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Capítulo XV: Un Musical Sureño.

XV

«UN MUSICAL SUREÑO»

«La música es sinónimo de libertad,

de tocar lo que quieras y como quieras,

siempre que sea bueno y tenga pasión,

que la música sea el alimento del amor».

Kurt D. Cobain

Durante toda la semana, cada uno de los estudiantes que se inscribieron al musical se encontraban ensayando en todo momento. Practicaban cada vez que salían de una clase, en casa, e incluso algunos se refugiaban en las aulas de Artes disponibles cuando no eran usadas. En el aula de música al final del edificio de Artes, donde se encontraban todos los instrumentos de los que disponía la universidad, habían estado ensayando Félix y Carla junto a algunas personas que también se inscribieron a la banda. De vez en cuando se juntaba Diego para ensayar su canción cuando no estaba tan ajetreado con Las Cruces o el trabajo, pero terminaba yéndose al sentirse incomodo por Félix, pues se sentía intimidado al cantar enfrente de alguien que sí sabía todo respecto al tema.

Luego Carla llegaba a la Guarida, tenían sexo por un rato, y después discutían de sus cosas y seguían con sus vidas de románticos perdidos. Carla junto a Martín y Lucas ayudaron a Diego con el problema de la Guarida y Las Cruces, lo apoyó en sus encuentros con los mayores y los demás favores ―le encomendó a Martín colaborar con el geriátrico de hacer un listado no solo para la medicina sino para las necesidades básicas, y a Lucas le pidió que atendiera las propuestas de los sureños sobre la marcha, y luego las discutirían entre los dos para informar al resto; el tema sobre la nueva droga en presentación de tatuaje fue resuelto cuando Diego mandó a tres grupos de cuatro pandilleros a monitorear la zona en busca de camellos, y a los que encontraban los cateaban para ver si tenían el producto, y de igual forma promovían a los más jóvenes no consumirlo pues podía causar la muerte; por último, del problema con los camellos se encargó Diego de la forma que conocía: en una pelea, donde Diego resultó con sus huesos molidos, heridas en su rostro y un cojeo terrible, pero de eso estaba consciente cuando decidió enfrentarse a cinco personas al mismo tiempo―, y todos salieron satisfechos con las respuestas. Diego agradecía la presencia de Carla y se lo hacía saber volviendo a tener sexo en la habitación de la última planta.

Johan, desde aquella noche del robo de sus padres, no había vuelto a tomar el micrófono, ahora en el cabaré solo se enfocaba en atender al público con sus bebidas y tentempiés, haciendo el trabajo que se suponía. Los clientes cada vez que podían le preguntaban al menor si esa iba a ser la noche en la que demostraría más de sus talentos, incluso muchos le exigían baile para ver sus movimientos, pero para Johan había sido un reto el haber subido a cantar allí y que ahora le pusiera coreografía era un salto enorme que no se atrevía a tomar. Jaime ya le pagaba, y lo primero que hizo fue enmendar sus deudas de todo lo que había pedido y comprado por adelantado.

De vez en cuando practicaba con Valentina en la barra, cantando duetos para acoplar sus voces y algunos solos para descubrir el rango de cada uno. Mientras Valentina se defendía con su ritmo sostenido, nada cansado y versátil, Johan descubrió que destacaba con su voz grave, no clavando mucho en el esfuerzo de hacerla profunda; sin embargo, el menor poseía un mayor rango vocal del que creía, solo que no estaba acostumbrado y no planeaba experimentarlo de momento. Las tardes entre estos dos se basaban en revivir los recuerdos olvidados que los jóvenes del amor prohibido dejaron en el pasado.

Manuel cumplió con su primera semana de trabajo. No había hecho más que llevar documentos de un lado a otro y traer de vez en cuando la comida que pedían en la oficina. Él no se podía quejar, su trabajo no era complicado ni incomodo, había logrado combinar su horario con el de la universidad y le quedaba todo perfecto. No obstante, empezaba a sentirse cada vez más cansado, sus clases eran en la mañana, trabajaba en la tarde y en la noche llegaba a terminar sus trabajos de final de semestre. Quedaban tres semanas para acabar estudios y la presión crecía tanto en él como en Johan, el primero quería seguir con sus notas perfectas y el segundo debía mantener su beca.

Sara había vuelto aquella tarde de viernes a visitar a Andrés como lo había hecho en la mañana para informarle las inscripciones del musical. Luego los dos fueron tomados por sorpresa cuando las enfermeras les informaron que el chico podía ser participe si él quisiese, solo que estaría supervisado por la mirada fría de dos enfermeros para que no cometiera nada malo; en el instituto apoyaban las expresiones artísticas como medio de rehabilitación y, por supuesto, el terapeuta le recomendó música a Andrés, el cual no ha dejado su reproductor de cintas ni cascos en ningún momento. La sureña también quiso ser parte del musical al enterarse de la respuesta positiva de Andrés, solo por querer estar más cerca de él; de la única persona con la que se sentía cómoda. Conforme pasaban los días, Sara sentía que se estaba alejando cada vez más de sus amigas, Manuel le había dejado de escribir hace ya un buen tiempo y ya no frecuentaba la Guarida como antes. Su único consuelo era saber que podía ver a Andrés todas las tardes, porque eso ha hecho. Solo ha visitado al sureño, dificultando su entrega de trabajos y asistencia a la universidad.

Por último, Marina estaba enfocada ahora más que nunca en la pantalla de su computador portátil y en la libreta que cargaba a todos lados. Había pasado toda la semana haciendo mil y un preguntas a maestros, estudiantes y funcionarios sobre el musical de la siguiente semana. Había recolectado demasiada información, la suficiente como para crear la nota de la semana, capaz de llamar la atención de todos y lograr que el evento diera los frutos necesarios para arreglar los daños de la universidad que seguían sin ser reparados.

Cada uno de los ocho jóvenes se encontraban en su mundo, enfocados en solo sus cosas sin tener presente la vida del otro. Solo se hablaban Diego y Carla, mientras que Manuel y Johan se llamaban por la tarde durando hasta altas horas de la noche, pero aquellas charlas por teléfono habían dejado de ser espontaneas y divertidas a solo estar enfocadas en los trabajos pendientes. Johan discutía sus escritos para Alfabetización y Lectura Crítica mientras repartía las bebidas en el cabaré, y Manuel le comentaba sus dificultades con inglés al tiempo que llevaba documentos de un lado a otro en el trabajo.

Aquellos sentimientos seguían persistentes una semana después, día en que daba lugar las audiciones al musical: el 20 de noviembre. Eran apenas las ocho de la mañana, todos los estudiantes que se encontraban allí en el paraninfo tenían una excusa para faltar a las clases de esas horas. Manuel estaba sentado con Johan y Valentina, los dos últimos temblando de los nervios por quedar en ridículo. Valentina había decidido que cantaría una clásica de su musical favorito, había sido inteligente en elegir algo que le quedara bien para su estilo de voz.

Johan quiso llevarse más por el lado emocional, eligiendo la canción favorita de su hermano; aquella que él le cantaba al menor cuando pasaban los fines de semana juntos por el parque hace cinco años. Quiso hacerlo como un homenaje, guiándose por la fuerza que la muerte de su hermano le ha dado para afrontar los nuevos retos que estaba experimentando. Aun cuando Valentina le decía que debía irse por algo menos complicado, Johan hacía oídos sordos. Quería cantar aquello porque sabría que lo lograría, y haría que su hermano se sintiera orgulloso en cualquier lugar que él esté.

Carla debatía con Félix el tono correcto para llegar a los coros que requerían las canciones que cantarían esa mañana, mientras Diego estaba con los nervios comiéndole la piel. Estaba sentado con otros pandilleros que se habían inscrito, mientras recibía miradas picaras de algunas de las chicas del lugar. En otras circunstancias, Diego habría hecho caso al deseo que pasaba por su mente y se hubiera encerrado con la castaña de logística en el baño del lugar, pero no lo haría porque ya tenía ojos para alguien más. De por sí no estaría sentado allí repasando su canción de no ser por Carla.

Sara entraba por el gran portal del paraninfo, captando la mirada de todas las personas que se encontraban allí. Los rumores de su embarazo dejaron de ser tan consistentes como antes, pero eso no quería decir que ya no se hablara de ello. Algunas personas seguían viéndola con mirada juzgadora y un tanto cargada de pena. Borja no le ha dirigido la palabra, lo último que supo de él es que andaba buscando más chicas con las que tirar para sopesar el estrés y el tipo de trauma que le dejó la noche de Halloween.

Sara se había estado mensajeando con Andrés, quien le informaba que iba de camino a la universidad en el auto especial del psiquiátrico. En realidad, Andrés había demostrado un gran cambio con el pasar de los días desde que Sara le visitó por primera vez, por eso ahora podía usar su móvil, pero solo lo usaba para comunicarse con ella, aparte de eso, no tenía otro motivo para usarlo; tenía el reproductor y sus cascos, con eso le bastaba. Ya comía un poco más, no se la pasaba solo y estaba dispuesto a cooperar en las sesiones grupales. Sin embargo, no era capaz de salir de aquel agujero de sus pensamientos. Aun no sentía la fuerza suficiente, como si una cuerda le sujetase del tobillo y cada vez que quería salir le terminaba jalando, trayéndole con un fuerte golpe al suelo donde estaba su realidad.

Andrés llegó en cuestión de diez minutos tras la entrada de Sara, causando la misma conmoción que la sureña. Los rumores no dejaron de resonar por todo el lugar, parecía como un río calmo que llevaba las piedras más pequeñas y escandalosas. Incluso empezaron a elevar la voz tras el avistamiento de los dos hombres de blanco que lo acompañaban. Sara desde su lugar le sonrió, mientras que el resto le miraban con intriga; sin embargo, Manuel le miraba con pena, pues desconocía su estado.

―¡Andrés! ―Llamó. Se levantó de su lugar y se encaminó a hablar con el sureño―. Tío, no he sabido nada de ti, me tenías preocupado.

Los dos enfermeros vigías se alejaron para darle privacidad al ver la mirada de Andrés, pero no lo suficiente como para pasar de vista todos sus movimientos. El sureño se removió los cascos y suspiró.

―Larga historia ―suspiró―. Estoy ahora mismo en el psiquiátrico lidiando con mis problemas. Sara me ha visitado y lo llevó bastante bien de momento ―comentó con una sonrisa honesta.

―¿Cómo que el psiquiátrico? Ni siquiera dijiste que ibas a estar allí.

―No lo planeé, solo me llevaron allá ―aclaró.

―¿Quién fue?

El sureño no respondió, menos cuando en el paraninfo entró el maestro Carlos junto a Marina. En ese momento, los dos amigos se vieron después de mucho tiempo, pensando que quizá pasaron años tras los cambios físicos que han tenido. Marina ya no solía usar prendas tan cargadas, rara vez salía con su chupa de cuero de Las Cruces y se había cortado el cabello hasta un notable largo de los hombros; estaba perdiendo el rojizo de su cabello y estaba volviendo al castaño claro natural. Por su parte, Andrés ya no se encontraba tan delgado, sus huesos no se marcaban como antes, su barba y cabello seguían frondosos pero uniformes y ahora poseía una ligera sonrisa. Se veía con vida. Solo que su sonrisa no se debía a la emoción o alegría en su interior, sino a la medicina que le dieron durante el camino para cambiarle su estado de ánimo.

―Pregúntale a ella ―dijo, observando como la morena se acercaba.

―Andrés... ―Marina apresuró su paso para estar con los dos chicos―. Manuel, ¿podrías dejarnos solos?

―Me debes una explicación, roja ―avisó Manuel, alejándose como se le fue pedido.

―¿Qué haces aquí? ¿Quién te dejó salir? ―Demandó Marina con voz baja.

―La verdadera pregunta aquí es: ¿eres mi amiga? ―Preguntó escondiendo sus manos en su chupa de jean.

―Por supuesto que lo soy ―afirmó con afán.

―Menuda puta amiga que me manda a un lugar de locos sin mi consentimiento y ni siquiera me visita un puto día ―espetó.

―He estado ajetreada ―mintió―. Además, me decían que nadie podía ir a verte.

―Sara me ha visitado durante toda la semana ―confesó―. La persona que menos esperé, pero que más me sorprendió.

―A todo esto, ¿qué haces aquí? ―Marina ignoró lo último, pues lo que menos quería era sentirse mal una vez más durante la noche, ya suficiente tenía con el adiós de Paula.

―Voy a ser parte del musical ―dijo con firmeza―. Marina, quiero creer que lo que hiciste fue porque me quieres, pero no me lo has demostrado, ni siquiera en esta charla estás feliz de verme otra vez. Así que déjame, por favor, iré a practicar mi canción.

Marina observó su andar, somnoliento pero confiado, asegurando su posición en la silla de al lado de Sara, provocando nada más que los susurros se intensificaran en el lugar. Parecía el instituto cuando los que se amaban se sentaban juntos, o cuando corrían los rumores de que cierta persona pasaba droga. Tanto Sara como Andrés conocían esa sensación, por eso no les importaba el qué dirán. Marina ojeó la pareja, sin darse cuenta de que no era la única que lo hacía, pues Manuel seguía con mirada firme ante las dos personas que más tenía olvidadas.

―¡Bien jóvenes, acercaos! ―Llamó el profesor Carlos, acercándose a la pequeña tarima del paraninfo―. Tenéis máximo cinco minutos para presentar vuestra canción, si tiene baile, historia o uso de instrumentos extras, debe quedar claro al inicio y no debe salirse de la norma de esos cinco minutos.

―¿Cuántas vacantes hay? ―Preguntó Félix, curioso por saber.

―Nos podemos permitir la participación de veinte estudiantes y en este momento se están presentando setenta y algo ―informó con pena―. Va a ser complicado, pero no os desaniméis si no quedáis, podéis ser parte del cuerpo instrumental, que está liderado por la estudiante Carla y el estudiante y músico Félix ―apuntó el fondo de la tarima, donde ahí estaba la banda.

A pesar de que Félix no tuviera ni siquiera una canción pública con su nombre, le hacía sentir honrado que le llamaran músico.

―Bien, os daré cinco minutos más para que os relajéis. Después de eso, empezaré a llamar al azar, así que estad pendientes de cuando os llame.

El maestro Carlos se alejó de allí para sentarse en la larga mesa que compartía con unos chicos de Música, Artes Escénicas y algún que otro maestro del departamento de Artes y Humanidades. Sara discutía con Andrés sus canciones, justo para acercarse a hablar con Félix y Carla sobre los reajustes que pensaban hacerles. Valentina practicaba con Johan ejercicios de respiración. Diego salió un momento a la puerta para poder fumar y calmarse, mientras que Marina se sentaba con los aparentes jueces de la gran mesa para hacer las entrevistas de su reportaje.

El único calmado era Manuel, pero eso era lo que parecía por fuera, pues en su interior se preguntaba cuándo se alejó tanto de las personas que juró ayudar. Ya no hablaba con Sara incluso desde antes del tropel, y con Andrés solo tuvo aquella charla fuerte en el baño cuando lo salvó de morirse, pues a pesar de los mensajes que el mayor le mandaba, el sureño no le respondía y ahora sabía la razón del porqué. Manuel estaba agobiado, se levantó de su sitio y salió del lugar, encontrándose con la figura rebelde de Diego, recostado sobre la vieja pared a un lado de Minerva mientras exhalaba con calma.

―¿Nervioso? ―Saludó Manuel a su lado.

―Tengo los huevos encogidos ―confesó entre risas―. Aparte el frío no ayuda en lo absoluto.

―Dile a Carla que te ayude con ese problema ―comentó con burla.

―Ya lo hizo antes de venir, pero no funcionó del todo ―Diego ganó al ver la mirada de sorpresa en el mayor.

―¿Ya lo habéis hecho? ―Preguntó pidiendo el cigarro.

―Más de lo que tú crees, chulito ―informó, pasándole el cigarro a poco acabar.

―Hombre, sois rápidos ―exhaló con simpleza―. Venga, tío, todo va a salir bien. Solo confía.

―¿No deberías estar animando al enano de tu amigo en vez de a mí? Agradezco tu apoyo, solo que se me hace extraño.

―Johan está demasiado confiado, llegaría incluso a decir engreído, así que él no necesita de mis palabras ―habló con sinceridad―. Desde que entró a trabajar en el cabaré se ha vuelto una persona diferente.

―¿Cabaré?

―Larga historia.

La estruendosa voz del maestro Carlos les cortó la charla que tenían, obligándolos a entrar al paraninfo a conocer quién sería la primera persona y poder juzgar en sus pensamientos qué tan bien lo hicieron. Con papel en mano, Carlos se encaminó al podio donde estaba el micrófono, lo tomó y lo llevó a su base en el medio del escenario para luego hacerle una prueba con sonidos raros que rayaban en los quejidos de un ratón.

―Perfecto. Ya habéis tenido más que suficiente, la presentación es el viernes, 27 de noviembre, y todos debéis estar preparados. Haced de cuenta que hoy es el día del espectáculo ―dijo con una sonrisa―. Así que, la primera persona en pasar es... ¡Sara Puertas! ¡Recibidla con un gran aplauso!

La sureña se recogió su cabello y lo tiró a un lado. Le dio un manotazo a Andrés para encaminarse al escenario siendo recibida por algún que otro aplauso. Subiendo por las escaleras del escenario comenzó a sentir una leve comezón en su piel. Sentía nervios, en especial le estaban afectando de más al ser la primera en pasar. Sara no es que fuera la mejor cantante, sin embargo, ha recibido algunos cumplidos por parte de su padre y amigos por el buen tono que tenía, pero más allá de eso no es que se considerase la mejor vocalista. De camino a su puesto central en el micrófono se repitió una y otra vez la letra de la canción que escogió; fue una elegida al recordar la película que siempre veía con su padre en el VHS de su casa: Cabaret. Revisó la banda, buscando la aprobación de su parte de que estaban listos. El maestro se asentó en su lugar rodeado de los demás licenciados y estudiantes, ansiosos por ver el espectáculo que dará la chica.

Sara con suerte sujetaba el micrófono, le temblaban los dedos y sentía que su garganta se estaba secando. Sin más, dio la orden con un movimiento de manos, y escuchó por los grandes amplificadores que contaba el paraninfo el sintetizador que Félix estaba usando, distorsionando la introducción compuesta por el chelo, el violín y el retumbe de la batería que daba la base a la canción «Maybe This Time», interpretada por Liza Minnelli.

El ritmo golpeó con fuerza, el bajo retumbaba por completo en los oídos de los presentes, junto a los crudos y directos tonos rítmicos que desprendía Sara. La sorpresa fue para muchos, pues no era una canción que esperaban escuchar de parte de ella. Con eficacia y naturalidad, Sara entregaba cada línea que requería la letra de la canción, cayendo en el ritmo correcto y sintiendo el instrumental que Félix reproducía junto al resto de la banda. Carla y otras dos chicas la acompañaban con la segunda voz cuando lo requería y la mezcla de las dos voces creaba un solo sonido.

Andrés desde su lugar la veía tan tranquila, en su zona de confort, deseando sentirse así siempre. Él la entendía, comprendía sus emociones porque así era como él se sentía la mayoría de las veces: buscando un anhelo a través de las canciones que escuchaba cuando no se le permitía hacer nada más en su cuarto. Sara le había dicho hace dos días que se sentía pérdida en sí, que los días pasaban y en su reflejo no se reconocía. Aquella figura ruda que se había hecho Andrés sobre ella se había desvanecido con el pasar de sus emociones cuando salían a la luz. Andrés temía dejar de ver aquella salvadora imaginaria de su mente drogada, solo para visualizar la imagen de alguien igual de roto que él, buscando por un milagro el cariño que los dos necesitaban.

Además de Andrés, Manuel también estaba denotando las mismas emociones en Sara. El resto de los espectadores no sabían qué decir, algunos empezaron a sentirse incomodos, no porque la chica lo hiciera mal, sino porque la emoción que proyectaba Sara parecía contar una historia real. Y sí, Sara al cantar se sentía liberada, pues quería pensar que esta vez le saldría todo bien con él, con Andrés; que quizá este sería el tiempo correcto y la persona justa para poder darle un reinicio a su vida. Esta vez sería ella la que ganaría. Cuando Sara acabó la canción repitiendo el coro una vez más y extendiendo la última nota hasta donde más pudo, dejó que el instrumental siguiera sonando hasta que todo se hiciera sordo y diera por terminada su audición.

Fue elogiada por casi la misma cantidad de aplausos que la recibieron, solo que ahora había un poco más por las personas que entraban al paraninfo debido al ruido potente de la música. De seguro el ruido se escuchó por todo el edificio, alertando a los estudiantes que estaban en la zona verde y en los salones de Artes y Educación Física.

―Me parece una buena forma de empezar y dejar la barra en alto ―dijo el maestro subiendo y llegando al lado de la chica―. Bien hecho, Sara.

La sureña bajó del lugar después de un agradecimiento que quedó en susurro, escuchando a lo lejos el aviso del maestro que informaba que la lista de admitidos saldría esta misma tarde. Siguiendo con la rutina, llamó a un pequeño rubio de primer semestre, mientras Sara se sentaba una vez más al lado de Andrés.

―Lo he hecho fatal ―dijo ella.

―Por supuesto que no. A mí me pareció espectacular.

―Lo dices porque te caigo bien.

―Lo digo porque es cierto. Porque siento que fue así ―sonrió para que cediera. Se atrevió a tocar la mano de la chica, la cual no chistó en lo absoluto―. Me gustó mucho tu presentación. De verdad.

Llevados por emociones honestas, entrelazaron sus manos bajo el calor de su escondite.

Mientras el chico de primero estaba a mitad de su canción, Marina se acercó a donde estaban Sara y Andrés, buscando una entrevista tanto personal como profesional. Al momento en que la morena se acercó, Andrés se tensó en su sitio, transmitiendo el sentimiento al cuerpo de Sara.

―Chicos, ¿qué tal? ¿Os puedo hacer algunas preguntas?

―Depende, a menos que lo quieras mandar a otro psiquiátrico ―alegó Sara con voz baja.

―Por favor, Sara, lo hice por su bien.

―¿Segura que lo hiciste por su bien? ¿Acaso él quería ir allá? ―Regañó. Los enfermeros que se sentaron tres filas atrás observaban con firmeza las actitudes de las chicas.

―Dejad de actuar como si no estuviera presente ―riñó con voz baja.

El maestro le dio la despedida al rubio, dándole lugar a una morena de Artes de quinto semestre.

―¿Qué quieres, Marina? ―Habló Sara una vez más, entrelazando con firmeza su mano con la de Andrés; un gesto que no pasó desapercibido a ojos de la morena.

―Me encantaría saber el porqué de vuestro comportamiento. Actuáis como si nada pasara, cuando todo mundo aquí se da cuenta de que algo muy enredado pasa entre vosotros ―acusó―. Es casi imposible que tú te recuperes tan rápido como para que te dejen venir a participar en el musical.

―Joder, menudas esperanzas tienes en mí, cabrona ―respondió Andrés con cólera.

―No dudo de ti, es solo que se me hace increíble ―corrigió con afán.

―Por favor, Marina, si no vas a hacer preguntas para tu periódico ese, puedes dejarnos en paz. Enfócate más en tus problemas ―demandó Sara con firmeza, agobiada por la presencia de su amiga―. La última vez que me di cuenta, tenías ciertos problemas con tu chica.

Marina comprendió y se alejó de ellos con la rabia a flor de piel. Salió del lugar por un poco de aire fresco, siendo interceptada por Manuel que no había quitado el ojo de aquella pequeña disputa en susurros que tenían. El mayor necesitaba enfocarse en algo, pues todos sus amigos estaban concentrados en el musical, así que decidió ayudar a Marina en estos momentos.

―¿Estás bien? Sé que dijiste en su día que parezco un metido en los problemas de los demás, pero me encantaría saber cómo estás ―el mayor se disculpó de ante mano.

―Sara tiene razón ―informó―. Estoy un poco mal debido a todo lo ocurrido con Paula.

―Félix me contó un poco, espero no te moleste ―dijo, acercándose más a la chica que estaba con ojos brillosos.

―No, para nada. Me ayudó aquella noche, le debo una ―dijo decaída. Marina pensó en sincerarse con su amigo―. Intento ser fuerte, salgo y doy la cara en casa y en la universidad diciendo que sigo siendo la misma, pero la verdad es que no. Me abrí de cierta forma que no había hecho con nadie. Había creado este personaje sin emociones amorosas, chulo y ajeno a personas que no conocía. Llegó ella y me demostró que no soy lo suficientemente fuerte. Me abrí y cometí el error de hacerlo, pues creí que el amor sería fácil de manejar, pero no lo es.

―Marina, no puedes dejar que algo así te derrumbe. Puede que suene casi a lo mismo que dijo Félix, pero te creaste demasiadas expectativas. Metería las manos al fuego y me la jugaría al decir que ha sido tu primera relación que se basaba en el amor de verdad. Era romántico hasta en cierto punto, pero no os conocíais lo suficiente. Pusisteis límites. Os arriesgasteis a querer amar como si fuera la última vez, pudiendo ser la primera para ambas.

»No quiero que pases más tiempo pensando en esto o aquello. No conoces el diccionario del amor y nadie lo hace, de hecho. Hay pautas, por supuesto, y las cumplisteis, pero el desconocimiento os jugó una mala pasada y creasteis ideas de cómo amarse ―la música dentro del coliseo hacía eco en los jóvenes, siendo acobijados por la fina balada que Valentina cantaba―. Es lo mismo que ocurre en estos momentos con Andrés y Sara. Dos parejas que buscan con desespero el amor.

―Quizá lo que me afecta es ver aquella especie de relación que tienen ellos ―confesó―. Sé que lo mío con Paula tuvo su historia, pero fue una corta y bonita, nada más. Y debo dejar eso atrás, pero en el momento que veo parejas por la calle que sé que no funcionan ni lo harán, me da rabia porque ellos luchan con todas sus ganas, cosa que no hice.

―Marina, por favor ―gimoteó en ruego―. Entiendo tu postura. Muchas veces he pensado eso también, pero no le quitemos la felicidad a los demás solo porque no la encontramos nosotros. Andrés necesitaba de alguien y yo la cagué al dejarlo solo. Sara necesitaba un hombro en el que llorar y tampoco estuve a su lado. Pero no por eso los separaré. Los dos se conocieron a fondo, descubrieron aquella necesidad de comprensión que puede derivar del amor, pero eso ya es cosa de ellos. Lo que nos concierne a nosotros es saber si están bien.

»Enviaste a Andrés al psiquiátrico para que mejorara, y mira, está aquí y todo por la llegada de Sara ―dijo, sorprendiendo a Marina porque desconocía que el mayor lo supiera también―. Quizá él también está haciendo cambios en ella que desconocemos, pero esos cambios son para bien. Hay que dejar que sanen a su modo. No te reprocho por lo que ocurrió contigo, porque tu historia fue muy diferente, pero tenemos que dejarles. Nuestro trabajo vendrá después cuando les ayudemos en la búsqueda del consuelo, pero poco más.

―Recaí hace unos días ―confeso con un deje de temor. No podía esconderlo más―. Me metí un poco de coca hace unos días.

―¿Volviste a ello? ―Preguntó a pesar de la sorpresa de desconocer aquello de su amiga.

―Solo fue esa vez... quise ver si seguía teniendo el mismo efecto en mí, pero no. Recordé que era algo pasajero. Y recordé que no podía permitirme recaer por cosas así, que era más fuerte que eso...

Los aplausos sacaron de su charla a los dos jóvenes, y al ser interrumpidos por el estruendo, se abrazaron para finalizar la charla y alejar la tristeza de sus miradas.

―Bien, ¡ahora reciban con un mismo gran aplauso a Johan Rodríguez!

Tanto Manuel como Marina se acercaron a la puerta, viendo desde su lugar a Johan caminar al escenario tras el abrazo de Valentina. El menor sentía pavor, no estaba para nada cómodo. Le había mentido a Valentina y Manuel durante toda la semana y esta mañana de que estaba bien, que tenía todo controlado, pero la verdad era que no. Él sentía su estómago revolverse y sus manos sudaban frío completo. Empezó a despeinar sus cabellos sin darse cuenta debido a tanto manoteo, logrando así que las pocas personas que aún le jodían al pasar por el pasillo se rieran desde su lugar en el público. No se veía nervioso, se veía desastroso y capaz de quedar en ridículo.

Con una mirada tímida revisó la postura de Félix, haciéndole saber que estaba listo para lo que sea que viniera. Él les dio la orden al tecladista y violinista que iniciaron con las notas elegidas por Johan, junto a sus vocales temblorosos que iban soltándose cada vez más, pero que no seguía sin dejar ir los nervios en su hablar. A mitad de verso la mayoría se dio cuenta de que el menor cantaba «Your Song», interpretada por Ewan McGregor para el musical favorito de Antonio: Moulin Rouge!

En otras circunstancias, Johan habría llegado a la nota perfecta en el coro, pero no lo hizo, su voz se cortó a medio camino, dejando la armonía de Félix y Carla en los coros como un acompañante abandonado. Siguió con el segundo verso, pero desde las sillas del fondo empezó a escuchar unos abucheos de parte de aquellos seguidores que tenía Antonio cuando aún vivía, y por ende aun pensaban que su hermano en realidad lo odiaba.

La batería se agrupó al ritmo, junto a demás instrumentales de guitarras y coros más presentes, pero ninguna de esas cosas lograba desviar la atención de la tal penosa presentación que hacía el menor. No cantaba mal, pero tampoco cantaba bien. Se cortaba con unas palabras, se enredaba y perdía el ritmo. Su voz vibraba del pánico escénico que sentía allí, sin duda era muy diferente al cabaré. Al final renunció al lugar tras notar cómo los abucheos se hacían cada vez más duros, llegando a ser repetidos por las personas más cercanas a la tarima.

El recuerdo de Antonio llegó como un misil. Lo veía a él, sentado en la silla de enfrente, con mirada fría y penetrante en el ridículo que estaba haciendo el menor. Aquellos ojos marrones que desprendían comprensión ahora estaban tan oscuros que se le hacía imposible a Johan entender qué querían decir. Estaba decepcionado del pésimo trabajo que hacía su hermano, de eso era seguro, pues Johan también lo sabía y por eso no aguantó más, mucho menos cuando los recuerdos favoritos del parque junto a Antonio le inundaron la memoria.

Félix y Carla se detuvieron, obligando al resto del equipo musical que hiciera lo mismo, pues Johan estaba bajando del escenario casi a zancadas disfrazadas con pasos veloces, decidido en salir de ahí cuanto antes. Valentina tomó las cosas de ambos y fue detrás de este, quien se detuvo en los brazos de Manuel al sentirse tan débil y estúpido. Los comentarios y abucheos seguían resonando ahora donde se encontraba el menor, mientras que el maestro reñía aquella actitud y seguía llamando nombres.

―Calma, Johan ―suavizó Manuel, siendo acompañado por el leve roce de la mano de Marina sobre aquel cabello blanquecino del menor.

―Debe de estar tan decepcionado de mí ―musitó en un recuerdo dolido.

―No estabas cómodo y es comprensible ―recordó mientras su cabeza se apoyaba sobre la del menor―. Él nunca se decepcionaría de alguien como tú.

―¡He de decir que cuando vi este nombre en la lista pegué el mismo brinco a cuando les dije la verdad del espectáculo! ―Comentó el carismático maestro, desconcertando a las personas presentes que llegaban alrededor de ciento cincuenta―. Con todos vosotros: ¡Diego García!

El rubio se levantó de su lugar con la uña entre los dientes. Los aplausos de Las Cruces resonaron por el lugar, sorprendiendo por completo al menor, quien se separó de Manuel para ver lo que haría Diego. Diego estaba a dos pasos del micrófono, petrificado por la idea de fracasar, tal y como lo han pensado las últimas personas que han pasado.

Carla se atrevió en dejar su lugar al lado de Félix solo para darle apoyo a Diego, tomándolo de la mano y llevándolo al centro de la tarima, siendo iluminado por los cinco reflectores del lugar. Allí Diego alzó la mirada, notando la inmensa cantidad de gente que le veía, que querían escuchar su voz, con rostros ilusionados y preparados para lo que sea.

―Lo vas a hacer bien, guapo ―musitó Carla cerca de su oído, dándole un beso en su mejilla y dejándolo solo.

Había practicado en su gran mayoría de noches con la rubia después de un poco de sexo, justificando su mala pronunciación y entonación debido al cansancio. Pero ya no tenía más esa excusa, sabía que la podía cagar y quedar en ridículo. A palabras de Manuel, Johan estaba más que confiado, pero eso no fue lo que vio hace un momento. Si él fallaba no pasaba nada, pero su conciencia podía jugar malas pasadas de vez en cuando y no quería quedar en ridículo frente a media universidad.

Finalmente se decidió, avisando con un asentamiento a la banda de que empezaran a tocar. Los músicos que venían de parte del maestro de música afinaron sus instrumentos, empezando con el teclado camuflado por el instrumental clásico de una filarmónica. Diego cabeceó con duda, obligando a que la introducción se extendiera más de lo que debía. La mirada positiva de Marina desde la puerta fue la última cosa que necesitaba para iniciar con voz baja a cantar lo que muchos reconocieron en los siguientes segundos.

Félix y Carla estaban listos para iniciar con su trabajo en los coros, avisando a todo el público expectante que la canción parecía ser la reinterpretación de Taron Egerton del clásico de Elton John: «I'm Still Standing», para la película Rocketman. El rubio le había comentado a Carla que amó la canción en el momento que la escuchó en el filme biográfico del cantante, haciendo casi como anillo al dedo que él la cantara. Por supuesto que también lo hizo por los ruegos de la rubia, pues era de sus favoritas.

Una especie de coro angelical incluido con el sintetizador que usaba Félix armonizó por completo la esencia que Diego buscaba, cautivando la atención de todos, quienes no quitaron la mirada del rubio que brillaba por su canción. El rubio tenía un tono peculiar, llegando a sonar grave, pero era lo bastante claro y limpio que se sentía natural y no forzado. Así fue como de repente, la canción obtuvo su ritmo clásico, introducido por la guitarra de Félix y el teclado que se hacía pasar por un piano tocado por un castaño de treinta.

El segundo verso llegó con lo necesario, alentando al líder de Las Cruces a dar todo lo que tenía por mostrar. Los cuatro chicos que seguían en la puerta fueron empujados por las miradas curiosas que empezaron a inundar el paraninfo, mientras que los espectadores que ya estaban se levantaban de sus sillas para ser parte de la canción como aquellos coros que anhelaban cantar. Los profesores que cumplían el rol de jueces miraban al sureño con deleite, descubriendo un talento que ni él mismo sabía que tenía.

Los presentes sentían la alegría de la canción, Diego sentía la letra cada vez más real y los aullidos y vítores que desprendían todos solo extasiaba mucho más al sureño. Félix también tuvo su momento de gloria con el interludio de guitarra que dio, siendo empujado por Diego para que pasara en frente y recibiera la misma sensación que él sentía. Carla lo miraba desde su lugar, con una sonrisa de punta a punta, observando la felicidad con la que Diego y Félix interpretaban lado a lado.

La única persona que no estaba contenta era Johan. No era secreto que los dos chicos no se llevaban bien, por mucho parecían casi enemigos naturales aun cuando no compartían ni charlas particulares o clases regulares. Rara vez le veía por el campus, pero cuando lo hacía era saludado por el rubio con comentarios sobre su privilegio de haber nacido en el norte.

Johan estaba celoso, él lo sabía más que nadie. No soportaba ver cómo el sureño vago que no hacía nada más que vender droga, que ni siquiera tenía buenas calificaciones, fuera glorificado por todo el campus. Veía la emoción en la mirada de los maestros, de los estudiantes, incluso en aquellos enfermeros que acompañaban a Andrés. Johan quería sentirse así, de la misma forma que se sentía cuando se presentaba en el cabaré. Pero no lo consiguió, quedó en ridículo y Diego le quitó su lugar en el foco de mira. Por supuesto que iba a estar más que cabreado, tanto que se fue de allí a rabiar, siendo perseguido por la voz de Valentina que estaba cantando hasta hace un momento, mientras que la mirada firme de Manuel le seguía por el camino que el menor tomó.

Los aplausos finales abarrotaron la acústica del paraninfo, llegando a parecer como si un fuerte rompe cielos estuviese cayendo. El rubio tomó la mano de Félix para alzarla al viento, gratificándose con el público que solo repetía su nombre. Diego respiraba agitado, rodeado de solo pensamientos positivos. Carla corrió a su lado y le robó un beso que duró los segundos que le tomó al maestro subir otra vez a la tarima.

―¡Eso fue espectacular! ―Aulló el maestro despeinado―. Creo que está más que claro que tú serás parte del musical la otra semana.

Tras decir lo último, todos los presentes volvieron a gritar, siendo silenciados por el maestro segundos después para poder darle lugar a la única persona de segundo que se presentó: un chico de cabello teñido que prometía tener el perfecto tenor de toda la carrera de Salud Humana. Diego bajó de su lugar y salió para ser recibido por el abrazo de Marina y Manuel. Los tres amigos se abrazaron con emoción, y halagaron al rubio con cada comentario que soltaban.

Los minutos pasaron, veinte para ser exactos, donde Diego se la pasó charlando con sus dos amigos en la puerta del lugar, observando las demás audiciones, notando a muchos de Música que se presentaban, pero pocos llamaban la atención del jurado. Valentina comía al lado de Johan en el restaurante en completo silencio, Johan aún seguía cabreado y lo estaba más tras ser objetivo de burlas por las pocas personas que vieron su audición y que ahora se encontraban sentadas alrededor del lugar.

Faltando media hora para que las audiciones acabasen, el último nombre conocido fue llamado por la cansada y rasposa voz del maestro.

―¡Quedan pocos y va a ser difícil escoger a los indicados! ―Avisó con el micrófono a medio caerse―. Nuestra siguiente persona está aquí para hacernos pasar un buen rato. ¡Recibamos con un fuerte aplauso a Andrés Mora!

Sara le dio un beso en la mejilla al nombrado, deseándole suerte por lo bajo mientras se levantaba a dar lo mejor de sí. El sureño rara vez cantaba, solo lo hacía en la ducha o cuando se drogaba, pero poco más. No podía decir que era perfecto en ello, pero podía defenderse, sobre todo ahora cuando ha recibido cumplidos de parte del grupo de arte del psiquiátrico, junto a los halagos de Sara que le ha acompañado en las tardes.

Con sus manos cubiertas por aquel hoodie una talla más grande y que sobresalía de su chupa de jean, subió al escenario escuchando los susurros una vez más. Sin embargo, cuando vio a todas las personas allí, se dio cuenta de que nadie hablaba, todos estaban expectantes. Ahí fue cuando Andrés se percató que el efecto de la medicina había acabado y que las voces de su cabeza estaban cobrando fuerza.

Sus ojos empezaron a cristalizarse, alarmando a los enfermeros que se acomodaron para estar listos por si algo le llegase a pasar. Sara también se encorvó en su sitio, tratando de ver mejor las facciones del castaño. Sin aviso alguno, porque Andrés no dijo nada en unos buenos segundos, Félix inició una vez más con su guitarra, solo para tocar una sonata creada por acordes calmos. La elección de Andrés había sido la canción que se le vino a la mente cuando la empezó a escuchar más en su reproductor, solo que él pidió que la hicieran más íntima, por lo que se acercaba más a la versión original del musical Hedwig and the Angry Inch de Stephen Trask: «Wicked Little Town».

La introducción daba lugar, mientras el chico era alumbrado por solo un reflector, creando aquella ilusión de soledad en el escenario. La melancólica voz de Andrés se hizo sonar como un ligero eco rasposo y grueso, cansado y para nada vivo; el tono perfecto para la canción. Poco a poco, fue acompañado por el tecladista que cambió la armonía de su instrumento, junto a más combinaciones de instrumentos clásicos de cuerdas.

A pesar de la incomodidad en su cabeza, Andrés intentaba seguir la canción con naturalidad, pero falló justo en el inicio del segundo verso, donde comenzó a sentir el peso de las voces. Sabía en el momento que no eran reales, pues todos estaban callados e incluso se empezaron a preocupar por la palidez del chico. Quiso alejar aquellos pensamientos con todas sus fuerzas, pero los intentos eran inútiles, nada detenía ese frenesí de estrés y ansiedad.

Andrés cayó con un peso muerto allí en el escenario, creando una reacción de sorpresa en todos que suspiraban por la salud del sureño. Los dos enfermeros se aventaron con afán a donde estaba el cuerpo del chico, estaba temblando y llorando. Lo tomaron por los hombros y se lo llevaron de allí mientras Sara los seguía. En la salida, chocó una vez más con Marina, quien cambió su semblante al ver el estado de Andrés y la preocupación de Sara en su mirar. De camino al coche del psiquiátrico, Sara recordó que Andrés le comentó que la música, en especial la de su reproductor, lo calmaba cuando se sentía mal o tenía uno de sus ataques, por lo que detuvo a los enfermeros, le puso los cascos y reprodujo la cinta que ya estaba puesta. Andrés de pronto se calmó poco a poco, por lo que los enfermeros dejaron de apresurar, pero siguieron con la idea de sacar a Andrés de allí.

Tras un sincero sentimiento de disculpa, el maestro le deseó lo mejor a Andrés cuando se encontró encima del escenario. Llamó a los últimos seis participantes que quedaban, y cambiaron de géneros como de personalidades; mostraron baladas y rocanrol, acústicas y populares. Valentina y Johan llegaron faltando cinco minutos, acomodándose a un lado de Manuel quien acompañaba a Diego, pues Marina se fue a hacer otras dos entrevistas más a algunas personas que estaban de espectadores.

Pasaron diez minutos donde el jurado revisó los apuntes que tenían sobre cada persona. La mayoría del público se fue tras el aviso de que habían terminado las audiciones, así que solo quedaban las personas que se habían presentado, y esperaban a escuchar sus nombres para el espectáculo de la siguiente semana. Valentina y Johan se habían sentado en las sillas más apartadas, siendo acompañados por Manuel que se despidió de Diego una vez estuvo Marina acompañándolo.

Alrededor de veinte minutos después, el maestro subió y tomó el micrófono por última vez para informar a los elegidos. Entre ellos estaban varios personajes de Música, unas cuantas chicas de Ciencias Naturales y Matemáticas, algunos pocos de Química, y de Humanidades solo lograron entrar la mitad de los que se presentaron. Valentina quedó adentro, junto a Sara, y sin duda alguna, el líder de Las Cruces. Sin embargo, Johan no quedó, ni siquiera como remplazo por si algo llegaba a ocurrir con alguno de los aceptados.

Manuel le dedicó una mirada sensitiva, sabiendo lo que pensaba Johan en su interior. Valentina también lo veía en él, pues la única persona que miraba el menor era al sureño de cabello rubio que besaba y saltaba de emoción con Carla. Félix bajó del escenario para acompañar a sus amigos, pero fue recibido con la fría mirada de pocos amigos del menor de cabello blanco.

―¡Quedé! ¡No me lo puto creo! ―Gritó Diego alzando por los aires a Carla.

―Te dije que lo conseguirías. No veras tú que al final lo tuyo sea el canto ―sonrió ella una vez Diego la dejó del alzar.

―¡Qué va! Solo ha sido cosa de una vez ―dijo con más tranquilidad―. Me verás el viernes y luego no tocaré más un micrófono para cantar en la vida.

El maestro de música les interrumpió, felicitó a Carla por su trabajo en los ensayos diciendo que esperaba el mismo desempeño en la presentación oficial, agregando al final que esperaba verla el siguiente semestre en la electiva de Música. Pasó de ellos tras la afirmación de la rubia para ir donde estaba el de cabello largo, quien se encontraba hablando con Manuel un poco apartados del menor que se hallaba reacio a conversar con alguien.

―Félix, por favor, ven acá ―llamó William―. No me puedo creer que tengas tanta habilidad con los instrumentos y la producción. Bien me dijeron que eras bueno, pero no creí que tanto.

―Me halaga ―comentó con timidez―. Tampoco soy tan bueno.

―Por supuesto que lo eres ―interrumpió mientras negaba a la inocencia del músico―. Hace semanas te ofrecí una invitación a que pasaras por mi estudio y no lo has hecho. Te diré algo, el viernes del espectáculo, llevaré a un amigo productor para que te vea, y si le convences, tienes una cita asegurada con él en el estudio que no me podrás negar.

―No sé qué decirle, señor ―comentó con incomodidad. Había olvidado por completo eso y no quería pensar en música de momento. Solo se inscribió al musical para despejarse, pero una vez acabe no volverá a tocar la guitarra en un buen tiempo.

―Espero que me digas un sí el viernes si le gustas al productor ―el hombre le palmeó el hombro al músico para despedirse.

―¿Qué quería? ―Llegó Manuel sacando de sus pensamientos a Félix.

―Me ha dicho que me quiere conocer un productor. Que lo llevará el día del musical ―comentó desganado.

―¡Hombre! ¡Deberías estar feliz! Es una oportunidad única ―dijo con entusiasmo, lo que le faltaba a Félix en estos momentos.

―Ya ―dijo apagado y metido en ideas poco agradables. Iba a decirle la verdad a su amigo, pero fue opacado por Johan quien se acercó a la mesa de jueces.

El menor había estado pensando que no dejaría que un pandillero le quitara el lugar que le pertenecía. Johan se había vuelto celoso y competitivo desde que entró a trabajar en el cabaré, aquel lugar había sacado lo malo del chico. De hecho, Johan no guardaba rencor con nadie más, solo al rubio. Sentía que muchas veces Diego le había negado su lugar en la universidad por ser del norte, y ahora que Johan estaba en su espacio, él se lo quitaba. No iba a dejar que eso pasara. No dejaría que Diego le siguiera molestando después de todo lo que ha pasado, mucho menos ahora que tenía la suficiente fuerza de enfrentársele.

―Profesor, no pienso venir a arrodillarme por no estar en el musical porque acepto la derrota ―mintió―, pero me gustaría decirle que puede pasar esta tarde al cabaré.

―¿Perdona? ―Dijo desconcertado.

―De hecho, ¡todos están invitados! ―Aulló llamando la atención de todos―. ¡Todos estáis invitados esta tarde noche al cabaré Medialuna Llena en el norte, donde celebrareis con alcohol este logro y hecho para la universidad! ¡La cuenta va de mi parte!

Los presentes festejaron a lo último, prometiendo que irán.

―Bueno, Johan, si tú lo dices, iré encantadísimo. Siempre me ha encantado este rollo del burlesque y así ―dijo Carlos, despidiéndose de una sonrisa y saliendo del coliseo con los demás profesores.

―¿Qué tramas? ―Preguntó Valentina ahora a su lado.

―Todos verán de lo que se perdieron al no tenerme.

Johan salió sin ser acompañado de sus amigos, se había despedido rápido de ellos y le entendieron, pues él necesitaba hacer realidad el plan que tenía en mente. Manuel invitó a Valentina a comer con él y Félix, mientras que Diego y Carla concordaron en que se pasarán por el cabaré, pero después de aquella ronda de sexo prometida en la mañana.

No obstante, por la mente del rubio solo pasaba que algo ocurrirá allá en el cabaré. Johan había cambiado demasiado, tanto que no pasó desapercibido para Diego; le llamaba su cabello, su nueva ropa, incluso una especie de tatuajes que logró apreciar gracias a la manga corta de su camiseta. Johan tramaba algo, Diego lo sabía por su mirada, pues desde esta mañana no le ha quitado el ojo de encima al de cabello blanco, sin saber muy bien el por qué.

Llegando al psiquiátrico en el mismo coche en el que vinieron los enfermos con Andrés, Sara se preguntaba qué le había ocurrido al sureño. En el momento en que cruzaron aquellas grandes puertas color caoba, Andrés fue transportado sobre una camilla al ala médica más cercana de la primera planta. Sara fue detenida en la entrada, diciéndole que debía esperar en la recepción si quería saber qué había pasado con su amigo, a lo que ella alegó que no le quitaran la música a Andrés. La chica no se negó. Se dispuso a sentarse en la silla más alejada de la recepción, solo así tendría la tranquilidad suficiente como para pensar que todo con Andrés saldría bien. De seguro no había desayunado bien o se sentía demasiado nervioso; pensar en eso le tranquilizaba y le impedía comerse las uñas en ansiedad.

Mientras esperaba por una respuesta positiva, Sara había estado pensado en todos los murmullos y cotilleos que fueron creados en la mañana en el paraninfo. Apenas salió tras el problema de Andrés, escuchó por los pasillos cómo todos comentaban que eran la pareja más disfuncional de la vida. Un adicto y una puta. Uno tenía depresión, otra estaba embarazada. Sin duda tenían razón, la pareja más rara y posiblemente enferma que hayan visto por todo el campus. Pero era curioso cuanto menos las ideas que se estaban creando las personas en la universidad. Marina fue la primera en confirmarle los rumores, trayendo a la luz el tema de que ellos dos estaban más que juntos el día de hoy, llegando a ser sorpresivo tras las cero interacciones que tenían semanas atrás.

Sara había comprendido el daño que había en los dos muchísimo antes que Andrés, pues desde el momento en que escuchó que él se encontraba en un psiquiátrico, no perdió el tiempo en empezar a crear en su cabeza varias ideas sobre cómo podía rescatarlo. No obstante, reconoció el bien que le hacía a Andrés estar aquí encerrado conforme los días pasaban. Él no había vuelto a consumir nada, comía mejor y estaba más proactivo que antes, parecía estar viviendo una vida normal dentro del encierro en el que estaba.

Sara también cambiaba un poco en su interior. Ya no recurría a la soledad, incluso la empatía estaba siendo un sentimiento más común en su diario vivir tras sus visitas en el psiquiátrico. Su forma de pensar y actuar había tenido cierto desarrollo. Por supuesto que seguía siendo una cínica e incluso la típica chica busca problemas, pero empezaba a ver por los demás y no solo por ella.

Andrés le había recomendado en su día hablar de su embarazo con el personal del hospital, pero cuando descubrió los diferentes planes en contra del aborto que tenían, rechazó la idea, alegando que no quería ser juzgada por un comentario o posiblemente su idea final. De hecho, se le ha hecho más difícil intentar escondérselo a su padre, ha recurrido a usar ropas cada vez más anchas, y gracias a los dioses que era temporada fría, porque si fuera lo contrario, su padre se habría enterado hace ya un buen tiempo.

En el ala médica, Andrés se sentó en la camilla y se quitó la música tan pronto le dieron un tranquilizante y el terapeuta entró por la puerta.

―¿Qué pasó? ―Preguntó directo.

―Estaba en el escenario... y de un momento a otro escuché las voces, pero no solo eso... también me comenzaron a ahogar. Sentí que me desmayaba, pero estaba luchando por no hacerlo. Sentí que me ahogaba, que todo me pesaba encima. Incluso mis pensamientos pesaban.

―Vale. Un ataque. Quiero pensar que estar allá arriba te estaba matando de nervios, un detonante común que desató más rápido las voces y, por lo visto, la intensidad ―comentó el hombre y se sentó enfrente―. ¿Recuerdas que te dije que lo tuyo se puede tratar? Pues esto también. Debemos conocer qué palabras, situaciones o sentimientos te alertan o avivan tu enfermedad. Los nervios, en este caso, derivaron a la ansiedad y a las palabras que escuchas. Por lo tanto, hay que empezar a tratar los nervios y la ansiedad.

―Lo siento, Doc, pero yo solo escucho que estoy empeorando.

―No lo estás, creeme. Te dije que la depresión es compleja, es una caja de sorpresas. No solo es una emoción, puede ser la mezcla de varias e incluso puede ir de la mano con otras enfermedades. El punto, como te dije, es tratarla ―repuso con voz calma―. Tú estás mejorando, Andrés, aunque no lo creas. Estás pesando cinco kilos más que a cuando entraste, y según tu monitoreo diario ya has dejado de vomitar después de comer. Te noto con más fuerza en el cuerpo. Los ataques han reducido y has sido obediente con tu medicamento. Lo de hoy fue una cosa que le puede pasar a cualquiera, incluso a alguien que pueda ya haber pasado por el proceso de curación. Estas situaciones son comunes, pero la idea es tratarlas antes de que den su resultado. Y eso lo vamos a hacer juntos, descuida.

―¿Seguro?

―Estás mejorando, Andrés ―repitió―. Y lo estás haciendo muy bien.

El hombre le extendió la mano, Andrés la tomó y la apretó.

Con el pasar de los minutos, le informaron a Sara que Andrés estaba en su cuarto, había sufrido una recaída por los medicamentos y que le era posible visitarlo. Agradecida, se encaminó pisos arriba en busca de la habitación del chico, que hasta el día de hoy no había visto.

Allí fue cuando Sara se dio cuenta de ciertos prejuicios y concepciones erróneas que tenía sobre el lugar. Andrés no compartía habitación con nadie, ni tampoco era un lugar tan cerrado como creía. Sí que tenía barrotes en su ventana, pero tenía la posibilidad de abrirla un poco para que el aire entrase. Poseía de un amplio escritorio donde tenía escrito tras escrito, unos más borrosos e ilegibles que otros. Algún que otro cuadro de pintura posiblemente hecho por él mismo colgaba sobre la pared de la cama. Sara lo desconocía en el momento, pero Andrés encontró paz al descubrir que tenía madera de artista.

Ahí fue cuando se giró a ver al chico, estaba en ropas delgadas, arropado con una leve manta y un vaso lleno de agua sobre la mesa de noche junto a sus pastillas. Le habían recetado una nueva dosis. Andrés tenía sus cascos puestos, pero dejó la música a un lado apenas vio que Sara entró.

―Hola.

―Hola ―respondió Sara con una sonrisa tímida.

―Estuve pensando todo el tiempo en el que he estado contigo y la razón del por qué ―dijo con voz ronca y cansada―. Es curioso, pues antes no hablábamos mucho. Ahora no paras de verme todos los días.

―¿Acaso te molesto?

―Por supuesto que no, todo lo contrario. Se me hace curioso ese cambio de parecer ―comentó con tranquilidad por el efecto que le daba el medicamento―. De hecho, tu presencia ha sido la que más me ha ayudado durante este proceso.

―Ojalá pudiera decir lo mismo ―dijo con pesadez, no sin haberle respondido con una sonrisa honesta ante aquella confesión.

―¿Qué ocurre? ¿Es sobre tu embarazo?

Sara creía que ese tema lo tenía controlado, lo que le llegaba a pesar de vez en cuando en las noches era aquella doble vida que llevaba en las pandillas. Por supuesto que no era algo demasiado grave para ella, pues hasta el momento no ha tenido inconveniente alguno. Sin embargo, después de la noche del viernes donde nadie fue a buscarla, mucho menos preguntaron cómo estaba en los días siguientes, empezó a pensar si Las Cruces de verdad la apreciaban como ella a ellos.

Tenía un dilema moral con saber quiénes eran los verdaderos hipócritas, si ellos por no cubrir su espalda, o ella por traicionarlos con la banda enemiga. Claro que Sara se inclinaba por lo primero, le parecía un insulto a su persona que no se le reconociera. Pero no solo era por eso, también era por el mal trato que le dieron a Andrés. Se dio cuenta de que nadie ayudó al sureño en ningún momento, y eso le cabreaba más. Tampoco mentiría de que ella sí estuvo, pero al menos estaba presente en estos momentos, y era mejor tarde que nunca.

―No. Aquella vez que nos vimos en la farmacia y me viste con la bomber de los Carroñeros... ―pausó por unos segundos―. Es porque también pertenezco a ellos. De hecho, toda mi vida ha sido construida a base de ellos. Perdón si te incomoda.

Andrés silenció, ni una sola palabra o sonido emitió.

―¿Tú crees que a mí me importan ellos?

―¿Disculpa?

―Sara, a mí ya no me importan Las Cruces, ni los Carroñeros. Tampoco el barrio mucho menos la universidad. He aprendido que todas esas cosas me hacían mal y traerlas a mi vida solo hará que caiga otra vez en la mierda ―explicó. Esta vez se sentó en el borde de la cama, sintiendo un peso de más cuando Sara se acomodó a su lado―. Quise ser parte del musical porque quería darme una oportunidad, pero la universidad y su ambiente logró que me desmayara. No pertenezco al sur. No pertenecemos allí.

―¿Cómo que no pertenecemos allí?

―Las únicas personas que conozco allá han sido unos completos hijos de puta. Estoy más que feliz estando lejos de ellos ―alegó, peinando con afán su descuidada barba―. Tú también podrías estarlo.

―¿Qué es lo que quieres decir?

―En el momento en que digan que estoy mejor, escaparemos de esta puta ciudad enferma.

―No es por desmotivarte, pero eso tomará tiempo ―dijo Sara, separándose un poco para pensar lo que decía Andrés―. Yo estoy embarazada, y a este paso terminaré teniendo al niño. ¿Andarías por allí en una ciudad desconocida con alguien que conoces poco y un niño?

―No importa lo poco que te conozca. Importa lo que siento en mi interior, y puedo decir que no hay marcha atrás con lo que dije.

Sin más, Andrés le regaló uno de los besos más sinceros que ha podido sentir en su vida. Sin chistar ni un poco, Sara continuó con la conexión porque sintió correcto seguir sus sentimientos por esta vez. Los dos se sentían justos y completos en los brazos del otro, acobijados por la conexión del cariño que les faltaba y la necesidad de ser algo más que queridos y entendidos. Se habían conocido por un motivo: tratar de salir adelante aun cuando no tenían un futuro certero.

No obstante, el cariño desapareció de ellos. Trataban de no seducirse ni caer en el desespero sexual, querían sentirse entre los brazos inundados por los labios del otro, pero ahora solo querían sentir algo más allá ahora que sus corazones estaban despiertos. Andrés juraba que podía ser el medicamento, pero no desacreditaría sus sentimientos. Sara recordó que hace mucho no follaba, y a diferencia de otros días, esta vez sí sentía la conexión emocional esperada.

―No fue casualidad el conocernos ―comentó él entre jadeos sobre los labios rosados de Sara.

―Tampoco fue casualidad lo que ocurrió hoy ―agregó ella, sintiendo la emoción de Andrés.

Con rapidez y desespero, el sureño se deshizo de sus finas prendas del psiquiátrico, quedando nada más que las ganas de dejar en la misma desnudez a la sureña. Sara se movió con agilidad para deshacerse de todo lo que le cubría, demostrando el lento proceso de crecimiento de su vientre. Sara pasó sus manos por el cuerpo de Andrés, recorriendo las pieles donde antes yacían el relieve de sus huesos; su cuerpo ahora tenía la fuerza suficiente para equiparar el deseo de la sureña.

Los sureños se desenvolvieron con rapidez, queriendo en sus mentes que esto no fuera solo sexual, pero sus cuerpos estaban encendidos, sabían que iba a suceder y no se iban a detener. Se sentían dentro, algo en su interior corría con todas las ganas de llegar a más allá. No escondieron ni disfrazaron los gemidos sonoros, no se molestaron tampoco en si llegaban a incomodar a los pacientes cercanos. Querían sentirse más allá de su piel, y el deseo que navegaba por todo su cuerpo solo les decía que esto era lo correcto.

Los dos sabían que de aquí no había marcha atrás. Que aquella extraña sensación en sus corazones era el desenfreno del amor irregular y dañino. Sabían las consecuencias de querer mezclarse con el daño, pero a pesar de la pasión del momento, querían ver qué más había entre los dos.

Minutos después donde solo habían rozado y manoseado sus cuerpos sin haber llegado a la penetración, se recostaron en la cama y se quedaron en silencio. Andrés creyó que al tener algo más íntimo con Sara lograría confirmar sus pensamientos, pero no ocurrió. Solo lo confundió más. Sí, Andrés quería a Sara, no lo iba a negar, pero no sabía si la quería lo suficiente como para llamarlo amor. Andrés prefería seguir llamando a Sara como amiga.

Ella en su lugar pensó que esto le había venido bien no por la emoción, sino por la compañía que a veces sentía que necesitaba. En casa todo era más solo, ahora con el nuevo curro de su padre, ella lo veía menos. Y como no volvía a la universidad o se paseaba por el sur como antes, sentía que cuando no estaba con Andrés era como vivir en una prisión donde ni al baño le dejaban salir.

―¿Tú sientes algo? ―Sara fue directa. No quería ilusionarse más.

―Sí.

―¿Lo mismo que yo?

―No lo creo.

Sara se giró y le miró.

―Entiendo ―suspiró―. Creo que tendré al bebé.

Andrés le miró de regresó con completa sorpresa.

―¿Estás segura?

―Creo que ya es muy tarde para pensar en lo otro ―bajó la mirada y continuó―. Me hubiera gustado haberlo hablado con alguien a profundidad. Me habría gustado saber mi padre qué opinaría.

―¿Por qué no se lo dijiste?

Sara soltó una pequeña risa.

―Sonará un poco tonto, pero siento que si le decía algo a mi padre, dejaría de quererme. No me cabe en la cabeza cómo eso sería posible, pero lo creo. Él llegaría y me llamaría de cosas, que se aprovecharon de mí, que soy una fácil y que me lo merezco.

―Tú padre no es así ―aseguró sin siquiera saber si era cierto o no.

―Claro, no lo es. Pero lo siento. Y tenía... tengo miedo de lo que pueda pensar ―se recostó en el pecho de Andrés y respiró con calma―. Es la única persona que me queda. No soportaría que no me apoyase. Sin él no soy nada.

―Él te ama... todos los padres aman a sus hijos.

Andrés no supo por qué dijo eso con tanta seguridad, considerando que nunca conoció a su padre porque lo había abandonado, y tampoco estaba confiado que su madre lo quería en realidad o solo por momentos cuando su enfermedad atacaba.

―Tengo miedo de estar sola.

―Y no lo vas a estar. Yo voy a estar contigo.

Sara se levantó y le miró a la cara. Andrés descifró que su rostro pedía piedad, una gota de sinceridad, algo que le calmara de verdad los nervios que dejó de sentir cuando Andrés le practicó sexo oral.

―¿Me quieres?

―Sí.

―¿Cómo yo te quiero a ti?

―No lo sé.

Otra respuesta le habría emocionado, pero esa la convenció lo suficiente para dejarlo entrar en su corazón, porque prefería un amor inseguro a una soledad eterna.

Para las seis de la tarde el cabaré estaba llenándose. Abrieron unas horas antes, con el servicio de solo licor y algún que otro bocadillo, pero de momento ninguna bailarina había llegado a dar el inicio del espectáculo. Johan había arribado al lugar hace unas buenas horas, donde pronto le acompañó Valentina. Pasaron la tarde junto a los demás bailarines por videollamada preparando el número de esta noche.

Ahora mismo se encontraba acompañado de Valentina mientras revisaba los vestuarios, esperando a que los bailarines que ya habían llegado terminaran de preparase para hacer una pequeña serie de ensayos. Los dos chicos pasaban sus manos entre las telas caras que había comprado Jaime, algunos lindos atuendos y otros poco completos para jugar con aquel ligero erotismo y morbo de querer descubrir qué es lo que escondían aquellos delgados bordados.

―¿Qué traes en mente?

―Quiero que todos se den cuenta del error tan grande que cometieron al no meterme en el musical.

―Ya respondiste eso en la universidad. ¿No lo haces para sacar del lugar a Diego? ―Inquirió con tranquilidad.

―Por supuesto que no ―mintió, una vez más―. ¿Por qué piensas eso?

―Noté las miradas que le dabas, y el hincapié que hiciste al decir que todos estaban más que invitados ―recordó con dos perchas en sus manos―. Esa mirada no pasó desapercibida para nadie.

―Tal vez sienta algo de rencor ―admitió.

―¿Algo?

―A ver, ¿qué quieres que te diga? ―Alegó Johan, sacando de la percha el atuendo que usaría esta noche―. Mi hermano me jodía en la universidad, y cuando él no lo hacía era Diego el encargado. Me prohibió y restringió de muchas cosas en su día solo porque no era del sur, y ahora que encuentro mis cosas y en las que soy bueno, llega este y me quita mi lugar.

―Entiendo. Pero no sé porque todo esto me suena a algo que normalmente no dirías.

―¿Perdona?

―Hablo de que esto no lo dirías. ¿Qué cambió en ti? Por lo que me han dicho, aquí llegó un chico inseguro y temeroso, y ahora sales diciendo todo este tipo de cosas ―comentó, haciendo al menor dudar unos segundos antes de responder.

―Digamos que descubrir lo que soy acá en el cabaré me hizo dar cuenta de muchas cosas. La más importante de todas es que no me dejaré vencer por nadie, nunca más.

Con las ganas de querer decir más, Valentina se tragó sus palabras cuando Johan se marchó de la habitación. Curioso era que esta misma charla la había tenido ella hace un buen tiempo con Antonio cuando fue lloriqueando de que sus padres querían que estudiara otra cosa. Recordó que esa misma noche Antonio presentó uno de los mejores espectáculos en la historia del cabaré, un número clásico de jazz que dejó a todos boquiabiertos y con ganas de más.

Valentina dejó sus pensamientos persiguiendo el camino del menor, dándose cuenta de que este ya se encontraba cambiándose y sintiéndose cómodo al hacerlo enfrente de varios bailarines y personal del lugar. Valentina no se había dado cuenta, y ninguno de sus amigos de hecho, pero Johan poseía un tatuaje en su bíceps derecho y otro en el antebrazo izquierdo: una daga y una carta de naipes. Mientras el menor se vestía, Valentina confirmaba que él ya había cambiado cuando entró al cabaré por segunda vez.

El modelo de Johan consistía en una camisa blanca con brillantina y de mangas arremangadas, pues tenía puestos unos guantes que le daban hasta los codos, y en sus dedos reposaban anillos que brillaban más de la cuenta. Traía corbatín y se peinó de tal forma que por mucho que saltase o se moviera su cabello volvería a su sitio original; además, se había hecho con un sombrero, pero sabía que a mitad de la presentación no lo necesitaría más. En cuanto a la parte baja, Johan se colocó un pantalón de paño que le cerraba no en la cintura, sino unos de centímetros por debajo de su pecho; traía las mismas cadenas de la última vez y, por primera vez, se colocó unos tacones. En realidad eran unas botas, pero con el tacón de ocho centímetros que le daban más atractivo visual por su repentino crecimiento. Como última adición, y quizá lo que más destacaría, se colocó un corsé externo que recordaba a Madonna y, a palabras de una chica que llegó y lo vio, todo su conjunto era una adaptación a cuando la cantante interpretó «Vogue» en su gira del 2012. Agregó el maquillaje de sus ojos, junto a algo de brillantina en su rostro y piel solo para que el foco estuviera más en él que en el resto de las personas.

Se veía espectacular. Relucía con su andar, con su vestimenta bastante atractiva, su mirada congelante y su taconeo sensual. Johan era un ser diferente cuando estaba en el cabaré y sucumbía ante sus prendas y maquillajes. El menor repasaba su figura en el espejo, intentando realzar el atractivo de su físico al acomodar la vestimenta, mientras que vociferaba a los cuatro vientos el plan de la presentación a los demás que se hallaban allí. Valentina ya se encontraba lista después de cuarenta minutos, y de fondo escuchó que el lugar se iba llenando cada vez más y más. Johan se asomó un poco al escenario, donde estaba la banda tocando un poco para animar la atmosfera y darle calidad al lugar. Reconoció a los clientes habituales, y unos rostros familiares cruzaban por la puerta: eran algunos de los grupos que estaban esta mañana como público en las audiciones.

Para eso de las ocho empezó a llegar el resto. Manuel había entrado acompañado de Marina, quien estaba intrigada, así que arrastró con afán al mayor por las calles de Madrid. Félix llegó poco después, uniéndose en la mesa donde estaban sus dos amigos. Diego y Carla llegaron cuarenta minutos después, la chica se acomodaba aun sus prendas tras el viaje raudo en la motocicleta, mientras Diego buscaba con la mirada dónde estaban el resto de sus amigos.

―Carla, no me has vuelto a contar nada con respecto al caso de tus padres ―cuestionó antes de sentarse con el resto.

―Carlos no ha hecho acto de aparición desde hace unas semanas, desde las declaraciones que hizo solo ha hecho alguna que otra rueda de prensa y ya. No he encontrado nueva información por muchas noches que he estado sin dormir ―comentó con cansancio.

―Yo he hecho un poco de investigación por mi parte, y puedo ayudarte con algo ―dijo, captando la atención de la rubia―. Tengo a alguien que conoce de cerca a Carlos Castillo: el hermano de Juan. Le diré un día que me pase el contacto a ver si puedes hablar con él.

―No deberías ayudarme ―recordó y suspiró―. Aunque también debo decirte, he hablado con el tipo del foro donde descubrimos que mi padre y Castillo hicieron tratos. Promete darme información que me puede ayudar con respecto al caso, pero aún no está en la ciudad.

―Así que estás cerca de descubrir algo nuevo ―acertó―. ¿Cuál será tu siguiente movimiento?

―Le pediré ayuda a alguien para que escriba la nota de mi familia y luego buscaré cómo hacer que toda Madrid la escuche ―sonrió sobre los labios del sureño―. Ese malnacido va a pagar por lo que nos hizo.

―Solo diré que cuando recuperes todo, no me olvides, por favor ―dijo con un puchero junto a un beso en el cabello rubio de ella, jalándola entre risas para la mesa donde estaba el resto.

―¿Ya vieron al maestro Carlos? ―Dijo Marina apuntando a la barra―. Esta que se sale.

―Se la está pasando de puta madre ―anotó Félix, apoyado sobre la mesa.

―No entiendo bien qué es lo que quiere Johan ―inició Diego, tomando una nuez del bol que estaba sobre la mesa―. Tú qué lo conoces mejor, ¿ahora qué tornillo se le zafó?

―Ni la menor idea ―respondió Manuel―. Solo sé que esta mañana no quería hablar y luego desapareció.

―Está actuando extraño, ¿no? ―Inquirió Carla.

―Más de lo que te imaginas.

La charla quedó suspendida cuando las luces empezaron a apagarse de forma lenta, mientras que un gran reflector iluminaba el escenario, el cual fue montado en cuestión de segundos, pasando desapercibido por los chicos. Sobre la tarima se encontraba la banda en un extremo, sin perder su presencia en el lugar. En el otro extremo estaba un grupo de bailarines aludiendo a su momento de preparación y maquillaje. A unos dos metros lejos del centro del escenario, estaba un enorme piano junto a la sombra de alguien subido sobre este, rodeado de los demás cuerpos expectantes a la música.

Una vez el silencio se acomodó en cada mesa, el instrumental sonó y el presentador les dio la bienvenida a todos al cabaré. La música sonaba calmada y en crecimiento, hasta que resonó con fuerza dando de cuenta la introducción de «All That Jazz» del musical Chicago. Los reflectores empezaron a aclarar la visión de todos, demostrando la figura prominente de Johan sobre el piano, esperando con ansias aquellos movimientos prometidos.

Con la mirada en alto, el menor empezó a cantar la canción sobre el oscuro instrumento. Conforme la sonata seguía, los bailarines empezaban con su interpretación, creando movimientos suaves, morbosos y en conjunto, acercándose cada vez más a Johan; hacían mímica de las expresiones que las coristas cantaban y el público se asombraba. El chico de cabello blanco recorría con elegancia y gracia sus manos por diferentes partes de su cuerpo, haciendo sincronía con el ritmo que dejaba el eco en los oídos de varios.

El pequeño micrófono oculto entre las raíces de su cabello emitía con perfecta calidad cada una de las palabras que Johan entonaba con aquella seductora voz que erizó a más de uno en el establecimiento. Seguido a cuando la música empezó a acelerarse, Johan fue bajando con sutileza del piano, colgado de sus brazos por dos bailarines que lo dejaron en el centro del escenario rodeado por otras cinco chicas, mientras los varones se acomodaban sobre los escalones de detrás y bailaban su parte de la coreografía como sombras que intentaban pasar desapercibidas.

Al son del compás que no perdía la intensidad sensual, todos se encontraban danzando aquella idea descabellada del menor, sintiendo la temperatura elevar y los músculos aflojar. Johan se atrevía a guiñar, señalar y cantar directamente a cada uno de los presentes para que sintieran el éxtasis que él sentía cuando la música y él eran uno solo, con los coros de fondo y los bailes compartidos a su alrededor. Johan tiró su sombrero lejos, se deshizo del corsé y abrió más su camisa cuando la canción tomó un ritmo más rápido, demostrando que su pecho también brillaba. El manoseo por encima de la prenda no pasaba desapercibido, todos estaban pendientes de lo que tocaban esas manos.

Decir que sus amigos estaban sorprendidos era poco. Marina sonreía de punta a punta, transmitiendo la misma emoción a Félix que de vez en cuanto comentaba el buen entreno en el rango vocal de su amigo, quien no se cortaba en jugar con su voz y cantaba suave, duro, rasposo, rudo y somnoliento. Manuel no podía dejar de quitar la mirada de todos; admiraba la banda, los bailarines, Valentina, las luces, Johan; se sentía a poco del mareo por no tener su mirada tranquila. Carla también admiraba a su amigo con orgullo, lo veía feliz como nunca, mientras que Diego no podía evitar quedar impresionado por el espectáculo que estaba dando.

Johan daba piruetas, levantaba las piernas a la altura de su cara y dejaba ver sus dotes de flexibilidad que tan perfeccionados tenía desde sus clases de balé. Junto a las chicas iba de lado a lado, movían las caderas, y las manos se llevaban la atención junto a la coreografía de cabello; Johan no temía igualar sus pases para verse igual de fluido y sensual que las mujeres, no le importaba mostrarse femenino mientras presentaba la canción. Lo mejor llegó al final cuando Johan se amarró a su cintura, fue tomado por dos bailarines para transportarlo una vez más a la cima del piano, donde el resto de equipo estaría arrodillado sobre el instrumento, creando la ilusión exacta de una pintura renacentista. Johan, observando un punto específico del cabaré, cantó la nota más alta de la canción y quedó con los reflectores sobre su ser mientras los aplausos le inundaban.

Con vítores y gritos, todos y cada uno de los presenten celebraron aquella presentación prometida de hace mucho. Johan sentía sus piernas temblar por el cansancio y la emoción. Enfocó su mirada en la mesa donde estaban sus amigos, los saludó con una sonrisa y dio una reverencia para salir de la tarima y dejar que la banda siguiera con el interludio que daría paso al clásico burlesque de las chicas.

Se cambió enseguida en el camerino y salió a recibir a sus amigos, abrazando a todos uno por uno. Justo en el momento en que se detuvo a ver a Diego, este le recibió con una sonrisa y un apretón de manos.

―Estuviste genial ―dijo el rubio, con total sinceridad que sorprendió a Johan.

―Gracias. Tú también estuviste bien esta mañana ―respondió con una pequeña sonrisa, tratando de aguantar aquellas ganas de gritarle.

―¡Johan! ―Aulló el maestro desde el otro lado del lugar, corriendo a donde él estaba―. Eso fue espectacular, me dejaste sin palabras. ¿Por qué no me dijiste que tenías este don? ¿Qué ocurrió esta mañana?

―Estuvo de puta madre ―acotó Manuel sin dejar responder a Johan.

―Hombre, creo que reconsideraré esto... te digo que ahora mismo estás fichado para el musical ―comentó con alegría de borracho―. Lo hablaré con el resto de los maestros y te buscaré un hueco ese día para que nos deslumbres como hoy. Ahora te dejo, estaba teniendo una charla intensa con aquel chaval de la barra.

Estaba claro que el maestro iba algo borracho, pero eso no les importó a ellos tras escuchar la noticia. Los aplausos y felicitaciones no se hicieron esperar. Por supuesto Diego no dijo ni hizo nada, solo le dedicó una sonrisa más porque entendió el plan que Johan había creado.

―Que gane el mejor ―dijo Johan muy cerca de Diego para que le escuchase―. Evidentemente seré yo.

―No es una competencia, enano ―repuso―, pero que sepas que toda la universidad se acordará de mí, no de ti ―dijo en una advertencia burlona.

Lo curioso era que Diego no pudo evitar quitarle la mirada esta mañana, mucho menos hace unos momentos en el espectáculo; la cuestión era que Johan tampoco desvió el contacto visual mientras estaba allá arriba bailando entre los demás cuerpos. Entre todas las personas que estaban en el cabaré, el menor decidió mirar solo los orbes de Diego sin saber por qué, esperando que la respuesta sea solo porque quería ver su rostro cuando lo derrotara, y por eso le dedicó la última nota a él, solo él. Pero Diego se mintió a sí mismo antes, y Johan lo hacía en estos momentos. Los dos eran terribles mentirosos y eso les iba a costar muy pronto.

El siguiente viernes llegó con una respiración apresurada, tranquilizando a muchos de los estudiantes para recordarles que quedaban dos semanas para terminar el semestre. Los trabajos estaban siendo entregados y los exámenes cada vez se sumaban a las cosas que estresaban al cuerpo estudiantil de la universidad. Sin embargo, ese viernes era el día de relajación y pensar en otra cosa, en este caso, el musical de la facultad de Humanidades.

El espectáculo comenzó a las siete y media con unas palabras introductorias de los profesores organizadores y del personal del teatro. A eso de las ocho y media empezó la introducción musical dirigida por Félix y la banda que prestó el maestro de Música en compañía de William. Finalmente, a las nueve y quince comenzó a salir persona por persona. Andrés no había ido y Sara se presentó cantando la misma canción con la que hizo la audición. Poco después, Diego hizo lo mismo, captando la atención de muchas personas que pasaban por fuera y escuchaban la canción a través de las paredes; sin embargo, el teatro pareció no poder soportar más personas cuando Johan presentó tanto la canción que hizo en el cabaré como en la audición, demostrando que era capaz de hacerle honor a la favorita de su hermano; en esa ocasión, Valentina le ayudó a cantarla, y los dos le hicieron honor al dueto del musical. Mientras la canción terminaba, Valentina comenzó a ver en Johan algo que quería negar: el Antonio del que se había enamorado.

Félix fue presionado por el público y por Carla para que también cantara, solo accediendo a reproducir una corta versión de una de sus favoritas de Estopa al final de la noche, donde todo el público aplaudió de pie a la banda.

―Muchas gracias, pero esto no sería posible sin la banda tan buena que tenemos esta noche con nosotros ―dijo Félix y señaló y nombró de izquierda a derecha―. Dadles un fuerte aplauso a Marta en la guitarra y coros; Alfonso en el bajo; Mateo en los teclados y coros; Christian en la batería; Aron en el piano; a Leire y Gustavo en violines; y por último, pero no menos importante, a Carla en la segunda voz.

Todos los espectadores aplaudieron con cada nombre mencionado, siendo recibidos por la reverencia que los músicos les daban. Faltando poco para las diez y veinte, cantó el último chico de la noche, siendo relevado por unas últimas palabras del maestro, comentando que había sido una noche espectacular y que se recaudó una gran cantidad de dinero, la suficiente para reparar los daños en la universidad. Johan, que esta vez tenía dinero de sobra, aportó una gran cantidad de forma anónima.

Cuando acabó el musical, todos los partícipes salieron una vez más a escena, dando una última reverencia para salir de la tarima y del teatro. Sara fue una de las primeras en salir, y sonrió cuando Manuel le comentó lo buena que fue su presentación. El mayor se encaminó con Marina a donde bajaban Diego y Johan, recibiendo a cada uno con un abrazo, sonriendo y comentando la dicha y el goce que les hicieron pasar desde allá arriba.

Segundos después, el móvil de Manuel empezó a sonar, notando el número de su jefa, con quien ha trabajado augusto durante toda esta semana. Respondió y se alejó de sus amigos a un borde lejano del teatro.

―¿Señora Juliana? ¿En qué puedo ayudarla?

―Curioso nombre ―repitió tal cual hace dos semanas cuando fue al día del papeleo.

―¿Perdone?

―Revisando bien tus documentos, algunos me parecen demasiados extraños ―Manuel comenzó a sudar frío, pensando que este era su fin―. Empezando con que, dices que eres de México, pero según la fecha de tu vuelo para acá a España, uno también fue registrado mostrando cómo previamente habías estado en Colombia. De hecho, solo estuviste en México para hacer la escala de Colombia a España.

―Debe de haber una equivocación ―titubeó.

―Eso pensé yo también, pero luego quise indagar un poco más, y me di cuenta de que tu nombre está en las noticias de Colombia. La razón es por un homicidio causado al hijo del alcalde de una ciudad hace dos años y medio ―sentenció la mujer sin dudar.

―Todo tiene una explicación ―rogó Manuel―. Por favor, no vaya a decir nada.

―Cabe la casualidad de que tú no lo hiciste ―Manuel ni siquiera tuvo tiempo de hablar otra vez cuando Juliana le interrumpió con cosas que él desconocía―. Como soy tan curiosa, me puse a investigar, descubriendo varias falencias. Sobre todo, un testimonio de una señora de ochenta años que afirma ver a dos personas entrar por la ventana donde ocurrió el homicidio. Evidentemente una de ellas eras tú, sin embargo, el asesinato ocurrió cuando entró la segunda persona.

―¿Quiere decir que hay un testigo?

―Lo hay ―confirmó―. Va a ser complicado contactar con ella, cuando lo hice me comentó que estaba demasiado enferma, que no tenía nadie a su cuidado. No sé si seguirá bien, pero vale la pena intentarlo.

―¿No me reportará? ―Preguntó incrédulo después de todo lo que le ha dicho.

―Debería hacerlo. Eres el único sospechoso por la muerte de un menor de edad, sobre todo, siendo el hijo del alcalde, y además, huiste de la ley a otro país ―comentó con desdén―. Pero me gusta la justicia, y si una señora afirma haber visto otra cosa, pues no te voy a entregar.

―¿Qué sugiere que haga?

―Pasa el lunes y hablamos de ello.

Manuel cortó la llamada, pensando que el trabajo no solo le estaba trayendo recompensas económicas ―bajas, de por cierto, como la mayoría de los trabajos en Madrid―, ahora mismo le estaban dando su boleto a la libertad. Estaba cien por ciento seguro que no iba a desaprovechar esa oportunidad. Si lo que decía Juliana era cierto, entonces debía asegurarse de que aquella señora siguiera con vida y con la mente clara como el agua para ayudarle. Apenas llegase a casa, le pedirá la ayuda a su novia, era la única persona confiable que conocía en Colombia, así que no desperdiciará esta ocasión.

Félix junto a Carla guardaban algunos instrumentos en sus estuches que luego serían empacados en el camión donde vinieron.

―Estuviste genial esta noche ―comentó Félix―. Creo que puedes entrar con facilidad a la electiva de música el semestre que viene.

―No entiendo por qué piden tanto para entrar allá ―se quejó la rubia―. Es demasiado complicado.

―Muchos piensan que al inscribirse en las electivas de música no harán nada. Por eso los profesores decidieron crear las pruebas para todo aquel que trate de intentarlo. De hecho, así hicieron para todas las de Artes. Electiva que no sea tan práctica, como Historia del Arte o Teorías del Teatro no tienen pruebas, pero Música, Danza y Expresión Corporal, Pintura y Dibujo y demás, sí. Tienen demasiados filtros, porque, al mismo tiempo que las personas piensan que allí no se hace nada, los cupos se acaban rápido por eso mismo.

―Joder, que complicados ―dijo Carla, tomando el último micrófono para meterlo en su caja con el resto tras haberlo limpiado.

―Un poco sí, pero llevan razón ―repuso Félix, notando que el maestro de música le llamaba desde su puesto en las sillas―. Ya vuelvo.

Félix se acercó al regordete maestro, quien estaba con lo que parecía ser el productor que prometió. Aquel sujeto vestía con una camiseta demasiado abierta considerando el frío, y desentonaba con la época pues no era verano. Se cubría con un cabello rebelde, disparando casi para todos los lados, pero Félix podía jurar como desde lejos olía el aroma del champú y los diferentes productos que usaba para peinarlo.

―Félix, él es Blake Alliger, el productor del que te hablé.

―Mucho gusto ―saludó Félix apretando su mano.

―El gusto es mío ―dijo con una sonrisa carismática―. Me dejaste más que sorprendido. He de decir que cuando William me comentó que eras bueno, no pensé que tuvieras tantísimo talento.

―Por favor... ―dijo Félix con una risa en vergüenza.

―Déjame terminar ―interrumpió sin dejar aquel carisma que tenía en su mirar; Félix notó el acento norteamericano que forzaba el español―. Me sorprendió lo bien que sustituiste a Christopher por una canción y como le ayudaste a May en el teclado. Por supuesto también tu trabajo en el sintetizador y manejo del instrumental.

―Félix es, sin duda, un talento que no encuentras en todos lados ―apoyó William.

―Venga, chaval, pásate el martes por el estudio. Me encantaría charlar contigo más a fondo y ver qué más escondes ―propuso, dándole un manotazo en el hombro, tratando de quitar la tensión en él―. Estoy más que seguro que este no es el músico Félix en su máximo esplendor.

―Seguro, allá estaré ―sonrió finalmente.

Félix aceptó porque sentía confianza en sí mismo después de los aplausos que recibió de parte del público. Haberse juntado con sus amigos en los últimos días y trabajar duro junto a Carla, le ha hecho darse cuenta lo cómodo que se sentía cuando hacía cosas que quería, y la música era la más importante de todas. Tanto William como Blake le sonrieron y se despidieron cuando les avisaron por los instrumentos, dejando a Félix que fuera una vez más con Carla, sin embargo, un aullido de una señora descolocó a todos los que quedaban en el auditorio.

―¡Es usted! ¡El violinista Dante Valero! ―Gritó la mujer de cuarenta y cinco―. Soy una gran admiradora, no me pierdo ninguno de sus directos por las redes. He reservado un boleto para su concierto el año que viene.

―Muchas gracias. Me halaga señora ―dijo un rubio de piel bronceada y mirada firme, con porte elegante y actitud que no difería.

Se tomó la foto pedida por la mujer, siendo observado a lo lejos por su hermana Carla. La chica desde su lugar le reconoció demasiados cambios desde la última vez que se vieron hace dos años, como que su cabello ahora era más corto y formal por la gomina, y que su barba ya no tenía huecos: era una barba frondosa. Carla bajó con un gran salto de la tarima, pasó de largo a sus amigos, y llegó a abrazar a su hermano.

―¡Dante! ―Saltó por los aires―. ¿Qué haces aquí?

―Vine a visitar a mi familia por las fiestas ―dijo él buscando con la mirada―. Pero por lo que veo, solo estás tú.

―Papá no sale porque no quiere que le reconozcan, y mamá le hace caso ―informó.

―Él nunca cambia ―comentó con gracia―. ¿Cómo ha estado todo?

―Horrible. Papá no deja de hablar de cómo regresaremos a la normalidad y cosas así y, bueno... mamá no ha tenido sus mejores días desde que papá llega tarde a casa del bar... ―alegó, cambiando el tema para no estresarse―. ¿Por qué no viniste antes?

―Tenía mucho curro en Irlanda, pero ya estoy aquí. Aún no sé cuándo devolverme.

―Perfecto, me ayudarás a salir más rápido del tema de la familia ―la mirada confundida del mayor le mostró a Carla que no le entendía―. Llevo investigando el caso de la familia desde hace dos meses, y he encontrado cosas demasiado interesantes.

Dante no mostró emoción alguna, pero a juzgar por la mirada fría en su rostro, se notaba que escondía algo. Algo que Carla no sabía, no de momento. Dante tampoco tenía intención de decirlo. Lo único que quería era disfrutar de estar con su hermana, yendo a comer con ella y su novio, quien se les unió segundos después para poder estar bien antes de irse a su trabajo nocturno en el estacionamiento que estaba a unas calles.

Manuel y Johan salieron con Valentina y Marina, y esperaron a Félix en la calle de enfrente para poder ir a comer en el lugar de comida rápida más cerca mientras seguían hablando del musical, en especial por Marina, pues ella tenía material más que suficiente para su reportaje y sabía bien en sus adentros que dichas columnas prometidas le traerían cosas buenas para su futuro.

Estas dos semanas que rodaron en torno al musical han sido un antes y un después para todos.

Carla se acercaba a la verdad, pero ahora Dante estaba en la ciudad. Félix prometía sacar algo bueno con William y Blake, pero temía no saber qué hacer si la cagaba.

Andrés y Sara se unieron, mientras Manuel veía la luz que le devolvería su vida normal de antes.

Por último, dos jóvenes lejos el uno del otro, seguían con la mirada del otro en su mente, recordando el baile sensual del cabaré y la felicidad del canto el día de la audición.

No sabían qué les ocurría, y temían por querer saber la verdad.

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