ACEPTANDO LOS HECHOS
Sasuke la intimidó más que nunca. Llevaba un traje oscuro y sus anchos hombros bloqueaban la luz de la biblioteca. Ella nunca había sido tan consciente de su altura hasta que, un momento después, cuando se plantó ante ella como una torre, la agarró de la muñeca y la arrastró al interior de la sala.
–Per meraviglia! ¿En qué estabas pensando? –Rugió, fuera de sí–. Vengo a casa, veo abierta la puerta de su dormitorio y descubro que está vacío... ¡No me lo podía creer! ¿Cómo te has atrevido a vaciarlo sin consultarme primero? ¿Cómo has podido ser tan insensible?
Sakura intentó encontrar alguna excusa, pero no se le ocurrió y decidió ser, sencillamente, sincera.
–Yo... me pareció que era lo mejor.
– ¿Qué a ti te lo pareció? –Preguntó con rabia–. ¿Quién eres tú para decidir lo que se debe o no se debe hacer en esta casa?
Sakura se ruborizó. No había imaginado que Sasuke reaccionaría tan mal.
–Lo siento, tienes razón. Debería habértelo consultado.
– ¿Cómo te has atrevido? –Repitió, tan enfadado que ni siquiera había oído las palabras de la Haruno–. ¡No era asunto tuyo!
–Lo sé. Pensé que entendía tus sentimientos... Es evidente que ha sido un error, pero te aseguro que jamás me habría prestado a vaciar la habitación de Itachi si no hubiera creído que te sentirías mejor.
– ¿Cómo me voy a sentir mejor con una habitación vacía? –El azabache la miró como si la creyera loca–. ¡Solo servirá para recordarme que Itachi se ha ido para siempre!
Sakura hundió los hombros y bajó la cabeza.
–Bueno, no he tirado sus pertenencias. Sus libros, sus cartas y sus fotografías están guardados en unas cajas.
– ¡Pues quiero que los devuelvas a su sitio! ¡Y que lo dejes todo como estaba!
–Sasuke, no creo que sea una buena idea.
– ¿Y qué importa lo que tú creas? –bramó–. ¿Qué ha pasado? ¿Qué te has sentido culpable al ver su habitación y has pensado que te sentirías mejor si borraras el recuerdo de su presencia?
–Sí, confieso que me he sentido culpable al verla, pero todo en esta casa me hace sentirme culpable –le confesó–. Sin embargo, te prometo que eso no ha influido en mi decisión.
– ¿En tú decisión? ¡Mataste a mi hermano, Sakura! ¿Es que no te parece suficiente? ¿De dónde has sacado la estúpida idea de que vaciar su dormitorio y eliminar su recuerdo me haría sentir mejor?
Sus palabras atravesaron el corazón de la joven como un cuchillo.
Pensó que tenía derecho a odiarla por la muerte de su hermano. Y ni siquiera se podía defender, porque era la primera vez que Sasuke le echaba en cara lo sucedido.
–Lo siento –se volvió a disculpar en susurros–. Ha sido un error imperdonable. Pero te aseguro que no estaba pensando en mí cuando tomé la decisión de vaciar el dormitorio.
– ¿Y en qué estabas pensando?
–En ti, Sasuke.
– ¿Quién te ha pedido que pienses en mí? – Él se acercó a la licorera y se sirvió un vaso de whisky, que se bebió de un trago–. Lo que yo sienta sobre mi hermano es asunto mío, un asunto que no quiero tratar con nadie.
–Sí, ya lo sé, pero no me pareció que dejar esa habitación como una especie de mausoleo fuera una forma sana de afrontar el dolor.
– ¿Y tú qué sabes del dolor?
–Sé más de lo que crees –respondió–. La muerte de Itachi me afectó mucho más de lo que imaginas... Ahora sé que el dolor te puede destrozar por dentro y devorarte el alma si te aferras a él.
– ¡Ahórrame el discurso, por favor! ¡Y no vuelvas a interferir en mi vida!
–No lo volveré a hacer, pero te recuerdo que fuiste tú quien me dijiste que no se puede vivir en el pasado, que hay que seguir adelante. Siento haber malinterpretado tus palabras, Sasuke. Pensé que te estaba ayudando.
– ¡No necesito tu ayuda!
Él caminó hasta la puerta de la biblioteca, la abrió de par en par y añadió:
–Si ves a Sango, dile que esta noche cenaré fuera.
Él cerró la puerta y Sakura se quedó en el sitio, bañada por la luz de la lámpara de la mesa. Estaba destrozada. Y el Uchiha estaba destrozado.
Pero no quería que nadie lo ayudara, y menos que nadie, ella.
Segundos después, oyó que alguien llamaba y abrió. Era Sango, se había acercado para devolverle a Tommy.
–Ah, hola... Sasuke ha dicho que...
–No te molestes, ya lo sé –en ese momento, se oyó el motor de un coche que arrancaba y se alejaba a toda velocidad–. Espero que le hayas dicho la verdad; que la idea de vaciar la habitación fue mía.
–No, no le he dicho nada.
–Pero...
–Aunque la idea fuera tuya, la asumí como propia. Pensé que era lo más adecuado. Olvídalo, Sango.
El ama de llaves frunció el ceño.
–Nunca había visto tan enfadado al señor Uchiha. Será mejor que devuelva las cosas de Itachi a su sitio.
–No, esperemos a ver lo que dice mañana. Puede que cambie de opinión –declaró–. Y, por si te sirve de algo, creo que hicimos lo correcto.
Sakura se inclinó y acarició al perro.
–Tommy tiene un carácter muy bueno –comentó el ama de llaves–. Correré la voz por si alguien lo quiere, aunque creo que deberías quedarte con él.
–No puedo. Mi casero no me lo permite.
Sakura lo dijo de forma automática, sin emoción alguna. Intentaba concentrarse en la conversación, pero no dejaba de pensar en las palabras del azabache.
Hasta entonces, nunca la había acusado de ser una asesina.
Pero supuso que lo era. El hecho de que no hubiera matado a Itachi deliberadamente no la eximía de responsabilidad, ni aplacaba su dolor, tan intenso como cuando despertó aquella noche en el hospital y le dijeron que su amigo había fallecido en el accidente.
Tras cenar en el solitario esplendor del comedor del castillo, ella volvió a la biblioteca, echo un vistazo a las estanterías y eligió una novela de Jane Austen que había leído años antes. Después, desesperada por escapar de sus sombríos pensamientos, bajó al sótano y estuvo nadando un rato en la piscina cubierta.
De vuelta en su habitación, pensó en las comodidades de las que disfrutaba en aquel momento y se acordó de la minúscula celda donde había vivido tres años.
Tenía una cama de metal y una ventana pequeña desde la que se veía otro de los bloques de la prisión. Sonaban timbres cada vez que llegaba la hora de la comida o de salir a hacer ejercicio. Y, a veces, también sonaban alarmas. Sin embargo, el sonido más habitual era el martilleo de la música de fondo y los gritos del resto de las reclusas que, naturalmente, se aburrían de estar tanto tiempo encerradas.
Al recordarlo, se estremeció. Los dos primeros años habían sido una lucha constante por encontrar las fuerzas necesarias para sobrevivir. Más tarde, estableció una rutina, empezó a dar clases a las reclusas que no sabían leer ni escribir y aprendió a apreciar las cosas pequeñas, como las tazas de chocolate caliente y los bocadillos que a veces se podía permitir con sus exiguas ganancias.
Pero también aprendió otra cosa, quizás más importante: a dejar de sentir lástima de sí misma. A fin de cuentas, la cárcel estaba llena de personas que habían sufrido experiencias y situaciones incomparablemente peores que la suya. El recuerdo de aquellos años la deprimió tanto que, a pesar de que acababa de estar en la piscina, decidió darse un baño en la opulenta bañera de su habitación. Alojarse en Bolderwood se parecía mucho a alojarse en un hotel de cinco estrellas, y quería aprovechar la ocasión porque sabía que la realidad volvería a llamar a su puerta en pocos días.
Sakura estuvo mucho tiempo en el agua. Cada vez que se enfriaba, abría el grifo de agua caliente y hacía otro esfuerzo por relajarse.
Desgraciadamente, se sentía tan culpable por el asunto del dormitorio de Itachi que no lo consiguió.
Sasuke tenía razón. ¿Quién era ella para tomar una decisión que, en todo caso, le correspondía a él? Había metido la pata hasta el fondo.
Por fin, salió de la bañera, se secó el pelo y puso la alarma del móvil a una hora temprana, pero no tanto como para coincidir con el Uchiha, porque sospechaba que no querría desayunar con ella. Luego, se vistió, sacó a pasear a Tommy y se metió en la cama, donde estuvo leyendo la novela de Austen.
De repente, la puerta se abrió y el perro soltó un ladrido.
Sakura se sentó en la cama, sobresaltada, mientras Sasuke entraba en la habitación y cerraba la puerta. Tommy volvió a ladrar. Ella se inclinó sobre él y le ordenó que guardara silencio. El animal obedeció y se tumbó en su rincón preferido.
–He visto que había luz y he supuesto que estabas despierta.
La chica miró el reloj. Eran más de las once.
–Me he encontrado con Gaara en el pub –continuó–. Ha tenido la amabilidad de traerme a casa en su todoterreno.
La joven estaba tensa como la cuerda de un arco. Sasuke había hecho algo más que presentarse de improviso en su habitación, se había presentado de improviso y sin más ropa que unos calzoncillos. Pero a pesar de ello, intentó comportarse con naturalidad.
–Ah, sí, Gaara... nos cruzamos esta tarde, cuando salí a dar un paseo por los jardines. Es un hombre encantador.
Él entrecerró los ojos.
– ¿Encantador? ¿Ha estado coqueteando contigo?
–Sí, bueno, un poco.
Sakura se quedó corta a propósito. En realidad, Gaara no había hecho otra cosa que coquetear durante su breve conversación, incluso le había confesado que en el pueblo había tan pocas jóvenes que un día había ido a la iglesia con la esperanza de conocer a más chicas de su edad, pero se había llevado un chasco porque todas eran viejas.
–Le diré que se mantenga alejado de ti.
Ella arqueó una ceja.
–No le digas nada. Fue un coqueteo inocente y, por otra parte, no tiene la menor posibilidad conmigo.
– ¿Segura?
–Por supuesto.
–Me alegro mucho, porque no soy hombre de una sola noche.
Sakura se ruborizó como una adolescente y guardó silencio, sin saber qué decir. Hasta ese momento, no había comprendido que Sasuke Uchiha no había ido a su habitación para saludarla y decirle que se había encontrado con Gaara en un pub, sino para repetir la experiencia de la noche anterior.
–Aunque empiezo a pensar que un revolcón podría ser divertido, cara mia... –continuó con malicia.
–No sé. Prefiero experiencias más largas que un simple revolcón.
Él sonrió.
–En eso estamos de acuerdo.
Sasuke se acercó a la cama, se quitó los calzoncillos, apartó el edredón y se tumbó junto a Sakura como si fuera lo más normal del mundo.
–Sasuke...
Él le pasó un dedo por el cuello y la miró a los ojos.
–Esta noche no quiero dormir solo.
–Ah... –dijo ella, sorprendida por la declaración.
Sasuke, el hombre que no necesitaba a nadie, el hombre que no escuchaba a nadie y que jamás confesaba una debilidad, le estaba diciendo que aquella noche no quería, o más bien no podía, dormir solo.
Ninguna declaración de afecto le habría resultado más sexy y atractiva que esa confesión inesperada.
– ¿Prefieres que me vaya?
–No, no...
–Pero tampoco querrás que me quede porque ardías en deseos de acostarte conmigo cuando tenías dieciocho años y no pudiste, ¿verdad?
Ella sacudió la cabeza.
–Claro que no. Quiero que te quedes porque te deseo.
–Es que no me gusta la idea de estar aprovechándome de ti... He venido a tu habitación sin pensarlo. No se puede decir que esté borracho, pero tampoco que esté sobrio.
–No te preocupes por eso. No me importa que hayas bebido – declaró con suavidad.
Él suspiró.
–De acuerdo, pero no creas que me voy a enamorar de ti o que te voy a pedir que nos casemos –le advirtió–. Esto es una aventura amorosa entre dos adultos que saben lo que hacen. No te hagas ilusiones al respecto, por favor.
Sakura le lanzó una mirada llena de ironía.
–Jamás habría imaginado que pudieras ser tan charlatán... Por Dios, Sasuke, ya no soy la adolescente soñadora a quien conociste. He madurado mucho desde entonces –afirmó–. Además, soy joven y quiero disfrutar de mi juventud. No tengo intención de sentar la cabeza hasta dentro de unos años.
–Y yo no tengo intención de sentarla nunca.
Sakura se puso de lado y se inclinó sobre él de tal forma que su melena le cayó sobre el hombro. Estaba encantada con la conversación que mantenían.
–No te preocupes, Sasuke, no quiero casarme contigo –aseguró–. Solo quiero disfrutar un poco de la vida.
–Está bien... Pero, si Gaara lo vuelve a intentar, dímelo. No quiero que disfrutes un poco de la vida con nadie más –dijo con ironía–, por lo menos, hasta que lo nuestro haya terminado. ¿Entendido?
Sakura sintió una punzada de dolor, su relación acababa de empezar y Sasuke ya estaba hablando sobre su fin. Sin embargo, se recordó que había dejado de ser una niña y que no albergaba esperanza alguna de que perdiera la cabeza y se enamorara apasionadamente de ella. De hecho, no la había albergado en ningún momento, ni siquiera en su adolescencia. Nunca había sido tan inocente.
– ¿Siempre te comportas en la cama como si estuvieras en una sala de juntas? Más que a una amante, cualquiera diría que te diriges a un subordinado –comentó con humor.
–Contigo, sí. Te conozco y sé que estás llena de trucos...
Él se giró hacia ella, la tumbó y le dio un largo e intenso beso.
La joven se sintió minúscula bajo su cuerpo, aplastada por su pecho ancho y por la pierna que le había introducido entre los muslos. Los pezones se le endurecieron y fue increíblemente consciente del contacto de su erección.
La deseaba. No había duda. Y, durante un segundo, se limitó a disfrutar de ese hecho maravilloso.
Él la deseaba y ella lo deseaba a él. Por fin lo había conseguido.
Pero, justo entonces, se acordó del tatuaje que se había hecho en la cadera y pensó que debía maquillarse o ponerse algo antes de que lo notara. Si lo llegaba a ver, dejaría de pensar que estaba con una mujer adulta y la tomaría por la misma adolescente de los viejos tiempos.
El azabache se sentó en la cama y dijo:
– ¿Qué llevas puesto?
–Un pijama.
–Estás mejor desnuda.
Él le empezó a desabrochar los botones y ella permaneció inmóvil, dominada por una timidez repentina.
–Apaga la luz, por favor –le urgió.
Sasuke le quitó el pijama, contempló su cuerpo desnudo y negó con la cabeza.
–No... Eres una obra de arte y quiero saborear tu visión. Lo de anoche fue tan rápido que no pude.
Ella alcanzó el edredón y se cubrió.
–Es que tengo frío.
–No, no es eso. Dios mío, ¿quién habría imaginado que Sakura Haruno era tímida? –Él le lanzó una mirada llena de humor–. ¡Te has puesto roja como un tomate!
Los ojos jades de Sakura brillaron con furia.
– ¡Si me vuelves a comparar con un tomate, te enviaré de vuelta a tu habitación!
–Está bien...
El Uchiha soltó una carcajada y le dio un beso hambriento que causó una oleada de placer en su cuerpo más que dispuesto. Ella pensó que, cuando se olvidaba de su disciplina y sus reservas, era un hombre realmente apasionado.
Tras unos momentos de caricias, él cerró la boca sobre uno de sus pezones. Ella gimió y arqueó la cadera, instándolo a ir más lejos.
–No, esta vez nos lo vamos a tomar con alma –le informó.
– ¿Con calma? –Repitió ella, incrédula–. Deja tu obsesión de control en la oficina...
–Yo no soy un obseso del control –protestó.
Sakura le puso las manos en la cara y clavó la vista en sus ojos. Él volvió a tomar su boca y luego, cuando ya la tenía completamente a su merced, empezó a bajar por su cuerpo, besándola y lamiéndola.
Ella no podía ni respirar. Se dio cuenta de que se dirigía a su entrepierna y le pareció tan embarazoso que intentó detenerlo, sin éxito.
–Sasuke, no creo que yo quiera eso...
–Deja que te pruebe unos segundos. Y, mientras, te lo piensas.
Aún colorada, la chica cerró los ojos y le dio carta blanca. Él le separó las piernas, inclinó la cabeza y lamió la parte más sensible de su cuerpo. Ella estuvo a punto de pegar un salto en la cama, pero él siguió lamiendo y la excitó tanto y tan deprisa que llegó al clímax entre gemidos y gritos de placer.
No tuvo tiempo de recuperarse. Sasuke cambió de posición, se colocó rápidamente un preservativo y la penetró. Sakura jamás había sentido nada tan intenso, su cuerpo había descubierto un grado nuevo de sensibilidad y, como ya estaba más que excitada, los rápidos y potentes movimientos de su amante despertaron en ella una necesidad que, hasta entonces, no había creído posible.
–Me vuelves loco... –dijo él.
Fuera de sí, se aferró a sus hombros y acompañó sus movimientos, deseando más y más, arqueando la cadera y reaccionando a sensaciones que estaban tan cerca del placer como del dolor, hasta que el orgasmo la sorprendió de nuevo.
–En una escala del uno al diez, eso ha sido un veinte –le susurró él al oído–. Espero no haber sido demasiado brusco...
Ella lo abrazó. Se sentía inmensamente feliz y satisfecha.
– ¿Brusco? Me ha encantado.
–Eres magnífica, cara mia.
Sasuke se apartó, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. La pelirrosa se quedó sorprendida, pero sabía que se había puesto un preservativo y supuso que querría tirarlo. Aun así, habría preferido que no la dejara de un modo tan repentino. Y cuando volvió a la habitación con un albornoz puesto, la sorpresa de ella se convirtió en desconcierto absoluto.
– ¿Adónde vas?
–A la cama.
Su respuesta la indignó profundamente.
–Ah, vaya, ¿ya hemos terminado? ¿Te vas porque ya has conseguido lo que querías?
Él la miró a los ojos.
–No busques problemas donde no los hay. Me voy a mi cama porque estoy acostumbrado a dormir en ella. No te lo tomes como un insulto, por favor.
Sakura arqueó las cejas.
– ¿Insinúas que nunca has pasado la noche con nadie?
El azabache soltó un suspiro.
–Soy un hombre solitario, ya lo sabes.
–Muy bien, te concederé toda la soledad que necesites, pero, permíteme que te diga una cosa, si sales por esa puerta... ¡no me volveré a acostar contigo! –bramó.
Él se quedó anonadado.
– ¿Estás hablando en serio?
–Por supuesto que sí –respondió–. Lo tomas o lo dejas.
Sasuke, que ya había llegado a la puerta, dudó un momento. Luego, se quitó el albornoz, regresó a la cama y se tumbó con ella.
– ¿Solo tengo que quedarme contigo? ¿O también esperas queme abrace a ti? –preguntó con sarcasmo.
–Si tienes algún aprecio a tu vida, será mejor que te quedes en tu lado de la cama –le advirtió, tajante.
El silencio cayó sobre ellos. Sakura torció el gesto y se maldijo a sí misma por no haber cerrado la boca. Sabía que Sasuke solo estaba bromeando al preguntar si también quería que la abrazara, pero ya no tenía remedio, se había dejado dominar por el orgullo y, a menos que se le ocurriera algo, iban a pasar la noche sin tocarse.
–Siento haberme enfadado contigo –dijo él en voz baja.
– ¿De qué estás hablando?
–De la habitación de Itachi.
Ella se relajó un poco.
–Bueno, no debería haberla vaciado sin pedirte permiso.
–Al principio, iba de vez en cuando y me quedaba sentado en la cama –le confesó–, pero, afortunadamente, logré quitarme esa fea costumbre... supongo que ya no había ningún motivo para que dejara la habitación como si mi hermano siguiera con vida.
–Si te sentías mejor, ¿por qué dejaste de ir a su habitación?
–Porque no es sano –dijo.
Ella sintió la necesidad de darle un abrazo, pero dio por sentado que la rechazaría y no movió un músculo.
–Te equivocas, Sasuke, era completamente natural. Itachi había muerto, pero seguía en tu mente... Sé sincero. No dejaste de ir porque te pareciera inadecuado, sino porque tenías miedo de sentir, ¿verdad?
–Yo no tengo miedo de sentir –protestó.
Sakura sacudió la cabeza. Sabía que Sasuke se había comportado como un hombre típico, como no soportaba el dolor, lo había negado por completo y se había encerrado en sí mismo, pensando que era la mejor forma de afrontar el problema.
– ¿Seguro que no?
–Seguro.
Él bufó y se preguntó por qué permitía que la pelirrosa lo arrastrara a conversaciones que no mantenía con nadie más.
Ella sonrió y se quedó dormida.
CONTINUARA...
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