El sentido común? El sentido común no tiene nada que ver con esto.
El azabache la besó en la boca con una pasión tan desenfrenada que acalló automáticamente sus protestas. No podía luchar contra lo que sentía por él. Llevó las manos a su cara y le acarició el cabello mientras inhalaba su aroma especiado que siempre la empujaba a desear más y más, sin límite aparente.
Se preguntó si alguna vez llegaría a estar saciada de aquel hombre, si aquella necesitad terrible desaparecería en algún momento.
–Oh, Sakura...
Segundos después, él rompió el contacto el tiempo necesario para respirar y ella aprovechó la ocasión con las últimas fuerzas que le quedaban.
–Me voy, Sasuke.
Él cerró una mano sobre uno de sus pechos y le acarició suavemente el pezón, que ya se había endurecido.
– ¿Quieres que te ate al cabecero de la cama? No se me había ocurrido, pero abre una gama muy interesante de posibilidades.
Sakura se estremeció.
–Eres un perverso...
–Oh, vamos, te encanta que sea dominante en la cama.
La pelirrosa le puso las manos en los hombros, lo empujó y lo tumbó boca arriba. Sasuke le dedicó una sonrisa de lobo y soltó una carcajada ronca cuando ella se puso a horcajadas sobre él y se estremeció, violentamente consciente de su erección.
–Bueno, no tengo nada contra las posturas nuevas –continuó él–. Además, soy un ferviente defensor de la igualdad de oportunidades.
El chico llevó una mano a los vaqueros de la Haruno, se los desabrochó con un movimiento rápido y se los quitó sin delicadeza alguna.
–No, no debemos... –insistió ella, haciendo un último intento por resistirse al deseo–. Estaba haciendo el equipaje...
–Pero ya no vas a ir a ningún sitio.
Sasuke la alzó lo justo para quitarse los pantalones y los calzoncillos.
–Deberíamos discutirlo como adultos civilizados...
–Hablas demasiado, cara mia.
Él le pasó un dedo entre las piernas y, tras comprobar que estaba preparada, se hundió en su cuerpo con un sonido de satisfacción tan primario que aumentó un poco más la excitación de Sakura.
Se supo perdida de inmediato. Su cuerpo había tomado el control y su mente ya no podía hacer nada salvo aceptar la maravillosa invasión y moverse una y otra vez, sin descanso, recorriendo el espacio que faltaba para llegar a otro clímax, a un orgasmo que ni siquiera esperaba, porque había pensado que no volverían a hacer el amor.
Un buen rato después, cuando descansaban juntos fundidos en un abrazo, la mente de Sakura volvió a atravesar la barrera del placer con dudas que necesitaban respuesta. Quería huir porque tenía miedo de que Sasuke le hiciera daño. Pero ¿por qué tenía ese miedo?
Solo había un motivo posible: que le quería con toda su alma; que estaba profunda, total y absolutamente enamorada de Sasuke Uchiha, tan enamorada como ninguna persona pudiera estar. Y había llegado la hora de afrontar sus sentimientos.
–Antes hablabas demasiado y ahora estás pensando demasiado, cara mia –observó él en voz baja–. No le des tantas vueltas. Las cosas no son tan complicadas. Estamos bien... No lo estropees.
Ella se apartó y dijo:
–Necesito ducharme.
Él gimió.
–Eres tan obstinada...
–Pero mi obstinación te excita, ¿verdad?
Mientras ella se alejaba hacia el servicio, meneando las caderas, él miró su tatuaje y pensó que era cierto. Le excitaba. Todos los días, todo el tiempo, en cualquier circunstancia. Sakura le había enseñado a disfrutar de la vida, a dejarse llevar por fantasías sexuales en mitad de una reunión y a olvidarse del trabajo los fines de semana.
De vez en cuando, su parte más racional le decía que debía poner tierra de por medio y volver a su normalidad anterior. Pero prefería su normalidad actual, incluso en los momentos en que la joven se mostraba particularmente insolente.
El sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Sasuke se sentó en la cama, lo alcanzó y contestó.
Al cabo de un par de minutos, Sakura se estaba frotando la piel bajo el agua caliente cuando él abrió la puerta y la miró.
– ¿Es que no me puedes dejar en paz?
–Me encantaría dejarte en paz, pero Sango me acaba de llamar por el teléfono interior del castillo. Dice que tus hermanas están aquí.
– ¿Mis hermanas? –preguntó, atónita.
–En efecto. Las ha llevado al salón principal.
–No me lo puedo creer... ¿Qué estarán haciendo aquí?
Él se encogió de hombros.
–Habrán leído el artículo del periódico. O puede que Hitoshi les haya contado la conversación que mantuvisteis. En cualquier caso, será mejor que te pongas elegante... No querrás que te tomen por una pobretona, ¿verdad?
Ella sonrió con malicia.
–O que te tomen a ti por un tonto por estar con una pobretona.
Sasuke soltó una carcajada.
–Yo estaría contigo en cualquier caso, Sakura. Me da igual tu dinero y la ropa que lleves.
–Pero seguro que me prefieres sin ropa.
-En consecuencia, sí.
Sakura soltó una risa, salió de la ducha y empezó a buscar en el armario.
Tayuya y Karin eran dos mujeres de poco más de veintisiete años que siempre iban impecablemente vestidas. Sasuke había acertado al recomendarle que se pusiera elegante. Sakura no quería que sintieran lástima de ella, sobre todo porque les había escrito muchas cartas a lo largo de los años y no se habían dignado a responder.
De hecho, no se le ocurría ningún motivo que explicara su presencia en el castillo de Bolderwood, a no ser que tuvieran intención de pedirle que se fuera de allí con el argumento de que su presencia les resultaba embarazosa. Al fin y al cabo, Tayuya y Karin eran dos personas muy conservadoras.
Al final, eligió un vestido gris con un jersey de color lavanda pálido; después, se puso unos zapatos de tacón alto, se recogió el pelo en un moño y bajó al salón.
Los nervios se la estaban comiendo viva cuando abrió la puerta.
Sasuke no estaba presente.
Las dos mujeres se levantaron al verla. Sakura las observó con detenimiento y se preguntó cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de que eran hijas de padres diferentes. No se parecían en nada. Tayuya y Karin eran altas, curvilíneas, y pelirrojas.
–Espero que no te importe que hayamos venido –dijo Tayuya con cierta incomodidad.
–En absoluto. Pero poneos cómodas, por favor...
Las mujeres se volvieron a sentar. La pelirrosa se acomodó en un sillón, frente a ellas.
–Hemos visto la fotografía del periódico –continuó Tayuya–. Papá no sabía que te alojabas en el castillo cuando fuiste a verlo.
–No lo sabía porque no se molestó en preguntarlo. Supongo que le importaba muy poco –declaró con ironía–. Solo estuve cinco minutos en vuestra casa. Y cuando terminó su discurso, no había mucho más que decir.
–En eso te equivocas. Hay mucho más que decir –intervino Karin, muy tensa–. Papá es muy dueño de tener los sentimientos que quiera, pero tú eres nuestra hermana a pesar de lo que pasó y de lo que hiciera mamá.
–Hermanastra, querrás decir –puntualizó Sakura–. Aunque, de todas formas, nunca nos llevamos muy bien.
–Sí, bueno, es posible que hayamos crecido en una familia algo problemática –declaró Tayuya–, pero Karin y yo no estamos de acuerdo con el comportamiento de papá. Nos ha complicado las cosas a las tres. Nos exigió que te expulsáramos de nuestras vidas. Prefiere actuar como si tú no existieras.
–Y le seguimos la corriente durante demasiado tiempo –añadió Karin, de unos hermosos ojos rojos, tapados por unas negras gafas.
–Le seguimos la corriente y, a decir verdad, lo utilizamos como excusa para no ir a verte cuando estabas en la cárcel –admitió Tayuya de hermosos ojos cafés–. Sinceramente, yo no quería ir a prisión y someterme a un cacheo como si fuera una ladrona o algo así.
–Una vez, llegamos hasta la puerta.
–Es verdad. Pero todo era tan sórdido e intimidaba tanto...
La pelirrosa asintió.
–Lo comprendo.
Sango entró en ese momento con una bandeja de café y pastas. Su presencia, aunque breve, contribuyó a disminuir la tensión.
Cuando ya se había marchado, Tayuya dijo:
–Mamá te escribió una carta poco antes de morir.
Sakura estuvo a punto de derramar el café.
– ¿Una carta?
Karin asintió.
–Por eso hemos venido. Para dártela.
– ¿Y por qué no me la enviasteis en su día, por correo? – preguntó Sakura, enfadada–. Ni siquiera tuvisteis la decencia de avisarme cuando se estaba muriendo. Ni siquiera sabía que estaba enferma.
–Es que fue muy rápido... –se disculpó Tayuya–. Además, papá no quería que te informáramos y mamá dijo que no quería que la vieras así.
La pelirrosa no dijo nada. Se había enterado de su muerte cuando estaba en la cárcel, y habían sido unos momentos realmente difíciles para ella. Ahora tenía que asumir el agravante de que su madre se había negado a verla por última vez.
–Ya no importa. Pero volviendo a la carta...
–No te la enviamos por correo porque sabemos que los funcionarios de prisiones abren las cartas de los presos, y no nos pareció bien –explicó Karin–. Pero te la traemos ahora... aunque sé que no es lo mismo.
–Al final, mamá había empezado a perder la cabeza –comentó Tayuya–. Más que una carta, es una nota. Y no tiene mucho sentido la mujer de ojos cafés abrió el bolso, sacó un sobre y lo dejó en la mesita.
–Veo que la habéis leído.
–Se la tuve que escribir yo, Sakura –dijo la de lentes, incómoda–. Estaba tan débil que no podía sostener un bolígrafo.
Sakura asintió y alcanzó el sobre con dedos temblorosos. No estaba muy convencida con las excusas de sus hermanastras, pero prefirió guardar silencio.
–La queríamos mucho –dijo Tayuya–. Aunque debes admitir que no era una madre normal...
La ojijade le lanzó una mirada tan fría que Karin decidió intervenir.
–Bueno, olvidemos eso por el momento –declaró–. ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Qué estás haciendo en el castillo de Bolderwood?
–Sasuke me ofreció que organizara la fiesta de Navidad y yo acepté –respondió–. Luego, las cosas se complicaron.
– ¿Las cosas? –Preguntó Tayuya con delicadeza–. Si no recuerdo mal, estuviste muy enamorada de él...
–Lo estuve. Pero lo superé.
–Oh, vamos, Sakura... vuestra historia es la comidilla de medio condado. Cuéntanoslo, por favor –le rogó Karin–. Nos vas a matar de curiosidad...
–Está bien, os lo diré. Sasuke no es ni mi prometido ni mi novio ni mi compañero. No mantenemos una relación seria. Solo somos amantes.
La chica estaba tan concentrada en el intento de escandalizar a sus dos hermanastras que no se dio cuenta de que el Uchiha acababa de llegar.
Y cuando oyó sus palabras, cargadas de humor y de ironía, se sintió muy incómoda.
–Eso es cierto, querida. A decir verdad, nuestra relación se circunscribe casi literalmente al dormitorio.
Durante los minutos siguientes, Sakura tuvo que soportar las miradas de admiración y las risitas coquetas que sus hermanas le dedicaron a Sasuke. Era obvio que se habían quedado impresionadas con su atractivo y su carisma.
Durante la conversación, Sasuke las invitó a la fiesta de Navidad y se interesó por sus niños. Gracias a eso, la pelirrosa supo que Karin estaba casada con un tipo llamado Suigetsu, había dado a luz por segunda vez el año anterior, teniendo a una niña de 3 años y un varoncito de apenas 1 año, y también supo que el hijo de Tayuya ya tenía 7 años y que ella se estaba labrando un futuro como fotógrafa de prensa.
Pero su incomodidad llegó a límites intolerables cuando, no contento con invitarlas a la fiesta, Sasuke sumó otra invitación para la comida de amigos que siempre se había celebrado ese mismo día, por la tarde.
A pesar de ello, Sakura logró mantener el aplomo hasta que sus hermanastras se despidieron y se marcharon. Solo entonces, bramó:
– ¿Por qué las has invitado a la comida?
–Porque me ha parecido lo más educado y porque he supuesto que te ayudaría a retomar tu relación con ellas.
La chica sacudió la cabeza.
–No sé si quiero –le confesó.
– ¿Que no lo sabes? –Sasuke entrecerró los ojos–. ¿Qué ocurre, Sakura?
Ella le enseñó la carta y le contó la historia.
– ¿Y todavía no la has leído?
–Tengo miedo de leerla.
– ¿Por qué?
La expresión de la Haruno se volvió sombría.
–Karin no lo ha dicho, pero ha insinuado que será decepcionante. Y, si lo es, tendré que vivir con su recuerdo para siempre.
–Si quieres que la lea yo...
–No, gracias. Te lo agradezco mucho, pero es mi responsabilidad.
Sakura abrió el sobre y sacó la carta que su madre había dictado a Karin. Decía así:
"Lo siento mucho, Sakura, mucho más de lo que jamás podrás imaginar. He destrozado mi vida y me temo que también he destrozado la tuya. Siento no haber tenido el valor para ir a visitarte a la cárcel ni al hospital, aunque no sé si las autoridades me lo habrían permitido. Pero no podía verte, ¿sabes? El daño ya estaba hecho, y era demasiado tarde para arreglarlo.
Además, yo quería salvar mi matrimonio, siempre fue mi prioridad, siempre fue lo más importante para mí. Y después de lo que hice...
Te quiero con toda mi alma, Sakura, pero incluso ahora me da miedo decirte la verdad. Me asusta porque sé que me odiarías."
A la joven se le llenaron los ojos de lágrimas. Se sentía algo decepcionada por el contenido de la carta, que le dio a Sasuke, pero, sobre todo, estaba triste y confundida.
–No sé qué pensar... Karin me ha dicho que mamá estaba muy confundida por aquel entonces, y tan débil que le tuvo que escribir la carta.
Sasuke leyó la carta y la guardó en el sobre.
– ¿Qué te parece? –continuó ella.
–Que tu madre se sentía muy culpable por haberte tratado mal.
–Pero sus últimas frases no tienen ni pies ni cabeza... –dijo con amargura–. ¿Después de lo que hizo? ¿A qué se refería? ¿A que se había acostado con otro hombre y se había quedado embarazada de mí? ¿De verdad pensó que yo la iba a odiar si me contaba que no era hija de Hitoshi? Es absurdo...
Él se encogió de hombros.
–No lo sé, Sakura, pero no se me ocurre otra explicación.
Justo entonces, el teléfono de Sasuke empezó a sonar.
–Discúlpame un momento. Vuelvo enseguida.
El Uchiha salió y la joven pensó que su comportamiento había mejorado mucho durante los días anteriores. Había pasado de responder llamadas en mitad de una conversación, como si ella no estuviera presente, a tratar las llamadas como las interrupciones que eran y a disculparse cuando no tenía más remedio que contestar.
Se levantó, se acercó a la ventana y admiró el campo, cubierto de nieve hasta donde alcanzaba la vista.
Sasuke volvió un minuto después.
–Tengo que irme, Sakura –dijo en voz baja.
–Entonces, saldré a dar un largo paseo con Tommy.
Sakura lo dijo con seguridad, en un intento de reafirmar su independencia y de insinuar que no necesitaba a Sasuke Uchiha.
Obviamente, era mentira, pero al menos le sirvió para salvar su orgullo.
CONTINUARA...
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