🍬 Sour Candy 🍬
Movió un par de plantas secas que obstruían con su vista y se detuvo a observar el confrotamiento entre Amber y Bull.
El mapa cerrado de Cavernas Profundas, cubierto de muros laberínticos y pastizales, le jugaban mucho en contra a la legendaria cuando trataba de usar su fuego contra alguien tan robusto como Bull, pero se las arreglaba para mantenerlo a raya con su amplio alcance. Por el otro lado, Bull no paraba de maldecir entre dientes y raspar el suelo con la bota —similar a lo que solían hacer los toros—, enfurecido por el hecho de no tener una forma de acercarse a la chica sin resultar completamente calcinado.
Edgar estaba un poco más apartado, lo suficientemente lejos para que ninguno de los dos descubriese siquiera su existencia. Quería ir a por Amber, pero ella había dejado un enorme charco de combustible sobre el suelo en el cual estaba parada —probablemente cargando su super con la estelar— mismo que Edgar se negaba a pisar, además de que resultaría muy riesgoso para él acercarse. Estaba Bull también, cargando con su escopeta recortada, esperando el momento para lanzarse sobre Amber. Tampoco consideraba que atentar sobre el pelinegro sea un buena idea... considerando, claro, el increíble daño que podía llegar a hacer a corta distancia, y la diferencia de fuerza gracias a los cubos verdes de energía.
Mientras esperaba, Edgar perdió de vista a ambos brawlers entre los pastizales, de repente sintiéndose un poco inquieto. Pensó que quizás habían empezado a moverse por la zona, misma que cada vez iba haciéndose más y más pequeña... temía que pudieran agarrarlo por sorpresa.
Eso, hasta que escuchó la voz femenina de la legendaria a unos cuantos metros de distancia.
—¡Hah! Vas a arder —exclamó Amber a la par que lanzaba el combustible al campo de pastizales.
Edgar amplió los ojos cuando vio que el combustible llegaba hasta él, y fue puro instinto cuando empezó a correr lejos de la zona antes de la chica lo prendiera fuego para reducir los lugares donde los demás brawlers restantes pudieran esconderse.
Bull cargó a la batalla desde un costado y Amber empezó a esparcir fuego continuamente contra el tanque. Mientras ambos peleaban a unos metros dentro del campo de batalla, Edgar pensó que era el momento ideal para saltar —literalmente— a la batalla. Se ató bien la bufanda en su cuello, juntó la cejas para concentrarse y dio una corta carrera antes de dar un brinco y cargar contra ambos con el subidón de energía que recibía tras usar su super.
«Amber eliminó a Bull».
Antes de que la chica pudiera chillar y decir lo maravillosa que era manipulando el fuego, el morocho aterrizó en el suelo a pocos pasos de Amber causando un poco de daño de impacto y así correr en su dirección. A la legendaria no le quedó de otra mas que activar uno de sus gadgets y empezar a correr en el sentido contrario, lanzando un poco de fuego y así quemar al asesino. Sin embargo, el menor fue capaz de alcanzarla gracias a su velocidad superior, y arremetió con los puños de su bufanda.
«Edgar eliminó a Amber».
Exhaló un suspiro cansado, quitándose con rapidez las llamas de su ropa cuando sintió que se estaba quemando, y alzó la vista hasta el contador en la pantalla grande, confundido de no haber ganado aún la partida.
«2 brawlers restantes».
Oh. Así que aún quedaba otro contrincante.
Antes de siquiera dar otro paso más lejos del reciente confrontamiento, Edgar detuvo sus pasos cuando vio, con un poco de dificultad entre los altos pastizales que habían sobrevivido al fuego, un barril de dinamita con la corta mecha encendida.
—Oh, mierda.
¡Bum!
Menuda explosión se llevó en la cara.
«Dynamike eliminó a Edgar».
Despertó en el lobby.
Se levantó de golpe, palpando su cara. Era de cierta manera estúpido cuando hacía eso, ya que estaba completamente curado, pero la sensación del fuego en su rostro, incluso si no sentía tal dolor, le ponía ansioso.
Cerró los ojos un momento para tranquilizarse luego de la adrenalina vivida en la partida, y tomó un poco de aire, frunciendo las cejas cuando vio a Dynamike rodeado de unos cuantos brawlers que lo felicitaban por la victoria en supervivencia. No se sentía celoso de la atención dada a ese viejo, a Edgar poco le importaba. De hecho, creía que era tan tímido e introvertido que no sería capaz de aguantar la presión de tantos brawlers rodeándolo. Simplemente... le molestaba. Aborrecía la manera tan patética en la que había perdido aquella partida.
Para distraerse decidió buscar a su amiga.
No vio a Colette por ningún lado en el amplio espacio del lobby, donde los brawlers se reunían para entrar en los diferentes modos y mapas, y tomó asiento en uno de los sillones con las manos bien metidas en los bolsillos de su pantalón, algo molesto. Supuso que la chica aún no había terminado su partida en atraco, así que no le quedó de otra más que esperar a que saliera para irse de aquel lugar.
Mientras mataba el tiempo con su celular, un chico se instaló frente a él. El épico alzó la vista con una expresión molesta en el rostro que se profundizó aún más tras ver de quién se trataba.
—Hey —saludó Fang, sonriendo de manera amistosa y, hasta cierto punto, también coqueta —, buena partida, lindo.
Edgar rodó los ojos y bufó.
No tenía tiempo para esto.
—Si, claro —contestó de manera irónica, chasqueando la lengua. Prefirió ignorar el hecho que lo había llamado lindo para ahorrarse problemas —. Fue espantoso, me explotaron dinamita en la cara.
—Espantoso sería que te arruinaran el bello rostro con una explosión de dinamita —el morocho arrugó la frente y Fang soltó un carraspeo —. Es decir... yo creo que a todos nos ha pasado, y debe ser horrible que sea justo en el rostro —respondió el asiático, soltando una leve risa. Luego se dispuso (y se auto-invitó) a tomar asiento en el sillón de al lado —. Quedaste segundo, tampoco es tan malo.
—Pude haber ganado.
—También pudiste haber perdido.
Le tiró una mirada de odio al chico sentado a su lado y Fang alzó la palma de una sus manos, ya que la otra se encontraba ocupada con el paquete de palomitas de maíz que solía comer siempre.
—Lo que quiero decir —Fang se relamió los labios cubiertos de mantequilla — es que te las arreglaste muy bien en ese mapa, incluso si varias cosas estuvieron en tu contra desde el inicio a pesar de los muros y los pastizales. Realmente admiro eso de ti.
Esta vez no respondió. Edgar se limitó a voltear su vista de nuevo a la pantalla móvil de su celular, evitando, de ese modo, que el otro chico viera el creciente rojo cubriendo sus mejillas. Se acomodó la bufanda hasta la nariz, maldiciendo algunas cosas entre dientes y cerrando la conversación de lo sucedido en supervivencia.
Fang soltó un suspiro, sonrió de nuevo y apuntó con el pulgar a una de las puertas.
—¿Quieres entrar en atrapagemas? Vi que la zona en esta ocasión es Brrrum Brrrum.
—No.
—¿Esperas a alguien? —insinuó el cromático, tratando de ligar, y a su vez, molestar, al morocho.
Edgar lo vio de soslayo —. No te importa.
—De acuerdo, de acuerdo —se rindió —. Tú ganas.
Respiró tranquilo, listo para colocarse sus auriculares y escuchar algo de música en ese tan preciado momento en el que Fang cerró la boca. Quería disfrutar de su pequeño momento de paz, en el silencioso espacio apartado del lobby, antes que Colette apareciera a fastidiarle la existencia. Se preguntaba por qué se tardaba tanto en un modo de juego que duraba menos de cinco minutos y que, además, no contaba con los tiempos extras como balónbrawl.
¿Se habrá ido sin él? Edgar quería pensar que no.
Colette era la única amiga que tenía —Fang no cuenta—, ya que la mayoría no soportaba su forma de ser y actitudes. Solo ellos podían entenderse. Y antes que estar solo y deprimirse en una esquina o en el trabajo, prefería pasar un rato con la cromática y subir algunas copas en los rankings entre los brawlers.
—Entonces... —empezó Fang, pasándose las manos por las piernas con nerviosismo. Parecía tratar de iniciar otra conversación, pero sin éxito. Escuchar su voz logró arrancar al morocho de sus divagaciones, parpadeando y enfocando su vista en el pelivioleta.
Antes de poder decir algo más, Edgar se levantó del sillón y empezó a caminar.
Fang se levantó a la par, casi por instinto.
—¿Adónde vas?
—No te importa.
Pese a su mala contestación, el cromático sonrió de lado y lo siguió por todo el espacio del lobby hasta la zona donde estaban las pantallas con las partidas activas. Edgar rodó los ojos e intentó ignorarlo, pero le fue casi imposible con alguien tan deslumbrante como Fang siguiendo sus pasos de cerca.
—Creo que puedo acostumbrarme a tu actitud —sonrió el asiático.
Yo no, casi responde. Pero se limitó a permanecer en silencio y buscar con la mirada las pantalla en atraco.
Una vez encontró la partida donde estaba participando su amiga, su vista fue a parar en la parte superior de la pantalla, donde marcaba el tiempo restante, y vio que estaba recién empezaba.
Edgar retuvo un tic en su ojo derecho.
La desgraciada había vuelto a entrar en otra partida y él ahí, esperándola como imbécil en el lobby, aguantando a Fang.
Qué ganas de dejar que Piper le pegara un tiro.
—Oh, ya veo —mencionó la persona a su lado, observando de la misma manera las pantallas —. Estabas esperando a Colette, ¿no?
Edgar soltó un gruñido bajo, empezando a sentirse abrumado. Fang se le había acercado de la nada —cuando casi nadie más solía hacerlo— y lo había felicitado por quedar segundo en una partida tan basura de supervivencia, ¡segundo! Incluso después de la patética manera en la que había perdido. Y ahora no dejaba de seguirlo para todos lados, tratando de sacar más conversaciones con él incluso si no dejaba de tratarlo tan mal con sus contestaciones secas y sarcásticas.
No sabía qué mierda hacer, y eso lo estaba estresando mucho.
Tampoco ayudaba que el tarado se esmerara en tratar de lucir coqueto o tirarle apodos raros.
—Ella es bastante buena en estos modos, ¿no es así? —continuó de manera curiosa, cruzado de brazos, señalando la partida con el pulgar.
El épico volteó la vista de nueva cuenta a la pantalla, un poco perdido por estar centrado internamente en sus problemas, y prestó atención a la partida: en una de las tantas cámaras de trasmisión podía verse a la cromática antes mencionada metiendo presión a los brawlers oponentes que trataban —más bien, fallaban— de proteger la caja fuerte de sus rivales. Incluso pudo ver el momento justo donde Colette abría su libro de recortes y se lanzaba directamente hacia sus enemigos, empujando a Colt y a El primo, causándoles daño de ida y vuelta tanto a ellos como a la caja, quien perdió una vida bastante considerable. Y con la super vuelta a cargar, arremetía de nuevo.
Ciertamente, si: Colette era realmente muy buena en atraco. Tanto que a veces daba miedo luchar contra ella, ya que era muy probable que perdieras todas tus copas.
—Yo no soy muy bueno en este tipo de modo, así que nunca lo juego —contó Fang, observando atentamente la partida y cómo la albina bajaba la vida de la caja y nadie era capaz de eliminarla —. Pero Colette parece estar hecha para jugar esto. Es realmente increíble.
El morocho asintió despacio, algo perdido. Estaba más enfrascado en el extraño y furioso revoltijo que se había presentado en su estómago como para prestarle mayor atención a la pantalla.
Le picaba el pecho del enojo.
¡Por favor! Estaba él al lado, y Fang seguía halabando lo genial que era Colette en mapas de atraco.
Debería de sentirse orgulloso de su mejor amiga, pero el cerebro de Edgar no parecía estar funcionando correctamente. Desde hace rato ha estado experimentado diferentes sensaciones vertiginosas, estrés y... y está abrumado. Abrumado y cansado de no saber qué hacer. Parece enfermo de todas las veces que se le ha revuelto el estómago en la semana, pero sabe que no ha sido la comida, porque siempre coincide que Fang está cerca cuando pasa.
Como ahora.
Sus oceánicos ojos azules viajan al duro perfil del cromático, quien sigue fijo en la partida que se desarrolla: sus ojos rasgados de color oscuro, su pelo violáceo, casi negro; largo y lizo como para regogerlo en una coleta baja. Su piel ligeramente bronceada, las líneas de sus músculos flexionados —nada que ver a su flacucho cuerpo— de sus brazos al tenerlos cruzados o la estatura, por unos cuantos centímetros, superior a la suya. Edgar traga saliva y el otro muchacho no parece estar enterado de la descarada mirada que lo estudia de cerca. Tan enfrascado que parece olvidarse que él sigue ahí. Pero está bien, al morocho no le importa. Por él Fang puede irse a la mierda misma y perder todas sus copas, bajar en la Liga y perder su atuendo preferido del año del Tigre.
Se traga la rabieta que escala por su garganta, sintiéndose bastante ignorado y molesto, y se mete las manos bien en los bolsillos de su pantalón de trabajo. Luego se dispone a marcharse.
Cuando Fang se da cuenta que lo han dejado hablando solo, barre el lobby con la vista hasta que se topa con el cuerpo de Edgar en dirección de la salida, y se apresura en alcanzarlo.
—Oye, ¿estás bien? —se preocupa el asiático.
—No te importa.
—Me has contestado lo mismo tres veces hoy, creo que se ha vuelto tu respuesta predilecta —ríe, y se detiene al ver la expresión tan avinagrada del contrario —. Perdona.
—Como sea.
Incluso si Fang ha logrado, con esa simple y estúpida pregunta, que se detenga, el silencio es tan pesado entre ellos que trata, sin saber si resultará o no, de aligerar las cosas.
—Tú también eres bueno en distintos modos —alega de pronto, a lo que Edgar parpadea. ¿Eh? —. Si, ya sabes... te va bien en muchos mapas de balónbrawl, en atrapagemas, caza estelar... te ví jugar una partida en atraco con Colette y estuviste increíble, saltabas el muro sin problemas y los demás no sabían qué hacer para detenerte.
Ante cada halago hecho por el cromático, las mejillas de Edgar iban pintándose de un sutil rosa. Mientras Fang, por su parte, encuentra genuinamente divertida la situación —si bien extraña— en la que se encuentran y la satisfacción lo llena cuando encuentra los pómulos teñidos de carmín del emo.
—Estoy seguro que podrías vencer a cualquier brawler en un duelo. Aunque yo caería solo con verte, lindo —le guiña el ojo.
—No digas estupideces —gruñe con falsa molestia. Picor en las manos y un golpe de vergüenza en toda la cara.
Se siente tímido de pronto y culpa a Fang por causar esas sensaciones extrañas en él.
El asiático suelta una carcajada sin malicia, totalmente divertido.
—Realmente eres como un caramelo ácido.
Una ola de calor ataca su rostro completo, y ya no sabe si está rojo del enojo... o de la vergüenza. Principalmente espera lo primero. Edgar se paraliza y la situación parece irse de sus manos cuando siente la presión del ambiente junto a Fang y la abrumadora sensación cosquilleante le aplasta el estómago. El tiempo parece ir más lento cuando todo sucede, su corazón palpita dentro de sus oídos y Fang sonríe de una manera tan cálida que le es casi imposible estar enojado, incluso si piensa que lo que le dijo se trata de una burla. Entonces... entonces su bufanda lo golpea.
Y, oh... qué cagada más grande se mandó en solo un segundo.
Casi todos los brawlers —aún presentes en el lobby— voltean a verlo cuando escuchan el momento exacto donde el cromático cae al piso, y siente tanta presión por las miradas de pronto que, el primer instinto en golpear su cabeza para evitar tal vergüenza, es correr.
Y vaya que lo hizo.
Edgar dejó caer la cabeza en el mostrador, estirando sus brazos sobre este y deseando que se lo tragara la tierra.
Colette soltó una carcajada.
—Por favor, vuelve a repetir esa parte —soltó otra risa —. ¿En serio te dijo eso?
Ambos se conocían hace años, trabajaban en la misma tienda y poseían una confianza lo suficientemente sólida como para contarse todo entre ellos. Ahora Edgar se preguntaba, mientras trataba de hallar un sitio donde esconderse del mundo —y claramente de su amiga, misma quien seguía riéndose y burlándose de él—, por qué mierda le contó aquello que había pasado el otro día saliendo de Cavernas Profundas, el mapa de supervivencia.
—Agh, si —murmuró con la cara aplastada en la fina madera del mostrador, un poco molesto y abochornado —. Ni siquiera entiendo para qué te cuento esto si solo te burlas.
Colette se limpió una lágrima traicionera en la esquina de su ojo izquierdo y sonrió de nuevo a su amigo.
—Es que es divertido de imaginar —explica ella, volviendo a reír —. Solo piénsalo así: un chico guapo que se ha estado interesando en ti te hace un halago en medio del lobby principal y tú entras en pánico y lo golpeas en el rostro.
—No entré en pánico —refuta él.
La albina ignora aquella afirmación que toma como estúpida y vuelve a estallar en carcajadas, imaginándose, mientras tanto, la segura expresión que debió haber tenido el morocho en su momento. Se burla de lo tonto que actuó su amigo y abre, una vez más tranquila, su libro de recortes para empezar a dibujar en él aprovechando que no hay clientes.
Comienza a tararear.
—¡No sabía qué hacer! —se defendió Edgar, cubriéndose el rubor avergonzado del rostro con las manos —, me sentía sofocado con su presencia y necesitaba un respiro. Obviamente no me ayudó que me tirara eso en un lugar lleno de brawlers y luego sonriera como él sabe.
Mientras el chico hablaba y trataba de defenderse sobre el puñetazo que le había dado a Fang en la cara fue completamente sin querer, Colette vivía concentrada en su mundo, garabateando dibujos o frases con su lapicera negra. Hizo un sonido con la garganta, como si realmente estuviera escuchando lo que le decían, pero para ella solo eran un montón de excusas para cubrir otra clase de sentimientos.
Sentimientos que, aunque Edgar se negaba a admitir, estaba segura que existían.
Detuvo su tarareo y murmullo —canto— entre dientes de una de las canciones de Bad Randoms y apretó los labios cuando un montón de ideas empezaron a hacer acto de presencia en su cabeza, imaginando una infinidad de escenarios y situaciones que involucraban a Edgar y el otro chico. De la nada, Colette empezó a sentirse emocionada y extremadamente feliz, llegando a imaginarse incluso el casamiento de su amigo.
Sacudió los brazos para contener la euforia en su cuerpo y sus labios se ensancharon en una inmensa sonrisa de dientes puntiagudos.
—¡Ay, deberían salir! —chilló.
Edgar dejó escapar un largo suspiro entre los labios y volteó los ojos en otra dirección.
—Sabes por qué no lo hago...
Colette dejó la lapicera de nuevo junto a su cuaderno y cambió su expresión eufórica a una más comprensiva. El silencio dentro de aquella tienda de regalos era parsimoniosa —¿esa palabra existe?—, las personas no solían andar tanto por esas calles un día entre semana, y el mundo parecía estar tan apagado allí afuera como la voz de su mejor amigo. Entonces le dedicó una pequeña sonrisa —algo contrario a como ella solía ser diariamente; nada de explosiones de risas o gritos, saltitos eufóricos u otros mil y un ademanes frenéticos que solía hacer—, un gesto suave con lo que el chico pudiera apoyarse, y habló:
—Lo sé. Entiendo que no te sientas listo luego de lo último que pasó —le dijo —, pero creo que merece una oportunidad.
—No lo sé —Edgar dudó mientras sujetaba su brazo, con la expresión caída —. Estamos hablando de Fang, estoy seguro que en poco tiempo se le irá el interés que tiene conmigo.
—¡Pero te está coqueteando! —refutó su amiga.
—Fang coquetea hasta con las piedras, sabes cómo es. Dejará de intentarlo cuando se aburra.
Esta vez fue Colette quien soltó un suspiro, cansada. Trataba de hacerle ver a su amigo que el chico realmente estaba interesado en él, pero a veces era difícil que Edgar entendiera.
Aunque si bien era cierto que Fang es de esos chicos que les gusta coquetear con cualquiera, Colette estaba muy segura que el asiático, si no estuviera realmente interesado en su amigo, lo hubiera dejado luego del primer rechazo. Pero no era así, Fang seguía y seguía intentando llamar la atención de Edgar con cualquier cosa que pudiera, ya sea trayéndole algún presente o regalo, visitándolo en los ratos libres del trabajo para ver cómo estaba, o simplemente mandándole un mensaje de texto para saber si había tenido un buen día o había llegado bien a su casa.
A veces le exasperaba que su amigo no entendiera, o no quisiera aceptar, todo el esfuerzo que Fang hacia por él, porque estaba verdaderamente interesado.
—Yo creo que le gustas —opinó la albina, apoyando un codo sobre el mostrador y la mejilla contra su mano. De ese modo podía observar con más detenimiento a su amigo. Pero antes de que él pudiera contradecirla, alzó la otra palma para que guardara silencio —. No me trates de venir con otra excusa, solo dale una oportunidad —le aconsejó —, y si no te sientes cómodo dícelo y ya. Siempre eres bienvenido a comer helado y ver películas de romance trágicas en mi casa.
Edgar hizo una especie de mueca torcida, tratando de sonreír de lado. Se separó del mostrador entonces, caminando de nuevo junto a la caja con peluches de las distintas skins de Spike que había abandonado antes de iniciar toda aquella conversación y empezó a recomponer la mercancía sobre el pequeño estante.
—Lo... lo intentaré.
Colette le enseñó otra sonrisa, esta vez, con orgullo y entusiasmo —. ¡Así me gusta!
Era la hora del almuerzo, por lo que la tienda estaba cerrada por el momento. Ambos trabajadores se encontraban comiendo. Edgar traía los auriculares puestos, con el volumen moderado para poder escuchar lo que su compañera pudiera decirle —aunque usualmente la ignora— mientras termina los refuerzos que se compró en una tienda cercana.
El almuerzo parece tan tranquilo que Edgar se inquieta, quizás porque está más acostumbrado a escuchar a Colette hablar y hablar durante todo el día.
Alza la vista, confundido, y trata de adivinar por qué su amiga no ha abierto la boca todavía. La ve situada en la barra de atención al cliente, haciendo mecer la silla giratoria con los pies mientras come —y se atraganta— mientras garabatea en su cuaderno. La albina mueve mucho la cabeza con ánimo, probablemente tarareando otra canción de su banda favorita, sonríe y reprime chillidos agudos.
Siente la tentación de levantarse para ver qué tanto hace, pero prefiere quedarse donde está. En cambio, opta por recoger lo que usó y lo lleva a la pequeña cocina que hay en la parte de atrás cerca de los casilleros. Le sube a la música de su celular cuando se topa con una canción que le gusta y empieza a lavar los utensilios. Cuando termina, se gira para buscar con qué secar sus manos y...
—¡Edgar!
Amplia los ojos con el corazón latiéndole en los oídos y se arranca los auriculares de las orejas. Se apoya de espaldas en la encimera y una mano va a parar en su remera, tratando de regular el golpeteo en su pecho.
Qué puto susto.
Una vez calmado, el morocho frunce el ceño y mira arriba.
—No vuelvas a hacer eso —regaña.
Colette suelta una risilla, tapándose los labios con la manga amplia de su jersey, y se disculpa. El morocho rueda los ojos.
—¿Qué quieres?
—Fang acaba de venir.
Está vez no se asusta, entra en pánico total. La música se sigue reproduciendo en su celular a través de los auriculares colgando en el aire, pero Edgar no tiene el más mínimo interés en eso por estos momentos, más ocupado en la extraña sensación que pone su estómago dado vuelta y la tos tras haberse atragantado con su propia saliva.
Colette se carcajea antes de acercarse para alcanzarle un vaso con agua que acaba de servir desde el grifo.
Edgar lo acepta con las mejillas teñidas de rojo —quiere creer que es porque casi se muere atragantado—, y bebe un sorbo del vaso.
—Tranquilo, respira —le dice ella, avanicando la mano cerca del rostro del chico para darle aire a su amigo —. ¡No puedes morirte antes de la boda!
—Corta con eso —le tiró una mala mirada y luego se alejó tanto de la mesada de la cocina como de la chica —. ¿Qué diablos hace Fang aquí?
La albina se encogió de hombros sin mucho interés, revelando poca información al respecto.
—No lo sé. Dijo que quería verte.
—Pues dile que no estoy.
—Justo eso no puedo —Colette levantó su libro de recortes hasta ocultar casi completamente su rostro —, ya le dije que estabas, aquí, en la cocina.
—Agh... —Edgar se llevó una mano al puente de la nariz, hastiado y sin muchas ganas (menos de las que podría tener usualmente) de vivir —. Bueno, entonces dile que estoy ocupado.
—Pero aún no acaba el almuerzo, ninguno tiene nada para hacer...
Edgar soltó un quejido y se dejó caer al piso, sentado, cruzando ambas piernas para de ese modo rodearlas con sus brazos (y un pedazo de su bufanda) y así tratar de esconderse en algún lado. El pedazo libre de tela le acarició el cabello con suavidad, en un intento de consuelo. Colette se puso de cuclillas para estar más a su altura.
—No estoy listo para verlo —confesó con la voz amortiguada —. No quiero hacerlo.
—¿Por qué dices eso?
El chico descubrió su rostro con algo de pesar. Tenía las cejas hundidas hacia abajo y la expresión acongojada de alguien que solo quiere esconderse del mundo para evitar, lo que según parece, algo inevitable.
—Colette, lo golpeé en el rostro —recalcó con un poco de obviedad, soltando otro quejido —. Seguramente debe de estar molesto conmigo. Se siente peor que haya tenido que ser él quien tuvo que venir en vez de yo.
—Vamos, no digas tonterías —trató de animarlo la chica, sonriendo inmensamente con aquellos peculiares dientes puntiagudos. Edgar volvió a esconderse —. Fang no parece estar molesto. Vamos, que te está esperando —al no ver respuesta positiva, Colette tuvo que obligarlo a levantarse, empezando a tirar del morocho del brazo hasta llegar a la parte delantera de la tienda, luego lo empujó para que estuviera frente a Fang, quien despegó la vista de los alrededores cuando aparecieron ambos trabajadores —. ¡Volvimos! ¡Y te traje a tu amor! Ahora yo los dejo, tengo que lavar esto —señaló el taper sobre el mostrador, lo tomó y luego desapareció de la vista de ambos corriendo y riendo entre dientes con las mejillas casi del color de una manzana madura.
El silencio cayó casi como un ladrillo entre ambos.
Edgar apartó la mirada, mascullando mil y un insultos dirigidos hacia su mejor amiga por meterlo en esta horrible e incómoda situación. Se acomodó mejor la bufanda hasta casi cubrir su nariz, clavando los ojos en el piso de baldosas. Aún no sabía si estaba enojado con Fang por haberle dicho que era un maldito caramelo ácido, como si no supiera ya que es un amargado y con un odio general por todo el mundo, o estaba preocupado por el puñetazo que le había dado sin querer con su bufanda.
Trató sutilmente de buscar alguna imperfección en su rostro, una mancha violeta, un corte o algo. Pero no había nada. Absolutamente nada.
Y eso, quizás, le hizo sentir de algún modo mal.
—Y... —Fang buscó un lugar donde apoyar el brazo y tratar de lucir más casual, aunque casi pierde el equilibro al medir mal la distancia. Al final, simplemente se apoyó contra uno de los estantes de un mueble cercano —, ¿qué tal todo?
—Eres un estúpido.
Fang bajó la sonrisa.
—¿De qué hablas?
—Por venir —contestó Edgar algo irritado, como si Fang realmente no entendiera —. Te golpeé en el maldito rostro, deberías odiarme o algo. ¿Por qué viniste?
—Bueno, en primera: no te odiaría solo por eso. Y por lo otro... —el cromático se llevó una mano a la cabeza, apartó la vista y se centró en cualquier cosa. Estaba tratando de ordenar sus pensamientos, posiblemente de una manera en la que el morocho no lo echara de la tienda una vez abra la boca —, lo cierto es que venía a disculparme.
—¿Disculparte? —repitió de manera incrédula, juntando las cejas hacia abajo.
El asiático se acercó con cuidado, dando pasos lentos para tratar de no asustarlo. Estaba tratando de hallar la forma correcta de disculparse por lo que había pasado en el lobby. Se detuvo frente al épico.
—Si, ya sabes... por decirte que eras un caramelo ácido —respondió —. No era mi intención que sonara como un insulto, era más bien un... ¿cumplido?
—¿Y tu cumplido consistía en decirme amargado? —se molestó Edgar.
—¡No! —Fang negó a los lados, la verdad le estaba costando hacerle entender al otro —. O sea, dije eso porque realmente creo que eres uno. ¡Quiero decir! Que eres un caramelo ácido, no un amargado —aclaró enseguida al notar cómo el chico frente a él se iba enojando cada vez más —. No es lo que crees.
Edgar cruzó los brazos.
—¿Y qué se supone que debería creer?
—Lo de caramelo ácido fue una estupidez, lo siento —admitió Fang —. Pero no era con malas intenciones, lo juro, solo creo que eres uno. Ya sabes... son ácidos igual que tu actitud, no a toda la gente le gustan, pero al fin y al cabo son caramelos y este en particular... este tiene algo dulce, muy en el fondo. Solo hay que tener la paciencia de llegar hasta ahí.
—¿Qué?
—Lamento que te haya incomodado —suspiró esta vez, mientras por sus ojos pasaba la aflicción. Edgar no hizo ningún movimiento, tampoco habló. Y Fang supo que esa sería su respuesta. Hizo un gesto con la mano, probablemente para que no le diera importancia a un tema que sí la tenía —. ¿Sabes qué? Olvida todo esto que dije. Mejor debería irme.
El shock lo había dejado paralizado desde de aquella extraña confesión por parte del cromático. Al principio se había tratando de autoconvencer que lo único que Fang tenía con él era un simple capricho. Un interés flojo y ya. Pero esto que le acababa de decir... esto hacía a su mente pensar más allá de lo que a él le hubiera gustado profundizar sobre el tema. Le hacía caer en cuenta sobre las palabras de Colette, en ese «creo que le gustas». Y se veía demasiado surrealista para creerlo por completo.
Fang era un tipo atractivo, llamaba por montón la atención de mucha gente. Era seguro de sí mismo, confiado, fuerte y coqueto. Las chicas prácticamente se morían por tener una cita con él. Y, sin embargo, a Fang le gustaba Edgar. Ese chico emo de carácter antipático, frío, grosero y sarcástico. Ese que usaba únicamente ropas oscuras, se pintaba las uñas de negro y daba malas contestaciones a todo el mundo.
El solo hecho de saber, de realmente saber que le gustaba al asiático hizo que su estómago se revolviera con aquella extraña sensación de mariposas aleteando en su interior. El ritmo cardíaco de su corazón pareció acelerarse. E incluso si se sentía de algún modo tímido, trató de llamar su atención para que no se fuera.
—¡Hey, espera!
Fang se detuvo a pocos metros de las grandes puertas que daban a la calle.
Ambos se quedaron en silencio. Uno esperando alguna clase de explicación ante su repentino llamado y el otro por no saber qué más decir.
Más tarde que nunca, Edgar descubrió que, en definitiva, no estaba hecho para este tipo de cosas.
Y vaya que era malísimo.
Su corazón no cooperaba mucho al golpear tan rápido contra su pecho, ni sus mejillas al entibiarse, mucho menos la expresión curiosa y atenta que le brindaba el chico frente a él. Pero trataba, con todas sus fuerzas, que eso no lo venciera.
Al carajo todo, Edgar estaba enamorado de Fang.
—Mi turno termina a las seis —menciona.
—¿Huh? ¿Qué?
—¿Eres imbécil o necesitas de otro golpe para que se te limpien los oídos? —se molestó. La vergüenza azotó su rostro por completo, estaba completamente avergonzado, y no pensaba tener que repetirle las cosas si Fang resultaba ser un retrasado.
En cambio, el asiático soltó una melodiosa risa.
—Vale, entiendo —dijo. Ambas palmas rendidas en el aire; la verdad no le apetecía recibir otro puñetazo de aquella bufanda. De su pecho brotó un sentimiento cálido y agradable. De su boca, una sonrisa amplia —. ¿Entonces no me odias?
—Con todas mis fuerzas, así que no te hagas muchas ilusiones —Edgar arrugó la frente al contestar de manera un tanto sarcástica.
—Tarde, ya me las hice.
Rodó los ojos.
—Aparece cinco minutos tarde y te dejo —amenazó de nuevo.
—Tranquilo, aquí estaré —aseguró Fang, sonriendo de nuevo —. Nos vemos luego, caramelo.
Le guiñó el ojo antes de abrir la puerta e irse. Edgar ardió en rojo, aunque se quería convencer que era por el enojo más que por la vergüenza, y volvió de nuevo hasta la barra para continuar con sus tareas, ya que la hora del almuerzo prácticamente había terminado.
—¡Ahhh! —chilló una voz media oculta entre los estantes de un costado —, ¡qué emoción, van a tener una cita!
—¡¿Colette?! —se alarmó el morocho —, ¡¿desde hace cuánto estás ahí escondida?!
La albina empezó a carcajearse, tratando de tomar algo de aire con su rostro completamente enrojecido.
—Lo suficiente para grabarlo todo —confesó, moviendo los brazos con euforia —. ¡Son tan lindos ambos!
A Edgar le entró un tic.
—Hija de...
5682 palabras.
Me sorprendo a mi misma sacando un one shot que no supera las 6000 palabras, bravo👏👏 pero bueno.
Qué gays ellos✨ tenía tiempito queriendo sacar algo para Fang y Edgar. Es una pareja algo random, pero supongo que me gusta, tampoco es que haya leído algo de ellos.
Final abierto, como la mayoría de mis one shot, pero espero que les haya gustado. Traté de dar lo mejor para coincidir lo mayor posible con lo que serían los personajes y que no salieran tan ooc, agregando también mi Headcannon de que Fang es todo un coqueto con la gente, por lo que espero haya quedado minimamente bien.
Esto va a tener una nota cortita porq son pasadas las 3am y tengo sueño, asíq me voy despidiendo por acá.
Salu2 gente, pasen bien —Kirishi365
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