7.
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CAPÍTULO SIETE
Se avecinan problemas
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["Jacob"]
Al abrir los ojos, me encontré con el otro lado de la cama totalmente vacío. Fruncí el ceño al no ver a Lizzie y por eso miré la hora. Eso me confundió un poco más; era temprano, incluso para ella, como para que se levantara y quisiera ponerse a hacer cosas. La respuesta me llegó a los pocos segundos. Su voz prácticamente gruñéndole a Paul.
Salí de la cama y de la habitación, sacudiendo mi pelo con una mano. Bajé las escaleras de dos en dos y entré en la cocina, donde estaba el panorama. Lizzie le atizaba a Paul con una espumadera en la cabeza, mientras le gritaba algo. Él se intentaba defender, por supuesto en vano.
-¿Buenos días? -sonó más a pregunta que a afirmación.
Ambos me miraron en cuanto me escucharon. Paul me pidió ayuda con la mirada, y lo disfruté internamente.
-No es que me importe la razón por la que le pegas a Paul, pero...-metí las manos en los bolsillos de mi pantalón corto vaquero y me encogí de hombros. -¿Qué pasa?
-Este descerebrado se cree que porque somos familia puede entrar en nuestra casa y comer lo que le dé la gana. -gruñó Lizzie con enfado, alejándose un paso. Se giró y le atizó con un trapo cuando Paul se rio entre dientes. -¡Te he dicho que no entres aquí sin permiso, idiota! ¡Y menos si te vas a comer mis cereales!
-Por enésima vez, ¡no sabía que eran tus favoritos! -se intentó defender Paul, sacudiendo las manos.
-¡No entres en casa ajena y asaltes la despensa, so energúmeno! -le gruñó ella.
Era cómico verlos discutir, quizás por eso sonreí de lado. Al menos hasta que Lizzie me miró, todavía con el trapo entre las manos, y borré lentamente mi sonrisa.
-Paul, lárgate. -ordené, sin mirarlo.
-Pero...
-Si no te vas, yo mismo te atizaré. -señalé, dirigiéndole una exasperada mirada. Si antes me desesperada, ahora que éramos familia quería ahogarlo con una almohada. -Y no será con una espumadera o con un trapo, sino con el puño. Tendrás que lloriquearle a Rachel porque su hermano pequeño te rompió la nariz.
Paul farfulló cientos de cosas en voz baja, mientras se levantaba de la silla. Le dirigió una mirada de disculpa a Lizzie, aunque la mueca de esta no era muy amigable que digamos. Palmeó mi hombro cuando salió y retuve las ganas de estamparle un puño en la cabeza. Esperé a que cerrara la puerta de la entrada para moverme.
Me acerqué a Lizzie lentamente, evaluando su expresión facial. Rodeé su cintura con mis brazos y la miré enarcando una ceja. Soltó un largo suspiro y cerró los ojos, apoyándose en mí. Retuve una risa ante su dramatismo, mientras aspiraba el suave aroma que siempre portaba su pelo. Olía siempre tan bien.
-Ese idiota me saca de mis casillas. -se quejó.
-Ya somos dos, nena. -mascullé, intentando no sonar divertido. -Creo que Paul saca de sus casillas a todo el mundo.
-Si quiere asaltar una casa con comida que vaya a ver a Emily y Sam. -siguió refunfuñando, mientras apoyaba su mejilla en mí y me miraba. -¿Por qué tiene que venir a robarnos a nosotros?
-Parece ser que ahora somos familia. -sonreí de forma sarcástica, para luego jadear de dolor. -¡Au! No hacía falta ese golpe.
-No hacía falta tu sarcasmo.
-Mira quién me lo dice. -musité, rodando los ojos.
Hizo una mueca algo extraña, para luego acabar soltando una risita. Besó mi mejilla, para luego separarse de mí y caminar a la nevera. La abrió y sacó un bol con fruta y cereales. Me lo tendió, sonriendo de lado.
-Conseguí esconderlo antes de que Paul lo intentara asaltar. -señaló, mientras se encogía de hombros. -Sé que no son tortitas, pero comer algo sano de vez en cuando no nos matará.
-Hacemos suficiente ejercicio como para comer mal. -me quejé, haciendo un mohín.
-No me mines la moral tú también, Jake. -farfulló, mientras llevaba una mano a mi pelo y sonreía con gracia. -O creo que dejaremos de hacer tanto ejercicio.
Gruñí, casi sin poder evitarlo, para luego quitarle el bol de las manos. Lo dejé en la encimera y me senté, seguro de que me seguía con la mirada. Abrí un cajón y agarré una cuchara, para luego enterrarla en los cereales con fruta. Escuché como se sentaba, pero mantuve mi mirada en mi sano desayuno.
-¿Estás enfadado? -preguntó.
-No. -farfullé, mientras llenaba de nuevo la cuchara. -Solo me pregunto si pretendes matarme.
-Justo lo contrario. Alargo tu vida para que tengamos muchos años por delante. -no me hacía falta mirarla para saber que estaba sonriendo. Su tono de voz siempre la delataba. -Vamos, no te enfades. Te prometo que te compensaré.
-Eso espero. -musité, causando su risa.
-A veces eres como un bebé berrinchudo, Jake.
Rodé los ojos pero no le contesté. Me limité a seguir comiendo, para, segundos después, escuchar como su silla se movía. Me estremecí cuando sentí las yemas de sus dedos recorrer mi espalda, siendo seguido por una humedad en mi hombro.
-¿Qué pretendes? -pregunté, mirándola por el rabillo del ojo.
-¿Yo? Nada. -se hizo la desinteresada, mientras seguía recorriendo mi espalda con sus dedos. -Solo admiro el lienzo.
Fruncí el ceño.
-¿Lienzo?
-Sí. Ya sabes...-la miré de reojo al notar el cambio en su tono de voz. -...del cuadro abstracto que me gusta dibujar.
-Ahm. -me atraganté yo solo y comencé a toser, divirtiéndola. -Entonces... ¿ya sabes que dibujar hoy?
-Tengo algo en mente. -canturreó, aunque para mis estúpidas hormonas sonó algo así como un ronroneo. Me removí incómodo en la silla, y la escuché reírse por lo bajo. -Cuando acabes de comer te lo mostraré, ¿Qué te parece?
Hice esfuerzos pero al final no fui capaz de retener mi sonrisa. Giré la cabeza para mirarla, viendo su sonrisa algo perversa y como sus ojos marrones parecían casi tan oscuros como los míos.
-Me parece que el desayuno ya no se siente tan insípido.
Se echó a reír.
Deslicé las yemas de mis dedos por su suave y cálida piel, mientras ella soltaba algo parecido a un ronroneo. Acomodó su cabeza en mi pecho y no pude evitar mirarla con una sonrisa algo estúpida. Con la mano libre, aparté algunos mechones de su cara, haciendo que sonriera con los ojos cerrados.
-Creo que tenemos que levantarnos. -señalé, presionando un beso contra su frente.
-Cinco minutitos más. -lloriqueó, acomodándose más contra mí.
Solté un suspiro, mientras seguía recorriendo su espalda desnuda con las yemas de mis dedos.
-Nena, si sigues moviéndote así contra mí, no serán cinco minutos más. -farfullé entre dientes, casi gruñendo al escucharla reírse contra mi pecho. -No es que me queje, pero igual empezamos a tener problemas.
-Saleba dijo que todavía no era el momento.
Desde que Lizzie se había vuelto amiga de la bruja, me perturbaban algunas preguntas que le hacía. Era como si quisiera investigar algo para sacarme de quicio. Y lo conseguía, porque desde que la conocíamos se había vuelto más intensa de lo normal.
Y eso, podía traernos algunos problemillas.
-Vamos, amor. -musité, moviéndola para que no se durmiera. -Prometimos acompañar a Quil.
-Recuérdame por qué dijimos que sí. -se quejó, sin abrir los ojos.
-Porque viene Claire. -le recordé, puesto que sabía que me preguntaría. -Y según tú, esa niña necesita una figura femenina cerca.
-¡Claire! -exclamó, abriendo los ojos. -Es verdad. Lo había olvidado.
-Me pregunto por qué.
Sus ojos marrones se clavaron en los míos y esbozó aquella sonrisa. Aquella que tanto me gustaba. Y la que me hacía sentirme un estúpido adolescente enamorado.
Como si no lo fuera.
-Tú me despistas. -señaló, mientras acariciaba mi mandíbula con un dedo. -En el buen sentido, claro.
Me reí entre dientes, sacudiendo la cabeza. A veces tenía cada ocurrencia que no podía evitar el reírme de ellas.
-Voy a ducharme. -murmuró, mientras se incorporaba. Me miró por el rabillo del ojo. -No me mires así, Jake. De uno en uno.
Hice un puchero pero negó con la cabeza. Se inclinó lo suficiente como para dejar un casto beso en mis labios y luego de levantó de la cama. La sábana cayó de su cuerpo y me guiñó un ojo cuando la miré con una sonrisa ladeada.
¿Cuántas veces la iba a ver desnuda y seguiría teniendo el mismo problema entre las piernas?
Seguramente toda mi jodida vida.
Cerré los ojos y esperé pacientemente a que me duchara. Quería levantarme y unirme a ella, pero sabía que me golpearía y luego me echaría del baño. Éramos conscientes de que si nos duchábamos juntos, el tiempo se alargaría de manera inexplicable.
Sí, inexplicable, claro.
¿Quién podía juzgarme? Mi mujer era el sinónimo de seducción, incluso cuando no se lo proponía. Era demasiado hermosa como para ser malditamente real. Era una diosa, mi diosa, mi propia diosa personal. En otra vida había sido Afrodita. No tenía ninguna duda, y la prueba era ella en sí. Y yo no tenía ningún problema en seguir su culto.
Lizzie salió del baño envuelta en una toalla. Desvié la mirada, apretando la mandíbula, y la escuché reírse. Iba a acabar conmigo, de eso estaba realmente seguro.
Me levanté de la cama, presioné un beso contra su sien, y me metí en el baño con rapidez. Casi podía escucharla reírse de mí, disfrutando del efecto que tenía sobre mí. El ruido de la ducha me despejó un poco, pero no fue hasta que el agua impactó contra mi piel que me relajé. Estaba fría en contraste con mi temperatura, y lo agradecí por cierto problema que mi adorada mujer había provocado entre mis piernas.
Parezco un puberto hormonal.
Lo parecía, realmente sí. Algo había pasado desde nuestra boda que había encendido un botón en mi interior del que antes no tenía constancia. Y ahora las cosas se me hacían cuesta arriba. No podía estar más de cuatro días sin tocar su piel desnuda, era superior a mis fuerzas. Y eso nos traía algún que otro contratiempo. Mientras no nos trajera cierto problema, todo iría bien.
Jamás había tenido autocontrol, pero eso era en lo referido al mal genio. Este era otro. Casi más difícil que el de controlar mi temperamento o el cambio de fase. Lizzie siempre estaba cerca. Y había semanas en el mes en las que su olor me mataba por dentro. Olía cien veces más de lo normal y tenía que clavarme las uñas en las palmas de las manos para no saltar sobre ella.
Saleba se había reído entre dientes cuando se lo había contado, casi siendo obligado por Lizzie. Me había dicho que no me preocupara, que era normal. Pero, hacía justo lo contrario. Me preocupaba el autocontrol que debía ejercer sobre mi lívido para no saltar sobre mi mujer a la mínima de cambio.
Una vez listos, Lizzie tomó mi mano, ajena a mis pensamientos, y nos dirigió a la playa de la Reserva. La miré de reojo, viendo que se había vestido con bastante más ropa que yo. Llevaba mis pantalones cortos de siempre, agradecido de que fuera verano y la gente no nos mirara raro. Ella llevaba una camiseta de tiras y un pantalón corto. Le había dicho, de broma, que no hacía falta que se pusiera tanta ropa. Obviamente me pegó, quejándose de que no iba a ir en sujetador por la vida.
Seguimos el sonido de una voz conocida y no tardamos en toparnos con Quil. Estaba en el extremo sur de la playa, intentando evitar el mogollón de turistas. Allí estaba, farfullando un montón de advertencias.
-Fuera del agua, Claire. Vamos, no, no. Eh, eh. Muy bonito, señorita. ¿De verdad quieres oír como me grita Emily? No voy a traerte nunca más a la playa si no... ¿Ah, sí? No... Agh. Esto te parece divertido, ¿verdad que sí? ¡Ja, ja! ¿Y quién se ríe ahora? ¿Eh, eh?
Cuando llegamos hasta él, Quil aferraba por el tobillo a la niña de la risa tonta. La pequeña sostenía un cubo en una mano; tenía los pantalones completamente mojados y una enorme mojadura en el frontal de la camiseta.
-Cinco pavos a favor de la cría. -dije.
-Otros cinco. -se burló Lizzie.
-Hola, Jake, Liz.
Claire pegó un alarido y arrojó el cubo a los pies de Quil.
-Abajo, abajo.
Él la depositó con cuidado en la arena. La pequeña vino a gatas hasta nosotros y se aferró a una pierna de cada uno.
-¡Tita Lis! ¡Tito Yei!
-¿Cómo te lo estás pasando, Claire? -le pregunté, mirando de reojo a mi mujer.
-Quil está mojado.
Me reí entre dientes.
-Ya vemos. -Lizzie contenía su risa. -¿Dónde está tu madre?
-Ido, ido, se ha ido. -canturreó Claire, con una sonrisa torcida. -Claire con Quil toooodo el día. No quiero volver a casa nunca, nunca.
Nos soltó y se marchó corriendo hacia Quil. Este la alzó en brazos y se la puso sobre los hombros. Lizzie los observó con una sonrisa ladeada y tragué saliva para controlar mis estúpidas hormonas.
-Tiene toda la pinta de que alguien acaba de cumplir la temible cifra de los dos años...
-Tres. -me corrigió Quil. -Os perdisteis la fiesta temática. Tocó de princesas. Me hizo llevar una corona y Emily tuvo la ocurrencia de que podían probar su nueva caja de maquillaje conmigo.
-¿Me vacilas? -Lizzie largó una carcajada. -Qué pena que no estuviéramos.
-Habría sido épico de ver. -asentí, sonriendo de lado.
-No os preocupéis, Emily hizo fotos. -Quil sonrió de forma algo orgullosa. -De hecho, salí de los más favorecido.
-Menudo primo estás hecho. -me burlé.
Lizzie me miró de reojo pero no me regañó ni me golpeó.
-Claire se lo pasó en grande, -repuso Quil, encogiéndose de hombros. -y de eso se trataba.
Asentí levemente, mirando de reojo a Lizzie. Resultaba gratificante que más gente con la imprimación estuviera cerca. Así no solo sería una persona que había culminado el enlace como Sam o que estaba a punto de hacerlo como el imbécil de Paul. Que fuera una niña pequeña nos daba pistas de cómo trabajaba la imprimación con tanta diferencia de edad.
Claire chilló sobre los hombros del Quil, llamando nuestra atención por completo, y señaló el suelo.
-Quiero una piedra bonita, piedra bonita. Para mí, para mí.
-¿Cuál, pequeña? ¿La roja?
-No, roja no.
Quil se dejó caer de rodillas. La niña pegó un chillido y le tiró de los cabellos, como si fueran las riendas de los caballos. Me reí entre dientes.
-¿La azul?
-No, no, no. -canturreó la pequeña, encantada con el nuevo juego.
Lo más raro, y sin duda era efecto sobrenatural, era que Quil se lo estaba pasando pipa, tanto o mejor que ella. Él no tenía esa cara de tantos padres turistas que llevaban escrito en el rostro << ¿Cuándo es la hora de la maldita siesta?>>. En la vida había estado delante de un padre de verdad tan encantado de jugar a cualquier tontería. Había visto a Quil jugar al cucú durante una hora entera sin aburrirse.
Y ni siquiera podía burlarme de él. Lizzie me mataría. Además, me daba alguna clase de envidia que no entendía del todo.
-¿Ni siquiera se os pasa por la cabeza ayudarme?
-¿Eh?
-Lo tienes controlado. -Lizzie se encogió de hombros.
-No, no. -canturreó Claire, como si burlara. -No, no, claro que no.
-Arrodillaros no os hará daño. -se quejó.
-Me duelen las rodillas. -señaló Lizzie, sonriendo de forma ladeada. -Ya estuve unos cuantos minutos hoy arrodillada, gracias.
Quil se quedó boquiabierto y nos miró fijamente. Contuve una risa.
-¡Piedra bonita, piedra bonita! -se puso a gritar Claire cuando él dejó de ofrecerle alternativas, y empezó a golpearle la cabeza con los puñitos.
-Perdona, Claire, ¿Qué te parece esta púrpura?
-No. -dijo entre risas.
-Por favor te lo pido, dame una pista, niña.
La pequeña pareció pensárselo unos segundos.
-Verde. -dijo al fin.
Quil repasó todas las rocas con la mirada, y me dieron ganas de reírme al ver que no había ninguna con aquel color cerca. Lizzie soltó una risa algo nasal.
La observé agacharse a la altura de Claire, y la pequeña clavó sus enormes ojos en ella.
-¿Quieres piedras verdes, cariño? -le preguntó, y la pequeña agitó sus coletas cuando asintió. -Ven, sé dónde hay muchas y muy bonitas.
Claire se bajó de los hombros de Quil de un salto. Tomó la mano que Lizzie le tendía y ambas se alejaron. La pequeña daba saltitos, emocionada, mientras mi mujer parecía decirle algo. La niña se reía, y chillaba emocionada cuando encontraba una piedra verde.
Estaba tan embobado mirándolas que no me di cuenta de Quil estaba a mi lado.
-Claire adora a Liz.
-Y Lizzie a ella. -pronuncié de forma algo ida, sin dejar de mirarlas. -Me obligó a salir de la cama solo para venir a verla.
Se rio entre dientes.
-Se le dan bien los niños pequeños.
-Sí.
Me dio un golpe en el hombro que me sacó de mis pensamientos demasiado rápido. Lo miré con el ceño fruncido, viendo su sonrisa divertida.
-Tío, no me hace falta entrar en fase para saber lo que piensas. -se estaba burlando de mí el muy gracioso. -¿Se lo has dicho ya?
-¿El qué?
-Por amor a los dioses de la tribu, Jake. -se quejó, mientras dirigía mi mirada a ellas dos. -Que estás deseando tener un cachorro con ella.
-Cierra el pico.
-Oh, vamos, no hay que ser demasiado listo para verlo. -se burló de nuevo, dándome un codazo en el costado. -Se os cae la baba cuando estáis con Claire, a ambos, no te atrevas a negarlo...-y seguía burlándose, y seguía. - Si me aparto unos metros, casi puedo imaginarme como sería vuestro bebé.
Me dieron ganas de tirarlo al agua, pero seguramente Lizzie me mandaría una de esas miradas de reproche que tanto la caracterizaban.
-No es lo mismo pasar cinco minutos con una pequeñaja que tener una propia, Quil.
-Lo sé, lo sé. Pero...-lo miré cuando se hizo el interesante. -¿Lo sabe?
-Sí, lo sabe perfectamente. Pero no es el momento para tener cachorros. -sacudí la cabeza, soltando algo parecido a un resoplido. ¿Estaba convenciendo a Quil o a mí mismo? Ya ni siquiera lo sabía. -Sabes las corazonadas que tiene Lizzie de cuando algo va a ir mal. Lleva con ellas desde que curamos a Joe. Y llámame tiquismiquis, pero no es un buen escenario para un cachorro.
-¿Cree que algo va a ir mal?
-Sí. Está segura casi al cien por cien.
Interrumpimos nuestra charla al ver volver Claire y Lizzie. La pequeña se acercó corriendo, chillando emocionada mientras nos enseñaba las piedras que habían recogido. Las echó en el cuenco mientras no dejaba de decir que Tita Lis sabía dónde se escondían las más bonitas y brillantes.
No pude evitar el mirar a mi mujer mientras la niña hablaba y hablaba sin cesar. La observaba con una sonrisa algo pequeña, pero que hacía que sus ojos marrones brillaran como luceros.
Repite conmigo Jacob: no es el momento, no es el momento.
Quil nos dejó unos segundos con Claire, mientras se iba a por una manta. La pequeña no dejó de parlotear sobre que el próximo día quería más piedras bonitas. Su emoción empeoró cuando Lizzie le aseguró que sabía de piedras muy bonitas y brillantes de otros colores.
Un aullido en el corazón del bosque se alzó, demasiado lejos y demasiado bajo para que ningún oído humano lo percibiera por encima del sonido de las olas. Lizzie frunció el ceño al reconocerlo.
-Maldición, ahí está Sam. -murmuró Quil, mientras estiraba las manos para agarrar a Claire, pues esta parecía dispuesta a salir disparada. -¡Y no sé dónde está su madre!
-Vamos a ver qué pasa. -señalé, luego de intercambiar una mirada con Lizzie. -Si te necesitamos, te lo haremos saber.
-Oye, ¿por qué no la llevas a casa de los Clearwater? -ofreció Lizzie, mirando como la pequeña parecía comparar dos piedras, aparentemente iguales. -Sue y Billy están allí, y tal vez ellos sepan dónde está su madre.
-Vale. Venga, Liz, Jake, iros.
Ambos asentimos y salimos corriendo en línea recta hacia el bosque, en lugar de seguir el sucio sendero cubierto casi por completo de malezas. Aparté la línea de madera flotante que era acumulada por la marea y abrí paso a través de las matas de brezo sin dejar de correr. Noté algún que otro desgarrón en la piel conforme las espinas se clavaban en ella, pero los ignoré de forma olímpica, como siempre. Los rasguños se habrían curado antes incluso de que llegara a los árboles.
Atajé por detrás de una tienda y me lancé como una bala sobre la autovía. Un conductor me avisó haciendo sonar la bocina, al mismo tiempo que Lizzie me insultaba. Una vez entre los árboles, a salvo y después de que mi mujer me golpeara por estúpido inconsciente, alargamos las zancadas a fin de correr todavía más deprisa. De haber estado en campo abierto, la gente se nos habría quedado mirando. Una persona normal era incapaz de correr a tanta velocidad.
A veces, especulaba con Lizzie lo divertido que sería participar en una carrera, en una de las pruebas de clasificación de los juegos olímpicos o algo por el estilo. Estaría genial ver las caras de pasmarotes de las estrellas de atletismo cuando los batiéramos a todos, salvo que estaba convencido de que en los análisis antidopaje acabarían encontrado algo realmente turbio en nuestra sangre. De todas formas, sería realmente cómico de ver.
Derrapé para frenar en cuanto llegamos al bosque cerrado, completamente libre de carretera y de casas, para quitarme los pantalones. Escuché a Lizzie farfullar detrás de mí, mientras se deshacía de su ropa. Una oleada de fuego me recorrió por completo la columna, provocando espasmos en brazos y piernas. La metamorfosis sucedió al instante, la llamarada fluyó por todo el cuerpo.
Giré la cabeza para ver como Lizzie se sacudía, y luego me guiñaba un ojo. Era increíble como en forma lobuna todavía podíamos tener gestos humanos.
A veces me dais asco, se quejó Leah.
Nadie te manda escucharnos, Leah, me burlé.
No empecéis vosotros dos, bufó Sam. ¿No piensas decirle nada, Liz?
Que se peleen si quieren, a mí me da lo mismo, de estar en forma humana, se habría encogido de hombros.
Permanecimos en silencio. Me pareció escuchar bufar a Leah.
¿Dónde están Quil y Jared?, preguntó Sam de pronto.
Quil tiene a Claire., señalé.
La estará llevando a casa de los Clearwater ahora, añadió Lizzie.
Bien. Sue se hará cargo de ella.
Jared iba de camino a casa de Kim, informó Embry. Existen demasiadas posibilidades de que no te haya escuchado.
Un sordo gruñido de queja recorrió toda la manada. Ni yo ni Lizzie nos quejamos. Cuando Jared se dignase a aparecer, seguiría todavía con la mente puesta en Kim. Seguramente eso incomodaría a los demás por saber que habían hecho toda la tarde.
Igual que podían incomodarle mis pensamientos y los de Lizzie.
¡Jake, tío!, se quejó Embry. ¡No empieces!
Voy a vomitar, se quejó Leah.
Escuché la risa de Lizzie.
Sam se sentó sobre sus cuartos traseros y estaba claro de que esperaba algo de Lizzie. Me dio la impresión de que rodaba los ojos. Soltó un largo alarido que rasgó el aire. Era distinto al de Sam. El de Lizzie era una señal, pero también una orden.
La manada se había reunido a pocos kilómetros de donde estábamos nosotros. Corrimos a grandes zancadas por el tupido bosque en dirección a ella. Leah, Embry y Paul también se esforzaban por llegar cuanto antes. Leah estaba tan cerca que tanto Lizzie como yo íbamos a escuchar sus pasos de un momento a otro.
Bueno, no vamos a estar esperándole todo el día. Deberá darnos alcance luego.
¿Qué pasa?, quise saber Paul.
Hemos de hablar. Ha ocurrido algo.
Sentí una vacilación en los pensamientos de Sam respecto a Lizzie y a mí. No solo en los de él, también en los de Seth, los de Collin y también en los de Brady. Los chavales nuevos, Colin y Brady, habían ido de patrulla con Sam ese mismo día, por lo que debían estar al tanto de que él supiera.
Joe. Gruñó Lizzie, algo irritada. ¿Se puede saber, en el nombre de lo que es plenamente sagrado, que demonios haces aquí?
Relájate, hermanita. Joe sonaba demasiado tranquilo. Todo está controlado.
¿Saleba...?
Me indujo el cambio de fase el otro día, relájate.
La escuché suspirar, pero no dijo nada más. Que su hermano estuviera en la manada le hacía poca gracia.
Seth, di a los demás que has oído. Indicó Sam.
Apreté el paso, al mismo tiempo que Lizzie. Ambos escuchamos como Leah aceleraba su carrera. A ella le reventaba que la dejara atrás.
Igualad esto, tarados., siseó.
Lizzie rodó los ojos cuando Leah echó a correr de verdad. Intercambiamos una mirada y ambos nos propulsamos hacia delante.
¿Enserio vosotros tres vais a empezar de nuevo?
Ninguno de los tres aminoramos el paso.
Sam gruñó, principalmente porque no le íbamos a hacer caso.
¿Seth?
Charlie ha estado telefoneando a casa hasta que se ha encontrado a Billy.
Sí, yo hablé con él, añadió Paul.
Miré de reojo a Lizzie en cuanto nombraron a Charlie. Llevábamos semanas sin saber nada de Bella.
El jefe de policía estaba fuera de sus cabales. Supongo que Edward y Bella llegaron a casa la semana pasada y...
Ella estaba viva. O al menos no estaba muerta-muerta.
¿En algún momento la había dado por muerta?
Bueno, en mi fuero interno, nunca había creído que Edward la trajera de vuelta con vida, pero no debería haber importado, porque sabía -todos sabíamos- que iba a suceder a continuación.
Sí, tío, y ahora vienen las malas noticias. Charlie habló con ella y tenía muy mala voz. Bella le dijo que se encontraba muy enferma; luego se puso Carlisle y le explicó que la joven había contraído en Sudamérica una enfermedad de los más extraña, y que se hallaba en cuarentena. Charlie se puso como un completo energúmeno cuando le advirtió que ni siquiera él podía verla. Insistió en que quería verla sin importarle la posibilidad de contagiarse, pero Carlisle no dio su brazo a torcer: nada de visitas. Le explicó a Charlie que el caso era grave, pero que estaba haciendo cuanto estaba en su mano. Charlie se lo ha estado guardando durante días, y sólo al final ha llamado a Billy y a Frank. Les ha dicho que hoy tenía peor voz.
Se hizo un profundo silencio en nuestras mentes cuando Seth hubo acabado. Todos comprendimos lo que pasaba, y la mente de Lizzie se llenó de insultos.
Así que Bella iba a morir a causa de esa enfermedad, o al menos era hasta donde sabía Charlie. Mis pensamientos se cortaron al leer los de Joe, a veces era un poco macarra cuando se lo proponía. Se preguntaba si dejarían a Charlie ver el cadáver de tez nívea, perfectamente inmóvil y sin respirar? Que no le dejarían tocar el cadáver para que no pudiera apreciar la dureza de los músculos. Los vampiros iban a tener que esperar hasta que ella fuera capaz de frenarse y no matar ni a Charlie ni a los demás asistentes al funeral. ¿Cuánto tiempo habría de ser necesario para eso? ¿La enterrarían? ¿Saldría ella por sus propios medios o la sacarían del ataúd los propios...?
¡Joe!, chilló Lizzie, cortando las especulaciones de su hermano.
El resto de los lobos respondimos con un silencio sepulcral. Nosotros éramos capaces de ahondar en este tema mucho más que cualquier otro, pero yo no quería que Lizzie se sintiera peor. Después de todo, era nuestra amiga.
Lizzie, Leah y yo entramos en el calvero prácticamente a la vez, aunque la las dos se medio peleaban por saber quién había ganado a quien. La loba grisácea se sentó sobre los cuartos traseros junto a su hermano, mientras yo seguía a Lizzie para ambos ocupar nuestro puesto. Empujamos a Paul en el acto, haciendo que Sam rodara los ojos.
Bueno, ¿y a que estamos esperando?, inquirió Joe.
Nadie dijo nada, pero noté el zumbido de la vacilación de casi todos. Lizzie se ahogó con su propia saliva.
Oh, vamos, venga, ¡han roto el tratado!
No tenemos prueba alguna, quizás esté enferma de verdad.
¡Por favor! No me hagas reír, Sam.
Lizzie se mantenía en silencio. Ni siquiera reaccionó cuando la empujé con el morro.
Vale, de acuerdo, la evidencia es circunstancial, y muy probable pero aun así...
Joe... el pensamiento de Sam vaciló. ¿Estás seguro de que ese es tu deseo? ¿Crees que es lo correcto? Es amiga de vuestra familia. Además, todos sabemos que ese era el empeño de Bella.
El tratado no hace mención alguna a las preferencias de la víctima, Sam.
¿Es una víctima de verdad? ¿Tú la consideras como tal?
¡Sí!
No son nuestros enemigos, Joe, intervino Seth.
¡Cierra la boca, Seth! Que sientes una adoración enfermiza por esa sanguijuela, como si fuera un héroe, no cambia la ley. Son nuestros adversarios, nuestros enemigos naturales. Están en nuestro territorio. Acabemos con ellos.
Bueno, ¿y qué vas a hacer cuando Bella luche a su lado, Joe? ¿Eh...?, preguntó Seth.
Lizzie emitió un gruñido de advertencia a ambos, pero no dijo nada.
Ya no será Bella.
¿Y vas a ser tú quien acabe con ella? ¿Matarás a la mejor amiga de tu hermana y tu cuñado?
Joe dio un respingo.
No, no vas a ser tú, ¿a qué no? ¿Y entonces qué? ¿Vas a guardarle rencor eterno a quienquiera que lo haga porque le habrá hecho daño a tu hermana, de manera indirecta?
Yo no voy a ...
Claro, seguro que no... no estás preparado para esta lucha, Joe. Tendremos la misma edad, pero yo llevo más tiempo que tú.
El instinto pudo con Joe. Se agazapó, listo para dar un brinco, sin dejar de gruñir al lobo de color arena que lo miraba desde el otro lado del círculo.
¡Joseph!, rugió Lizzie.
Seth, cachorro, cierra la boca un poco., añadí.
El mencionado asintió con la cabeza.
Maldita sea, ¿Qué me he perdido?, pensó Quil, quien venía corriendo a toda velocidad al lugar de la reunión. He oído algo de la llamada de Charlie...
Estábamos a punto de marcharnos, le contestó Joe y me pregunté qué mosca le había picado. ¿Por qué no te pasas por la casa de Kim y traes a Jared del cuello? Vamos a necesitar el concurso de todos.
Ven aquí sin desviarte, Quil. Ordenó Lizzie, irritada.
Lo estaba para dar órdenes.
Joe gruñó, cada vez más irritado.
Joe, debemos de pensar que es lo que conviene a la manada. Debemos elegir el curso para la protección de todos. Los tiempos han cambiado desde que nuestros abuelos sellaron el acuerdo y, honestamente, no creo que los Cullen vayan a hacernos daño. Además, también estamos seguros de que no se quedaran aquí mucho tiempo. Lo más probable es que se vayan.
Entonces, nuestras vidas volverán a la normalidad, asintió Sam al "calmado" discurso de Lizzie.
¿Normalidad?
Ellos se defenderán si atacamos, Joe.
¿Tenéis miedo?
No es miedo, idiota, gruñó Lizzie, perdiendo la paciencia.
Sam la miró de reojo. A veces la paciencia no era nuestro punto fuerte.
¿Estás preparado para perder a un hermano, Joe? ¿O a una hermana?
No temo a la muerte.
Mocoso testarudo...
Somos conscientes, Joe, Sam cortó el insulto que mi mujer estaba dedicando a su hermano. Lo único que intento analizar en lugar de Liz es tu juicio en este asunto.
Joe miró fijamente a Sam.
¿Quieres que honremos el tratado de nuestros padres o no?
Honramos a la manada. Haremos lo mejor para ella.
Cobarde.
Los músculos del hocico de Sam se tensaron y le enseñó los dientes a Joe.
Ya basta, los dos. El tono de la voz mental de Lizzie cambió para adoptar un timbre muy particular. La voz del Alfa. Buscó con la mirada a todos y cada uno de los lobos dispuestos en el círculo, mientras entrelazaba una pata con una mía. La manada NO va a atacar a los Cullen. El espíritu del tratado de MI abuela y MI padre persiste. No suponen un daño alguno para nuestro pueblo o la gente de Forks. Bella efectuó su elección consciente y estaba informada de las consecuencias. No vamos a castigar a aliados por culpa de eso.
Escucha, escucha eso, pensó Seth con entusiasmo.
Creo haberte dicho que te callaras, Seth.
Oh. Perdón, Liz, Jake.
¿A dónde te crees que vas, Joseph?
Abandonó el círculo, dándonos la espalda. Gruñó por la manera en la que su hermana lo llamó.
Voy a tomar por saco un poco. Al parecer, no tiene sentido que siga sentado pudriéndome.
Ay, Joe... ¡No empieces otra vez!
Cállate, Seth, pensaron varias voces al unísono.
No queremos que nadie se marche, Lizzie dulcificó su tono, a pesar de estar plenamente irritada.
Doblega mi voluntad para evitar que me largue, hermana. Conviérteme en un esclavo.
Sabes que yo jamás haría eso.
En tal caso, nos vemos.
¡Joe, no seas idiota! ¡Papá te dirá lo mismo que te he dicho! ¡Vuelve aquí, saco de pulgas!
Lizzie gruñó enfadada en cuanto el pelaje oscuro de su hermano se perdió en el bosque. Empujé su lomo con el hocico y ella frotó su pelaje con el mío.
Igual podríamos...
Cierra la boca, Lahote, gruñí al notar como mi mujer se tensaba. No vamos a atacar a los Cullen. Ya has escuchado a Lizzie.
¿Estás segura de que es lo mejor, Liz?, preguntó Sam, con cautela.
Escuchad, si queréis atacar, adelante. Haced lo que os de la jodida gana. Lizzie estaba cansada mentalmente, lo notaba. Yo no pienso organizar ningún ataque a los Cullen. Son aliados, no enemigos. Si queréis atacar, largaos y hacedlo por vuestra cuenta. Coordina tú el ataque, Sam, porque yo no pienso hacerlo.
Liz..., pensó Seth, con algo de cautela, pero ella no lo calló.
Se ha acabado la reunión. Que cada uno haga lo que le salga de la punta de la nariz, señaló Lizzie.
Me dio un golpecito con una pata, clara señal. Se giró sobre su eje y salió disparada, por lo que no tardé en seguirla. La escuché maldecir mentalmente, por lo que me mantuve en silencio. Estaba claro que ella tampoco entendía que cable se le había cruzado a su hermano.
Tranquila, nena, todo saldrá bien.
Sabes tan bien como yo que ellos no soportan a los Cullen, Jake. Replicó con suavidad, dejando de correr y tumbándose en el suelo. El mínimo indicio y saltarán sobre ellos.
¿Qué quieres hacer?
Giró la cabeza para mirarme, mientras me acercaba a ella. Lamí una de sus mejillas, causando su risa, aunque fue una corta.
Si se da la circunstancia, creo que sería mejor segmentar la manada.
¿Eso crees?
Sam no dudará en ver el tratado roto e intentará persuadirnos. No pienso atacar a los Cullen.
Me quedé en silencio. Me tumbé a su lado, apoyando la cabeza en mis patas.
¿En qué piensas, Jake?
Ya lo sabes. Hagas lo que hagas, te seguiré.
¡Hola, hola! ¿Qué tal estáis? Espero que bien.
Bueno, bueno, bueno... ¿Os ha pillado por sorpresa la narración de Jake?
Lo tenía planeadisimo, pues es algo que adoro del libro de Amanecer. Que se cuente todo el drama desde la perspectiva explosiva de Jake y la manada me parece brillante. Así que... Si, puede ser que haya más capítulos de mano de nuestro Jake. Yo no digo nada.
Lo que sí os confirmo es que los siguientes capítulos son mucho más largos de lo normal. Son sobre 5000 palabras cuando suelo escribir 3000. De nada jiji.
Bueno, ¿qué os ha parecido?
¡Espero que os haya gustado!
Recordad que en julio y agosto habrá más capítulos de SoulMate. Seguramente entre dos o tres por semana, depende del apoyo que vea 👀.
También os espero en Dianne y la piedra filosofal y One Shots Multifandom. Si vais de aquí, comentad un lobo "🐺" en la primera parte que encontréis.
Nada más por mi parte, pero ya sabéis que...
¡Nos leemos en comentarios!
~I 👑
|Publicado|: 02/07/2021
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