
Hoy vuelvo a ser aquella niña...
PARTE 1
Si hay algo que vive en mi recuerdo, como uno de los más grandes tesoros que la vida me ha regalado, es mi infancia. Me veo y revivo aquella época... ¡fueron tantas vivencias!!! Sé que las disfruté muchísimo junto a mis hermanos y a los amigos del barrio, así como con algunos primos.
¡Linda época!!!
Mi barrio "La Diagonal", ¡el más lindo!
¡Tiene todo!
Tres plazas, hábitat asegurado de todos nosotros, una avenida, cunetas que se llenan de agua en los días de lluvia, vecinos que son parte de nuestra familia y en cada casa, un buen timbre que nos invita al "ring raje".
La escuela a siete cuadras, recorridas con alegría y mucho jolgorio.
Las clases de catecismo, apenas cruzando la Plaza de la Loba, y allí mismo, las clases de piano.
Nuestra casa, lugar de encuentro obligatorio.
El cine Italia nos recibe cada domingo de matiné.
Las plazas se visten con sus mejores galas, cada mañana, para recibirnos. Ellas saben que iremos. Nuestras madres se han puesto de acuerdo, por lo menos es lo que parece, ya que los primeros años escolares los hacemos por la tarde y cuando los más grandes empiezan a ir de mañana, los más chicos también debemos madrugar.
Los Rodríguez, los Pérez D'Auria, los Muracciole, los Icasuriaga, los Vázquez, los Clavijo, los Falcón, los Colombo, los Monti, los Fernández, los Llanes, los Muracciole, los Ferrari, dormimos con un pie en las plazas, y aquellos que viven un poco más lejos, también se hacen presente cada día, tales son los González, los Rigali, los Costa, los Russo, los García, los Santana, los Elorga, los Pérez, mis primos de Montevideo, los Núñez, los Borra.
Infaltables las pelotas, muñecas, paletas, cochecitos, zancos, las chatas, las ganas de jugar y de estar juntos; rápidamente las muñecas y cochecitos, quedan olvidados junto a los árboles o bancos, porque es mucho más divertido jugar con los varones.
No existe el frío para nosotros, ni el agobiante calor. No solo los árboles nos cobijan, también lo hace la necesidad que tenemos de estar juntos.
No nos queda nada por inventar... bombas de las que esperamos una terrible explosión (y que nunca llegó), chatas que nos llevan a altísima velocidad en la bajadita de Oribe o en la propia Diagonal Guglielmetti, cajitas arregladas coquetamente y "olvidadas" en la plaza, en el Día de los Inocentes, todas llevan como regalo, el "maní con chocolate" que proviene de las ovejas y sus parientes... ¡y mucho más!
La "Rocola", polla blanca de los Monti, es casi nuestra mascota. Es que se acostumbró a vernos todos los días, pues es la casa donde hay televisión y vamos a mirar los pocos programas que existen.
Hablando de los Monti, recuerdo el día en que estábamos todos en casa de abuela Maruja, tomando mate dulce. Beba llamó a los muchachos, Alejandro, Julio y Umberto, pues debían ir al médico. Al regresar nos fueron a avisar que se iban a acostar pues tenían hepatitis con tres cruces, o sea, era una gran hepatitis. No hubo ningún drama. Ellos hacían cama y nosotros íbamos a pasar con ellos toda la tarde. ¡Nadie se contagió! Mamá nos enseñó a no temer a los contagios. No sé si era sabia o inconsciente, pero nosotros lo aprendimos y lo aplicamos siempre.
Hoy, en plena pandemia del Covid19, sigo pensando igual. Con los recaudos necesarios, no temo a los contagios.
Otro recuerdo que viene a mi memoria es el del moño que me hacía mamá y que yo iba a mostrarle a Wilson Monti. Como ellos tenían solo hijos varones ni siquiera los tenían que peinar. Yo llegaba con mis seis añitos y mi moño y tanto Wilson como Beba, me decían lo linda que estaba. De pronto aparecía Umberto y me empezaba a decir
-¡Qué lindo moño!, pero mientras lo decía, me lo revolvía y el moño se transformaba en una cola de caballo.
Umberto se llevaba el tal rezongo y yo me iba feliz por ello y por no tener más moño.
También recuerdo cuando pasaba frente a la casa de Schubert Monti, para ir de mi casa a la casa de abuela. Mamá me decía que saludara al pasar por allí, donde estaban sentadas Mary y la abuela Coia. Pues yo pasaba de nariz p'arriba y no saludaba nada. Mamá me pegaba el grito, yo volvía a casa, mamá me rezongaba y me hacía pasar otra vez. Yo hacía lo mismo. Otro grito de mamá y la misma historia. Después de tres o cuatro veces, pasaba, les daba un beso a las dos y seguía mi camino. Mamá desarmaba "la jarrita" que hacía con sus manos en las caderas y se entraba feliz de, que por fin, yo había obedecido.
¡Qué linda época!!!
Como dice una canción del Sabalero: "... ¡Lindo haberlo vivido, pa poderlo contar..."
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro