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Capítulo 42

- ¿Qué te parece? - Inquirió Alice con una voz suave que encajaba a la perfección con la inigualable serenidad de la escena, como la de un cuento infantil

Angela abría la boca, pero no fue capaz de articular ni una palabra mientras que Larissa se reía entre dientes mirándola con adoración.

- Esme pensó que nos gustaría tener un lugar para nosotras solas durante un tiempo, pero no quería que nos fuéramos demasiado lejos - Le explico Larissa- Y ya sabes que le encanta tener cualquier excusa para renovar cosas. Este sitio, tan pequeño, llevaba casi un siglo cayéndose a pedazos, mamá y papá lo habían dejado en el olvido al no tener idea de que hacerle.

- ¿Te gusta? - La expresión del rostro de Alice se vino abajo- Quiero decir que, si quieres, podemos arreglarla de otra manera completamente distinta. Emmett quería que le añadiéramos unos cientos de metros, con un segundo piso, columnas y una torre de lectura, pero Esme y Rosalie pensaron que la casa te gustaría más si mantenía el mismo aspecto que se suponía debía tener - Empezó a alzar la voz y a acelerarse- Si estaban equivocadas, podemos ponernos otra vez manos a la obra, no creo que nos lleve mucho tiempo, más con toda la horda de familiares dispuesto a...

- ¡Chist! - Consiguió exclamar por fin acallando a Alice

Larissa se carcajeo ante el rostro ofendido de Alice y el rostro perturbado de Angela ante el torrente sin fin de palabrería de Alice.

- ¿Nos están regalando una cabaña? - Susurro asombrada

- Todos ellos, específicamente Rosalie, Esme y Carmen - Le contesto Larissa- Y no es más que una cabaña. Creo que la palabra «casa» es más asertiva, aunque también implica mucho más espacio.

- No te metas con mi casa - Le susurro Angela con mirada furibunda

La sonrisa de Alice relumbró nuevamente al verla aceptándola por completo y sus visiones ser confirmadas.

- ¿Te gusta? - Angela sacudió la cabeza- ¿Te encanta? - Asintió nuevamente- ¡No puedo esperar a contárselo a todos!

- ¿Por qué no han venido ellos?

La sonrisa de Alice se desvaneció un poco, torciéndose de un modo que expresaba que la pregunta era difícil de contestar.

- Bueno, ya sabes... Todos se acuerdan de cómo eres con los regalos tan exuberantes. No querían presionarte mucho para que dijeras que te gustaba o los aceptaras.

- Pero si me encanta de verdad. ¿Cómo podría no gustarme?

- A ellos sí que les va a gustar - Le dio unas palmaditas en el brazo- De cualquier modo, tienes el armario hasta arriba. Úsalo con cabeza, y... creo que esto es todo.

- ¿No vas a entrar?

Alice dio un par de zancadas hacia atrás como si lo hiciera de forma casual mientras jugaba ligeramente con sus labios ocultando la sonrisa burlona que intentaba bailar en ella.

- Larissa conoce bien todo esto. Llámame si no sabes cómo conjuntar la ropa - Le arrojó una mirada dubitativa y después sonrió- Jazz quiere ir de caza. Nos vemos.

Salió disparada entre los árboles como una grácil bala al mismo tiempo que Larissa empezaba a guiarla hacia la casa, las paredes de la simple madera junto a los colores verdes y algunos colores crema hacían la pequeña cabaña tan hogareña como le gustaba a Angela.

- Aquí está nuestro cuarto. Esme intentó trasladar algo de su isla hasta aquí, supuso que nos gustaría ya que yo amo su isla.

La cama era grande y blanca, con nubes vaporosas como telarañas flotando del dosel hasta el suelo, la pared delantera tenía una puerta de cristal que se abría a un pequeño balcón, donde sin duda estarían abrazadas por unos largos minutos u horas.

Angela ni siquiera echó una ojeada a las puertas. En esos momentos no había nada en el mundo más que Larissa, con sus brazos doblados debajo de ella, su dulce aliento en el rostro y sus labios apenas a centímetros de los míos; y tampoco había nada que pudiera distraerle, fuera un vampiro recién nacido o no.

- Le vamos a decir a Alice que salí disparada a ver los vestidos - Le susurro, retorciendo los dedos dentro de su cabello rubio y acercando su rostro al suyo- Y también que me pasé horas jugando a probármelo todo. Mentiremos.

Larissa captó el estado de ánimo de Angela al instante, que sólo estaba intentando que disfrutara del regalo de bienvenida a su nueva vida, como lo haría un caballero de época. Atrajo el rostro de Angela contra el suyo con una repentina fiereza y un bajo gemido en la garganta. Ese sonido lanzó una corriente eléctrica a través del cuerpo de Angela hasta ponerle casi frenética, como si no pudiera acercarse a ella lo suficiente ni lo bastante rápido.

Escucho cómo se desgarraba la tela bajo sus manos, y le alegro de que sus ropas, al menos la suya, ya estuviera destrozada. Le pareció casi maleducado ignorar la bonita cama blanca así que no dudo en sorprender con su iniciativa a Larissa al acomodarla sobre la cama con ella ahorcadas sobre su cintura.

Ahora podía apreciarla de verdad, ver con propiedad cada una de las líneas de su rostro perfecto, cada ángulo y plano de su cuerpo esbelto e impecable con la precisión de sus nuevos ojos.

Podía saborear también su puro y vívido cuerpo con la lengua y sentir la increíble sedosidad de su piel marfileña bajo la sensible punta de sus dedos. También su piel olivada mostraba la misma sensibilidad bajo las manos posesivas y amorosas de su Larissa.

Era una persona desconocida por completo la que entrelazaba su cuerpo con el suyo, con una gracia infinita entre las sábanas blancas. Sin precaución, sin restricción alguna. Y también sin miedo, sobre todo, eso. Podíamos hacer el amor juntas, participando ambas activamente. Por fin, como iguales.

- ¿Lo echas de menos? - Le pregunto cuando termino una ronda más

- ¿Echar de menos qué? - Murmuro fascinada con la vista debajo suya

- Todo lo humano. El calor, la piel blanda, el olor sabroso... Yo nada añoro, pero me estaba preguntando si no te entristecería a ti el haberlo perdido.

- Eres cálida - Repuso llena de dulzura

Eso era cierto, al menos en un sentido. Para ella, su mano también resultaba cálida. Más natural.

Deslizó los dedos muy lentamente por el rostro de Angela hacia abajo, siguiendo con levedad el contorno de su mandíbula hasta su garganta y después más abajo aún, hasta llegar a su fina cintura. Los ojos casi se le pusieron en blanco otra vez al sentirla con ella nuevamente.

- Eres suave. Y totalmente mía.

Sentía sus dedos como satén contra su piel, de modo que comprendió lo que quería decir. Un lado celoso-posesivo resaltaba cada vez más cuando se trataban de ellas, más ahora que sentía todo mil veces mayor.

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