VERDADES
Cinco días después, mientras se moría de aburrimiento en una reunión, Sasuke consideró la posibilidad de regalarle unas flores a Sakura, pero la desestimó porque le pareció un gesto demasiado anticuado.
Impaciente, echó un vistazo a un reloj. Estaba pensando que aún tenía cinco horas de trabajo por delante cuando su imaginación le ofreció una imagen de la Haruno reclinada en la cama y con una lencería de lo más sexy. Desgraciadamente, sabía que era demasiado tímida como para agradecer un regalo así, y no se le ocurría nada mejor. El típico recurso de la caja de bombones le parecía aburrido y previsible.
Empezaba a estar desesperado por la falta de ideas y porque le molestaba invertir tanta energía en un asunto tan baladí. ¿Qué podía necesitar? Sin duda, ropa. Pero, si le compraba ropa, se lo tomaría como una agresión a su independencia o un intento por imponerle sus gustos.
– ¿Señor Uchiha?
El azabache miró al ejecutivo que se dirigió a él con un vacío mental propio de una persona sin experiencia en reuniones de negocios. Se preguntó si estaría enfermo, si se habría acatarrado o si habría trabajado en exceso y estaba más cansado de la cuenta, sobre todo porque últimamente no dormía mucho.
Sin embargo, su falta de sueño y su cansancio no se debían al trabajo, sino a sus largas sesiones de sexo con Sakura Haruno. Y no estaba dispuesto a renunciar a ellas. Por lo menos, mientras siguiera bajo su techo.
Se levantó del sillón, miró a la concurrencia y dijo:
–Disculpadme. Tengo algo urgente que hacer.- se acercó a la puerta y salió rápidamente
Ese mismo día, Sakura estaba desayunando cuando tomó una decisión significativa: ir a ver a su padre. Era sábado, y sabía que los sábados por la mañana se quedaba en casa y se dedicaba a leer los periódicos.
Sus nervios y su sentimiento de culpabilidad la habían mantenido lejos de su antiguo hogar, pero el factor principal era su miedo al rechazo. El juicio, la sentencia condenatoria y los artículos que había publicado la prensa tres años antes le habían ganado el desprecio de su familia y especialmente de su padre, que trabajaba para el departamento de contabilidad de Sasuke y tuvo miedo de que lo sucedido le impidiera ascender en el escalafón.
La chica no esperaba que la recibieran con una alfombra roja, pero quería pedirles disculpas y ver si existía alguna posibilidad de restablecer los lazos familiares que, por otra parte, nunca habían sido demasiado estrechos.
Además, su nueva vida la animaba a afrontar las cosas con más optimismo. Estaba muy ocupada, pero la organización de la fiesta iba viento en popa y ya había empezado a decorar el castillo de Bolderwood. Desgraciadamente, no dejaba de pensar en Sasuke Uchiha.
Una y otra vez, se recordaba que su relación terminaría tras la fiesta y que no debía enamorarse de él bajo ningún concepto y, una y otra vez, se sorprendía albergando esperanzas.
–Maldita sea...
Dejó la taza de café a un lado y se dijo que no permitiría que el Uchiha le rompiera el corazón. Estaba segura de que, si se dejaba llevar por sus fantasías románticas, terminaría por lamentarlo. Con excepción de Itachi, todas las personas a las que había querido la habían traicionado en algún momento.
Sin embargo, no podía negar que se había encariñado de él. Sasuke insistía en llevarla a cenar y a visitar lugares de lo más diversos, y ella se sorprendía siempre porque había dado por sentado, equivocadamente, que no era un hombre cariñoso.
Con el paso de los días, algunos de los empleados de Bolderwood se habían dado cuenta de que mantenían una relación. Ella no lo encontraba preocupante, porque sabía que el rumor tardaría en extenderse y que, para entonces, ya estaría lejos del castillo, pero, a pesar de ello, procuraba que no los vieran en público. Era consciente de que algunos habrían organizado un escándalo de haber sabido que Sasuke se acostaba con la responsable de la muerte de su hermano menor.
Cada vez que se veían, ella se repetía que lo suyo era una simple aventura amorosa, aunque mucho más intensa de lo que habría creído posible. Él no le podía quitar las manos de encima y, a decir verdad, a ella le ocurría lo mismo.
Cuando salía del trabajo, Sasuke le dedicaba todo su tiempo libre, incluso había empezado a salir antes para estar más tiempo juntos.
Como los dos eran personas de carácter, discutían con frecuencia, pero dormían juntos todas las noches y cada vez estaban más unidos. Sakura sabía que la quería y que se preocupaba por ella, pero no dejaba de pensar que el sexo era lo único que tenían en común.
Ahora, a apenas seis días de la fiesta, estaba convencida de que había afrontado el asunto de un modo razonable y de que se podría separar de él sin perder la compostura. No había olvidado que su antigua obsesión por Sasuke le había hecho perder el control y había terminado en un accidente de consecuencias trágicas.
Cuando terminó de desayunar, se levantó de la silla y salió del castillo. La casa de su familia estaba a tres kilómetros de Bolderwood, a las afueras del pueblo, así que decidió ir andando. Gaara Sabaku No había dado órdenes para que tuviera un vehículo con chófer a su disposición, pero no quería tener testigos de su visita; especialmente, porque temía que su padre le cerrara la puerta en las narices.
Al llegar, respiró hondo y llamó al timbre.
Se llevó una sorpresa cuando la puerta se abrió y apareció una desconocida, una rubia de mediana edad. Por un momento, pensó que su padre se había mudado.
–Buenos días. Estoy buscando a Hitoshi Haruno... ¿sabe si se ha mudado?
–Claro que no. Yo soy su esposa –contestó la mujer, sonriendo–. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
Sakura tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse boquiabierta.
No sabía que su padre se hubiera casado otra vez.
–Soy su hija pequeña, Sakura.
La sonrisa de la mujer se esfumó al instante.
–Ah... ¡Hitoshi! ¡Sakura está aquí!
El padre de la pelirrosa, un hombre alto y de ojos rojos, llegó en cuestión de segundos.
–Ya me encargo yo, Janet –dijo–. Entra en casa, Sakura.
La voz de del Haruno sonó tan poco amigable como podía sonar, pero ella pensó que el simple hecho de que la dejara entrar en la casa era todo un triunfo. Su padre la llevó al comedor y se puso detrás de la larga mesa, justo en la cabecera, en una de sus viejas y típicas tácticas de distanciamiento.
–Supongo que querrás saber por qué estoy aquí –dijo ella.
–Si has venido por dinero, has venido al lugar equivocado – declaró con frialdad.
Ella sacudió la cabeza.
–El dinero no tiene nada que ver con mi visita, papá. Ya he cumplido mi pena de cárcel. He dejado atrás el pasado y, aunque sé que causé muchos problemas a la familia, me ha parecido que...
Sakura no pudo terminar la frase. Su padre la miraba con tanto desagrado que no pudo encontrar las palabras.
–Sí, sí, ya imaginaba que aparecerías algún día con tus lágrimas de cocodrilo. Pero seré breve, por el bien de los dos... Yo no soy tu padre. Y, en consecuencia, no tengo ninguna obligación hacia ti.
La joven se sintió como si la tierra se abriera bajo sus pies.
– ¿Qué has dicho?
–Que no soy tu padre.- respondió con tal indiferencia.
– ¿De qué diablos estás hablando?
–De la verdad. Lo mantuvimos en secreto mientras tu madre estuvo con vida, pero ya no hay necesidad de mantener esa farsa – dijo con satisfacción–. Mi esposa y tus hermanastras saben que no formas parte de nuestra familia.
–No entiendo nada...
–Saki se acostó con un tipo una noche y se quedó embarazada de él. Y, antes de que me lo preguntes, te diré que no sé quién era. Ni tu propia madre se acordaba. Estaba borracha, como tantas veces.
– ¿Que se acostó con...? –dijo, incapaz de creerlo.
–Sé que suena sórdido, pero no es culpa mía. Te estoy diciendo la verdad, Sakura –insistió–. Cuando tenías siete años, te hicimos un análisis de ADN para salir de dudas. No eres hija mía. No lo has sido nunca.
–Pero ¿cómo es posible que nadie me lo dijera? –acertó a preguntar, confundida–. Y, si lo que dices es cierto, ¿por qué no te divorciaste de mi madre?
– ¿De qué habría servido un divorcio? –Su voz sonó cargada de amargura–. Era una alcohólica y yo tenía dos hijas que seguramente habrían quedado a su cargo si nos hubiéramos divorciado. Además, no quise dar pie a las habladurías de la gente... Me lo tragué e intenté salvar nuestro matrimonio. Incluso me porté contigo como si fuera tu padre.
Ella reaccionó con indignación.
–Eso no es cierto. Nunca me quisiste.
– ¿Cómo te iba a querer? –Rugió, dominado por la ira–. Eras la hija de otro hombre. A tu madre la soporté porque me había casado con ella y me sentía responsable de lo que le pudiera pasar. Al fin y al cabo, estaba sola en el mundo... Pero te aseguro que hice mucho más de lo que esa ingrata merecía.
La puerta del comedor se abrió. Era Janet.
–Hitoshi, creo que ya has dicho demasiado –declaró con calma–. Esta chica no tiene la culpa de lo que pasó.
Sakura se dio la vuelta y dijo:
–Será mejor que me vaya.
–Sí, creo que es lo mejor, querida. Tu presencia es un recordatorio de unos tiempos muy difíciles para mi marido.
La chica volteó a verlo a la cara por última vez y caminó hacia la puerta.
Sakura salió rápidamente de la casa, sintiéndose tan mareada como si le hubieran dado un golpe en la cabeza.
Por fin, todo estaba claro. Ahora entendía que su padre no la hubiera querido nunca y que su madre siempre hubiera mostrado predilección por Karin y Tayuya. Por eso la habían enviado a estudiar lejos de casa y por eso la habían excluido cuando tuvo el accidente que costó la vida a Itachi.
No formaba parte de la familia Haruno.
Su vida había sido una farsa y no podía hacer nada al respecto.
No había puentes que tender, lazos que estrechar.
Sus sueños infantiles se habían esfumado de repente.
Iba tan sumida en sus pensamientos, que se dio cuenta de que estaba aún en la calle, al chocar de frente con una persona.
Levantó la mirada y se topó con unos bellos ojos perlas, que la miraban sorprendida.
-¿Sakura?- murmuró confundida la chica que tenía en frente.
-Hinata- susurró esperanzada la pelirrosa.
-¡Oh Sakura!- gritó la joven de lindos ojos grises, para luego abrazar a la joven.
La Haruno recibió rápidamente el abrazo, enroscando sus brazos en el cuerpo de la joven, buscando la protección que no tenía de nadie, sus ojos se llenaron rápidamente de saladas lágrimas.
Sakura comenzó a llorar, dejando salir todo lo que en esos momentos le atormentaban la vida, sabía que se había jurado no llorar, pero con su amiga entre brazos, le era imposible no sacar sus sentimientos. Por su parte Hinata lloraba en silencio.
Ambas se separaron y se miraron a los ojos, los cuales de ambas estaban rojos. Hinata Hyuga le regaló una gran y a la vez sincera sonrisa.
-No puedo creer que ya hayas salido.
-Sí- respondió la joven Haruno, pasándose una de sus manos sobre las mejillas- fue hace poco tiempo, aún estoy bajo fianza.
Hinata la miró y volvió a sonreír.
-No sabes cuánto te he extrañado...
-Yo igual, me faltaba mi amiga en muchos momentos.
Se quedaron en completo silencio. Hinata tomó ambas manos entre las suyas y la miró arrepentida.
-Perdóname Sakura- a la Hyuga se le llenaron los ojos de lágrimas nuevamente.
-Dé qué hablas Hinata-sonrió por inercia la Haruno.
-Perdóname por no haber podido entrar a verte.
-Hinata...
-Sakura... fui más de tres veces a verte, pero... el miedo y la pena me ganaban, nunca pude entrar... yo... perdóname Sakura- dijo entre tartamudeos.
La pelirrosa la vio impresionada, y sin pensarlo dos veces, abrazó a su amiga y por primera vez, luego de 3 años, se sintió feliz y querida.
-Hinata, no te preocupes- susurró cerca de su oído.
-Sé que fui mala amiga en ese aspecto, pero no podía verte allí...- prosiguió la joven- no sabes cuántas veces lloré porque lo que te había ocurrido...
-Sh- la calló la Haruno- no importa Hinata, eres mi amiga y en estos momentos tu abrazo a sido lo más lindo que he recibido.
Se quedaron abrazadas, en un silencio cómodo.
Pasaron alrededor de media hora hablando de trivialidades, riendo cada vez que podían y confesando hasta lo más guardados secretos, los cuales no habían salido a la luz durante tres años.
Se despidieron entre promesas de volverse a juntar.
-Adiós Hinata, mándale saludos a Naruto, y dile que quiero un sobrinito luego- la Haruno soltó una burlesca risa, lo que provocó un llamativo sonrojo en las mejillas de Hinata.
-Sakura- retó avergonzada- Te quiero- la abrazó- Sé que eres inocente, y te lo probaré- dijo en un susurro y se fue.
La chica volteó rápidamente, pero la Hyuga ya no estaba.
-Qué habrá querido decir...- murmuró confundida, para comenzar a caminar hacia el castillo.
Sasuke volvió a Bolderwood en helicóptero. Tras advertir al piloto de que volvería a Londres minutos después, descendió del aparato y se dirigió a la entrada principal. Gaara estaba sentado al volante de su todoterreno.
–Hola, Sasuke...
–Hola.
– ¿Sabes dónde está Sakura?
– ¿Por qué lo preguntas?
–Porque se suponía que debía pasar a recogerla a la una, pero me han dicho que ha salido –contestó.
El Uchiha arqueó una ceja.
– ¿Y adónde la pensabas llevar?
–A buscar un árbol de Navidad para la fiesta –respondió, sonriendo–. Aunque también tenía la esperanza de que quisiera comer conmigo...
Sasuke respiró hondo e intentó mantener la calma. Era evidente que Gaara no estaba informado de su relación con la pelirrosa.
–No te preocupes por el árbol. Sakura y yo lo elegiremos juntos.
El pelirrojo frunció el ceño, sorprendido.
–De acuerdo... si la ves, dile que he venido a buscarla.
Sasuke apretó los dientes, pero guardó silencio y siguió hacia la puerta del castillo mientras el Sabaku No arrancaba el vehículo y se iba.
Estaba furioso con Sakura. Incluso consideró la posibilidad de que se sintiera atraída por el encargado de la propiedad y de que por eso se negara a aceptar que mantenía una relación con él.
Evidentemente, no se parecía nada a las mujeres con las que había salido hasta entonces, siempre dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad de que las vieran a su lado. La Haruno se mantenía en la sombra y se comportaba de un modo tan independiente que no le llamaba por teléfono, no le enviaba mensajes de texto y ni siquiera le preguntaba a qué hora pensaba volver a casa.
Sin embargo, él intentó convencerse de que le parecía bien.
Una relación sin exigencias, sin ambiciones desmesuradas y, desde luego, sin intenciones ocultas. Con ella no había ni trampa ni cartón.
Ya estaba a punto de entrar en la mansión cuando oyó pasos en el camino y supo que era ella. Iba a pie y llevaba unos vaqueros viejos y una chaqueta verdaderamente horrible, pero nada podía eclipsar la gracia de sus movimientos y la belleza delicada de sus rasgos bajo su cabellera rosada.
–Sakura...
Perdida en sus pensamientos, ella alzó la cabeza y parpadeó, sorprendida de verlo en Bolderwood a una hora tan temprana. En general, Sasuke era como los vampiros, solo se dejaba ver de noche.
En cuanto se repuso de la sorpresa, sintió la necesidad de acercarse y arrojarse a sus brazos; todo en él era magnífico, desde su cabello negro hasta sus zapatos, pasando por su traje. Pero como siempre, se refrenó; si él se empeñaba en mostrarse impasible, ella se mostraría más impasible todavía.
Él echó los hombros hacia atrás y le dedicó una sonrisa que, en circunstancias normales, habría despertado su desconfianza.
–Nos vamos de compras –afirmó.
Ella volvió a parpadear. Desconocía sus intenciones, pero no sintió la menor curiosidad al respecto, la conversación con Hitoshi Haruno la había dejado tan vacía que no le importaba nada.
–Y, ya que estás aquí, nos podemos ir cuando quieras...
Sasuke bajó los escalones de la entrada y la tomó de la mano, pero Sakura se apartó al instante.
–No... Alguien nos podría ver.
–Oh, vamos... –protestó él, molesto–. Ha sido un gesto inocente, no un intento de que nos demos un revolcón.
–No seas grosero.
Sasuke suspiró. Tras toda una vida de tener que soportar a mujeres vanas, avariciosas y desleales que, sin embargo, habrían hecho cualquier cosa por estar con él, ahora se encontraba con una pequeña joya que hacía cualquier cosa con tal de mantener las distancias. Pero él no era un hombre que se rindiera con facilidad. Abrió los brazos y los cerró alrededor de su cuerpo, aprisionándola.
– ¿Qué...? ¿Qué estás haciendo?
Él aprovechó el elemento sorpresa, no se podía permitir el lujo de fallar en esos casos, porque ella bajaba la guardia muy pocas veces.
La besó con una necesidad aparentemente insaciable, cuya descarga atravesó las barreras de Sakura y le causó un escalofrío. Sus pechos se pusieron tensos y su sexo se humedeció. Sasuke era tan sexy que solo tenía que tocarla para que ella deseara arrastrarlo a la cama.
Él se frotó contra su cuerpo, haciéndole saber que estaba excitado, pero el contacto de su erección le hizo recordar que estaban en la entrada del castillo, a la vista de cualquiera que se asomara a una ventana.
– ¡No! –exclamó–. Podrían vernos.
El Uchiha no se dejó desalentar por su negativa, la tomó otra vez de la mano y la llevó hacia el helipuerto.
– ¿Adónde vamos? –se interesó ella.
–Ya te lo he dicho. Vamos de compras.
–Sí, pero... ¿adónde?
–A Londres.
Ella miró el aparato con desconcierto.
– ¿Y vamos a ir en helicóptero?
–Así llegaremos antes.
Ella sacudió la cabeza.
–No estoy de humor, Sasuke.
–Se acerca Navidad. Dame el gusto por una vez.
Sakura pensó que probablemente quería comprarle un regalo y decidió no complicarle las cosas. Era todo un detalle.
–Está bien...
Tras ayudarla a subir al helicóptero, él le puso el cinturón de seguridad y preguntó:
– ¿Te ocurre algo? Esta mañana estás muy callada.
–No me pasa nada.
El aparato se alzó ruidosamente en el aire y ella pensó que ninguna fuerza física le podría haber arrancado la historia que Hitoshi Haruno le había contado minutos antes. No tenía intención de contárselo a Sasuke; en primer lugar, porque Hitoshi trabajaba para él y, en segundo, porque una revelación de tanta importancia no encajaba en una aventura más cercana al sexo que al amor. Además no creía que le incumbiese que se encontró con una vieja amiga.
En cuanto a ella, tendría que acostumbrarse al hecho de que desconocía la identidad de su padre y de que carecía de los recursos necesarios para encontrarlo.
Volvió a mirar a Sasuke y le pareció extraño que quisiera ir de compras. Por lo que tenía entendido, la mayoría de los hombres detestaba ir de compras. Sin embargo, pensó que el viaje a Londres serviría para despejar su cabeza de pensamientos sombríos.
Tomaron tierra en el helipuerto de un centro comercial muy conocido, y ella se llevó una nueva sorpresa al descubrir que el azabache había hablado con la encargada de una boutique para que los esperara en su establecimiento. La mujer interrogó amablemente a Sakura para hacerse una idea de sus gustos, pero solo consiguió algunas respuestas vagas que dejaron bien patente su falta de interés.
Decidido a no desaprovechar la oportunidad, él intervino para darle unas cuantas ideas sobre colores y modelos y se dedicó a asentir o a sacudir la cabeza a medida que la encargada les enseñaba sus productos. La joven se probó unos cuantos y, tras comprobar que le quedaban bien, los dejaron en el mostrador. Fue un proceso relativamente rápido, porque Sasuke compraba tan deprisa como trabajaba.
Mientras los ayudantes de la encargada guardaban las prendas, ella se mantuvo distante y ensimismada como si aquello no fuera con ella. El Uchiha se armó de paciencia e intentó convencerse de que, a diferencia de la inmensa mayoría de las mujeres, Sakura Haruno no sentía el menor interés por la ropa que llevaba.
Concluida la primera fase de su plan, que incluyó la compra de varios bolsos y zapatos y de un vestido de terciopelo verde que a él le pareció perfecto para la fiesta de Navidad, llegó el momento de pasar a la lencería.
Sasuke se giró hacia ella porque dio por sentado que, tratándose de ropa interior, querría elegirla personalmente. Y se quedó aturdido al ver sus lágrimas.
Ni siquiera parecía consciente de que estaba llorando en un lugar público.
CONTINUARA...
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