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Capítulo 11

Después del desayuno, Samu había llevado a Suna a la estación más cercana, y recé para que el idiota no le dijera nada sobre lo que sucedió esa noche. Cuando regresó, Osamu se veía como siempre, así que asumí que no sabía nada.

En la escuela el lunes, traté de ignorar a Suna a toda costa, pero él estaba actuando con normalidad, tratando de ponerme de los nervios temprano en la mañana y continuó haciéndolo durante el resto del día.

Realmente no habíamos hablado sobre lo que esa noche significó para nosotros dos, pero estaba perfectamente bien fingiendo que nunca sucedió.

A la hora del almuerzo fui al salón de clases de Kumiko. Le conté todo (omitiendo la parte de mi padre, porque no tenía ganas de llorar en su clase) y ella se rió de mí.

—Era inevitable, supongo. —Dijo entre risas.

—¿Qué?

—Que acabarías en una situación como esta. Quiero decir, la tensión sexual entre ustedes dos se había disparado últimamente.

Le tiré un trozo de papel que tenía en su escritorio y comí mi almuerzo sin mirarla. —No es tensión sexual, tonta. Es solo que me pone de los nervios constantemente.

—Mhm, claro. Lo que digas.

La miré mal, pero no duró mucho porque no pude guardarle rencor.

—¿Cómo estuvo el cumpleaños de tu prima? —Yo pregunté.

—¿Qué?

La miré, arqueando una ceja. —El cumpleaños de tu prima. Por eso no pudiste venir a la fiesta, ¿verdad? .

Casi se atragantó con la comida. —Cierto. Lo siento, no sé dónde está mi cabeza hoy. —Se rió.  —Salió bien. Quiero decir, una fiesta habitual para un niño de tres años. Más una fiesta familiar que otra cosa.

Asentí, pero algo me dijo que Kumiko me estaba mintiendo. Empujé el pensamiento fuera de mi cabeza. ¿Por qué me mentiría? Si no tuviera ganas de ir a la fiesta o tuviera otras cosas que hacer, me lo habría dicho, ¿verdad? Nos contamos todo.

Cuando la campana estaba a punto de sonar, recogí mis cosas y caminé hacia mi salón, pero en el pasillo me encontré con Iseri.

—¡Hey, Izumi. —Me saludó.

—¡Hey!

—¿Cómo estás? Cuando me dijiste adiós en la fiesta, parecías bastante ebria. —Se rió.

—Sí, lo estaba. —Sonreí torpemente. —Sin embargo, me divertí mucho.

—Obviamente. Por cierto, no sabía que Suna y tú estaban juntos.

—No estamos juntos.

—Oh. ¿Fue una aventura de una noche o algo así?

Qué chico tan ruidoso. 

—Bueno, no somos tan amables el uno con el otro por lo general.

Rió de nuevo. —Oh, créeme. La forma en que se besaron en la fiesta no fue nada tranquila.

Sentí mi cara arder. De hecho, recordaba haber besado a alguien en la fiesta, ahora que lo pensaba, y tenía sentido que ese alguien fuera Suna. ¿Por qué no me lo había contado?

—Sí. —También me reí, pero hubiera preferido hundirme en el suelo. —De todos modos, ¿podría por favor no correr la voz? Mis hermanos no necesitan saberlo. O a cualquier otra persona.

—No hay problema. No creo que nadie de la escuela los haya visto, además de Miyagawa y yo, de todos modos. Era bastante tarde. —Asentí.

Sonó el timbre y nos despedimos, dirigiéndonos a nuestras respectivas aulas.

Me había tomado mi tiempo para guardar mis cosas después de clase, así que cuando terminé, los pasillos estaban casi desiertos.

Salí a paso lento hacia el gimnasio. Empezaba a hacer calor, mucho calor, y era casi una lástima que pasara la tarde en casa haciendo la tarea. Podría haberme sentado en el césped y quedarme allí y disfrutar del sol, pero probablemente me habría distraído con cualquier cosa y no habría logrado nada de lo que necesitaba.

Suna estaba apoyado contra la pared del gimnasio, ya vestido para la práctica, pero asintió hacia mí y dobló la esquina, escondiéndose detrás del edificio.

Lo seguí, un poco confundida.

—Dios, eres tan lenta. —Murmuró cuando lo alcancé.

—¿Me llamaste aquí para decirme esto? —Pregunté con los brazos cruzados.

—No. —Murmuró. Mantuvo la mirada fija en el suelo y no parecía estar de buen humor. —Mira, ¿te acuerdas de lo que hablamos en el porche de la fiesta?.

Levanté una ceja y lo miré. —Refresca mi memoria.

—Nuestras familias ...

Me mordí el interior de la mejilla. ¿Nuestras familias? ¿Le hablé de mis padres biológicos? ¿Y me habló de la situación en su casa?

—No lo recuerdo. —Admití.

—Bien. —Dijo. Metió las manos en sus pantalones cortos de gimnasia, que no tenían bolsillos, y comenzó a caminar hacia la entrada del gimnasio.

—Oye, espera. —Le dije, agarrándolo del brazo. —No quiero oír hablar de tu familia, pero ¿qué te he dicho de la mía?

Suna se rascó la nuca avergonzado. —Si soy sincero, no entendí mucho de eso. Dijiste que eras huérfano y que saber eso te hizo sentir mal. Estabas muy triste. —Se sonrojó levemente y luego continuó. —Cuando empezaste a llorar, no sabía qué hacer. No sé por qué, pero te besé.

Ah, ¿Ese era el beso al que se refería Iseri?

—Mira que tienes una forma extraña de consolar a la gente. —Traté de restarle importancia, pero me sentía bastante incómoda. Quiero decir, saber que había llorado frente a Suna ya era bastante vergonzoso por sí solo, pero pensar que había ido tan lejos como para besarme porque sentía tanta lástima por mí.

—Bueno, aunque funcionó. Después de eso, volviste a ser tu yo habitual de dolor en el trasero. Y tu maquillaje fue un desastre, parecías un payaso. —Trató de reír, pero me di cuenta de que estaba tan avergonzado como yo. Entonces, ¿por qué no hacerle pagar por la molestia que me había estado dando toda la mañana?

—Aún así, dijiste que me veía aún más bonita, ¿no? —Sonreí victoriosa.

Pasó una mano por su cabello mirando a otro lado. —Así que recuerdas algo.

—Lo suficiente para avergonzarte.

Ante eso, sonrió. Y le devolví la sonrisa. La incómoda sensación que había en el aire un momento antes, desapareció.

Suna se fue, y yo me quedé allí unos minutos antes de entrar al gimnasio en mi turno. Por primera vez pensé, gracias a Dios que era él y no otra persona.

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