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INOCENCIA PROBADA

Era Navidad, otra vez.

Sasuke Uchiha hizo una mueca y pensó que no tenía tiempo para las bobadas, las extravagancias y las payasadas de borrachos típicas de esos días, ya marcados por la falta de concentración, el aumento del absentismo y la reducción de la productividad de sus cientos y cientos de trabajadores. Enero nunca había sido un buen mes para el margen de beneficios.

Además, tenía asociada la Navidad a la muerte de su hermano menor, Itachi. Habían pasado tres años, pero no lo olvidaba ni un momento. Su hermano, tan brillante y prometedor, había muerto por culpa de una fiesta que él mismo había organizado. Una de las invitadas se emborrachó y cometió el error de ponerse al volante de un coche. Desde entonces, su sentimiento de culpabilidad ahogaba hasta los recuerdos más felices de Itachi, a quien sacaba 7 años de edad y a quien quería más que a sí mismo; especialmente, porque habían discutido unos minutos antes de su muerte.

Pero el amor siempre dolía.

Sasuke lo había aprendido de muy joven, cuando su madre los abandonó a él y a su padre para marcharse con un hombre adinerado. No la volvió a ver. Su padre se desentendió de sus responsabilidades como progenitor y se lanzó a una serie de fugaces aventuras amorosas, una de las cuales terminó con el nacimiento de Itachi, que se quedó huérfano a los nueve años por parte materna.

Cuando lo supo, Sasuke le ofreció un hogar. Y probablemente había sido el único acto de generosidad del que no se había arrepentido. Por mucho que lo echara de menos, aún se alegraba de haberlo tenido a su lado. La entusiasta forma de ser de Itachi había mejorado brevemente su vida de obseso por el trabajo.

Sin embargo, ahora estaba condenado a vivir en un castillo que ya no le parecía un hogar. De hecho, nunca habría comprado Bolderwood si a Itachi no le hubiera encantado lo que a él le parecía una monstruosidad gótica con torretas. Obviamente, podía buscar esposa y esperar a que lo abandonara y se quedara con el castillo, con sus hijos y con su fortuna, pero la perspectiva no le agradaba en exceso.

Como hombre rico, estaba acostumbrado a que las mujeres avariciosas y dominadas por la ambición se arrastraran a sus pies. No importaba si eran altas o bajas, sinuosas o delgadas, rubias o morenas; todas estaban cortadas por el mismo patrón. Y a sus veintiocho años, Sasuke estaba tan cansado de experiencias sexuales con ese tipo de mujeres que se había empezado a replantear seriamente lo que consideraba atractivo en una mujer.

Al menos, ya sabía lo que no le gustaba. Le aburrían las descerebradas, las arribistas y las esnobs. Las coquetas que se reían tontamente le recordaban su juventud desperdiciada, y las mujeres de carrera solían estar tan centradas en sí mismas que rara vez eran buenas amigas y buenas amantes. O eso o no podían mantener una relación sin hacer planes a largo plazo sometidos a sus conveniencias.

Cuántas veces le habían preguntado si quería tener hijos, si era fértil, si tenía intención de sentar la cabeza algún día. Y no, él no tenía intención. No se quería arriesgar a sufrir una desilusión tan grande, sobre todo, porque la muerte de su hermano le había enseñado que la vida podía ser increíblemente frágil. Estaba decidido a seguir solo y a convertirse en un viejo cascarrabias, exigente y muy rico.

-Siento molestarlo, señor Uchiha.

La voz que se oyó era la de Ino Yamanaka, su directora gerente en AeroCarlton, pero Sasuke tardó unos segundos en reconocerla. Acababa de adquirir la empresa, que se dedicaba a la fabricación de piezas de aviones, y todavía no se había familiarizado con la plantilla.

–Quería asegurarme de que mantiene el apoyo al programa de rehabilitación de presos con el que empezamos a colaborar el año pasado –siguió Ino–. Como quizás recuerde, New Start, la ONG que lo organiza, nos envía aprendices que cuentan con su confianza. Mañana nos llega una mujer que se llama...

–No es necesario que entre en detalles –la interrumpió con suavidad–. No me parece mal que apoyemos ese programa, pero espero que vigile a esa persona.

La atractiva rubia sonrió con aprobación.

–Por supuesto, señor. Resulta especialmente agradable en esta época del año, ¿no le parece? Ayudar a una persona y ofrecerle la posibilidad de empezar una nueva vida... Además, solo estará tres meses con nosotros.

Sasuke la miró con exasperación. No era un hombre particularmente sentimental.

–Espero que no estuviera en la cárcel por cometer un fraude...

–No, dejamos bien claro que no aceptaríamos a personas que hubieran cometido ese tipo de delitos. De hecho, dudo que llegue a conocerla, señor Uchiha. Será la recadera de la oficina. Se encargará de archivar, llevar mensajes y recibir paquetes y correspondencia – afirmó–. En esta época del año, siempre hay trabajo para dos manos más.

Durante un momento, Sasuke sintió lástima por la recadera. Ya se había dado cuenta de que Ino Yamanaka era demasiado dura con sus subordinados. El día anterior, había estado a punto de humillar al conserje de la empresa por un incumplimiento irrelevante de sus obligaciones. La directora gerente de AeroCarlton disfrutaba de su poder y lo usaba. Pero supuso que una expresidiaria sabría defenderse.

Sakura abrió el buzón de correos, pero estaba vacío. Siempre estaba vacío. Quizás había llegado el momento de asumir que sus familiares hacían caso omiso de sus cartas porque no querían saber nada de ella.

Parpadeó varias veces, para evitar que sus ojos jades se llenaran de lágrimas. La cárcel le había enseñado a valerse por sí misma, y estaba segura de que sabría salir adelante en el mundo exterior, aunque el mundo exterior fuera un lugar tan lleno de posibilidades que se sentía completamente apabullada.

–No intentes correr antes de aprender a andar –le había dicho Temari, la asistente encargada de su libertad condicional.

Al recordarlo, se dijo que a Temari le encantaban las perogrulladas. Y, justo entonces, Tommy empezó a mover la cola con alegría.

–Es hora de llevarte a casa, chico...

La chica acarició al perro e intentó no pensar en el futuro que le esperaba. Durante los últimos meses de su condena, había trabajado en un refugio de animales asociado al programa de rehabilitación del sistema penitenciario, y sabía que se le acababa el tiempo. Shizune, la encantadora mujer que llevaba el refugio, tenía poco presupuesto y poco espacio. Simplemente, no se podía hacer cargo de él.

Además, Tommy era su peor enemigo. Cada vez que aparecía una persona dispuesta a adoptarlo, se ponía tan contento que ladraba y la asustaba. Nunca tenía la oportunidad de demostrar que era un perro leal, limpio y obediente.

Sakura lo quería con toda su alma y, en cierto modo, le recordaba a sí misma. Ella también sabía lo que implicaba ser una cosa y parecer otra. Siempre se había empeñado en esconderse tras una fachada de seguridad, creyendo que no necesitaba ni el cariño ni las opiniones de nadie. Y siempre se había sentido sola. En casa, en el colegio, en todas partes y con todo el mundo.

Con todos, menos con Itachi.

Al pensar en él, se le hizo un nudo en la garganta. Había ido a prisión por matar a su mejor amigo, pero ni siquiera recordaba el accidente en el que Itachi Uchiha había perdido la vida. El golpe que se había dado en la cabeza le había causado una amnesia permanente que algunas veces le parecía una bendición y, otras, la peor de las maldiciones. Solo sabía que ningún tribunal le podría haber impuesto un castigo mayor que el que ella misma se había infligido.

Había conocido al Uchiha en el internado, un instituto mixto de tarifas tan altas como su fama académica. Ningún precio le habría parecido demasiado alto a su padre, que estaba loco por perderla de vista. De hecho, ella había sido la primera y única de sus hijas a la que había enviado a estudiar lejos de casa, lo cual la había enemistado con Tayuya y Karin, que se sintieron discriminadas. Y ahora, su familia no quería saber nada de la hija pródiga.

Además, su madre había fallecido y ya no quedaba nadie dispuesto a tender puentes entre ellos. Sus hermanas eran mujeres con carrera, maridos e hijos, personas para las que una expresidiaria suponía una vergüenza que manchaba el buen nombre y la reputación de la familia Haruno.

La chica sacudió la cabeza e intentó concentrarse en los aspectos positivos de su nueva vida. Había salido de prisión y había conseguido un empleo. Cuando se apuntó al programa de New Start, no albergaba esperanzas de conseguir un trabajo; tenía un buen expediente académico, pero carecía de experiencia laboral. Sin embargo, AeroCarlton le había ofrecido la oportunidad de empezar de nuevo y labrarse un futuro.

Tommy dejó de mover la cola en cuanto llegaron al refugio de animales. Shizune lo sacó al jardín porque era demasiado grande para la oficina, pero el perro se quedó pegado al cristal de la puerta, vigilando los movimientos de Sakura.

–Anda, reparte esto cuando empieces a trabajar... –Shizune le dio unos folletos del refugio–. Quizás consigamos más personas dispuestas a adoptar un animal abandonado.

La joven miró los folletos con interés. En su empeño por conseguir ingresos para mantener el refugio, Shizune había organizado una pequeña industria con unas cuantas damas de la zona, que se dedicaban a hacer cojines, jerséis, gorros, bufandas y otros productos, siempre decorados con figuras de perros y gatos. Era una buena idea, pero Sakura pensó que los diseños eran demasiado anticuados como para llamar la atención de clientes jóvenes.

–Imagino que has venido andando para que Tommy pudiera dar un paseo –continuó la mayor–, pero ¿tienes para el autobús? –la joven ojijade no quería que Shizune le diera dinero, así que mintió.

–Por supuesto que sí.

– ¿Y tienes ropa decente para mañana? No puedes presentarte en tu nuevo trabajo sin estar elegante.

–Conseguí un traje en una organización benéfica.

Sakura prefirió no decir que los pantalones le quedaban un poco ajustados y que la chaqueta era demasiado estrecha para sus generosos senos, de modo que no se la podía abrochar. Tenía intención de combinarlo con una camisa azul, con la esperanza de que su aspecto resultara lo suficientemente atractivo y profesional como para que nadie reparara en los zapatos, que le estaban grandes.

De todas formas, no era un problema que le preocupara en exceso. Ahora debía concentrar sus energías en algo incluso más importante que pagar el alquiler del piso, comer y vestirse; tenía que acostumbrarse a su libertad recién conquistada.

Además, ya no era la joven atrevida y rebelde que adoraba la estética gótica y llevaba el pelo de color rosado tan corto al ras de los hombros. Aquella joven había muerto en el accidente de Itachi, y había dado paso a una mujer cauta y sensata en la que apenas se reconocía. La cárcel la había obligado a pasar desapercibida. La cárcel no era un buen lugar para llamar la atención. La cárcel le había enseñado a obedecer las órdenes, a callar y a ir por el mundo con la cabeza baja.

Pero también había aprendido cosas buenas. Sakura, que había crecido en una familia adinerada, se encontró de repente en un lugar lleno de mujeres que ni siquiera habían tenido la oportunidad de aprender a leer y a escribir, mujeres que delinquían porque no tenían otra forma de salir adelante. Y ayudándolas a ellas, se ayudó a sí misma.

Ya no le importaba tanto que su padre no la quisiera o que su madre, una alcohólica, no le hubiera dado nunca un abrazo; a decir verdad, ya ni siquiera le importaba que la hubieran internado de niña en un colegio donde algunas de sus compañeras abusaban de ella.

Había aprendido a vivir con sus virtudes y sus defectos y a sobrellevar el dolor de haber causado la muerte a la única persona que quería de verdad.

Al recordarlo, pensó que su mejor amigo habría sido el primero en decirle que dejara de torturarse. Siempre había sido maravillosamente práctico en ese sentido. Desechaba lo irrelevante e iba a la raíz de los problemas.

"–No es culpa tuya que tu madre beba –le dijo en cierta ocasión–. No es culpa tuya que el matrimonio de tus padres sea un desastre ni que tus hermanas sean dos niñas mimadas... ¿Por qué tienes la manía de cargar con culpas que no te corresponden?"

Tras despedirse de Shizune, la joven volvió a casa y preparó la ropa para el día siguiente. Los empleados de New Start le habían asegurado que su historial era confidencial, así que no tenía miedo de que sus compañeros de trabajo la juzgaran por lo que había hecho.

Con un poco de suerte, podría demostrar que había aprendido de sus errores y que ya no era la chica desesperada y derrotada que había llegado a la cárcel.

–Puedes preparar café para la reunión. Serán alrededor de veinte personas –dijo Ino Yamanaka con una sonrisa acerada–. Porque sabes preparar café, ¿verdad?

Sakura asintió con vigor y se dirigió a la pequeña cocina de la empresa. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por agradar, aunque ya había notado que la señorita Yamanaka era una mujer dura y que no le iba a facilitar las cosas.

A las once menos cuarto, la joven pelirrosa empujó el carrito de los cafés hasta la sala de juntas, donde un hombre increíblemente alto se estaba dirigiendo a los ejecutivos de la empresa. El ambiente estaba cargado de tensión. Hablaba sobre los cambios que pensaba hacer en AeroCarlton, pero ella no se fijó tanto en su discurso como en su acento italiano, que le resultó inmediata y terriblemente familiar.

Con manos temblorosas, le sirvió el café solo y con dos cucharillas de azúcar que la rubia le había indicado. No podía creer que fuera Sasuke. No podía ser él. Le parecía imposible que el destino se estuviera burlando de ella hasta el punto de ofrecerle un empleo en una empresa dirigida por el hombre que más había sufrido por su culpa. Pero era él. No había olvidado esa voz profunda que siempre le había causado vértigo.

Se puso tan nerviosa que, mientras le llevaba el café, se le salieron los zapatos y llegó a la mesa descalza. Sasuke se giró y admiró su cabello rosa, recogido en un moño; su perfil delicado, la elegancia de sus manos y la larga extensión de sus piernas, embutidas en unos pantalones estrechos. Tuvo la sensación de que la había visto antes, pero no la reconoció hasta que la miró a los ojos, que eran de color verde jade.

No lo podía creer. No podía ser ella. La última vez que la había visto llevaba el pelo corto y tenía la mirada perdida, como si no viera nada de lo que ocurría a su alrededor.

La tensión de Sasuke Uchiha fue tan obvia que despejó cualquier duda que Sakura pudiera albergar sobre su identidad. Pero, a pesar de ello, sus ojos azabaches se mantuvieron perfectamente inexpresivos cuando le dejó el café en la mesa.

–Gracias –dijo.

Ino decidió aprovechar la ocasión para presentar a Sakura.

–Señor Uchiha, le presento a Sakura Haruno. Hoy empieza a trabajar con nosotros.

–Sí, ya nos conocemos –declaró Sasuke con frialdad–. Vuelve cuando termine la reunión, Sakura. Me gustaría hablar contigo.

La chica consiguió volver sobre sus pasos, ponerse los zapatos sin que se dieran cuenta y alcanzar el carrito. Le sudaban las manos y casi no podía respirar, pero gracias a la disciplina que había adquirido en la cárcel, pudo preparar y servir el resto de los cafés sin derramar ninguno.

Sasuke Uchiha. ¿Cómo era posible que estuviera en AeroCarlton? ella había estudiado a fondo el sitio web de la empresa y le constaba que su nombre no aparecía en ninguna parte, pero era evidente que la dirigía; tan evidente como que sus días allí estaban contados. Cuando terminara la reunión y volviera a la sala de juntas, la despediría. ¿Qué otra cosa podía hacer? A fin de cuentas, era culpable de la muerte de Itachi.

Sasuke Uchiha. La misma persona de la que se había encaprichado a los dieciséis años; el hombre por el que se había hecho un tatuaje en la cadera, que ahora le quemaba como un hierro al rojo. Por entonces, ella era una adolescente impulsiva que no salía con ningún chico porque ninguno de los que conocía le parecían interesantes. Sin embargo, eso cambió durante un fin de semana en el castillo del Uchiha.

Seguro, carismático y siete años mayor que ella, él no pareció reparar en su presencia ni mucho menos en que estaba loca por llamar su atención, y ella, que jamás se había alojado en un castillo, tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para mostrarse natural en su presencia y en un lugar tan impresionante.

– ¿Sakura?

La chica se dio la vuelta y vio que Ino la observaba con interés.

– ¿Sí?

–No habías mencionado que conocieras al señor Uchiha.

–Mi padre trabajaba para él. Vivíamos cerca de su casa.

La rubia apretó los labios.

–Bueno, no esperes que eso te sea de ayuda –le advirtió–. El señor Barbieri te está esperando en la sala de juntas. Retira las tazas mientras hablas con él.

Sakura asintió.

–Yo... ni siquiera sabía que trabajara aquí.

–No me extraña. El señor Uchiha adquirió AeroCarlton la semana pasada –le explicó–. Ahora es tu jefe.

–Sí, claro.

La ojijade sonrió con debilidad y se dirigió a la sala de juntas, intentando acostumbrarse a la perspectiva de enfrentarse con un hombre que probablemente habría hecho cualquier cosa con tal de que siguiera en la cárcel.

Sasuke se había levantado y estaba apoyado en el borde de la mesa, hablando por teléfono. Nerviosa como un gato delante de un león, Sakura aprovechó la oportunidad para retirar las tazas de café y llevarlas al carrito, pero su imagen se le había quedado grabada en la mente: alto, de hombros anchos, con un traje que le quedaba como un guante y una camisa blanca que enfatizaba la blanca de su piel. Todo en él era bello; desde sus pómulos altos hasta su nariz recta, pasando por una boca sorprendentemente sensual.

No había cambiado. Aún rezumaba una energía y un aire de autoridad abrumadores. Era el hermano mayor de Itachi. Y, si hubiera hecho caso a las advertencias de su mejor amigo, él habría seguido con vida.

"– ¡Deja de coquetear con Sasuke! –le aconsejó vehementemente durante la fiesta de aquella noche fatal–. Eres demasiado joven y demasiado inexperta para él. Y aunque no lo fueras, Sasuke te comería para desayunar... es un depredador con las mujeres."

En aquella época, Sasuke era delgado, pelinegro, elegante y refinado; todo lo que Sakura no era. Y le pareció tan fuera de su alcance, tan por encima de ella, que le partió el corazón.

Obsesionada con él, atesoró hasta los detalles más pequeños de su vida. Sabía que tomaba el café con azúcar y que no le gustaba el chocolate. Sabía que apoyaba causas solidarias en los países en vías de desarrollo. Sabía que su infancia había sido difícil, que su madre los había abandonado y que su padre bebía en exceso. Sabía que coleccionaba coches y que adoraba la velocidad. Incluso sabía que odiaba ir al dentista.

–¿Sakura?

La joven se giró hacia el azabache, que acababa de colgar el teléfono.

– ¿Sí?

–Hablaremos en mi despacho. –el Uchiha se apartó de la mesa y abrió una puerta–. ¡Y deja el maldito carrito en paz!

Ella se ruborizó, incómoda, y apartó la mano del carrito. Sasuke entrecerró los ojos y la observó, descendiendo desde sus ojos jades hasta su boca, que le pareció tan sensual como en los viejos tiempos.

Tuvo que respirar hondo para refrenarse y no dejarse llevar por unas emociones que creía haber superado.

Sakura siempre había sido la tentación personificada, pero también la fruta prohibida que no debía probar en ningún caso. Y él, que se preciaba de saber controlarse y de respetar las normas, las rompió y la probó.

Solo fue un beso. En principio, nada importante. Salvo por el hecho de que terminó destruyendo a su familia.

Sakura pasó ante él con inseguridad, aunque mantuvo la cabeza bien alta, negándose a mostrarse débil o preocupada. Además, conocía bien al Uchiha. Era un hombre duro e implacable en los negocios, capaz de asumir riesgos y de plantar cara a la adversidad, pero jamás había sido el hombre brutal y conservador que parecía.

No había olvidado que apoyó totalmente a Itachi cuando le confesó que era homosexual. Y tampoco había olvidado la risa y el inmenso alivio de su amigo al saber que Sasuke lo aceptaba sin reservas.

Sakura entró en el despacho, angustiada. Habría dado cualquier cosa por volver a oír la risa de su difunto amigo.

Recuerdos del Pasado

Sakura sacudió la cabeza y echó un vistazo a su alrededor. El despacho era una superficie enorme de tarima, con una mesa de trabajo y una zona de descanso. Todo estaba perfectamente ordenado y tan perfectamente vacío que en la mesa solo había un ordenador portátil y un fajo de documentos.

–Me he llevado una sorpresa al verte –admitió el azabache.

–Yo podría decir lo mismo. No sabía que fueras el dueño de la empresa.

La joven lo acarició con la mirada, absorbiendo los duros ángulos de sus pómulos, la obstinación de su barbilla y el ónix de sus ojos, enmarcados en unas pestañas largas y negras. La boca se le quedó seca al instante.

– ¿Qué estás haciendo aquí? Di por sentado que volverías a la Facultad de Medicina cuando salieras de la cárcel.

Ella se puso tensa.

–No, yo...

Sasuke frunció el ceño.

– ¿Por qué no? Ya imagino que la universidad no te ha guardado la plaza durante tu estancia en prisión, pero eras una alumna brillante y estoy seguro de que te aceptarían otra vez.

Ella tardó unos segundos en contestar. Aún recordaba lo contentos que se habían puesto Itachi y ella cuando los dos recibieron ofertas de la misma universidad para estudiar Medicina.

–Eso es cosa del pasado. No quiero volver atrás –dijo–. Estoy aquí porque necesito un trabajo, una forma de ganarme la vida.

Él arqueó una ceja.

– ¿Y tu familia?

–No quieren saber nada de mí. No he tenido noticias de ellos desde que me condenaron.

–Veo que se lo tomaron mal...

–Supongo que no pueden perdonarme.

– ¿Que no pueden? La gente perdona cosas mucho peores – afirmó él–. Además, solo eras una adolescente cuando pasó.

Sakura apretó los puños.

– ¿Es que tú me has perdonado?

Él se quedó inmóvil y sus ojos azabaches se clavaron en ella como los de un depredador.

–No, yo tampoco puedo perdonarte –admitió, tenso–. Itachi no era solo mi hermano, también era la única familia que tenía.

–Y un hombre absolutamente irreemplazable... Pero ¿qué vamos a hacer? -preguntó ella, ansiosa por cambiar de conversación–. Es obvio que no querrás que trabaje contigo. Aunque sea un empleo temporal.

–En efecto.

El Uchiha se alejó de ella y se puso detrás de la mesa. Ella estaba sola, luchando por sobrevivir. Su familia le había dado la espalda y necesitaba el empleo de AeroCarlton para empezar una nueva vida, pero no la quería a su lado. Itachi había muerto por su culpa. No podía esperar que la ayudara.

Sin embargo, sabía que su hermano se habría opuesto a que la castigara por su muerte, así que intentó encontrar un poco de compasión en su corazón. Y solo encontró el vacío que le había dejado la pérdida de su hermano.

– ¿Quieres que me vaya?

Sasuke no quiso mirarla a los ojos porque la chica había conseguido que se sintiera como si fuera una especie de matón. Clavó la mirada en la mesa y, al ver la lista de Navidad, encontró la solución que necesitaba.

Era perfecta. La mantendría lejos de la oficina y ella no lo interpretaría como un castigo porque siempre le habían gustado las Navidades.

–No, de momento, te puedes quedar... De hecho, quiero encargarte una cosa.

Sakura, que estaba convencida de que su despido era inminente, se llevó tal sorpresa que avanzó hacia él con demasiada energía y los zapatos se le volvieron a salir.

– ¿De qué se trata? –preguntó, ansiosa.

– ¿Qué te pasa con los zapatos?

–Que me están demasiado grandes.

– ¿Por qué?

La ojijade se ruborizó.

–Todo lo que llevo puesto es de una organización benéfica.

Sasuke la miró con desconcierto y ella se sintió obligada a darle una explicación.

–Tenía dieciocho años cuando me metieron en la cárcel –le recordó–. No podía venir a la oficina con mi ropa de entonces... está demasiado vieja.

El Uchiha sacó la cartera, la abrió y le ofreció un fajo de billetes.

–Cómprate unos zapatos nuevos –le ordenó.

–No puedo aceptar tu dinero, Sasuke.

– ¿Es que vas a rechazar tu sueldo?

–No, pero eso es distinto. No es personal.

–Esto tampoco es personal. No quiero que denuncies a la empresa si te caes con esos zapatos mientras trabajas para nosotros. Además, no me servirás de nada si ni siquiera puedes andar bien... supongo que tendrás que andar bastante.

– ¿Andar? ¿De qué se trata?

Él se inclinó sobre la mesa para darle la lista y los billetes. Era un hombre alto, por encima del metro ochenta, y le sacaba algo más de diez centímetros. Sin embargo, eso no la intimidó tanto como el aroma de su colonia y la tensión de los músculos de su pecho, cuyo contacto duro y cálido recordaba a la perfección.

–Es una lista con los nombres de las personas a las que tenemos que hacer regalos de Navidad –explicó–. Ino te dará una tarjeta de crédito de la empresa. Solo tienes que atenerte a sus instrucciones.

Sasuke se preguntó qué había en aquella mujer que le gustaba tanto. Sakura no parecía ser consciente de su inmenso atractivo sexual, pero él era más que consciente de lo mucho que le atraía su boca, la curva de sus grandes pechos y sus piernas embutidas en un pantalón demasiado ajustado.

La deseaba. Hasta el punto de que, en ese momento, se sintió terriblemente frustrado por no poder tenerla.

– ¿Me estás pidiendo que vaya de compras?

–Exactamente.

La Haruno parecía desconcertada.

–Pero nunca he sido de ese tipo de mujeres... ir de compras no es lo mío.

Él le dedicó una mirada cargada de ironía.

–Si quieres mantener tu empleo, harás lo que te digan.

Sakura se ruborizó de nuevo y se mordió el labio inferior mientras intentaba tragarse el orgullo. La seguridad y el carácter dominante del azabache siempre le habían sacado de quicio, pero la cárcel le había enseñado a respetar las órdenes y ser paciente.

–No hagas eso con la boca. Y no me mires así –continuó él.

– ¿Cómo? ¿De qué me estás hablando? –preguntó, sinceramente sorprendida.

Él la miró fijamente.

–Lo sabes de sobra. No te hagas la seductora conmigo. Ya he pasado por ahí.

La joven no lo pudo evitar. El comentario de Sasuke le pareció tan injusto y tan insolente a la vez que se puso furiosa.

–Seré muy clara contigo, Sasuke. Ya no soy la adolescente estúpida y enamoradiza a la que hacías rabiar. Soy más inteligente de lo que era. He aprendido la lección. Y en cuanto a ti... bueno, sigues sin asumir las responsabilidades de tus actos.

– ¿Qué significa eso?

–Que yo no soy una especie de mujer fatal a la que ningún hombre se puede resistir. La responsabilidad de lo que pasó aquella noche no fue enteramente mía. Viniste a mí y me besaste porque querías besarme, no porque yo te sedujera –declaró con ojos llenos de rabia–. Deberías asumirlo de una vez.

Al Uchiha le faltó poco para dejarse dominar por la indignación. Ya había asumido su parte de responsabilidad en el asunto, pero eso no cambiaba el hecho de que ella había estado usando su cuerpo como un arma, despertando y avivando deliberadamente su deseo.

–No tengo intención de discutir el pasado contigo. Ve a comprarte los zapatos y empieza a trabajar con la lista.

Sakura estuvo a punto de desobedecer la orden. Hasta la última fibra de su cuerpo ansiaba plantar batalla. Quería defenderse de unas acusaciones a las que no había podido contestar en su momento porque Itachi los interrumpió. Pero, como ella misma le había recordado, ya no era una adolescente incapaz de controlar sus emociones; así que respiró hondo, le dedicó una mirada que habría asustado a cualquier otro hombre y se dirigió a la puerta.

–Sí, ya veo que has madurado –dijo él, ansioso por decir la última palabra.

Ella apretó los puños y los labios. En el fondo de su corazón, ardía en deseos de acercarse a él, agarrarlo por los brazos y sacudirlo. Desgraciadamente, también ardía en deseos de besarlo. Y cuando se dio cuenta, fue como si le hubieran arrojado un cubo de agua fría.

Intentó convencerse de que su deseo era una consecuencia lógica de haber pasado tres años en una cárcel de mujeres, obligada a reprimir su instinto sexual. Desde ese punto de vista, no le podía sorprender que la exposición a un hombre tan atractivo, del que además había estado encaprichada, la dejara en una posición vulnerable.

Mientras salía del despacho, se recordó que su espectacular carcasa ocultaba el cerebro de un ordenador sin emociones. Hasta en su adolescencia había sabido que Itachi era su único talón de Aquiles, la única grieta en su armadura emocional. A Sasuke Uchiha solo le importaban el dinero y el éxito. Mantenía a la gente a distancia y raramente permitía que alguien accediera a su círculo más íntimo o a su vida privada.

Ino Yamanaka estaba colgando el teléfono cuando fue a verla. Su expresión era la de una gata frente un cuenco de leche.

–Así que tengo que darte una tarjeta de crédito... –dijo con frialdad.

La pelirrosa asintió y le enseñó la lista, que la rubia miró por encima.

–Debes saber que comprobaré tus compras –le advirtió–. No te salgas del presupuesto. Y, si es posible, ahorra.

–Muy bien.

–Es evidente que el señor Uchiha te ha concedido esa tarea porque conoce a tu familia, pero ir de compras no es trabajar –declaró con recriminación.

–Me limito a hacer lo que me ordenan.

La Haruno se dio la vuelta y salió del despacho de Ino, contenta de alejarse de aquella mujer durante unos días.

Al llegar a su mesa, pensó que seguramente era la persona más adecuada para ahorrar dinero en las compras. Aunque su familia tenía dinero, le daban tan poco que, cuando estuvo en la universidad, tuvo que buscarse varios empleos temporales para sobrevivir.

Se sentó, estudió la lista y sacó los folletos de Shizune, pensando que sus productos podían ser perfectos para la ocasión; eran baratos y, además, servían a una buena causa. Luego, encendió el ordenador y se dedicó a investigar los nombres de la lista y a apuntar sus posibles preferencias en materia de regalos.

Cuando terminó, sacó una fotografía de Tommy y la clavó en el tablón de la empresa. Shizune le había dicho que podía estar dos semanas más en el refugio, pero ella no se hacía ilusiones con la posibilidad de que lo adoptaran; aunque era un perro encantador, no encajaba con la imagen suave y bonita que buscaba la mayoría de la gente.

Sacudió la cabeza y se dijo que había sido muy irresponsable al encariñarse con un animal que no podía tener.

Salió de AeroCarlton y fue directamente a una zapatería porque ya no soportaba el calzado que llevaba puesto. Su primer día de trabajo estaba siendo desconcertante. Jamás habría imaginado que terminaría trabajando para Sasuke Uchiha. Y aunque no quería pensar en lo que había pasado entre ellos, su mente volvió una y otra vez a aquellos días.

Todos los años, Sasuke organizaba una fiesta de Navidad para los empleados y clientes de la empresa inmobiliaria que tenía en aquella época. El año del accidente, Sakura estaba tan obsesionada con él que no quería ir a la fiesta con nadie más.

"–Lo tuyo es una obsesión malsana –le había dicho Itachi–. No puedes tener a Sasuke. No le gustan las adolescentes. A sus ojos, no eres más que una niña."

"–Cumpliré diecinueve en marzo. Y soy muy madura para mi edad –protestó."

"– ¿Ah, sí? –Dijo su amigo con sarcasmo–. Si fueras tan madura como dices, no te habrías hecho ese tatuaje en la cadera."

Sakura pensó que Itachi tenía razón. El tatuaje era el resultado de una borrachera con un grupo de amigos de la universidad. E incluso entonces, supo que se arrepentiría amargamente cuando encontrara el valor necesario para perder la virginidad y su primer amante lo viera.

Los pensamientos de la pelirrosada regresaron a la fiesta que terminó con la muerte de su amigo. Por una vez, se puso un vestido de fiesta y abandonó su indumentaria de costumbre; era consciente de que Sasuke adoraba sus faldas de cuero y sus botas militares, pero quiso vestirse de forma especial porque sabía que en esos momentos estaba libre y que no aparecería en la fiesta con una de las bellezas espectaculares que normalmente lo acompañaban.

Además, ya sabía que él se sentía atraído por ella. Había necesitado dos años para llegar a la conclusión de que le gustaba, aunque hacía verdaderos esfuerzos por refrenarse y disimularlo.

Nunca le había dedicado una palabra subida de tono, pero se la comía con los ojos cuando creía que ella no se daba cuenta. Y aunque Itachi le había advertido reiteradamente que no tenía ninguna posibilidad, ella estaba segura de que, al final, caería en sus garras.

Al recordar la arrogancia de la adolescente que había sido, se preguntó cómo se podía haber engañado hasta el punto de creer que Sasuke saldría con ella. Al fin y al cabo, era la mejor amiga de su hermano; una jovencita sin experiencia que, para empeorarlo todo, no dejaba de ser la hija de un empleado de su empresa, que casualmente vivía a poca distancia del castillo de Bolderwood.

Por desgracia, estaba tan obsesionada que su sentido común desaparecía cuando se encontraba cerca de él.

Toda su familia asistió a la fiesta. Sakura llevó un vestido gris que su hermana Tayuya iba a tirar y que ella se quedó porque, por algún motivo, los Haruno nunca tenían dinero para comprarle ropa. Era un vestido sencillo, que había recortado para que resultara más provocador y elegante a la vez.

Nerviosa ante la perspectiva de acercarse al hombre de sus sueños, decidió tomarse un par de copas, algo que no solía hacer, porque siempre había tenido miedo de heredar la debilidad de su madre, Sakin. Ni siquiera se acordaba de cuándo había notado que su madre no era como las demás. Frecuentemente, al volver del colegio, la encontraba en la cama. Y cuando no estaba durmiendo, estaba discutiendo con su padre.

Más de una vez, al pensar en su triste infancia, atrapada entre unos padres que no se querían y que eran cualquier cosa menos afectuosos con ella, se había preguntado si su nacimiento no habría sido un accidente indeseado para los dos. Pero eso no impidió que llorara la muerte de Sakin Haruno cuando le dieron la noticia en la cárcel.

Por fin, se armó de valor y decidió acercarse a Sasuke, una decisión de la que más tarde se arrepentiría. Sabía que había entrado en la biblioteca, donde lo encontró junto al fuego y con una copa en la mano. Alto, atractivo y terriblemente carismático, no le quitó la vista de encima en ningún momento.

– ¿Qué quieres? –preguntó al verla.

Sakura no pudo ser más directa con él. Estaba cansada de limitarse a coquetear en la distancia mientras él la miraba con deseo.

–Te quiero a ti.

Sasuke le dedicó una mirada irónica.

–No estás a la altura... Ve a buscar a algún jovencito de tu edad con quien puedas practicar tus artes de seducción.

Las palabras del azabache hirieron el orgullo de la joven, pero estaba decidida a que reconociera lo que sentía por ella.

–Tú también me deseas. ¿Crees que no lo he notado?

Sasuke sacudió la cabeza.

–Deberías marcharte a casa y dormir la mona. Mañana por la mañana, cuando te levantes, te sentirás avergonzada de haber mantenido esta conversación conmigo.

Ella sonrió.

–Yo no me avergüenzo con tanta facilidad –dijo–. Ya soy mayor de edad, Sasuke, soy una mujer adulta.

–Puede que lo seas físicamente, pero psicológicamente no lo eres –él se acercó a Sakura, cuyo corazón se aceleró–. Márchate... esto es una tontería.

–Te equivocas. Soy mucho más inteligente y divertida que las mujeres con las que te sueles divertir –afirmó, desafiante.

El Uchiha se detuvo ante ella.

–Ni estoy buscando diversión ni tú me puedes dar lo que necesito. Deja de ponerte en ridículo, Sakura. Tu interpretación de mujer seductora es tan mala que me quitaría las ganas de ti si las tuviera.

Ella se ruborizó, pero el desprecio de Sasuke surtió el efecto contrario al que deseaba. Lejos de asustarla, la enrabietó tanto que le pasó los brazos alrededor del cuello y clavó la vista en sus ojos ónix.

–Mientes, Sasuke. ¿Por qué no eres sincero por una vez?

Antes de que él pudiera reaccionar, ella se puso de puntillas y lo besó en la boca con toda su pasión. Los músculos del duro y delgado cuerpo de Sasuke se tensaron al instante. Un segundo después, su lengua accedió a la boca de la joven y le causó una descarga de placer tan intensa que perdió el escaso control que le quedaba.

Estaba tan concentrada en el deseo que perdió el sentido de la realidad. Hasta que alguien entró en la biblioteca y cerró la puerta de golpe.

– ¿Qué estás haciendo, Sasuke? ¡Suéltala! –exclamó Itachi.

La súbita aparición de Itachi rompió el hechizo en el que el propio Sasuke había caído. Se apartó de ella, la miró con desprecio y dijo:

–No sabes aceptar una negativa, ¿verdad? Eres una maldita manipuladora.

–Yo no soy...

El Uchiha menor se acercó a ella y la tomó del brazo.

–Es hora de volver a casa, Sakura. Te llevaré yo mismo.

Ella se giró hacia Sasuke. Se sentía profundamente humillada.

– ¿Cómo te atreves a llamarme manipuladora?

Mientras Itachi la sacaba de la biblioteca, la joven comprendió que quizás había cometido un error terrible con Sasuke Uchiha. Hasta entonces, no se le había ocurrido que un hombre podía sentirse atraído por una mujer y no tener la menor intención de hacer nada al respecto. Era como la gente que admiraba un cuadro en un museo sin sentir la menor necesidad de comprarlo y llevárselo a casa.

Su sentimiento de humillación y sus lágrimas cuando Itachi y ella bajaron la escalinata del castillo eran lo último que recordaba de aquella noche. Horas más tarde, se despertó en un hospital, aquejada de una amnesia que desapareció poco a poco, con el transcurso de los días. Pero jamás llegó a recordar ni lo sucedido durante el trayecto en coche ni el accidente que costó la vida a su mejor amigo.

Durante el juicio, su abogado apeló a su amnesia para establecer una duda razonable que la librara de la cárcel. Sin embargo, su ignorancia no la protegió de una pregunta tan dolorosa para ella como determinante al final, una pregunta para la que no tenía respuesta: ¿por qué se había puesto al volante estando borracha?

El hecho de que su amigo se lo hubiera permitido solo añadía desconcierto al dolor. Nadie entendía que la hubiera dejado conducir en esas circunstancias, especialmente, cuando el coche era suyo y él estaba sobrio.

Deprimida por los recuerdos de aquella noche, Sakura volvió a mirar la lista de Sasuke y decidió concentrarse en el trabajo. A fin de cuentas, revivir el pasado no servía para cambiarlo. Había cometido un error de consecuencias trágicas y tendría que aprender a vivir con ello.

CONTINUARA...

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